La casa es un refugio, un techo protector; un espacio acotado, medido, donde refugiarse. Una casa es un lugar cerrado, a la medida de los peligros que emanan del exterior. En una casa uno no se siente perdido. Aun sin tener en cuanta los peligros que anidan en el interior de una casa, propios de espacios vueltos sobre si mismos, que controlan todo lo que puede ocurrir dentro de ellos, pero que también los esconden de cara a fuera, permitiendo que se desarrollen sin levantar la liebre, lo cierto es que la concepción de una casa como un espacio sin aperturas al exterior la presenta como un espacio a la defensiva, que tiene sentido mientras existan peligros sobre los que alerta (o que crea), un espacio replegado que denota temor y que se niega a abrirse hacia el exterior.
Esta concepción fue corregida o critica por el filósofo francés Levinas. Partiendo de la forma de propia letra hebrea, la consonante b, que le lee también como una palabra que significa casa (b es bait, en hebreo -beit en árabe- y aparte de corresponder a la segunda letra del alfabeto, significa también casa), y que se grafía como un cuadrado con tras lados trazados y el lado izquierdo sin marcar, Levinas postuló que la casa era un espacio abierto al exterior, en el que uno podía recogerse, pero también acoger a los demás. La casa como tierra de acogida. El que la apertura mirara hacia la izquierda, es decir hacia el oeste, la dirección hacia la que el sol transita cuando declina, antes de desaparecer, significaba que la casa estaba dispuesta a acoger hasta a los muertos. De este modo, los vivos y los muertos, los presentes y los antepasados compartían un mismo espacio. La casa era el lugar donde moraban todas las generaciones, a las que la casa ofrecía un lugar seguro. Los muertos no habían vivido en vano. Desde la misma casa estaban junto a los vivos sobre los que velaban.
El lingüista Émile Benveniste, analizando la etimología de la palabra "ario", que significa tanto amigo como enemigo, así como dueño de una casa, defendió que la casa era el lugar de una metamorfosis decisiva para la vida. La casa es el lugar donde hostis se vuelve hostes, donde lo hostil se convierte, al ser recibido en un huésped, donde el hospitalario lo acoge. La casa, así, juega un papel decisivo en la desactivación de los conflictos. Se trata del lugar donde los enemigos, hasta entonces enfrentados, que viven para la guerra, se encuentran y sellan un acuerdo. Desde entonces, la guerra será sino imposible sí mucho más difícil de declarar. La hostilidad ha mutado en hospitalidad. Quienes solo se veían las caras en combate aceptan mirarse a los ojos y reconocerse. Quien recibe introduce su antaño enemigo en el seno de su casa, lo convierte en un miembro de la familia, lo integra de modo que las diferencias desaparecen. Se han vuelto cercanos y pueden compartir valores y espacios. Esta integración, esta aceptación del otro requiere la presencia de un espacio de acogida, espacio que trastoca los valores y trasforma lo distinto en lo mismo. El otro se vuelve como uno mismo. Todos somos moradores.
lunes, 26 de agosto de 2019
domingo, 25 de agosto de 2019
Arquitectura religiosa contemporánea
Una frase que resumía un largo artículo sobre arquitectura religiosa contemporánea, publicada ayer en un diario de tirada nacional española, ha dado lugar a un intercambio de opiniones:
X: Creo que el autor del texto no ha acertado. La afirmación es errónea
Y: ¿Por qué?
X: Es erróneo escribir que, a partir de ahora, las iglesias "sólo" pueden ser ascéticas y además consensuadas a partir de la participación de los usuarios. Eso es un error incomprensible.
Si alguna tipología es aún válida, y deseable la autoría y la desmesura, es precisamente en las tipologías arquitectónicas relacionadas con el culto religioso.
Ya sea católico, islámico o sintoísta.
