jueves, 12 de mayo de 2016

SAM WEISS (1926-.2001) & ORSON WELLES (NARRADOR, 1915-1985): FREEDOM RIVER (EL RIO DE LA LIBERTAD, 1971)

La casa y el ser humano

Construimos porque somos humanos. Los animales también construyen, pero ninguna construcción animal posee un techo -salvo los capullos de las larvas, pero quedaría por decidir si son "casas"-, solo paredes. Son cercados (nidos, barreras de castores, etc.).  Una casa necesita un techo. Es un techo. La misma palabra techo, así como fuego, denomina metonímicamente el espacio doméstico.
Somos humanos porque construimos. Ésta es la labor que nos diferencia de los animales. Habilitamos un espacio: lo acotamos y lo convertimos en un lugar habitable. La construcción puede ser muy sencilla: apenas unas cotas, pero consisten siempre en un techo. Las chozas, las tiendas nos cubren. Existen, ciertamente, tribus, que viven voluntariamente a la intemperie, pero asumen que el cielo es su techo. Desde lo alto los espíritus los protegen.

Mas, no solo construimos para los humanos. En verdad, la mayoría de las construcciones están realizadas para los poderes superiores. Los templos son las moradas de los dioses. No existe en la mayoría de las lenguas antiguas ningún término equivalente a nuestra palabra "templo". La razón es sencilla. La diferencia entre casa y templo no existe. Un templo es una casa. La divinidad vive como los humanos. De hecho, se halla presente en la estatua de culto. Se muestra visiblemente en una forma limitada. Sus necesidades, sus deseos y pasiones son idénticos a los de los humanos. el autor griego Jenofonte, en el siglo V aC, precisamente denunciaba que los poetas arcaicos griegos Homero y Hesiodo habían descrito a los dioses como si fueran seres humanos, movidos por las mismas bajas pasiones.
Los "templos" son la expresión de que los dioses son humanos. Viven y actúan como nosotros. A través de los templos, que son casas, les damos el mismo trato que a los mortales, los consideramos como seres humanos que necesitan un espacio lugar donde recogerse. El templo cristiano es así ambiguo: es la casa de la divinidad y de los hombres. Ambos comparten un mismo techo.
Si los dioses fueran dioses verdaderamente, estarían en todos los sitios, y no necesitarían recogerse o esconderse. El primer Yahvé, precisamente, prohibió que se le edificara ningún templo. Su progresiva "humanización" llevó, sin embargo, a que autorizara que se le levantara una casa, el templo de Jerusalén.
Gracias a la edificación "humanizamos" a los seres, dioses y hombres. Aquéllos se convierten en nuestro espejo. Los templos no se construyen a imagen de las casas sino que éstas son una imitación de las casas de los dioses. a través de sus casas, los dioses aceptan convertirse en seres humanos, Muestran que la condición humana no es despreciable. Para ser, entonces como ellos, para ser plenamente humanos, a su vez, nos dotamos de una casa. La casa es la expresión de nuestra conquistada humanidad. por eso, cuando queremos aniquilar a un enemigo, le negamos su condición humana arrasando su casa, cubriéndola de sal. Lo tratamos como un animal  

miércoles, 11 de mayo de 2016

DARIUS MILHAUD (1892-1974): LA CREATION DU MONDE (LA CREACIÓN DEL MUNDO, 1923)



Música de un ballet basado en un libreto del poeta franco-suizo Blaise Cendrars, con decorados del pintor francés Fernand Léger. Cuenta la creación del mundo según algunos mitos africanos.
Una maravilla







ARQUITECTURA Y ESPACIO, SEGÚN ARISTÓTELES (III)

Si en el Antiguo Testamento, Dios es el creador único de un universo perfecto, que la acción del hombre degrada, y en el Egipto faraónico, Ptah, el dios creador, equiparado al dios supremo, el solar Ra, a la vez que al Nun, las aguas primordiales, modela o forja -Ptah es ceramista y herrero, como el dios Khum con el que se asocia o se funde- el universo también perfecto, bien estructurado por su sola presencia -Ptah, erguido, es el pilar, el sostén des espacio-, en Mesopotamia, más modestamente, el dios creador An, el dios del cielo, crea un universo imperfecto o incompleto, que Enki, el dios de la magia y las artes, debe de corregir y concluir. De ahí, que los reyes, que anhelaban un mundo perfecto bajo su mandato, afirmaran siempre estar inspirados y ayudados por esta divinidad.

