lunes, 6 de octubre de 2014

ADRIÁN VILLAR ROJAS: THE EVOLUTION OF GOD (LA EVOLUCIÓN DE DIOS, HIGH LANE PARK, NUEVA YORK, 2014)





Fotos: Tocho, Nueva York, octubre de 2014












Último tramo, inaugurado el mes pasado del parque High Lane, al suroeste de Manhattan, a poca distancia del río Hudson al que sigue. El parque, compuesto de plantas y arbustos cuidadosamente descuidado afín de evocar el crecimiento espontáneo de malas hierbas entre las vías de ferrocarril, y un mobiliario y un pavimento muy sobrio, se ubica sobre una vía férrea elevada, en el antiguo barrio dedicado al comercio de la carne de vacuno, sacrificado, troceado, vendido y cargado hacia otras tierras hasta los años ochenta. Ofrece vistas insólitas sobre la parte baja de la isla de Manhattan y sobre el estado de New Jersey, en la otra ribera del río, y ha revitalizado -sin duda, demasiado- un barrio abandonado, hoy atestado de turistas como yo.
El final del largo recorrido por el parque lineal ya no incluye árboles sino una vegetación baja y espartana, entre las vías,, bordeando un pavimento de alquitrán. El parque termina de manera muy dura, al mismo tiempo que las vistas se abren sobre el río, sin la presencia de edificios altos. La dureza de la intervención se aligera por las perspectivas lejanas sobre el entorno.
Un cartel, a un lado: La evolución de dios. Se trata del título de una obra de arte reciente del artista argentino Adrían Villar, expuesto en la Bienal de Arte de Venecia en 2011, y en la última Documenta 13 en Kassel y Kabul.
La obra no se distingue. Quizá no haya sido aun instalada. De pronto, entre los matorrales, aun medio secor, pero que crecen sin control, un cubo de hormigón. La obra, sin duda. Una escultura minimalista. Una más. sin interés.
Pero está el título intrigante. Volviendo a mirar el cubo, en efecto, como indica la cartela, no está hecho solo de hormigón, sino que se le han añadido arcilla, y objeto diversos, atrapados en la masa, entre los que se distingue una cuerda. Se diría que son restos fraguados.
Un cubo, una forma geométrica perfecta en medio de la explosión vegetal. Mundos opuestos. El cubo parece abandonado, como si hubiera quedado olvidado tras la última limpieza, un recuerdo del reciente pasado industrial de la zona.
Pero la vegetación brota del cubo. Es la raíz  o las semillas que lo que crece a su lado. No se opone al entorno, si se halla desubicado, sino que lo genera. Al mismo tiempo, las plantas, y el adobe, suavizan las aristas cortantes. Se abren boquetes, la masa se resquebraja, un lado cede. el cubo se "naturaliza", sin dejar de ser una forma perfecta. Crea y alimenta la naturaleza circundante con la que comparte el origen y mantiene al mismo tiempo las distancias. pierde entidad mientras se entrega al crecimiento de la naturaleza.
Y, así, una obra invisible, poco atractiva y casi indiferente, adquiere pleno sentido, dando sentido también al entorno. Éste depende de la obra. Y el aparente bajón en el diseño del parque, en este último tramo, no es tal. Solo expresa su crecimiento, su formación, su estado aun latente, que la presencia del cubo, de un dios vegetativo, anuncia y explica. El parque tiene que acabar de manera desordenada porque pronto el orden se fragua, desde el interior del mismo parque. La obra, como un meteorito caído del cielo, del que emergiera el mundo terrenal, media entre el cielo y la tierra, como bien ocurre en esta zona en la que, por una vez, se distingue la línea del horizonte.
Una gran -y pequeña y discreta al mismo tiempo- obra.

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