lunes, 28 de noviembre de 2016

WALTER JONAS (1910-1979): INTRAPOLIS (1958-1971)

























Durante un viaje a Brasil, el artista suizo Walter Jonas concibió un modelo de ciudad llamada Intrapolis en 1958.

Durante la Segunda Guerra Mundial, Jonas grabó varias imágenes para ilustrar el poema mesopotámico de Gilgamesh que narra las aventuras del rey de Uruk, inicialmente tiránico pero, tras duras pruebas y la aceptación del carácter ineludible de la muerte humana, magnánimo. Entendió que su obra -la ciudad cuyos cimientos estableció y cuyos muros mandó levantar- perduraría y que mantendría vivo el recuerdo de su paso por la tierra, de su nombre, siempre que gobernase con justicia ya que la ciudad no sería destruida por el cielo.

Intrapolis fue un modelo de ciudad oriental trasplantada en Alemania. Las casas y los servicios estaban volcados hacia el interior. Fuera, tan solo la circulación motorizada. Gigantescos embudos de cien metros de alto y doscientos treinta metros de boca, que recogían un patio en forma de cono invertido, un espacio interior abierto al cielo, se componían de múltiples pisos. En los inferiores, allí dónde la luz apenas llegaba, se disponían los servicios: desde el ocio -cine- hasta el comercio. Las plantas superiores acogían setecientas viviendas. Galerías abiertas unían viviendas, tiendas y equipamientos. la vegetación crecía sobre todo en las partes superiores. Pasarelas superiores permitían desplazarse de un módulo a otro. Los muros de los embudos impedían que el ruido invadiera los espacios interiores. Pese a la contundencia de los módulos, ocupaban una porción muy limitada de tierra. Los movimientos circulares recordaban los de los claustros que invitan a la meditación. La ciudad estaba literalmente vuelta sobre sí misma. Se trataba de un lugar donde estar y pensar.
Jonas nunca consideró que esas ciudades eran utopías. Recibió el encargo público y oficial de construir varias Intrapolis en Alemania. La falta de fondos, y la muerte del artista, impidieron su realización.

domingo, 27 de noviembre de 2016

FRANCO BATTIATO (1945): MESOPOTAMIA (1989 -CONCIERTO EN BAGDAD, 1992)




MESOPOTAMIA

Lo sai che più si invecchia
più affiorano ricordi lontanissimi
come se fosse ieri
mi vedo a volte in braccio a mia madre
e sento ancora i teneri commenti di mio padre
i pranzi, le domeniche dai nonni
le voglie e le esplosioni irrazionali
i primi passi, gioie e dispiaceri.
La prima goccia bianca che spavento
e che piacere strano
e un innamoramento senza senso
per legge naturale a quell'età
i primi accordi su di un organo da chiesa in sacrestia
ed un dogmatico rispetto
verso le istituzioni.
Che cosa resterà di me? Del transito terrestre?
Di tutte le impressioni che ho avuto in questa vita?
Mi piacciono le scelte radicali
la morte consapevole che si autoimpose Socrate
e la scomparsa misteriosa e unica di Majorana
la vita cinica ed interessante di Landolfi
opposto ma vicino a un monaco birmano
o la misantropia celeste in Benedetti Michelangeli.
Anch'io a guardarmi bene vivo da millenni
e vengo dritto dalla civiltà più alta dei Sumeri
dall'arte cuneiforme degli Scribi
e dormo spesso dentro un sacco a pelo
perché non voglio perdere i contatti con la terra.
La valle tra i due fiumi della Mesopotamia
che vide alle sue rive Isacco di Ninive.
Che cosa resterà di noi? Del transito terrestre?
Di tutte le impressioni che abbiamo in questa vita?

sábado, 26 de noviembre de 2016

DAVE FLEISCHER (1894-1979): CHESS-NUTS ( AJEDREZ ENLOQUECIDO, 1932)



Cuando la torre del ajedrez se convierte en una torre real -en la que se han solido encerrar a heroinas (desde Dánae a Santa Bárbara -patrona de los arquitectos)

Sentido común (sensus communis): el sentido del arte

Equipos, grupos, bandas, colectivos, comunidades, ciudades, naciones se representan mediante signos, símbolos, colores, colores, estatuas, tótems, monumentos (como el arca de la alianza, por ejemplo). Interpretan a estos objetos como nexos de unión entre los miembros de quienes se reconocen en aquéllos.  Estos grupos dependen de la existencia, de la presencia visible o latente de los elementos gráficos o escritos de unión. Todos los miembros participan de una misma opinión o juicio. Se saben partícipes de un grupo gracias a un determinado signo de reconocimiento. En algunas culturas antiguas, "tradicionales" o "primitivas", los signos no son entes inertes sino dotados de fuerza: se les considera incluso los creadores reales de la comunidad. Todos creen descender de este signo que los ha alumbrado.
La defensa de estos signos es un deber moral. Creen en éstos. El Credo es una oración imperativa que cada miembro recita sin cuestionar lo que afirma. Los miembros son capaces de alzarse en armas para proteger a lo que les ha creado, unido y los identifica. Nada les detiene en ocasiones. Las guerras de banderas son las más crueles. Saben que la desaparición de los signos llevaría a la disolución de la comunidad. Es por este motivo que las guerras en culturas antiguas tenía como objetivo el rapto o la destrucción de dichos signos: ante su desaparición o su entrega, perdida su efectividad -los dioses o las fuerzas sobrenaturales alojadas en los signos los habrían abandonado-, una comunidad se sabía perdida. Ya no tenía sentido defenderse. no había nada qué defender.

