miércoles, 3 de julio de 2019

Hábito y hábitat (el hábito hace a la arquitectura, o moda y arquitectura)








Ser y estar, bien sabemos, son dos verbos que nombran dos maneras de ser -o del ser- que no se distinguen en otras lenguas. Ser designa lo "esencial", el interior, lo que no está marcado por el tiempo y el espacio, lo que perdura, inmune a los envites del exterior. Estar, por el contrario, designa la condición del ser inserto en el aquí y el ahora. Estar es el ser presentado, visible, que se halla ante nosotros. El ser se retrotrae o, mejor dicho, se muestra a través del estar.

Ser y haber también se oponen de un modo parecido. Haber, en latín (habere), significa tener, en efecto. "Un" haber" es, pues, una posesión, un bien. Éste, en tanto que proyección nuestra -nos proyectamos, y nos mostramos, a través de lo que adquirimos, coleccionamos, guardamos: somos lo que queremos- revela nuestro gusto. Por tanto, un haber denota nuestra manera o forma de ser; forma parte de nosotros -de nuestro ser- pero es lo que nos conecta a los demás. Gracias a nuestros haberes, quienes comparten el mismo espacio o ámbito que nosotros, saben o intuyen cómo somos a través de los indicios que nuestros bienes, lujosos o pobres, abundantes o escasos, dejan entrever -de manera segura. En tanto que un haber dice lo que somos perdurablemente -un haber no es un capricho sino que es fruto de una acción meditada, de una reflexión sobre lo que somos, sobre cómo nos sentimos, sobre cómo nos ubicamos-, un haber forma parte de nuestros hábitos. Un haber es consecuencia de nuestra manera más habitual de "emplazarnos", de mirar al mundo. El haber es la manera de mostrarse del ser, "es" el ser insertado en las convenciones, las marcas espacio-temporales. El haber es la cara del ser, ser que se muestra a través de sus haberes. El ser, contrariamente a lo que afirmaba Aristóteles, no es una "entelequia": no logra "ser" lo que es, lo que debería ser. No llega a buen puerto. No cumple la finalidad a la que aspira. El ser es autista. Necesita de una apertura, necesita abrirse para poder "ser". Esta puerta, que le abre a los demás, es lo que lo distingue, dice lo que "es", y lo hace reconocible, es decir, es lo que lo dota de "personalidad". Dicha apertura le dota de carácter, expresa lo que es, siente y piensa. Lo manifiesta. Lo inserta en el tiempo y el espacio. Por si mismo, sin dicho envoltorio que lo desliza hacia y el ahora, el ser se retrotrae, se esconde, se encoge, hasta llegar a no "ser" nada.

El haber más visible y habitual es el hábito. Sin él, nos sentimos desnudos, y corremos a protegernos, a escondernos. El rey desnudo no "es" nadie. Es un don nadie. No tiene presencia, no tiene lugar. Es inconcebible. No existe. No "es". La desnudez oculta, nos oculta a los demás. Solo cuando nos sentimos convenientemente vestidos, cuando nos sentimos a "gusto" -el vestido, al igual que las posesiones o haberes, es una cuestión  de gusto- con lo que portamos o tenemos, con lo que nos envuelve -pero al mismo tiempo nos exhibe.  El hábito nos permite "estar", es la "manera" cómo el ser afronta el tiempo y el espacio, cómo se relaciona con él. El tiempo pasa sobre el hábito, cuyo desgaste o cambio afecta al ser.
Por tanto, gracias al hábito estamos aquí y ahora, habitamos el mundo. El hábito -que nos reviste- es el modo como "estamos", como nos desplegamos en el tiempo y el espacio. El hábito es la muestra de nuestra comodidad, de que estamos bien, habituados, a lo que nos rodea -y nos prolonga. El hábito nos abre a los demás, es nuestra manera de relacionarnos, de compartir, de dialogar. El hábito establece relaciones de buena vecindad, al mismo tiempo que delimita el espacio que ocupamos.
El hábito es un hábito. Puesto que nos sentimos en confianza, debidamente cubiertos o protegidos -de miradas insidiosas, miradas no no han "lugar", pues curiosamente, nada se oculta cuando nos sentimos bien arropados, confiados en lo que nos envuelve, siendo el hábito una segunda piel, piel a través de la cual establecemos y mantenemos un contacto sensible y sensual con el mundo, con los demás- el hábito es nuestra manera de estar o habitar el mundo. Sin el hábito y el hábitat no seríamos nada, no "seríamos": nuestro ser no ocuparía "lugar". No "estaría" ante los demás.

El arquitecto austríaco Bernard Rudofsky, en los años treinta y cuarenta, tomando a Le Corbusier a contrapelo, fue el primero o uno de los primeros en mostrar, en publicaciones y en una exposición memorable en el Museo de Arte Moderno (MoMA) de Nueva York -Are Clothes Modern?, en 1944-, las estrechas relaciones entre el hábito y el hábitat, partiendo del presupuesto que habitamos nuestros hábitos y nuestros hábitats, hábitos y hábitats que dicen lo que somos, que forman parte de nuestros hábitos, de lo que habitualmente somos, de cómo somos habitualmente. Forman parte de nuestras costumbres. La "coutume" y el "costumbre", el hábito y el "hábito" o costumbre, el hábito, el "hábito" y el hábitat son son las "maneras" o formas de ser que "poseemos".

Setenta y tres años más tarde, hace un año y medio, el MoMA "revisitó" este exposición, la revistió adaptándola a los tiempos actuales: Is Fashion Modern? retomaba los postulados de Rudofsky, y denotaba que no habían perdido vigencia, como ayer se demostró en la presentación de la nueva colección de alta costura de la Casa Dior, en París, inspirada por las consideraciones de Rudofsky sobre cómo nos mostramos y estamos en el mundo.   Un traje -del verbo latino trahere: traer y atraer- nos hace visible, nos trae a colación, nos inserta en el tiempo y el espacio, al mismo tiempo que atrae las miradas de los demás que, a través de éstas, confirma que hemos hallado nuestro lugar en el mundo, en y con los demás.

Para los arquitectos Victoria Garriga, Gemma Serch, Montse Domínguez , Carolina García Estévez, Ana Noguera, Mercedes Medina  y Jorge Rovira, y la editora Mónica Gili, quienes llevan años reflexionando sobre nuestros hábitos y hábitats. 
  

2 comentarios:

  1. Y si no hay nada esencial en el ser? Y si todo en el ser es efímero? Y si es una multiplicidad de seres? Un corps sans organes? PIS

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. ¡Muchas gracias por la observación!
      Creo que sin ser no existe apariencia, siendo ésta la que introduce al ser en la historia.
      Un ser sin rostro pertenece a la eternidad, un rostro sin ser es una máscara que nunca se animará, pertenece al mundo de los muertos, me parece.
      ¡Gracias de nuevo!

      Eliminar