[Nota: el artículo, pese a estudiar las causas formales y finales de la arquitectura religiosa contemporánea, se centra solo en templos cristianos, obviando, por ejemplo, la existencia de mezquitas (foto 2: mezquita en Teherán) que se apartan de las formas tradicionalmente asumidas y, a menudo, impuestas. Así el proyecto de la mezquita del Viernes Santo, del arquitecto jordano Rasem Badram, en Bagdad, nunca construida, es un buen ejemplo, como la reciente mezquita libanesa de Amir Shakib Arslan, del estudio de arquitectura L.E.FT]
Y: En efecto; la capilla del artista contemporáneo inglés Grayson Perry, Premio Turner, en el condado inglés de Essex -Dream House (foto 4), un templo profano, dedicado a una santa imaginaria del siglo XX, basado en capillas de peregrinaje y en iglesias eslavas- , es un ejemplo de sobreabundancia decorativa actual (el templo está enteramente recubierto de azulejos con distintos motivos geométricos y colores).
La reluciente catedral ortodoxa de la Santa Trinidad (foto 3), del arquitecto Willmote, recientemente inaugurada en París, no se desmarca del templo profano de Perry.
Las iglesias (los templos) no son fruto del consenso, sino que son actos de fe, de confianza o de entrega -ciega o a sabiendas-, no de negociación. No se negocia con la divinidad, ni con el resto de los fieles (que no usuarios): no existirían comunidades religiosas, iglesias, en sentido literal, ya que éstas depositan su confianza, se entregan absolutamente, sin cálculos ni reticencias, sin dudas ni inquietudes, a una o a varias divinidades. La arquitectura religiosa no se distingue de los fieles. Un templo vacío no tiene sentido. No existe, al menos en las religiones monoteístas para las que el templo no es la morada de la divinidad sino un lugar de encuentro entre mortales e inmorales.
X: El templo del Santo Redentor, en la Laguna (Tenerife), de Fernando Menis [origen del artículo comentado, foto 1], es todo lo contrario a ascético.
Es complejo, aleatorio y diverso en texturas y formas.
sábado, 24 de agosto de 2019
El extranjero
Advenedizo es una palabra que designa una realidad poco apreciada: una persona “venida a más”, de fama considerada poco justificada, juzgada como no preparada para las reglas de una comunidad, desconocedora de las mismas, ni merecedora del crédito que supuestamente se le concede. Un advenedizo es un rechazado, sospechoso por no pertenecer a un grupo en el que se ha introducido y en el quizá se ha impuesto, pese a no haber nacido en aquél.
Un advenedizo viene, en efecto, de fuera. No forma parte de un círculo, no tiene reconocimiento ni mérito.
Advenedizo “viene” de advena, que en latín significa extranjero (y por extensión, esclavo): es el que viene de fuera (ad), de lejos; del campo, del extranjero. Es agreste. No es una persona cercana. No es “de los nuestros”. El advenimiento es indeseado, inesperado. Perturba, altera el “orden público”, trastoca las “buenas costumbres o maneras”; no se “comporta”. Se le rechaza. Es un intruso.
Pero eso significa que nadie es un extranjero (o un extraño) de por sí; no existe un extranjero “naturalmente”, la naturaleza extranjera no tiene sentido. Se es siempre un extranjero con respecto a un grupo constituido. Es decir, todos somos extranjeros con respecto a otros. Los nativos, los autóctonos, también son extranjeros ante otros nativos. No “somos”, en esencia, de ningún sitio.
Un extranjero se diferencia de un grupo: no forma parte de él. Es, por tanto, una persona potencialmente hostil: es un extraño. No se sabe nada de él. Causa inquietud o miedo. Se desconocen sus intenciones. No responde a pautas asumidas.
El enfrentamiento es latente, quizá inevitable si no se interviene.
Es en este momento cuando las leyes de la hospitalidad cobran sentido. Desactivan la hostilidad. Tienen como fin integrar al extranjero en una comunidad, de modo que se vea, se sepa qué hace, qué piensa. Compartirá mesa, valores y costumbres. Ya no se le juzgará como un ser ajeno, un enemigo.
El extranjero venía de lejos; hoy está cerca de nosotros, somos cercanos. Ya no damos miedo. La hospitalidad era (y es o debería ser) un ritual gracias al cual todos nos convertimos en huéspedes los unos de los otros, bajo un mismo techo, alrededor de un mismo fuego.
