Entrevista de Lorenza Pignatti sobre la exposición Perder la cabeza (Ídolos) -To Lose Your Head (Idols)- del pabellón catalán en la Bienal de Arte de Venecia, 2019
Nota: esta entrevista se publicará, próximamente, en italiano en Artribune
Nota: esta entrevista se publicará, próximamente, en italiano en Artribune
En el excelente pabellón que has comisariado,
has creado un archivo compuesto por una decena de estatuas del siglo XX
expuestas en espacios públicos de Barcelona. ¿Cómo se desarrolló el proceso de
selección de las estatuas?
La
selección de obras expuestas, tras unos meses de documentación en archivos y
bibliotecas en Cataluña (Barcelona, Sant Cugat, Tossa, Sant Adrià de
Besós,Tarragona y Balaguer), responde a varios criterios: las obras tenían que
ser estatuas expuestas en el espacio público, que hubieran suscitado reacciones
de entusiasmo o rechazo evidentes en Cataluña, y que éstas hubieran dejado
huellas visibles en las obras (gastadas, pintadas, mutiladas, destruidas), en
los últimos veinte años, sobre todo, y que pudieran, por tamaño, por coste, ser
transportadas a Venecia.
Junto a
esas cuatro estatuas expuestas físicamente en el pabellón, se cuenta, a través
de documentos históricos –periódicos, fotografías, documentales y material
gráfico y escrito diverso, procedente siempre de archivos-, la compleja
historia de una docena más de estatuas en Cataluña con una vida complicada, que
va de la exaltación a la destrucción en los últimos años.
Las
recientes imágenes de destrucción de estatuas en diversos países (Siria, Iraq,
Afganistán, principalmente) -que suceden a historias conocidas de saqueos en
España durante la Guerra Civil, y, anteriormente, durante sombríos periodos
durante la colonización africana en el siglo XIX, la Guerra de los Treinta Años
en Europa, la conquista de Centro y Sudamérica, la guerra de los iconos en
Bizancio en el siglo VIII, la sistemática destrucción de estatuas paganas a
finales del Imperio Romano, y cualquier saqueo de ciudades y bienes en ciudades
durante toda la historia, en cualquier parte del mundo, desde la Edad del Bronce,
cuyas crónicas encuentran portavoces en textos sagrados, como el Antiguo
Testamento, ordenando la destrucción de los “ídolos”-, enmarcan bien lo que
acontece en Cataluña en el siglo XXI. Las estatuas naturalistas públicas (por
definición, el arte abstracto se cierra al mundo sometido al tiempo) no dejan
indiferente, y provocan –quizá tengan como fin despertar conciencias y
encararse con nosotros.
En efecto,
dichas historias no se muestran ni se cuentan como historias aisladas sino que
se insertan en una trama de historias en todo el mundo, ayer y hoy, que dan
cuenta de la capacidad de las estatuas naturalistas de entrar en contacto con
los ciudadanos y de suscitarles reacciones apasionadas y a menudo
incontroladas, independientemente de su cualidad estética. Estas reacciones no
son las que la estética europea, desde el siglo de las luces, esperaba que
diera, reacciones que no se distinguen de las que las representaciones humanas
o divinas –efigies, fetiches, dobles, colosos griegos, etc.- han suscitado desde
siempre.