Los barceloneses que se hayan quedado tan frescos en la ciudad este verano habrán pensado que el Ayuntamiento, por fin, ha desplazado los Punts Verds -estos lugares donde se abandonan trastos viejos, de las chimbambas al centro de la ciudad; habrán quizá observado también que los turistas, aficionados a poner a secar toallas de baño en los balcones, han colgado las camisetas que no llevan en la calle en sitios cada vez más exóticos -y las han olvidado, lo que explica tantos descamisados que berrean a pecho descubierto.
Incultos.
Se trata de instalaciones, ejecutadas -nunca mejor dicho- por estudiantes y profesores de escuelas de arquitectura y diseño privadas de Barcelona, que han servido de carne de cañón a grandes arquitectos nacionales e internacionales, que bajo el mando de la arquitectura Tagliabue, han concebido instalaciones efímeras en espacios públicos emblemáticos de la "capital de la nación catalana", para fomentar la conciencia histórica. Los enseñantes y estudiantes de las escuelas públicas son más vagos o tienen menos conciencia, pues se han negado a actuar de peones.
Las instalaciones, descomunales, son necesarias.
Sin las trescientas camisetas tendidas al sol con caras impresas -a fin de dar rostro a las personas anónimas, de ayer y de hoy, que deambulan-, nadie se habría dado cuenta que una plaza es, sorprendentemente, una zona de paso por la circula un gran número de personas, o en la que grupos actúan o tratan de descansar. La instalación evoca la diversidad a través de camisetas negras todas iguales. Profunda: todos tenemos una misma alma bajo la máscara, seamos del pasado y del presente, blancos y negros.
Las maderas amontonadas en la plaza de la catedral tienen una lectura meridiana. Simbolizan la identidad, un "concepte absolutament dinámic" hoy. En la ciudad, pasado y presente, autóctonos y forasteros conviven. La identidad es mudable, entonces. ¿quién es quién?; que la pira se tambalee y se deforme cada vez más, y recuerde un mueble de Ikea mal montado, sin duda alude al carácter mudable y dinámico de la identidad. Todo lo que sube baja.
El simpático hinchable -tan parecido al proyecto inicial- sobre la plaza de la Mercé, como un Cobi vestido de pitufo, o un colchón de playa -estamos en verano, y de fiesta-, da mucho que pensar. Trata de la democracia. El azul debe de evocar el cielo, las buenas intenciones, y no hace falta comentar la forma como de una mano rechoncha tendida, que nos acoge o nos bendice.
La bendición es doblemente apropiada. Se trata de una plaza de iglesia - dedicada a la Virgen de la Mercè, patrona de la ciudad, que tiende la mano a sus fieles y les ofrece mercedes-, y se trata de festejar la libertad de los matrimonios civiles (¿oximoron?). Fijémonos que el dedo anular no lleva anillo: es libre.
Se trata de "una instalación sobre la libertad del individuo en una sociedad democrática. durante los meses de estío nos dedicaremos a celebrar los derechos humanos en la plaza a través de los matrimonios civiles. El propósito es fomentar el progreso en la vida de la ciudad y el bienestar de las perdonas. La libertad de elección individual, escenificada en el lanzamiento de flores con aroma de miel (sic), unida a los recuerdos de los mejores momentos de la vida, para convertir la celebración de un matrimonio en una ceremonia y un ritual con el esplendor que corresponde a uno de los grandes momentos de la vida.
Ni Perales, Llach , o la abeja Maya habrían podido distilar tanta poesía.
Pues sí se puede:
"Nos interesan las conversaciones, las historias que guardan recuerdos, los cuentos. La arquitectura es un lenguaje silencioso que habla (otro poético oximorón) Encarna la memoria, explicando su propia historia única. Nos interesa la Casa (con C mayúscula) como recipiente principal de la memoria personal.
Esta Caja de la Memoria, es la Casa de la Memoria, actúa como una especia de lugar en ruina, un lugar de reunión dónde se puede conversar i debatir, que nos convida a recordar"
Usted baja por El Paseo San Juan. Llega al Arco de Triunfo. Le apetece recordar y dialogar. Lo mejor que puede hacer es situarse debajo de una estructura a pleno sol en la que seguro se estará fresco y a la sombra y, allí, iluminado, conversará. Un banco a la sombra en el mismo paseo, bajo los árboles desde luego, no sirve para decansar y dialogar.
Tan prodigio de ingenio y honda reflexión, necesaria, imperiosa, solo ha costado casi cien millones de las antiguas pesetas. Quizá se hubiera podido dotar de alguna escuela pública instalada en algún barracón, pero ¿cómo habríamos podido pensar entonces en nuestro destino? Además los cachivaches se reciclarán, así que seguro que se podrán vestir a niños pobres con camisetas, o regalarles una patera hinchable.
No hay nada como los pensamientos elevados.