domingo, 16 de marzo de 2014

SMILJAN RADIC (1965) & OSCAR WILDE (1854-1900) : (EL CASTILLO D)EL GIGANTE EGOÍSTA (LONDRES, 1888, 2014)


OSCAR WILDE: THE SELFISH GIANT (EL GIGANTE EGOÍSTA, 1888)

Cada tarde, a la salida de la escuela, los niños se iban a jugar al jardín del Gigante. Era un jardín amplio y hermoso, con arbustos de flores y cubierto de césped verde y suave. Por aquí y por allá, entre la hierba, se abrían flores luminosas como estrellas, y había doce albaricoqueros que durante la primavera se cubrían con delicadas flores color rosa y nácar, y al llegar el otoño se cargaban de ricos frutos aterciopelados. Los pájaros se demoraban en el ramaje de los árboles, y cantaban con tanta dulzura que los niños dejaban de jugar para escuchar sus trinos.-¡Qué felices somos aquí! -se decían unos a otros.
Pero un día el Gigante regresó. Había ido de visita donde su amigo el Ogro de Cornish, y se había quedado con él durante los últimos siete años. Durante ese tiempo ya se habían dicho todo lo que se tenían que decir, pues su conversación era limitada, y el Gigante sintió el deseo de volver a su mansión. Al llegar, lo primero que vio fue a los niños jugando en el jardín.
-¿Qué hacen aquí? -surgió con su voz retumbante.
Los niños escaparon corriendo en desbandada.
-Este jardín es mío. Es mi jardín propio -dijo el Gigante-; todo el mundo debe entender eso y no dejaré que nadie se meta a jugar aquí.
Y, de inmediato, alzó una pared muy alta, y en la puerta puso un cartel que decía:

ENTRADA ESTRICTAMENTE PROHIBIDA
BAJO LAS PENAS CONSIGUIENTES
Era un Gigante egoísta...
Los pobres niños se quedaron sin tener dónde jugar. Hicieron la prueba de ir a jugar en la carretera, pero estaba llena de polvo, estaba plagada de pedruscos, y no les gustó. A menudo rondaban alrededor del muro que ocultaba el jardín del Gigante y recordaban nostálgicamente lo que había detrás.
-¡Qué dichosos éramos allí! -se decían unos a otros.
Cuando la primavera volvió, toda la comarca se pobló de pájaros y flores. Sin embargo, en el jardín del Gigante Egoísta permanecía el invierno todavía. Como no había niños, los pájaros no cantaban y los árboles se olvidaron de florecer. Solo una vez una lindísima flor se asomó entre la hierba, pero apenas vio el cartel, se sintió tan triste por los niños que volvió a meterse bajo tierra y volvió a quedarse dormida.
Los únicos que ahí se sentían a gusto eran la Nieve y la Escarcha.
-La primavera se olvidó de este jardín -se dijeron-, así que nos quedaremos aquí todo el resto del año.
La Nieve cubrió la tierra con su gran manto blanco y la Escarcha cubrió de plata los árboles. Y en seguida invitaron a su triste amigo el Viento del Norte para que pasara con ellos el resto de la temporada. Y llegó el Viento del Norte. Venía envuelto en pieles y anduvo rugiendo por el jardín durante todo el día, desganchando las plantas y derribando las chimeneas.
-¡Qué lugar más agradable! -dijo-. Tenemos que decirle al Granizo que venga a estar con nosotros también.
Y vino el Granizo también. Todos los días se pasaba tres horas tamborileando en los tejados de la mansión, hasta que rompió la mayor parte de las tejas. Después se ponía a dar vueltas alrededor, corriendo lo más rápido que podía. Se vestía de gris y su aliento era como el hielo.
-No entiendo por qué la primavera se demora tanto en llegar aquí -decía el Gigante Egoísta cuando se asomaba a la ventana y veía su jardín cubierto de gris y blanco-, espero que pronto cambie el tiempo.
Pero la primavera no llegó nunca, ni tampoco el verano. El otoño dio frutos dorados en todos los jardines, pero al jardín del Gigante no le dio ninguno.
-Es un gigante demasiado egoísta -decían los frutales.
De esta manera, el jardín del Gigante quedó para siempre sumido en el invierno, y el Viento del Norte y el Granizo y la Escarcha y la Nieve bailoteaban lúgubremente entre los árboles.
Una mañana, el Gigante estaba en la cama todavía cuando oyó que una música muy hermosa llegaba desde afuera. Sonaba tan dulce en sus oídos, que pensó que tenía que ser el rey de los elfos que pasaba por allí. En realidad, era solo un jilguerito que estaba cantando frente a su ventana, pero hacía tanto tiempo que el Gigante no escuchaba cantar ni un pájaro en su jardín, que le pareció escuchar la música más bella del mundo. Entonces el Granizo detuvo su danza, y el Viento del Norte dejó de rugir y un perfume delicioso penetró por entre las persianas abiertas.
-¡Qué bueno! Parece que al fin llegó la primavera -dijo el Gigante, y saltó de la cama para correr a la ventana.
¿Y qué es lo que vio?
Ante sus ojos había un espectáculo maravilloso. A través de una brecha del muro habían entrado los niños, y se habían trepado a los árboles. En cada árbol había un niño, y los árboles estaban tan felices de tenerlos nuevamente con ellos, que se habían cubierto de flores y balanceaban suavemente sus ramas sobre sus cabecitas infantiles. Los pájaros revoloteaban cantando alrededor de ellos, y los pequeños reían. Era realmente un espectáculo muy bello. Solo en un rincón el invierno reinaba. Era el rincón más apartado del jardín y en él se encontraba un niñito. Pero era tan pequeñín que no lograba alcanzar a las ramas del árbol, y el niño daba vueltas alrededor del viejo tronco llorando amargamente. El pobre árbol estaba todavía completamente cubierto de escarcha y nieve, y el Viento del Norte soplaba y rugía sobre él, sacudiéndole las ramas que parecían a punto de quebrarse.
-¡Sube a mí, niñito! -decía el árbol, inclinando sus ramas todo lo que podía. Pero el niño era demasiado pequeño.
El Gigante sintió que el corazón se le derretía.
-¡Cuán egoísta he sido! -exclamó-. Ahora sé por qué la primavera no quería venir hasta aquí. Subiré a ese pobre niñito al árbol y después voy a botar el muro. Desde hoy mi jardín será para siempre un lugar de juegos para los niños.
Estaba de veras arrepentido por lo que había hecho.
Bajó entonces la escalera, abrió cautelosamente la puerta de la casa y entró en el jardín. Pero en cuanto lo vieron los niños se aterrorizaron, salieron a escape y el jardín quedó en invierno otra vez. Solo aquel pequeñín del rincón más alejado no escapó, porque tenía los ojos tan llenos de lágrimas que no vio venir al Gigante. Entonces el Gigante se le acercó por detrás, lo tomó gentilmente entre sus manos y lo subió al árbol. Y el árbol floreció de repente, y los pájaros vinieron a cantar en sus ramas, y el niño abrazó el cuello del Gigante y lo besó. Y los otros niños, cuando vieron que el Gigante ya no era malo, volvieron corriendo alegremente. Con ellos la primavera regresó al jardín.
-Desde ahora el jardín será para ustedes, hijos míos -dijo el Gigante, y tomando un hacha enorme, echó abajo el muro.
Al mediodía, cuando la gente se dirigía al mercado, todos pudieron ver al Gigante jugando con los niños en el jardín más hermoso que habían visto jamás.
Estuvieron allí jugando todo el día, y al llegar la noche los niños fueron a despedirse del Gigante.
-Pero, ¿dónde está el más pequeñito? -preguntó el Gigante-, ¿ese niño que subí al árbol del rincón?
El Gigante lo quería más que a los otros, porque el pequeño le había dado un beso.
-No lo sabemos -respondieron los niños-, se marchó solito.
-Díganle que vuelva mañana -dijo el Gigante.
Pero los niños contestaron que no sabían dónde vivía y que nunca lo habían visto antes. Y el Gigante se quedó muy triste.
Todas las tardes al salir de la escuela los niños iban a jugar con el Gigante. Pero al más chiquito, a ese que el Gigante más quería, no lo volvieron a ver nunca más. El Gigante era muy bueno con todos los niños pero echaba de menos a su primer amiguito y muy a menudo se acordaba de él.
-¡Cómo me gustaría volverlo a ver! -repetía.
Fueron pasando los años, y el Gigante se puso viejo y sus fuerzas se debilitaron. Ya no podía jugar; pero, sentado en un enorme sillón, miraba jugar a los niños y admiraba su jardín.
-Tengo muchas flores hermosas -se decía-, pero los niños son las flores más hermosas de todas.
Una mañana de invierno, miró por la ventana mientras se vestía. Ya no odiaba el invierno pues sabía que el invierno era simplemente la primavera dormida, y que las flores estaban descansando.
Sin embargo, de pronto se restregó los ojos, maravillado, y miró, miró…
Era realmente maravilloso lo que estaba viendo. En el rincón más lejano del jardín había un árbol cubierto por completo de flores blancas. Todas sus ramas eran doradas, y de ellas colgaban frutos de plata. Debajo del árbol estaba parado el pequeñito a quien tanto había echado de menos.
Lleno de alegría el Gigante bajó corriendo las escaleras y entró en el jardín. Pero cuando llegó junto al niño su rostro enrojeció de ira y dijo:
-¿Quién se ha atrevido a hacerte daño?
Porque en la palma de las manos del niño había huellas de clavos, y también había huellas de clavos en sus pies.
-¿Pero, quién se atrevió a herirte? -gritó el Gigante-. Dímelo, para tomar la espada y matarlo.
-¡No! -respondió el niño-. Estas son las heridas del Amor.
-¿Quién eres tú, mi pequeño niñito? -preguntó el Gigante, y un extraño temor lo invadió, y cayó de rodillas ante el pequeño.
Entonces el niño sonrió al Gigante, y le dijo:
-Una vez tú me dejaste jugar en tu jardín; hoy jugarás conmigo en el jardín mío, que es el Paraíso.
Y cuando los niños llegaron esa tarde encontraron al Gigante muerto debajo del árbol. Parecía dormir, y estaba entero cubierto de flores blancas.

