domingo, 10 de noviembre de 2019
Iconoclasta (Santiago de Chile, noviembre de 2019)
Nuevamente, las estatuas naturalistas suscitan reacciones tan apasionadas, violentas, pasionales, que acaban mutiladas, desfiguradas. Como ocurre casi siempre, desde hace milenios, el ataque se circunscribe al rostro. Se le arrancan los ojos, se lacera el rostro hasta dejarlo irreconocible, o se decapita de un tajo la figura, como si fuera -porque lo es en cierta forma- un ser vivo.
Las imágenes nos (a)parecen más vivas, perturbadoras, provocativas que los seres humanos. No nos dejan indiferentes, no pasamos de largo. Nos enfrentamos y tratamos de cegar los ojos que nos miran fija, seductora o amenazadoramente; que nos retan.
INCI EVINER (1956): HAREM (2009)
Inci Eviner es una artista turca.
En estos momentos, expone en el Pabellón de Turquía en la Bienal de Venecia, así como en la exposición Inspired by the East, en el Museo Británico de Londres.
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arquitectura desde las artes,
Modern Art
JOEL STERNFELD (1944): HIGH LANE (NUEVA YORK) Y OTROS SUEÑOS ROTOS (AMERICAN PROSPECTS, 1987)
High Lane es hoy una atracción turística multitudinaria en Manhattan (Nueva York), recorrida diariamente por miles de visitantes: una vía de tren elevada, hoy en desuso, que recorría parte del sur de la isla, transportando carne, desde los grandes mataderos -que configuran hoy en recuperado (y "gentrificado" barrio de Meatpackaging) hasta el unos hangares en el puerto marítimo. Dicha vía, cubierta de maleza, no fue derribada, como se pedía, gracias a la intervención de colectivos en defensa del patrimonio industrial. Restaurada por los arquitectos Diller & Scofidio, que recrearon un camino entre vías, plantas y árboles en apariencia de crecimiento casual, la vía se convirtió primero en un muy agradable paseo, con vistas al mar, y hoy zigzaguea entre torres de apartamentos de lujo, construidos a raíz de la apertura de dicho paseo -que, en parte, muere, inesperadamente, de éxito.
El aspecto que esta vía tenía en los años setenta y ochenta, con raíles oxidados cubiertos de maleza desbocada, entre fábricas y almacenes abandonados, sobre calles maltrechas, no podía sino atraer al fotógrafo norteamericano Sternfeld quien retrató esta vía antes de su recuperación.
Estas imágenes bien hubieran podido completar las fotos que tomó durante doce años y que publicó en un libro, American Prospects, de 1987, que retrataban un sueño roto. Bajo un cielo siempre plomizo, o bajo violentos aguaceros, paisajes urbanos y sobre todo suburbanos, inundados o gangrenados por placas de nieve sucia. Fotos heladas o que hielan, pese al color -gris y pardo. Casuchas, casi siempre con las ventanas tapiadas, hangares, terrenos baldíos deslucidos por fábricas desiertas, o parques acuáticos que recrean patéticamente paisajes de ensueño. Apenas alguna persona: quizá la fotografía más característica sea la de una mujer asomándose a un balcón al aire libre para contemplar una casa de madera -o una maqueta de casa: la imagen no permite discernir si se trata de la realidad o de una representación, en medio de una neblina que desdibuja el entorno.
Hoy, una galería en París, expone, por vez primera, grandes fotografías inicialmente desechadas por Sternfeld para su libro más conocido.
viernes, 8 de noviembre de 2019
WOFGANG AMADEUS MOZART (1756-1791): SEMIRAMIS (1778)
Comentamos, en una "entrada" anterior, cómo los libretos de ópera, desde la segunda mitad del s. XVII, influyeron en la divulgación de figuras mitológicas del Próximo Oriente antiguo (Mesopotamia).
Semiramis fue uno de los personajes legendarios cuya vida y acciones fueron reiteradamente tratados antes de la célebre ópera de Rossini de 1828.
