Sin embargo, Le Corbusier se formó en el siglo XIX. Poseía, como todos los artistas y arquitectos de la época, una sólida formación en historia del arte y de la arquitectura. Las artes del pasado no le eran extrañas.
Conocidos son sus primeros viajes, y sus primeras impresiones, por Italia. Su "viaje a Oriente" -en verdad, hasta Estambul-, a principios del siglo XX, durante el que visitó tanto el Partenón en Atenas cuanto la mezquita de Santa Sofía -aun era un templo islámico por el aquel entonces- en la ciudad entre los dos continentes, han sido comentados. Sus dibujos de catedrales góticas también son recordados.
Pero nada hacía presagiar su interés por el arte mesopotámico.
Éste su interés no debería ser sorprendente, sin embargo. Las estatuas, los relieves, los sellos cilindro sumerios, babilónicos, asirios, se conocían en Occidente desde la segunda mitad del siglo XIX gracias a las primeras misiones militares y arqueológicas de las potencias occidentales (Francia, Prusia, Inglaterra) que buscaban, en tierras árabes y otomanas, tanto debilitar el imperio otomano cuando hallar pruebas arqueológicas de las ciudades descritas por la Biblia, lo que permitiría considerar el Próximo Oriente, fuente del judaísmo y del cristianismo, como una tierra que debería estar en manos cristianas y no de infieles (musulmanas). Babilonia y Asiria habían sido exploradas desde mediados del siglo XIX. El sur de Iraq, empero, donde se ubicaban las ciudades sumero-acadias, de los milenios cuarto y tercero aC, no fue estudiado antes del final de la guerra entre los imperios francés y prusiano, en el último cuarto del siglo XIX, y sobre todo no antes del final de la Primera guerra mundial, tras el desmantelamiento del Imperio otomano y la conversión de la parte oriental del mismo, donde se hablaba árabe, en protectorados y colonias franco-británicas -hasta el final de la Segunda guerra Mundial.
Gracias a las misiones arqueológicas del periodo de entreguerras y la existencia de colonias, los museos occidentales se fueron enriqueciendo con obras sumerias. El aspecto rudo de las estatuas disgustaba a los arqueólogos que esperaban hallar esculturas naturalistas como las egipcias y las griegas. Pero este mismo aspecto fue el que fascinó a los artistas modernos que buscaban en las artes no naturalistas -africanas, oceánicas y, pronto, mesopotámicas- testimonios de creaciones originarias no constreñidas por los códigos del arte greco-latino, obras cercanas a una soñada edad de oro, no marcada aun por la violencia y la guerra.
La carrera de Le Corbusier empezó a principios del siglo XX. Sus primeras obras fueron rehabilitaciones de espacios domésticos, decoraciones de interiores de una clase acomodada suiza y francesa. Le Corbusier estructuraba el espacio, diseñaba muebles y se ocupaba de los elementos decorativos. Solicitaba a sus acaudalados clientes que le abrieran una cuenta a crédito que le permitiera adquirir en su nombre obras de arte, arqueología y decorativas para los interiores, aduciendo que vivía en una ciudad, París, donde se encontraba de todo y a buen preci incluso, para quien, como él, supiera buscar.
Le Corbusier proyectó el interiorismo de un piso para un amigo suyo, Marcel Levaillant. En concreto, se ocupó de la sala de estar y del comedor, para los cuales adquirió cuatro réplicas en yeso de obras antiguas en la tienda de copias del Museo del Louvre: una escultura y un relieve griegos, un relieve neoasirio (Le Corbusier lo denominaba asirio: un genio alado protector de Dur-Sharrukin o Khorsabad), y una escultura "caldea": una testa de Gudea en yeso barnizado de negro -cuyo original, al igual que el relieve, aún se halla en el Louvre. Diseñó una base para la estatua -que describe, en un esquema como "una cabeza con un turbante", un eco involuntario otomano, sin duda-, y ubicó cada réplica en las salas.
La selección debió agradar a Lavaillant ya que, un año más tarde, pidió a Le Corbusier que le adquiriera una cerámica griega; Le Corbusier le replicó que no se vendía ninguna obra notable griega en París por aquellos días, pero que se podían encontrar hermosas estatuas africanas cuya adquisicíon recomendaba, consejo que Levaillant siguió con plena satisfacción.
Le Corbuisier se interesaba así por las artes mesopotámica y africana.
Contó, en la publicación El arte decorativo de hoy, de 1925, su encuentro con el arte mundial del pasado. Estaba familiarizado con las artes renacentistas del Museo del Louvre, pero sus visitas no se limitaban a esta institución sino que también recorrió Museos de arte de Extremo Oriente (Musée Guimet, de París) así como museos etnográficos, y de artes medievales, en Francia y en Italia. Ilustró su crónica sentimental con obras que le llamaron la atención: sellos cilindros mesopotámicos, una estatuilla de un toro, en plata y oro, sumeria -del Museo del Louvre- o un gran motivo ornamental neo-asirio.
Todas esas obras, junto con estatuillas y cerámicas precolombinas, de la Grecia arcaica, egipcias y del Extremo oriente, formaban parte del "arte primitivo" cuyo descubrimiento debía regenerar el mundo del arte delicuescente, devolverle el espíritu perdido, un espíritu renovado.
El arte renacía con Sumeria.
Agradecimientos a Arnaud Dercelles y la Fundación le Corbusier de París