"The Selfish Giant", 
The Happy Prince and Other Tales
, 1888



El arquitecto chileno Smiljan Radic ha sido escogido este año para proyectar el pabellón temporal, de verano, que cada año un arquitecto internacional  construye para las galería de arte contemporáneo Serpentine Galleries, cerca del lago de Serpentine, en Kensington Gardens dentro de Hyde Park en Londres.

El proyecto se basa en una reciente escultura de dicho arquitecto inspirada en el cuento de Wilde: El gigante egoísta.

El pabellón, quizá, quiera traer la primavera en el centro de Londres y alargarla hasta la primera escarcha. Y poblar el parque de niños, convirtiéndole en una imagen del Paraíso, cuando los hombres eran aun no se habían vuelto adultos y adustos, no sin que el primer crimen no tuviera lugar.

Aunque también podría traer el infierno: una cubierta translucida en los cada vez menos londinenses veranos. ...
Wilde to wild?






viernes, 14 de marzo de 2014

JOAN COLOMO (1981): ANEM AL ALCAMPO (2011)

http://grooveshark.com/s/Anem+A+L+Alcampo/48Lm6e?src=5


Arquitectura y poesía en la Grecia antigua

(Resumen de la brillante conferencia impartida por la dra. arquitecta y poetisa griega Phoebe Giannisi, profesora titular de proyectos en la Escuela de Arquitectura de la Universidad de Tesalia, en Volos, ayer, jueves 13 de marzo de 2014, de 19.30 a 21 horas, en Caixaforum de Barcelona)

