Fotos: Tocho, Noheda, julio de 2018
Los humanos somos dados a menudo en buscar prontas justificaciones o explicaciones en los cielos (lunas rojas, alineaciones astrales, cometas, vuelos de los pájaros) y en imaginarios orígenes y hechos del pasado que nunca se dieron (batallas perdidas, supuestos agravios comparativos, figuras legendarias, orígenes míticos), o en figuras mitificadas (huidos convertidos en perseguidos, como Napoleón y otros ejemplos contemporáneos). La lejanía, espacial (el cielo) y temporal (el mito, la leyenda), aparece como la causa de lo que nos ocurre.
A finales del siglo cuarto, el imperio romano occidental se desmoronaba. La administración y el ejército romano eran una presencia simbólica más que efectiva en Hispania. El imperio ya no controlaba los territorios. La misma religión pagana se desvanecía. El emperador Teodosio ordenó el cierre de los templos dedicados a dioses greco-latinos. Mientras, la parte oriental del imperio romano, con capital en Constantinopla, seguía férreamente organizada.
El origen y el prestigio de Roma, contaba la leyenda, venía de Troya. El mítico fundador de Roma, eneas, era un príncipe troyano, y Venus, bajo cuya protección se había instaurado el imperio, era defensora de Troya. ¿Acaso no había sido Venus quien entregara a Helena, princesa griega, a París, el príncipe troyano, desencadenando la eterna guerra de Troya, que acabaría con la fundación de una nueva Troya, Roma?
En tiempos convulsos, era (es) necesario acudir al consuelo de mitos fundaciones, y héroes salvadores. Roma se desvanecía. Evocar su supuesto origen esplendoroso era una manera de reverdecer laureles.
La provincia hispana de la Tarraconense estaba, a finales del siglo cuarto, en manos de grandes terratenientes, dotados incluso de ejércitos, independientes del poder imperial romano deshilachado, aunque seguían rindiendo culto al emperador.
Una de esas figuras poseía la mayor villa de todo el imperio en Hispania. Hasta el mismo palacio de Diocleciano, en Split, empalidecía ante esta posesión, dedicada al ocio y el negocio agrícola. Las estancias tenían mil metros cuadrados. Se trataba ya de un edificio de gusto oriental, con un descomunal triclinio (o "comedor"), cubierto por una bóveda en cruz -una proeza constructiva-, dotado de cuatro recintos de planta semicircular, donde se situaban los comensales, alrededor de un espacio central dotado de un estanque donde se exhibían histriones, músicos y actores durante los banquetes. Los muros estaban cubiertos de relieves. Un inmenso mosaico cubría todo el suelo. Compuesto por teselas diminutas de cuarenta tipos de mármoles orientales y del norte de África, procedentes de canteras imperiales, con un coste solo al alcance de un emperador, y de piezas de oro, se conjugaba con quinientas estatuas de épocas anteriores (en el resto de Hispania solo se han hallado doscientas esculturas).
Los mosaicos representaban los orígenes míticos de Troya, la madre de Roma. Todo empezó con un oráculo no atendido, como es de costumbre, y con una maldición subsiguiente. Enómao, rey de Olimpia, había sido advertido que quien se esposara con su hija, la hermosa Hipodamia, lo mataría. Por este motivo, todos los pretendientes tenían, antes de la petición de mano, que participar en una carrera de carros. Todos estaban trucados. Todos perdieron la cabeza. Mas Hipodamia se enamoró de Pélope, apoyado (y amado otrora) por Poseidón. Decidió que iba a ser el vencedor de la carrera. Pidió a su esclavo que aflojara las ruedas de los carros de los contendientes. Todos sufrieron un accidente mortal. Pélope ganó, aunque las riendas sueltas estrangularon, inadvertivamente, al rey Enómao (cumpliendo así el oráculo). Pélope e Hipodamia fueron maldecidos, y la maldición recayó en sus descendientes: entre éstos,Agamenón y Menelao (el rapto de cuya esposa, Helena, desencadenó la mortífera guerra de Troya, ganada por los griegos, gracias a las reliquias de Pélope). Pero Troya no desapareció. Revivió a través de Roma.
Invocar los orígenes míticos de Roma, rendir culto a dioses orientales (entre éstos, Dionisos órfico, cuya llegada a Grecia, desde la India, está también narrada en un mosaico), dar la espalda al cristianismo en favor del culto a los dioses paganos, era, quizá una manera de apelar a la decadente grandeza romana, en una tierra, cabe Cuenca, dejada a su suerte.
La villa de Noheda fue descubierta hace diez años. La excavación prosigue. Se trata del mayor descubrimiento arqueológico romano de los últimos decenios. Aún no abierta al público, los mosaicos están ya protegidos por una ligera construcción perfectamente adaptada al entorno.
Agradecemos la detallada, entregada, apasionante visita comentada al arqueólogo, director de la misión, el profesor y arqueólogo Miguel Ángel Valero, quien ha logrado hacer revivir una villa imperial, cuyo propietario aún se desconoce, cuyo descubrimiento, siquiera muy parcial, está cambiando la imagen de la tardo antigüedad.