Una reciente pregunta y la lectura de Homero y Hesiodo pueden aportar alguna respuesta a esta sempiterna pregunta, que la contemplación de objetos de otras culturas, algunos enigmáticos a nuestra vista, y ciertas obras contemporáneas, a veces indistinguibles o invisibles, suscita. Las respuestas a veces son vanas: el arte es lo que uno quiere que sea.
Se ha dicho, tradicionalmente, que una obra de arte es un símbolo. Originariamente, un símbolo era un objeto que sellaba -y mantenía vivo el recuerdo.- de un acuerdo. Lo certificaba y lo reactualizaba. Dicho objeto se partía cuando el acuerdo entre personas (clanes, tríbus o ciudades, como ocurría en la frontera entre tribus celtas y la república romana en Hispania), quedando cada fragmento en manos de una parte enfrentada. El encaje de cada parte, en caso de un conflicto latente, certificada la existencia de un acuerdo previo que invitaba a rebajar la tensión y evitar la contienda.
Si la obra de arte se entiende como un símbolo, aquélla se concibe como el encaje de una forma material y una idea o contenido. La forma lo traduce y manifiesta. toda vez que el encaje es imperfecto -de manera que forma y contenido puedan permanecer separados-, una obra de arte necesita de constantes interpretaciones para tratar de averiguar qué significa: su significado o contenido siempre es ambiguo o incierto: la forma no logra desplegar con precisión toda la riqueza y complejidad de la idea. Las formas sensibles son insensibles a la potencia, la riqueza de las ideas. Éstas no se dejan expresar enteramente.
Esta lectura de la obra de arte lleva inevitablemente a la noción de imitación, platónica (la imitación es una reproducción fiel de una forma existente, es una imagen), o aristotélica (la imitación reproduce la manera como se estructuran y articulan las formas, obviamente el parecido exterior o aparente). De ahí, que la imitación haya constituido durante siglos la clave del arte en occidente.
Sin embargo, la misma noción griega de símbolo apunta en otra dirección. los textos de Homero y Hesiodo lo corroboran. La obra de arte es un objeto o una acción (que no tiene porque ser mimética). En tanto que acción, la obra de arte "performativa", ritualística, teatral, tiene como fin mantener las relaciones entre dos mundos que encajan mal: el divino y el humanó. En tanto que ofrenda, la obra de arte es un don que mantiene las puertas abiertas hacia lo sobrenatural y permite que los hipotéticos beneficios o bienes de aquel recaigan sobre los humanos. La obra de arte sería un medio de conectar mundos separados.
En el mundo estrictamente humano, la obra de arte era (es) un objeto, un ente que existe para ser intercambiado y atesorado. Un objeto no necesariamente valioso ni técnicamente laborioso o perfecto. Pero un objeto al que se le concede un valor singular: es un presente. Al igual que ocurre con nuestras fiestas (bautizos, bodas, aniversarios...), presididas por la entrega o el intercambio de regalos, al igual que no se concibe una invitación sin la entrega de un un regalo (personal, si es posible), era imposible que dos familias, clanes, tribus o ciudades se encontraran y firmaran o renovaran las paces sin la presencia, la entrega y la aceptación de regalos. Éstos, a su vez, mantenían vivo el recuerdo del encuentro al que habían dado sentido, permitían rememoran encuentros fructíferos.
Una obra de arte es así una creación humana; un objeto o una acción que da sentido a la vida, que la mantiene y la preserva, evitando desencuentros, limando asperezas, logrando el perdón de faltas. Una obra de arte es un mecanismo social. Mantiene -o mejora- la estructura social. Para esto, una obra de arte debe pasar de mano en mano, no pertenece a nadie sino a la colectividad, preservada, entre los encuentros, por una u otra familia o persona que, a poco, la inserta de nuevo entre los contactos necesarios para que los humanos vivamos en paz. Una obra de arte es un mecanismo para apaciguar y lograr que nos sigamos mirando las caras, sin avergonzarnos de nada, ni envalentonarnos. La obra de arte mantiene las formas, y da la medida de lo qué somos.
(Para Jorge Raedo, agradeciendo sus comentarios)
jueves, 15 de agosto de 2019
miércoles, 14 de agosto de 2019
AFRICA EXPRESS: CITY IN LIGHTS (2019)
Sobre este conglomerado o proyecto -apreciado o discutido- de músicos ingleses y de distintos países africanos, véase este enlace
martes, 13 de agosto de 2019
De la hospitalidad (brazos abiertos)
48 Diciendo así, el divinal porquerizo guióle á la cabaña, introdújole en ella, é hízole sentar, después de esparcir por el suelo muchas ramas secas, las cuales cubrió con la piel de una cabra montés, grande, vellosa y tupida, que le servía de lecho. Holgóse Ulises del recibimiento que le hacía Eumeo, y le habló de esta suerte:
53 «¡Júpiter y los inmortales dioses te concedan, oh huésped, lo que más anheles; ya que con tal benevolencia me has acogido!»