Un advenedizo viene, en efecto, de fuera. No forma parte de un círculo, no tiene reconocimiento ni mérito.
Advenedizo “viene” de advena, que en latín significa extranjero (y por extensión, esclavo): es el que viene de fuera (ad), de lejos; del campo, del extranjero. Es agreste. No es una persona cercana. No es “de los nuestros”. El advenimiento es indeseado, inesperado. Perturba, altera el “orden público”, trastoca las “buenas costumbres o maneras”; no se “comporta”. Se le rechaza. Es un intruso.
Pero eso significa que nadie es un extranjero (o un extraño) de por sí; no existe un extranjero “naturalmente”, la naturaleza extranjera no tiene sentido. Se es siempre un extranjero con respecto a un grupo constituido. Es decir, todos somos extranjeros con respecto a otros. Los nativos, los autóctonos, también son extranjeros ante otros nativos. No “somos”, en esencia, de ningún sitio.
Un extranjero se diferencia de un grupo: no forma parte de él. Es, por tanto, una persona potencialmente hostil: es un extraño. No se sabe nada de él. Causa inquietud o miedo. Se desconocen sus intenciones. No responde a pautas asumidas.
El enfrentamiento es latente, quizá inevitable si no se interviene.
Es en este momento cuando las leyes de la hospitalidad cobran sentido. Desactivan la hostilidad. Tienen como fin integrar al extranjero en una comunidad, de modo que se vea, se sepa qué hace, qué piensa. Compartirá mesa, valores y costumbres. Ya no se le juzgará como un ser ajeno, un enemigo.
El extranjero venía de lejos; hoy está cerca de nosotros, somos cercanos. Ya no damos miedo. La hospitalidad era (y es o debería ser) un ritual gracias al cual todos nos convertimos en huéspedes los unos de los otros, bajo un mismo techo, alrededor de un mismo fuego.
viernes, 23 de agosto de 2019
Familia y esclavitud
Un fámulo es un sirviente, en lenguaje “familiar” - y hoy en desuso.
Esta palabra deriva del latín famulus, que significa esclavo.
De famulus deriva el sustantivo plural latino familia. Éste designa a la servidumbre o, más precisamente, al conjunto de esclavos que atienden en una casa, que forman parte de una “casa”, de una familia.
La moderna palabra familia se refiere a los habitantes de una casa; antiguamente también, pero solo al servicio, el fundamento de una casa bien atendida, independientemente de las relaciones de parentesco, de los “lazos de sangre”.
Del mismo modo, el sustantivo griego domo, casa, está relacionado -o deriva- de lo (los) que la sustentan, los dmoi: los esclavos
Ah, si lo supieran los defensores de la llamada “familia tradicional”...
Esta palabra deriva del latín famulus, que significa esclavo.
De famulus deriva el sustantivo plural latino familia. Éste designa a la servidumbre o, más precisamente, al conjunto de esclavos que atienden en una casa, que forman parte de una “casa”, de una familia.
La moderna palabra familia se refiere a los habitantes de una casa; antiguamente también, pero solo al servicio, el fundamento de una casa bien atendida, independientemente de las relaciones de parentesco, de los “lazos de sangre”.
Del mismo modo, el sustantivo griego domo, casa, está relacionado -o deriva- de lo (los) que la sustentan, los dmoi: los esclavos
Ah, si lo supieran los defensores de la llamada “familia tradicional”...
jueves, 22 de agosto de 2019
CHARLES KOECHLIN (1867-1950): LA CITÉ NOUVELLE, RÊVE D´AVENIR (LA NUEVA CIUDAD, SUEÑO DE PORVENIR, 1938)
Composición inspirada en la obra Hombres como dioses (19239 de H. G. Wells.
Sobre este gran compositor francés, asociado a Satie, y maestro de Poulenc, véase, por ejemplo, este enlace.
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De puertas adentro, de puertas afuera (el imaginario de las puertas)
La metáfora del hogar como un centro del mundo es habitual. La casa se percibe como un refugio desde el que se organiza todo el espacio. es un centro que irradia.
