sábado, 4 de julio de 2015
SERGI AGUILAR (1946): VIA LAYETANA (1988)
Pese a un título excesivamente enigmático (y muy literario), y a la tradicional falta de textos, característica de algunas exposiciones de arte contemporáneo, en el Macba (Barcelona) y el Museo Nacional. Centro de Arte Reina Sofía (MNCARS, Madrid) -la dirección considera que, del mismo modo que el ex-alcalde de Barcelona, Clos, sostenía que se tiene que bajar a la calle meado, solo se puede ir a un museo de arte contemporáneo formado-, la exposición antológica de Sergi Aguilar, en el MACBA (Barcelona) es una maravilla (excelentes obras muy bien dispuestas) y concluye con esta obra, Vía Laietana (1988): escultura, u obra bidimensional, que juega en varios frentes. "Representa" -de manera reconocible, que atrapa la vista- la estrecha vía de Barcelona entre los altos y sombríos edificios que la ciñen, tanto en perspectiva, como en planta. La obra tiene dos lecturas. Por otra parte, el motivo es un vacío (encuadrado), siendo los dos elementos de la obra, algo así como marcos que delimitan un tema que no es nada. Una visión inquietante -y cierta- de esta avenida que segó el tejido urbano medieval de la ciudad.
DALIBOR MARTINIS (1947): ODESSA/STAIRS (ODESSA/ESCALINATA, 2014)
Sobre una escalera se proyecta la conocida escena de la escalinata de la película El acorazado Potemkin (1925), del cineasta soviético Sergei Eisenstein (1898-1948), añadiendo el sonido de la reciente revuelta en Crimea, obtenido de vídeos anónimos subidos a Youtube.
Martinis es uno de los animadores serbios más reputados hoy.
JACOB COLLIER (1995): IN MY ROOM (EN MI CUARTO, 2015)
Sobre este joven pianista (e intérprete de múltiples instrumentos), compositor y cantante de jazz inglés, considerado el "futuro" de la música, véase su página web
BENJAMIN BIOLAY (1973): UN COIN DE RUE (LA ESQUINA DE UNA CALLE, 2015)
Benjamin Biolay chante Trenet : Coin de Rue por culturebox
Sobre este celebrado cantante y compositor francés (envidiado por estar con Vanessa Paradis), véase su página web.
jueves, 2 de julio de 2015
BLONDIE: UNION CITY BLUE (1979)
Ni siquiera las diosas, hoy, son inmortales.
Debbie Harry (cantante de Blondie, 1945) cumplió ayer setenta años.
El silencio del museo (Carles Guerra, Fundación Tàpies, Barcelona, julio de 2015)
La imagen de una mujer (Madeleine) rubia, con el pelo recogido, bien y estrictamente vestida de gris, mostrada de espaldas, sentada en silencio, la espalda recta, un un banco sin dosel, absorta ante un gran retrato femenino barroco que parece mirarla, en una sala abovedada de piedra, por la nadie circula, en el Museo de Arte de San Francisco, ha quedado como un icono de la película Vértigo (Entre los muertos, 1958) de Alfred Hitchcock.
Nadie entra ni se atreve a distraerla. Parece una estatua. El retrato, por comparación, está vivo.
Los museos son lugares de contemplación. Contemplar es una actividad. Implica mirar quietamente y pensar. El pensamiento -las ideas que ocurren- es activado por la mirada, mientras se mira.
El visitante contempla la obra. Pero es también contemplado por ésta. Se establece un juego de miradas. El visitante se sabe observado. Y se deja observar. Está fascinado por la obra, por la manera como la figura, naturalista o abstracta, lo recibe. Siente su presencia y su influjo. Tras este cruce de miradas, al menos por un momento, será distinto.
Visitar un museo es un asunto de dos: el visitante y la obra. Exige una ruptura con el mundo. Se establece un cerco alrededor de cada espectador. Comulga con la obra, no con el mundo, al que dejado de mirar, y al que volverá, transformado quizá, tras la visita.
Visitar un museo constituye en alto. Se entra en otro mundo, poblado de seres y enseres más vivos que nosotros, que nos esperan y nos observan desde el más allá. Sus ojos no parpadean. No necesitan ni siquiera el instante en que la mirada se cierra; no están sometidos a la ley de la vida mezclada con la muerte. Han superado la muerte, y miran desde el otro mundo, invitándonos a entrar. El título original de la película de Hitchcock lo dice bien: en un museo se está entre los muertos; muertos que han superado el trance de la muerte y han alcanzado la vida eterna, siendo capaces de volver la mirada al mundo que han dejado.
Apartarse y olvidarse del mundo. tal es la función que esperamos que cumpla el museo. No hace falta evocar a las musas, hijas de la diosa de la Memoria. Sin saber nada, una visita a un museo, con pinturas y esculturas, equivale a pasear entre seres, que no necesitan moverse para creerse vivos, que han escapado del mundo.
Por eso sorprende las recientes declaraciones -si están recogidas correctamente por el periodista- del nuevo director de la Fundación Tàpies, Carles Guerra: "no queremos un espectador que pase y mire". El museo deberá ser "un plató donde pasen cosas y el público no venga solo a contemplar las cosas que hay colgadas en las paredes..."
Los cuadros son cosas. Un museo es un lugar donde pasan cosas...
Las "cosas" pasan, no duran. Y nosotros no podemos "limitarnos" a contemplar. Mirar atentamente, sentirse acogida por la obra (la "cosas") ya no es suficiente.
Ya no sabemos, o no podemos, mirar, quietos, en silencio, sentados. Ya no nos dejan sentarnos y mirar. Tenemos que "participar".
Estamos en 2015.
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