Las cartas que Joan Miró enviaba a otros artistas (pintores, poetas) suelen tratar temas de arte: técnicas de grabación, obras a realizar, exposiciones, etc.
Una carta enviada a Tristan Tzara -conservada en la biblioteca Louis Doucet de París-, se abre a otras preocupaciones. El 15 de febrero de 1939, Miró escribió al poeta Tristan Tzara para pedirle que tratara de liberar al pintor surrealista español Antonio Rodríguez Luna del campo de concentración en Argelès (Francia) debido a su precario estado de salud: "si se queda allí su vida corre peligro", escribe Miró.
Pide también a Tzara si pudiera intervenir para que Joan Prats, amigo y mecenas, pudiera ser liberado igualmente.
Un mes más tarde, el 21 de marzo, Miró vuelve a escribir a Tzara para agradecerle las gestiones y explicarle que Rodríguez Luna ha salido del campo y se halla en un piso del señor de Jouvenel (seguramente Renaud de Jouvenel, escritor comunista, miembro de una conocida familia en la política francesa) en París: "es para él como un sueño tras la pesadilla".
La biografía de Rodríguez Luna recoge la intervención de Miró pero no la de Tzara. Por otra parte, al parecer, se sabía que Prats fue hecho prisionero pero se pensaba que había ocurrido en España, no en un campo de concentración francés.
Las cartas siguientes de Miró a Tzara volvieron a tratar temas de técnicas artísticas
jueves, 12 de enero de 2017
miércoles, 11 de enero de 2017
Calma (estatuaria sumeria)
Los artistas futuristas querían guerra. alababan las armas para acabar con órdenes y formas caducas y dar paso, tras una tabula rasa, a un nuevo mundo.
Esta visión tan combativa del arte no tuvo predicamento en todos los artistas.
Pese a que Joan Miró quiso "destruir la pintura" -con unos lienzos un tanto patéticamente quemados al final de su vida-, visitaba regularmente el Museo del Louvre de París -ciudad donde pasaba la mitad del año-. Las salas que más afeccionaba, declaró durante una visita conjunta con Pierre Schneider, eran las dedicadas al Próximo Oriente antiguo. Mientras casi despreciaba el arte babilónico -seguramente con razón- por exhibir excesiva técnica y pocas emociones, alababa el arte sumerio. Las salas que acogen obras sumerias eran "sus barrios", su mundo. Lo que más le emocionaba era la calma que transmitían las estatuas.
Calma era también lo que Henry Moore, a principios de los años treinta, sintió ante las estatuas exentas, sedentes o de pie, del rey neo-sumerio Gudea, con los ojos bien abiertos y las manos juntas, en un gesto que puede leerse como de sumisión, imploración o respeto, y cuando las estatuas exentas, de pie, de orantes del templo sumerio de Khafaje (en Iraq) fueron descubiertas por una misión norteamericana del Oriental Institute, expuestas y divulgadas en hermosos libros de arte de Henry Frankfort. Las estatuas expresaban calma e inspiraban calma. Eran figuras seguras y serenas.
Calma era una palabra que formaba parte del título de una célebre pintura de Henry Matisse de principios del siglo XX: Calma, Lujo y Voluptuosidad. La imagen era arcádica. Mostraba una escena edénica de otro tiempo. Un tiempo anterior al tiempo.
Arcádicas, primigenias -que no primitivas- aparecían las estatuas sumerias. Pertenecían a un tiempo armonioso, anterior a los conflictos, libre de éstos. Parecían mostrarse para serenar. Pero, al mismo tiempo, las emociones que poseían o suscitaban eran la prueba que pertenecían a tiempos que ya nada tenían que ver con el tiempo moderno. Su serenidad era símbolo de su extrañeza. No eran obras de arte humanas. De algún modo, nada podían decir. Miraban desde este otro mundo inalcanzable. Despertaban admiración, nostalgia pero también una sensación de incomprensión. No eran el origen del arte (occidental) como sostenían algunos críticos, sino que eran fruto de tiempos ajenos, con los que era imposible comunicar. Figuras ensimismadas, admirables y lejanas -que artistas como Moore, Giacometti, de Kooning o Miró, observaron e interpretaron-; figuras en cierto modo aleccionadoras y prescindibles a la vez.
martes, 10 de enero de 2017
Los Sumerios y los Situacionistas
Situacionistas y sumerios no parecen términos que se puedan
relacionar. Los Situacionistas fueron un grupo de artistas y arquitectos
internacionales que en los años 50 propugnaron una interpretación de la ciudad
basada en vivencias personales, en una exploración de la ciudad prescindiendo
de planos y planes ya conocidos. Los sumerios –los mesopotámicos del sur-
fueron quienes fundaron algunas de las primeras ciudades del mundo, o dotaron
de estructuras urbanas y políticas asentamientos anteriores convirtiéndolas en
ciudades que dominaban el entorno y vivían de él.
No parece que los Situacionistas pudieran interesarse –ni
siquiera pensar- en una cultura o unas ciudades del próximo oriente antiguo,
jerarquizadas y dominadas por reyes y sacerdotes.
Los Situacionistas combatían el tedio. Ciudades
idénticamente planificadas, vidas codificadas, desplazamientos trazados, la
vida urbana parecía regirse por códigos y modos de empleo fijados. Los esquemas
que se podrían haber dibujado a partir de movimientos y encuentros de
ciudadanos en diversas ciudades podrían haber coincidido. La imaginación no
debía de haberlos regido.
Un pintor situacionista italiano como Giuseppe
Pinot-Gallizio denunciada la falta de visión de la vida urbana. Era previsible.
Le faltaba hálito poético. Las epopeyas que constituían una vida, las pruebas
que pautaban éstas, las trágicas decisiones que hacían avanzar el mundo y las
vidas personales solo podían proceder de los mitos. Las culturas más antiguas
estaban imbuidos por el mito. El mito ofrecía modelos de comportamiento que
desbarataban el destino, y abrían perspectivas desconocidas. El mundo del mito
acabó con el incendio de la biblioteca de Alejandria. Leyendas, tragedias y
poesías se consumieron. Las enseñanzas que aportaban desaparecieron. Pero
incluso, entre los rescoldos, se salvaron algunos testimonios. Y éstos deberían
seguir alimentando la vida.
La cultura urbana más marcada por el mito era, según aquel
artista italiano, la sumeria: “las trazas de las civilizaciones urbanas de los
Sumerios –escribió en un pasquín en 1959, publicado este mismo año en la
revista situacionista italiana Notizie – y del nomadismo fenicio alimentan como
un incienso embriagador las esperanzas de los hombres”.
Las ciudades Sumerias fueron fundadas por dioses y héroes.
Los mitos las describen, describen las andanzas de aquéllos. Los trazados
urbanos laberínticos de las ciudades sumerias parecen un mapa de las vidas sin
rumbo pero con sentido de los seres que protagonizaban los mitos. Éstas eran
las estructuras que cabría recuperar, o éstas eran los recorridos, las lecturas
del espacio urbano que los incendios que acabaron con el mundo antiguo no
extinguieron. El pasado mítico aun podía ser una fuente de inspiración. Sumer
no había muerto.
domingo, 8 de enero de 2017
STEVEN SPIELBERG (1946): RAIDERS OF THE LOST ARK (LA BÚSQUEDA DEL ARCA PÉRDIDA,1981): LA CÁMARA DE LA MAQUETA
Mítica escena en la que una maqueta de una templo egipcio juega un papel fundamental. Nunca una maqueta arquitectónica había revelado el camino a seguir...
sábado, 7 de enero de 2017
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