La puerta media entre el interior y el exterior. Cierra, defiende, pero también abre la casa a la intemperie. La puerta es frágil. Debe ser protegida. Ritos, aún hoy, buscan impedir que el "daño" se instale en el interior.
Puerta, en latín, se decía fores. Esta palabra estaba asociada a foris. Su significado es evidente: fuera. La puerta, entonces, situada entre el interior y el exterior, define, nombra el espacio exterior. Ambos, interior y exterior, se necesitan. Un interior requiere la presencia del exterior: es un interior con respecto al exterior. Y podríamos escribir que al exterior le ocurre lo mismo -depende del interior, se define con respecto al interior-, si no fuera porque la puerta da nombre al exterior. Una puerta, por tanto, relacionada con el interior, asociada a él, que mira al exterior y lo organiza.
Los espacios interiores y exteriores están poblados. El espacio exterior pertenece a los forasteros: quienes viven de puertas (fores) para afuera. Los forasteros son nómadas. No tienen un espacio propio, una casa donde asentarse. Son siempre ajenos a los valores del hogar. No pertenecen a ningún lugar. Cuando se echa a una persona del hogar, un intruso, un indeseado, un repudiado, se le pone de puertas afuera. La puerta lo expone al exterior, convirtiéndolo en un extraño, un forastero, un extranjero (en inglés, foreigner) que ya no será bien recibido, que no podrá cruzar ninguna puerta más. Desde entonces será un peregrino, es decir, un habitante del ager (del espacio agrícola), necesariamente sometido a todos los peligros.
Su lugar, en todo caso, es el bosque: forestis o foresta, en latín, foresta, forêt y forest, en catalán, francés e inglés, el espacio forestal. Éste también se define con respecto a la puerta (fores): se trata de lo que la envuelve, del que la puerta se defiende, cerrando el espacio interior ante los peligros de la masa forestal.
Este espacio no es necesariamente siniestro. Es el lugar donde acontecen las "fêtes foraines": las ferias (feria, en castellano, deriva del latín feria que significa festivo; por el contrario, forain, en francés, viene del latín fores. Los feriantes, como los forains, se desplazan constantemente. No echan raíces, no crean ni poseen un espacio propio. No se organizan un lugar. Las actividades que practican, las ferias o las fiestas "foraines", son temporales, ocasionales. No son propias de la vida cotidiana, asentada. Son acontecimientos excepcionales, que se desmarcan del tiempo regulado. No obedecen a regla alguna, al menos, escapan a las reglas profanas, propias de la vida común, en común. Los feriantes -los forains- no saben, no pueden vivir en comunidad. No son comunes, son seres excepcionales, ante los que hay que vigilar las puertas ya que acarrean valores, normas propios, distintos de los que organizan los espacios acostumbrados. Atraen e inquietan, como todo lo que pertenece a lo forestal, lo venido del exterior, necesariamente desconocido.
Una puerta, una simple puerta, tras la que nos refugiamos, o que abrimos, define nuestros valores y organiza nuestra visión del mundo.
La puerta media entre el interior y el exterior. Cierra, defiende, pero también abre la casa a la intemperie. La puerta es frágil. Debe ser protegida. Ritos, aún hoy, buscan impedir que el "daño" se instale en el interior.
Puerta, en latín, se decía fores. Esta palabra estaba asociada a foris. Su significado es evidente: fuera. La puerta, entonces, situada entre el interior y el exterior, define, nombra el espacio exterior. Ambos, interior y exterior, se necesitan. Un interior requiere la presencia del exterior: es un interior con respecto al exterior. Y podríamos escribir que al exterior le ocurre lo mismo -depende del interior, se define con respecto al interior-, si no fuera porque la puerta da nombre al exterior. Una puerta, por tanto, relacionada con el interior, asociada a él, que mira al exterior y lo organiza.