El libreto más utilizado, del poeta italiano Pietro Metastasio, base de innumerables óperas, desde Händel hasta Rossini, se basaba inicialmente en textos de autores clásicos, hasta que los compositores recurrieron a la tragedia que Voltaire publicó, dedicada a Semiramis, en 1749. Hasta principios del siglo XIX, no se conocían textos mesopotámicos, si bien éstos no habrían aportado ningún dato. Semiramis, mítica fundadora de Babilonia, nunca existió.
Hasta el propio Mozart compuso una ópera dedicada a esta reina. Solo se conserva este fragmento musical de la ópera, perdida.
CARLOS MARÍA CARRERA RÍUS: FÁBRICA PEGASO (BARCELONA, 1949), HOY SEDE DE LA ESCUELA DE ARTES APLICADAS LLOTJA (2008)
Fotos: Tocho, noviembre 2019
La fábrica Pegaso, de la empresa ENASA, fue proyectada por el ingeniero de dicha marca de vehículos -heredera de la marca Hispano Suiza- tras la guerra civil.
Estuvo activa hasta 1974.
Una parte de los terrenos fueron convertidos en el Parque de la Pegaso, en los años ochenta, mientras que la fábrica fue rehabilitada y cedida a la escuela pública de artes aplicadas la Llotja, perteneciente a la Generalitat de Catalunya -mientras que la escuela de artes aplicadas La Massana depende de la Diputación. Ofrece cursos sobre todas las especializadas artesanas, desde la pintura hasta la encuadernación.
El edificio, compuesto por varias naves abovedadas, con lucernarios, unidas por corredores protegidos por una marquesina continua apoyada en delgados pilares metálicos, aunque no ofrezca las aulas más adecuadas debido a una insonorización insuficiente o deficiente (pero el edificio no fue proyectado como un aulario), es uno de los ejemplos de arquitectura industrial más notable de Barcelona.
Véase el texto siguiente de la arquitecta y profesora de historia de la arquitectura en la UPC-ETSAB, Carolina García Estevez.
jueves, 7 de noviembre de 2019
El objeto artístico (objetos de uso, objetos de culto)
Esquema de una clase de Teoría de quinto curso de carrera en la Escuela de Arquitectura de Barcelona:
OBJETO
1.- El arte es una acción, la obra de arte es el resultado
de una acción: es un acto o un objeto.
Un objeto, etimológicamente, es algo desechable, incluso
abyecto (algo bajo, prescindible, molesto): en latín: obiectus: ob, partícula
adverbial que significa delante, y el verbo iacere
que significa yacer, echar.
Pero "objeto" también significa algo que pongo o expongo
delante (para la contemplación, comprensión o interpretación). En este caso, el
significado es distinto al anterior: el objeto ya no es prescindible, aunque
puede ser tan molesto como en el primer caso. Se trata de un ente que me
interpela, que me interroga, que me causa un problema que debo resolver. No
entiendo qué es, porqué existe, qué significa, y debo tratar de responder a
esas dudas. Un objeto es una piedra en el zapato que me hace preguntarme sobre
lo que soy, lo que hago, sobre mi lugar en el mundo. Un objeto es como un
enigma que debo resolver si quiero proseguir, toda vez que me interrumpe, que
se interpone en mi camino.
2.- Objetos de uso, objetos de culto
El mundo está lleno de objetos.
Tradicionalmente, se han distinguido los objetos de uso de
los objetos de culto.
Los primeros cuentan si responden a la función a la que
deben atender: servirnos, ayudarnos, ilustrarnos. Sus cualidades materiales,
formales, son importantes, pero el objeto de uso solo existe para ser usado, no
admirado. Por hermoso o sensiblemente placentero que sea, si no responde con
eficacia a una necesidad planteada, será, necesariamente, un objeto
prescindible, reprobable y sustituible.