Este concepción de determinadas imágenes poderosas, capaces de influir decisivamente en la vida de los seres humanos (teniendo la vida y la muerte de éstos en su poder), choca con el juicio estético moderno. La consideración de una imagen es subjetiva. Cada espectador es libre de aceptar o rechazar una imagen, de apreciarla, despreciarla o desinteresarse de ella. La discusión es imposible, absurda o estéril. Cada espectador puede legítimamente defender su punto de vista. No existe ninguna razón para que una opinión sea más válida que otra. Mientras que todos los seguidores de un dios, un divo, un astro, una estrella (de la religión, el arte, el espectáculo o la política) unen su voz y no manifiestan ninguna discrepancia sobre la bondad y belleza del signo en el que creen -ni pueden, so pena de expulsión, excomulgación, prisión o condena, manifestar ninguna duda ni menos rechazo alguno de un signo de reconocimiento, cada espectador de una obra de arte puede y debe expresar una "opinión" personal. Es posible que los especialistas tengan una voz más asentada, pero nadie está legitimado para exponer que su juicio es el único legítimo. Quienes no comulgan con determinadas obras tienen que tener la libertad de expresar su juicio sin cortapisas. Podrán cambiar de "opinión", sin duda, y cualquier cambio debe ser aceptado.

Estos dos juicios -el primero de los cuáles no es necesariamente antiguo o tradicional, ya que sigue plenamente vigente hoy, como los dogmas políticos y religiosos nos lo recuerdan diariamente- no se contraponen tanto como parece.
Kant enunció que los juicios estéticos eran subjetivos pero se podían, paradójicamente, compartir. Los juicios no eran tan distintos como pudiera parecer. Las discrepancias, a menudo, eran más superficiales de lo que se pudiera creer. Existían puntos de encuentro, gracias a los que se podían dirimir diferencias.
La razón era sencilla. El ser humano posee un sexto sentido: el sentido común. Todos lo poseemos -o lo compartimos. Gracias a este sentido nuestros juicios siguen siendo personales -nadie comulga con ruedas de molino- pero todos o casi todos expresamos juicios semejantes. Nos relacionamos de un modo parecido con las imágenes. Y somo capaces de encontrarles un mismo sentido, un sentido que compartimos.
El juicio estético kantiano retoma las consideraciones antiguas sobre las imágenes. Éstas poseen un significado, son portadoras de ideas, nociones o mensajes, que todos captamos y aceptamos. La discusión puede versar sobre la interpretación de este mensaje, pero el sentido es claro.
La imagen (la obra de arte) tiene así, como los tótems primitivos, la capacidad de organizar comunidades. Los espectadores comparten valores que las obras de arte portan. Una comunidad es un grupo que halla sentido a las cosas, o que sabe dotarlas de sentido, para la cual la vida tiene sentido, sea cual sea éste. La obra de arte dota la vida de sentido; el sentido orienta la vida, indica cuál es el camino. Un sentido no es un núcleo cerrado, sino una línea que discurre y que invita a seguirla hasta el final: el final de la vida, vida que no se pierde si se sigue el hilo de la obra (de la novela como apuntaba Proust). Nada se pierde, pues, en contacto con el arte.
Pero la obra de arte, a diferencia de banderas, tótems y proclamas religiosas o políticas, deja al espectador en libertad. Libre es de hallar el sentido, de seguirlo, de profundizar en lo que la obra dice. La obra de arte es una voz, es portadora de un mensaje, pero no se trata de un edicto, de un dogma de fe: es un camino abierto, difícil, sin duda, con obstáculos, pero gratificante, pero que solo se sigue en libertad -y juntos. Nadie es ejecutado por disentir, o no hallarle sentido alguno al arte (salvo  con el retorno de los brujos. La Alemania nazi decretó que ciertos artistas eran degenerados, o la Unión Soviética bajo Stalin eliminaba a artistas y a quienes no querían confundir imágenes y banderas; brujos que vuelven en varias partes del mundo, algunas muy cercanas). Una obra invita siempre a discutirla, y a recordarla, compartiendo impresiones y, luego, recuerdos, lo único que nos queda del camino ya transitado, y que manifiesta la bondad del trayecto ya cubierto.

viernes, 25 de noviembre de 2016

LOÏC FROISSART (¿1989?): MA CABANE (MI CABAÑA EN EL BOSQUE, 2016)












Un joven se adentra en el bosque para pasar unos días en su cabaña. Pero no se da cuenta que un oso -que habitualmente ocupa la cabaña- le sigue....

Un cuento sin texto hermoso, publicado en el mes de octubre de este año, de un joven ilustrador francés.

LEÓN MUÑOZ-SANTINI (1976): THE SUBURBS (CIUDAD JUÁREZ, 2013-2016)

















La serie de fotografías sobre Ciudad Juárez en México que Muñoz-Santini (conocido sobre todo por sus libros para niños, premiados en Bolonia) tomó, se inspiran en una serie anterior célebre que el artista norteamericana Ed Ruscha realizó en Las Vegas en 1966: una desolada sucesión de construcciones inhóspitas, medio abandonadas, incapaces de constituir una comunidad, o una ciudad, en un páramo desértico, debido a la codicia y la violencia. La luz inclemente, las calles demasiado anchas y sin urbanizar, la mezcla de ruinas y casas pareadas sin terminar, la ausencia de cualquier muestra de vida que la luz hiriente acentúa, retratan el fracaso de una ciudad, de una concepción del urbanismo que nunca fue proyectado para acoger vidas.