Los espacios interiores y exteriores están poblados. El espacio exterior pertenece a los forasteros: quienes viven de puertas (fores) para afuera. Los forasteros son nómadas. No tienen un espacio propio, una casa donde asentarse. Son siempre ajenos a los valores del hogar. No pertenecen a ningún lugar. Cuando se echa a una persona del hogar, un intruso, un indeseado, un repudiado, se le pone de puertas afuera. La puerta lo expone al exterior, convirtiéndolo en un extraño, un forastero, un extranjero (en inglés, foreigner) que ya no será bien recibido, que no podrá cruzar ninguna puerta más. Desde entonces será un peregrino, es decir, un habitante del ager (del espacio agrícola), necesariamente sometido a todos los peligros.
Su lugar, en todo caso, es el bosque: forestis o foresta, en latín, foresta, forêt y forest, en catalán, francés e inglés, el espacio forestal. Éste también se define con respecto a la puerta (fores): se trata de lo que la envuelve, del que la puerta se defiende, cerrando el espacio interior ante los peligros de la masa forestal.
Este espacio no es necesariamente siniestro. Es el lugar donde acontecen las "fêtes foraines": las ferias (feria, en castellano, deriva del latín feria que significa festivo; por el contrario, forain, en francés, viene del latín fores. Los feriantes, como los forains, se desplazan constantemente. No echan raíces, no crean ni poseen un espacio propio. No se organizan un lugar. Las actividades que practican, las ferias o las fiestas "foraines", son temporales, ocasionales. No son propias de la vida cotidiana, asentada. Son acontecimientos excepcionales, que se desmarcan del tiempo regulado. No obedecen a regla alguna, al menos, escapan a las reglas profanas, propias de la vida común, en común. Los feriantes -los forains- no saben, no pueden vivir en comunidad. No son comunes, son seres excepcionales, ante los que hay que vigilar las puertas ya que acarrean valores, normas propios, distintos de los que organizan los espacios acostumbrados. Atraen e inquietan, como todo lo que pertenece a lo forestal, lo venido del exterior, necesariamente desconocido.
Una puerta, una simple puerta, tras la que nos refugiamos, o que abrimos, define nuestros valores y organiza nuestra visión del mundo.
miércoles, 21 de agosto de 2019
Domus et dominus
La palabra casa tiene dos significados: nombra una estructura material, arquitectónica, y al núcleo humano (familia, clan, etc.), estrechamente relacionado con el volumen construido, que mora permanentemente en su interior. En este caso, la casa es sinónimo de linaje.
Casa, en griego, se decía domo; domus, en latín.
Pero domo solo designaba el edificio. Oikos, en cambio, se refería a quienes lo poseían y vivían en él. Oikos compone la palabra economía (oikos-nomos), que significa la ley o norma que regula la vida de una casa, es decir de quienes moran entre las cuatro paredes de una domo.
Domus, que se suele asocial a lo construido, se refiere, en cambio, solo a quienes viven en la casa. La casa entendida como una construcción, se decía aedes. De ahí, las palabras modernas de edículo (pequeña construcción), el adjetivo edilicio (referido a la construcción), o el sustantivo edificio (aedes-faccio) que significa volumen hecho o construído.
Domus estaba emparentado con dominus. Aunque los radicales sean distintos, los autores latinos solían asociar ambas palabras. El dominus era el señor de la domus, y ésta el espacio en el que se manifestaba el poder del dominus, del padre de familia. La domus era su bien.
Domus está en el origen de dos palabras, también de origen latino: doméstico y domesticar.
Lo domestico es el carácter del espacio interior habitado. Se refiere a las cualidades de éste, no en tanto que construcción, sino que espacio que acoge, modela y expresa las relaciones humanas, teñidas por el ambiente del espacio, espacio, a su vez, marcado por las relaciones de quienes viven en su interior.
La domesticación es un apaciguamiento. Conlleva una transformación, un paso de la animalidad a la civilización, que permite que los animales puedan tener cabida en el espacio doméstico. Los rasgos asociados al espacio exterior, carente de límites, se adaptan, se amoldan a las mesura, a las formas de lo doméstico. Los animales se vuelven sociables. Aprenden a convivir juntos y con los humanos. En principio, la domesticación extiende las virtudes de lo doméstico a lo indómito.