Los santuarios, en la Grecia antigua, eran complejos arquitectónicos. Se desmarcaban del resto de los asentamientos. Poseían su propio recinto. Comprendían una serie de equipamientos cultuales: estatuas, monumentos votivos, templos, altares, sagrarios, tesoros, tumbas, etc. Éstos se disponían según un itinerario que conducía desde la entrada del recinto -amurallado o no- hasta el templo principal, cuyo acceso estaba vetado a los profanos.  Los santuarios apolíneos de Delos y de Delfos constituyen buenos ejemplos de la organización espacial sagrada griega.
Dichos recientos no fueron planificados de un solo golpe, contrariamente a los santuarios del Egipto faraónico, y de los helenísticos. No respondían a un plan unitario. Sin embargo sí poseían un "arquitecto" o encargado de supervisar la ubicación de las nuevas construcciones. A medida de popularidad del santuario, y de la importancia y el tamaño de las ofrendas -en ocasiones aportadas por ciudades-, tales como grandes monumentos o grupos escultóricos, estos se ubicaban según un itinerario, siempre teniendo en cuenta la relación que establecerían con equipamentos previos.
 Templos, monumentos y estatuas -sobre basamentos o podio, o depositadas directanmente sobre la tierra- poseían inscripciones: poemas, himnos, plegarias o datos sobre los donantes y las razones de la ofrenda; textos que se referían tanto a quien había encargado la ofrenda -nombre, cargo y razones- cuanto a qué divinidad héroe estaba dedicada.
Quienes acudían a los santuarios recorrían el camino en el interior del santuario, camino que se abría paso entre monumentos, y que al mismo tiempo los unía, dando sentido, orden a su presencia. Avanzaban lentamente entre la multitud de edificios, altares y estatuas. Las inscripciones estaban presentadas de tal modo que apelaban al paseante. Éste se detenía y las leía en voz alta. Los monumentos y las estatuas eran signos que evocaban a los seres y a los héroes del pasado. La lectura y las imágenes esculpidas o pintadas devolvían a la vida a los seres perdidos u olvidados. Por un momento, éstos se manifestaban. De este modo, el recorrido invitaba a reencontrarse con el pasado; la contemplación de los monumentos, que se describían a medida del trayecto procesional,  y la lectura de las inscripciones ponían en contacto a los mortales y los inmortales, a los seres del presente y del pasado, a los vivos y a los muertos.
La disposición o planificación del santuario, que constituía algo así como una sucesión de estaciones en las que se evocaba a los antepasados -a los personajes de otro tiempo-, y que articulaba, en un recorrido complejo y coherente, compuesto de pasos rápidos y lentos, de paradas y desplazamientos,  edificios, monumentos, altares y estatuas, que evocaban la vida de un héroe o una divinidad -o un grupo de divinidades bien relacionadas-, se asemejaba a la composición de un relato épico o mítico. Éste narraba un viaje. Los distintos escenarios -en la tierra, el cielo o el mundo infernal, compuestos por tumbas, templos, palacios y parajes sagrados- eran recorridos tanto por el héroe cuanto por el poeta -el narrador- y el oyente. La lectura, en voz alta, del poema o del relato mítico, recordaba y evocaba el viaje narrado. El vate y el oyente ocupaban el lugar del héroe y vivían lo que éste vivió, en los mismos sitios por lo que transitó.
Un santuario tenía la misma función que un poema: permitía vivir otras vidas, una vida plena: la vida de un dios o un héroe. Quien acudía a Delfos, por ejemplo, seguía los pasos del mismo Apolo cuando descubrió y recorrió este paraje antes de fundar el santuario. Este viaje procesional era el mismo por el que pasaba mental y sensiblemente tanto el vate cuanto el oyente de la recitación o interpretación del Himno homérico a Apolo. En ambos casos, el desplazamiento físico por el espacio real, y el viaje mental o imaginado por los lugares recordados, evocados por el poeta, transportaba al ser humano a otro mundo, y le ponía en contacto con los héroes, a fin que tomara conciencia de su mortal condición y la reconociera y asumiera.
La similitud entre ambos viajes se acrecentaba toda vez que el paseante leía en voz alta las inscripciones que encontraba en los monumentos a medida que se adentraba en el santuario. Estos textos podían ser los mismos que componían las distintas escenas de un relato. En ambos casos, en el santuario y en el poema, el relato, o su enunciado en voz alto, rememoraba y, por tanto, devolvía a la vida, a un héroe con el que el viajante o el oyente se encontraba.
Un héroe cuya vida estaba en manos del visitante o el narrador. Éstos podían no detenerse, podían no leer los textos. Podían también leerlo de un determinado modo, con una u otra entonación, midiendo qué énfasis creían o querían poner. De este modo, el visitante y el oyente, el arquitecto y el poeta, se sentían creadores. La vida de los seres del pasado estaba en sus manos. Se descubrían mortales, sin duda, pero también responsables: humanos plenamente. Bien sabían que este momento de gloria, cuando la vida de un héroe dependía de la voluntad o el deseo del oyente o el artista, no duraba: duraba lo que dura un paseo y una lectura. Duraba, como máximo, una vida: la vida, un viaje que componía, a veces sin orden ni concierto, o con un orden incomprensible, que solo se descubría al final, una serie de escenas o vivencias.  El viaje y la lectura permitían descubrían la lógica de la vida; vivir y comprender, otras vidas, modélicas, que echaban luz sobre la propia vida. Una vida que adquiría, así, sentido. El viaje y la lectura daban sentido a la vida: creaban una vida nueva.  Convertían a quien componía y a quien escuchaba en el creador de su vida, y le permitía hacer de su vida un viaje que merecía ser emprendido, en sueños al menos.
El santuario y el poema escenificaban las condiciones, el espacio para y en el que emprender otras sendas, sendas que la vida diaria no ofrecía; permitía salirse de los caminos habituales. Invitaban al sueño. Las palabras y las piedras constituían estaciones, puertas hacia otros recorridos; facilitaban encuentros inesperados, pero no menos deseados. Invitaban a una vida plena. Que tal es la función de la arquitectura y la poesía: delimitar un espacio donde la vida prende con plenitud -antes del olvido o el abandono.


