La teoría del arte trata de hallar un sentido a la acción humana -o de dotarla de sentido-, tanto a la creación cuanto a la interpretación de la misma. La teoría es "sensible" a lo que la obra encierra.
La creación debe ser libre. El sentido (o el significado) no debe ser asignado sino encontrado o desvelado durante la creación o el juicio que la obra, fuere cual fuere, merece. Nietzsche denunciaba las obras modernas, sometidas a la política y a la policía; es decir sometidas a designios externos a la obra, convirtiéndola en propaganda o en publicidad. La obra no se "vende"; puede responder a un encargo, muy preciso incluso -los contratos de obras clásicas señalaban hasta la cantidad de materiales costosos que debían utilizarse-, pero no puede ilustrarlo. La obra se basaba en un enunciado por escrito de especificaciones; pero el artista -el pintor, el escultor, el músico- tenían que operar de tal modo que pareciera que era la obra y no el comanditario la que requería determinados materiales, colores y formas. La obra tenía necesidades que el artista debía colmar; la obra dictaba lo que tenía que acoger y mostrar. Si la creación no era libre, la coacción no venía impuesta desde fuera sino desde la misma obra.
Dichas exigencias o limitaciones formales y materiales tienen como fin la mejor "expresión" de un contenido, de modo que la obra "llegue" al espectador y éste tenga la sensación que extrae un sentido o lo infunda a la obra: es decir que la interprete.
Interpretar es teorizar: relacionarse sensiblemente con una obra para entenderla"; entender "sus" "razones"; lo que contiene, lo que tiene a bien comunicarnos, lo que pone o dispone a nuestro alcance, a nuestra capacidad de sentir y de pensar. Razones que dar "sentido" a su presencia en el mundo, que dan fe de su necesidad. Aunque la obra "tenga razones que la razón no entiende" (parafraseando a Pascal), la obra no es gratuita, caprichosa ni está sometida a los designios y las voluntades de quienes han "ordenado" su existencia. Antes bien, la obra existe para someter a quienes la contemplan, sean comanditarios, espectadores o artistas incluso (como bien muestran el mito de Pigmalión, o el maldito retrato de Dorian Grey). Las obras se imponen. Animan, seducen, retan, provocan hasta lograr una reacción, sea física -Pigmalión a los pies de la estatua, abrazándola, Verónica besando el paño en el que la Santa Faz se había inscrito- o reflexiva: teórica, que acepta el poder de la imagen, su presencia, y trata de "entenderla".
Teorizar es dialogar con una obra, sabiendo que nunca llegaremos a entenderla enteramente, porque la obra posee recovecos a los que nunca tendremos acceso, ni siquiera destruyéndola.
Quienes destruyen las imágenes revelan, por un lado, el embrujo en el que han caído, en la provocación en la que se han hundido, y por otro, el miedo que sienten ante una obra que les "puede". Recordemos el final de Dorian Grey o de la madrastra de Blancanieves rompiendo el espejo que no le revela lo que espera. Como la cara es el espejo del alma, en cuanto el espejo se quebró, el rostro de la madrastra....”