En la cultura mesopotámica, sin embargo, las artes edilicias suplían las deficiencias del dios del cielo siempre que estuvieran en manos y en boca del dios de la arquitectura. La labor humana, pese a la ayuda de la divinidad, no podía competir con el trabajo del dios de la arquitectura. La técnica suplía la creación divina siempre que fuera un dios el que la ejerciera.

Los artesanos -pintores, escultores, ceramistas, herreros, carpinteros, arquitectos- griegos tenían distintos patronos divinos. Sus saberes les habían sido comunicado por dioses y héroes. Los modelos que seguían para pintar, esculpir y edificar tenían un origen sobrenatural. Los artesanos arcaicos eran considerados unos magos, y los poetas, incluso en épocas clásica y helenística, estaban favorecidos por los dioses quienes les dictaban lo que tenían que contar y cómo tenían que componer los versos. Eran vistos como los portavoces del cielo. Suplicaban la ayuda de las musas y éstas accedían. El poema era, así pues, una creación divina y no humana.

Pero lo cierto es que la suerte de los artesanos, en Grecia al menos, no era deseable. Incluso cuando eran juzgados como magos o portavoces celestiales, se pensaba que eran unas marionetas que los dioses utilizaban. Por otra parte, el que no fueran responsables de sus actos ni de sus obras decía poco en su favor.

Este desprecio por el artista no impedía que las artes fueran bien vistas.

Así, Aristóteles sostenía que "en algunos casos el arte completa lo que la naturaleza no puede llevar a cabo" (Física, II, 199a, 17-18), Arte traduce la palabra griega que Aristóteles reiteradamente emplea: tejné. Esta palabra no significa técnica; no designa un conjunto de saberes y procedimientos que concluyen con la fabricación de un objeto, sino que significa descubrimiento. Algo está en frente de nosotros que no vemos y la técnica lo expone a la luz. La técnica tiene como fin llevar a término, materializar, lo que se halla en estado latente (en "potencia").

La técnica es un proceder similar al que usa la naturaleza. Es tan válido y eficaz. Así, Aristóteles escribe que "si una casa (oikos, que designa la casa en relación a sus ocupantes. una casa vivida) hubiese sido generada por la naturaleza, habría sido generada tal como lo está ahora por el arte. Y si las cosas por naturaleza (physis) fuesen generadas no solo por la naturaleza sino también por el arte, serían generadas tales como lo están ahora por la naturaleza" (199a, 14-15).

La arquitectura rivaliza con la naturaleza en la creación de cosas. Incluso mejora o concluye lo que ésta es incapaz de realizar, lo que deja a medio "hacer".  El arte no se opone a la naturaleza sino que está a su servicio.

La arquitectura aparece así, no como un medio para generar formar sino para desvelarlas. Del mismo modo que Miguel Ángel, dos mil años más tarde, sostendrá que el trabajo del escultor consiste en desenterrar formas o seres encerrados en la materia hasta liberarlos y descubrirlos, Aristóteles pensaba que la arquitectura es el arte de mostrar lo que se encuentra en el espacio. Espacios habitables, lugares que el arquitecto acaba por conformar. Las casas no se idean y se construyen fuera de un lugar. No se conciben en abstracto y se emplazan a continuación, sino que las casas son la forma habitable que un lugar ya posee. El arquitecto solo acaba por conformar lo que el lugar ya ofrece: un espacio donde asentarse y vivir. Así, las casas se construyen con los materiales del lugar, las piedras, la arcilla, la madera propia de un espacio. La arquitectura consiste en una reorganización, una reordenación de los materiales propios de un sitio de modo que la casa, el hábitat que quizá aun no se perciba, la protección y la acogida inherentes a un lugar se hagan patentes. La arquitectura da una forma  visible y definitiva a lo que el espacio encierra. Ayuda a que el espacio se ponga al servicio del hombre, y que éste reconozca que aquel lugar que la arquitectura designa y conforma sea el lugar apropiado para él, sea su casa.