jueves, 13 de marzo de 2014

Hécate, diosa de las encrucijadas




El cuidado del espacio, en la Grecia antigua, estaba a cargo de las divinidades Hermes y Hestia. Mientras Hermes vigilaba el espacio abierto, controlando las vías de comunicación, y ayudando a los viajeros a encontrar el camino sin perderse, Hestia no salía del espacio doméstico, cuidando siempre que el fuego del hogar, señal de la vitalidad de la casa, no se extinguiera, y cuidando también, desde el interior de un templo que no abandonaba nunca, ubicado en el ágora de toda ciudad, que el fuego de la misma estuviera siempre encendido. Cualquier mengua de las llamas era un indicio que la ciudad estaba en peligro.
Los fuegos y las vías que Hermes y Hestia presidían habían sido previamente trazadas y prendidos por Apolo. Éste, desde su isla natal, Delos, donde prendió fuego en una pira, por vez primera, en honor de su padre Zeus, había recorrido el orbe entero,. es decir Grecia, antes de instalarse en el corazón del mundo conocido, en Delfos, desde dónde organizaría el mundo y encendería el primer fuego, en el interior de su templo, al cuidado del cual colocaría a Hestia que, desde entonces, no abandonaría nunca esta enclave. El enraizamiento de Hestia en Delfos era tan fuerte que estaba incluso en contacto con las profundidades de Gea, la tierra -diosa-madre que poseyó, en los inicios, Delfos, desde donde predicaba, como la voz grave de la tierra que era- .
La pareja de Hermes y Hestia, y la figura solitaria de Apolo (relacionada también con Hestia -Apolo también estaba relacionado con su primo Hermes, ya que fueron los inventores de la música-), se complementaban con una nueva divinidad que poseía rasgos propios de aquéllas.
Se llamaba Hécate. Este nombre era un apodo de Apolo; también de la hermana gemela de éste: Ártemis: divinidades familiarizadas con la espesura de los bosques que recorrían, abriendo vías, que trazaban, que cortaban en la maleza.