55 Y tú le contestaste así, porquerizo Eumeo: «¡Oh forastero! No me es lícito despreciar al huésped que se presente, aunque sea más miserable que tú, pues todos los forasteros y pobres son de Júpiter.
(Homero: Odisea, XIV, 45-48)
Es así cómo Eumeo, un pobre y anciano esclavo sirio, un porquero, recibió a un mendigo (que resultaría ser su señor, Ulises disfrazado para no ser reconocido por los nobles que, durante una ausencia de diez años a causa de la guerra de Troya, habían invadido y saqueado sus dominios).
La ley de la hospitalidad, en la Grecia antigua, bajo el ojo avizor del dios Zeus el Hospitalario, exigía que se recibiera con los brazos abiertos, incluso cuando no se tenía casi nada, a todo aquel que, abandonado y sin bienes, llegara suplicando un refugio, una ayuda. Era una ley sagrada. Nadie la violó durante toda la antigüedad.
Dicha ayuda no tenía que ver con la caridad. Aunque esta palabra, en Grecia y en Roma, significaba gracia (charis griega), precio y aprecio (caritas romana), hoy tiende hacia la condescendencia. La hospitalidad, en Grecia, no era el fruto del amor del prójimo sino del estricto cumplimiento de la ley. No ser hospitalario implicaba violar la ley (divina) y, por tanto, una condena: el destierro que, en este caso, conllevaba la expulsión de la comunidad y la imposibilidad de ser recibido y acogido hospitalariamente por otra comunidad. Quien no acogía se convertía en lo que rechazaba. No ser hospitalario era ser injusto: athemistos, es decir carente de themis. Ésta era la ley que fundamenta y sustenta el mundo, ley divina, además. No atenderla era una impiedad.
Y como Hesiodo añadía, nadie está libre de un día de tener que solicitar ser acogido. La suerte de quienes se creen inmunes a la miseria depende de los dioses, que la conceden y la deniegan.
La ley de la hospitalidad, en la Grecia antigua, bajo el ojo avizor del dios Zeus el Hospitalario, exigía que se recibiera con los brazos abiertos, incluso cuando no se tenía casi nada, a todo aquel que, abandonado y sin bienes, llegara suplicando un refugio, una ayuda. Era una ley sagrada. Nadie la violó durante toda la antigüedad.
Dicha ayuda no tenía que ver con la caridad. Aunque esta palabra, en Grecia y en Roma, significaba gracia (charis griega), precio y aprecio (caritas romana), hoy tiende hacia la condescendencia. La hospitalidad, en Grecia, no era el fruto del amor del prójimo sino del estricto cumplimiento de la ley. No ser hospitalario implicaba violar la ley (divina) y, por tanto, una condena: el destierro que, en este caso, conllevaba la expulsión de la comunidad y la imposibilidad de ser recibido y acogido hospitalariamente por otra comunidad. Quien no acogía se convertía en lo que rechazaba. No ser hospitalario era ser injusto: athemistos, es decir carente de themis. Ésta era la ley que fundamenta y sustenta el mundo, ley divina, además. No atenderla era una impiedad.
Y como Hesiodo añadía, nadie está libre de un día de tener que solicitar ser acogido. La suerte de quienes se creen inmunes a la miseria depende de los dioses, que la conceden y la deniegan.
FRANCESCO TRISTANO (1981): NEON CITY (2019)
Agradecimientos al compositor y pianista luxemburgués, afincado en Barcelona, Francesco Tristano -especialista en la obra de Berio, Cage y Bach, y considerado uno de los mejores y más creativos y personales pianistas del mundo, que por desgracia recibe pocos encargos de los organizadores de conciertos en Barcelona-, por el anuncio de su nuevo disco Tokyo Stories.
TOM JOBIM (1927-1994) & VINICIUS DE MORAES (1913-1980): BRASILIA, SINFONÍA DA ALVORADA (1960)
Sinfonía compuesta por los músicos brasileños Jobim y de Moraes, por encargo del gobierno, con motivo de la inauguración de la nueva capital de Brasil. Dedicada al arquitecto Oscar Niemeyer por sus obras en Brasilia.
Agradecimientos al profesor titular de Historia de la UPC-ETSAB y director del Departamento de Teoría de la ETSAB, Fernando Álvarez, por esta información
lunes, 12 de agosto de 2019
NUEVA YORK (CHRIS RENAUD, 1966: THE SECRET LIFE OF PETS 1 & 2 -MASCOTAS 1 & 2-, 2016-2019)
Quizá no sea casualidad que la visión -colorística, edulcorada (pese a algún apunte realista de oscuras callejuelas laterales) y "expresionista" (con rascacielos imposiblemente altos y esbeltos, involuntariamente inquietantes por recordar los acerados colmillos de un monstruo)- de Nueva York -lo único mencionable de la película- representada en las películas de dibujos animados Mascotas 1 y 2, sea debido a que el director de aquéllas es al mismo tiempo un diseñador gráfico, un ilustrador y un autor de "cómics".
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Animación y arquitectura,
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