Sin embargo, como comenta agudamente el lingüista Émile Benveniste (Le vocabulaire des institutions indo-européennes, 1: économie, parenté, societé -existe traducción española), la domesticación es una imposición. La domesticidad es la servidumbre: nombra a quienes están entregados al poder del dominus. Se ejerce una fuerza para controlar al animal. La domesticación es una carga que limita los movimientos del animal y le obligan a ceñirse a un determinado modo de vida. La domesticación coarta la libertad. Se doma el animal. Se le reduce a la fuerza.
La domesticación completa, matiza la imagen de los valores de la domus. La domus es el fruto de un acuerdo, de pactos, de rituales (matrimonio, nacimiento, fallecimiento, etc.), de un sometimiento , asumido o sufrido, a lo que la domus, las normas de la casa exigen. Cada casa -real, noble, etc.- (cada familia, cada linaje) tiene sus propias reglas que se tienen que respetar so pena de perder lo que la domus ofrece, volviendo a la intemperie, al estado salvaje o bárbaro. A cambio de protección, se pierde libertad de decisión. La casa es un hogar y una celda, un refugio y un encierro, donde cohabitan seres que se han entregado al poder de la domus, percibido como liberador o castrador.
Casa, en griego, se decía domo; domus, en latín.
Pero domo solo designaba el edificio. Oikos, en cambio, se refería a quienes lo poseían y vivían en él. Oikos compone la palabra economía (oikos-nomos), que significa la ley o norma que regula la vida de una casa, es decir de quienes moran entre las cuatro paredes de una domo.
Domus, que se suele asocial a lo construido, se refiere, en cambio, solo a quienes viven en la casa. La casa entendida como una construcción, se decía aedes. De ahí, las palabras modernas de edículo (pequeña construcción), el adjetivo edilicio (referido a la construcción), o el sustantivo edificio (aedes-faccio) que significa volumen hecho o construído.
Domus estaba emparentado con dominus. Aunque los radicales sean distintos, los autores latinos solían asociar ambas palabras. El dominus era el señor de la domus, y ésta el espacio en el que se manifestaba el poder del dominus, del padre de familia. La domus era su bien.
Domus está en el origen de dos palabras, también de origen latino: doméstico y domesticar.
Lo domestico es el carácter del espacio interior habitado. Se refiere a las cualidades de éste, no en tanto que construcción, sino que espacio que acoge, modela y expresa las relaciones humanas, teñidas por el ambiente del espacio, espacio, a su vez, marcado por las relaciones de quienes viven en su interior.
La domesticación es un apaciguamiento. Conlleva una transformación, un paso de la animalidad a la civilización, que permite que los animales puedan tener cabida en el espacio doméstico. Los rasgos asociados al espacio exterior, carente de límites, se adaptan, se amoldan a las mesura, a las formas de lo doméstico. Los animales se vuelven sociables. Aprenden a convivir juntos y con los humanos. En principio, la domesticación extiende las virtudes de lo doméstico a lo indómito.
Sin embargo, como comenta agudamente el lingüista Émile Benveniste (Le vocabulaire des institutions indo-européennes, 1: économie, parenté, societé -existe traducción española), la domesticación es una imposición. La domesticidad es la servidumbre: nombra a quienes están entregados al poder del dominus. Se ejerce una fuerza para controlar al animal. La domesticación es una carga que limita los movimientos del animal y le obligan a ceñirse a un determinado modo de vida. La domesticación coarta la libertad. Se doma el animal. Se le reduce a la fuerza.
La domesticación completa, matiza la imagen de los valores de la domus. La domus es el fruto de un acuerdo, de pactos, de rituales (matrimonio, nacimiento, fallecimiento, etc.), de un sometimiento , asumido o sufrido, a lo que la domus, las normas de la casa exigen. Cada casa -real, noble, etc.- (cada familia, cada linaje) tiene sus propias reglas que se tienen que respetar so pena de perder lo que la domus ofrece, volviendo a la intemperie, al estado salvaje o bárbaro. A cambio de protección, se pierde libertad de decisión. La casa es un hogar y una celda, un refugio y un encierro, donde cohabitan seres que se han entregado al poder de la domus, percibido como liberador o castrador.
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