Según cantaba Hesíodo en un largo poema integrado en la Teogonía, Hécate era una diosa ancestral, anterior a Zeus, y tan poderosa como el padre de los dioses, más incluso. Pertenecía a la antigua legión de los Titanes. Fue la única titánida cuyos privilegios Zeus respectó. Suyos eran los tres niveles del cosmos: el éter, la tierra y los abismos marinos. Maneja la luz y la oscuridad: era hija de la misma Noche. La vida dependía de su buen querer. La prosperidad, la abundancia de vidas y bienes estaban a merced suya. Los campos y los establos -cuyos rebaños también obedecían a Hermes, su esposo- estaban llenos de vida, y eran dadores de vida, solo con la aquiescencia de esta diosa.

Hécate se representaba como una mujer con tres rostros, o como un trío de figuras juntas, que miraban en tres direcciones distintas -la cuarta dirección, que el eje vertical traza, estaba al cuidado del pilar que las divinidades -o las tres personas de una misma divinidad- formaban o al que estaban adosadas.
Hécate se ubicaba en las encrucijadas. Vigilaba los caminos. Ayudada a quienes dudaban a tomar la correcta dirección para dirigirse sin dificultades por el territorio, o por la vida. Hécate regulaba la vida. Por este motivo, su imagen también se ubicaba, no en el corazón del hogar, como Hestia, sino en el exterior, cabe la puerta de entrada, a fin de evitar que las parturientas no pudieran alumbrar: el fuego o la luz, de la vida y de la casa, estaba en manos de Hécate. Este fuego aseguraba el linaje. En tanto que diosa de los infiernos -Hecate se asemejaba o se confundía con Perséfone-, Hécate aseguraba que la comunicación entre muertos y mortales no se interrumpiera y que, así, una casa pudiera perdurar más allá de la muerte. Aunque ambas diosas, Hestia y Hécate, tenían buenas conexiones con los infiernos, Hestia controlaba el hogar desde el centro, mientras que Hécate supervisaba, desde fuera, sus límites, asegurando, sobre todo, la defensa del umbral.
La buena vecindad con el mundo de las tinieblas explicaba que Hécate fuera una guía excelente. Del mismo modo, Hermes, un dios psicopompo -es decir, guía de las almas a las que conducía de la tierra al mundo de los muertos, dado que podía cruzar, en ambas direcciones,  sin perderse ni ser detenido, la barrera infranqueable que separa el mundo de los vivos del de los muertos- orientaba a los perdidos porque estaba familiarizado con la noche, y podía ver sin problemas allí donde no se veía nada, los ojos de Hécate, dirigidos hacia todas las direcciones preveían los peligros. Guiaba, pero también podía llevar a quien no le rendía culto a la perdición. Tenía armas poderosas: sus hijas Escila, un monstruo marino, de cuyo poderoso cuerpo serpenteante emergía una multitud de perros rabiosos, y la temible maga Medea.

Eso explica también que tanto Hermes cuanto Hécate  fueran divinidades ligadas a la magia; a la magia negra, incluso. Guiaban almas y espectros; circulaban por la selva, la noche y los infiernos,. Controlaban luces y alumbramientos. Tenían buenas conexiones con el mundo de los muertos, pero -precisamente por dichas conexiones- podían proteger a los seres vivos. Y los protegían porque controlaban el espacio vital, tanto el espacio en el que los humanos se recogían, cuanto el que cruzaban, de hogar en hogar, gracias a las luces y los consejos que Hécate, Hermes o Apolo brindaban. Gracias a esta triada, los seres humanos han, hemos sobrevivido. Hasta hoy.

JOANA SERRAT (1983): PLACE CALLED HOME (UN LUGAR LLAMADO HOGAR, 2014)

https://soundcloud.com/el-segell-del-primavera/place-called-home?in=el-segell-del-primavera/sets/joana-serrat-dear-great-canyon

...y -parece imposible- Joana Serrat (Vic) no suena como Manel y derivados.

miércoles, 12 de marzo de 2014

RANDY NEWMAN (1943): OLD KENTUCKY HOME(1974)

)

SBTRKT: KYOTO (2014)

)

Véase la página web de este grupo (o este intérprete de música electrónica): http://www.sbtrkt.com/