 

CHARLIE CHAPLIN (1889-1977): LA CASA EN EL VACÍO (THE GOLD RUSH -LA QUIMERA DEL ORO-, 1925)




Célebre secuencia sobre una cabaña, desplazada por el viento de noche hasta un precipicio helado, en la que los dos personajes se desperezan tiritando por la mañana y descubren, con sorpresa, angustia y miedo, que la casa no está fija sino que se inclina según cómo se desplazan en el interior, hasta que Charlot cae en que...
...o cuando la casa pierde sus asideras, cuando ya no está enraizada.

martes, 10 de mayo de 2016

LA BELLEZA, SEGÚN ALBERT CAMUS

"En el fondo de toda belleza habita algo inhumano y esas colinas, la dulzura del cielo, esos dibujos de árboles, he aquí que al cabo de un minuto pierden el sentido ilusorio con el que los revestíamos, desde entonces más lejanos que un paraíso perdido."

Albert Camus, el mito de Sísifo, 1942)

domingo, 8 de mayo de 2016

Aprendiendo de las Vegas (o Gaudí, ¡Pop!)













Fotos: Tocho, mayo de 2016

Aprendiendo de las Vegas fue un libro de los arquitectos Robert Venturi y Denise Scott Brown que, pese  -o debido- a sus pocas páginas cambió decisivamente y quizá para siempre la manera de proyectar y construir, y de mirar la arquitectura. Publicado en 1968, a finales de la era del Pop, destacaba los valores formales y el contenido de los casinos de las Vegas, marcados por la disolución de la barrera entre artes culta y popular, forma y contenido, estructura y decoración, esencia y apariencia. Todo valía siempre que pusiera en jaque los principios compositivos clásicos que habían seguido estando vigentes durante los años del racionalismo y del estilo internacional. La pureza quedaba abolida. Los anuncios, los mensajes, eran la obra.
El templo expiatorio de la Sagrada Familia en Barcelona, iniciado por Francisco de Paula, continuado por Antonio Gaudí y, tras el fallecimiento de éste y la pérdida de planos y maquetas durante la Guerra Civil, recreado por Luis Bonet, Jordi Bonet y Jordi Fauli, sigue, desde los años 80 los preceptos defendidos por Venturi  y Scott Brown.
La mezcla de barandillas de hierro forjado, aluminio y vidrio, los ascensores de vidrio panorámico, los focos en forma de esfera, las luces de colores, las vidrieras de colores chillones, el uso de recubrimientos de mármoles que simulan que las formas son macizas, en el interior del templo, las grandes puertas de bronce floreadas dignas de Ágata Ruiz de la Prada,, proceden del lenguaje de las casinos y los hoteles de las Vegas,  
La influencia de Venturi es aun más presente ya que la composición de las naves también sigue sus análisis de la arquitectura en su estudio clásico, que todo arquitecto de cierta edad ha leído y amado, Complejidad y contradicción de la arquitectura. Así, la amplitud y altura de las naves está neutralizada por la profusión de columnas y de remates que impiden tener una visión unitaria del espacio; éste se muestra fragmentado y angosto; el área del coro está proyectada de tal modo que los cantantes no pueden ver al director por lo que aquéllos tienen que seguir los movimientos del director a través de pantallas, lo que mezcla realidad y ficción; las formas por un lado quieren parecer de piedra maciza, pero por otro no esconden sus perfiles recortados por ordenador.
Tal como se muestra hoy, la Sagrada Familia enriquece el conjunto de arquitecturas que ya goza de la Ciudad de las Artes y las Ciencias de Valencia, FerrariLand -de próxima apertura en el recinto de Port Aventura, cerca de Tarragona-, Terra Mítica, no lejos de Alicante, la basílica de Montserrat, el Valle de los Caídos, y se yergue como una excelente aproximación a la gran arquitectura del palacio de Saddam Hussein en Babilonia, y las extraordinarias ciudades de Dubai, Marbella y  Astaná (la nueva capital de Kajastán), entre otras, que han logrado que los estrictos criterios de valor en arquitectura finalmente hayan sido puestos en tela de juicio. Hoy, los más importantes teóricos de la arquitectura y arquitectos catalanes, que no supieron ver la grandeza de la Sagrada Familia, han acabado por confesar su admiración. Desde luego, BCN World no es ya necesario para poder disfrutar de una nueva experiencia espacial. Todo, por solo dieciséis euros.

Agradecimientos a Eric Rusiñol y sus explicaciones históricas, proyectuales y constructivas