El recurso a causas familiares, o traumas, que se remontan a la infancia, suele ser a menudo una explicación fácil y convencional para explicar o justificar la obra de un artista.
Sin embargo, Gober parece sincero cuando cuenta que una parte de su obra que refleja su visión del espacio doméstico está marcada por el trabajo de su padre que trató no tanto de obtener una casa sino de lograr un hogar. La profesión de carpintero del padre ayudó en esta tentativa.
Desde luego, recién llagado a Nueva York, en los años setenta, Gober sobrevivió vendiendo casas de muñecas de madera que manufacturaba.
Su obra posterior incluye elementos domésticos construidos en madera y todo tipo de telas por el mismo artista. Objetos de uso convertidos en objetos de contemplación, indistinguibles de aquéllos; camas sencillas, que parecen al mismo tiempo recoletos lugares donde descansar (algunas de sus sencillas camas se ubican, o se recogen en una esquina) y camas mortuorias o conventuales (espacios solitarios); sillones anodinos pero que que parecen acogedores, recubiertos con fundas con colorísticos motivos estampados a mano, que cubren o esconden , pero también personalizan, ofreciendo un rostro; puertas misteriosas, sin ningún rasgo especial, que abran a nada; gabinetes empotrados, también recogidos y extrañamente personales, pese a la ausencia de características propias, como en cualquier hogar: espacios realizados para atender a una función -almacenar ropa y enseres- espacios que los bienes personales destacan, y que se muestras singularmente desolados o mudos -pero evocadores, como receptáculos de imágenes-, por estar vacíos, y abiertos, como nichos, en una pared de la sala expositiva, como si quisieran pasar desapercibidos, todo y estando presente, pasando verdaderamente desapercibidos: lo más propio y recoleto del hogar expuesto y escondido, vacío y mostrado, como si se quisiera preservar al mismo tiempo que obviar espaciosos vergonzantes aunque recodados.
Seguramente algunas de las obras actuales más turbadoras por su evocadora discreción, que se puede ver desde hace unos pocos días en el Museo de Arte Moderno (MoMA) de Nueva York (El corazón no es una metáfora - The Heart Is Not a Metaphor- que alude bien a un centro íntimo, recoleto y personal)