Por el contrario, los objetos de culto no existen para ser
manipulados, sino ofrendados. En estos casos, los mejores materiales, la
técnica más depurada, la ornamentación más compleja otorgan valor a un ente que
se regala “desinteresadamente “ –en verdad, esperando una compensación material
o espiritual por parte del ser sobrenatural a quien se implora, y de quien se
espera una respuesta a las súplicas. Pero dichos objetos son depositados en un
altar, o una tumba, en un espacio sagrado. Son objetos devocionales que activan
la comunicación entre bandos separados, y que median entre éstos, que focalizan
nuestra atención. Son incluso objetos que no se pueden tocar –cuyo contacto
puede ser peligroso.
3.- Indistinción moderna entre objetos
1917: Exposición pública de Fuente, una obra original de
Marcel Duchamp. Una escultura abstracta, en apariencia, de cerámica blanca.
También, paradójicamente, una escultura imitativa, ya que parece reproducir un
lavabo.
En verdad, no se trata ni de una imitación, ni de una
idealización, o de una forma sin relación con el mundo de los objetos, ya que, por
el contrario, se trata de un objeto de uso convertido en un objeto de culto,
sin que, visual, sensiblemente, se manifieste diferencia alguna.
Un urinario, por tanto, ha pasado del mundo de los objetos
industriales, al mundo de las obras de arte.
El cambio es decisivo: nuestro trato con un objeto y con una
obra es muy distinto. ¿Por qué?
El mundo del arte moderno y contemporáneo, hoy en casi todas
las sociedades industriales, comprende obras indistinguibles de objetos, a
menudo porque son objetos convertidos en obras.
¿Qué ocurre cuando se produce dicha conversión?
SÍMBOLO
El objeto, convertido en una obra de arte, deviene un
símbolo
1.- ¿Qué es un símbolo?
Symbollon, en griego, nombre un tipo de objeto: una cerámica (un
plato, un disco)
Este objeto no tiene ningún uso específico.
Cuando se tiene que sellar un acuerdo entre personas o
clanes, quien inicia la relación (un tratado de paz, un acuerdo de buena
vecindad, por ejemplo) toma el símbolo y, ante la otra parte, lo rompe en dos
y, al mismo tiempo que entrega uno de los dos fragmentos, conserva
cuidadosamente el otro.
¿Por qué? En caso de un conflicto posterior, si ambos bandos
ahora enfrentados pueden demostrar, mediante la presentación y el encaje de
ambos fragmentos conservados, que un día alcanzaron un acuerdo que puso fin a
un posible conflicto, tienen la obligación de negociar y sellar un nuevo
acuerdo que evite un enfrentamiento violento.
Un símbolo, por tanto, es un objeto significativo: es la
prueba visible de los contactos establecidos entre dos bandos que nada tienen
en común, salvo dicho acuerdo. Todo los separa, pero el símbolo es el
testimonio de un punto o un acto de encuentro.
Un símbolo, sin embargo, solo tiene sentido si está roto.
Entero, no demuestra nada.
Al mismo tiempo, el encaje entra ambos fragmentos debe ser
perfecto –sino la prueba no sería convincente- pero la línea de ruptura tiene
que ser visible, pues si el encaje es tan perfecto que la separación se pierde,
la unidad recuperada no demuestra nada, es inútil.
Un símbolo solo es útil si está roto.
La rotura manifiesta un encaje imperfecto. Dicha
imperfección es debida a cierto juego entre ambos fragmentos. Éste es causado
porque la pieza receptora es incapaz de recoger enteramente las características
de la parte que se encaja.
Dos mundos incompatibles se unen. La unión es imperfecta.
Pero el símbolo media entre ambos. Los pone en contacto pero hace visible sus
inevitables diferencias. Son mundos distintos, que aceptan, sin embargo, entrar
en contacto.
Un símbolo, una obra de arte simbólica (toda obra lo es)
expresa sensiblemente realidades que, sin el soporte o la mediación de la obra,
serían inconcebibles. La obra nos permite entrar en contacto con realidades a
las que no llegamos. Un símbolo nos pone al alcance mundos inimaginables, de
pronto cercanos gracias al símbolo.
martes, 5 de noviembre de 2019
Ruina, lo arruinado y el resto arqueológico
Los arquitectos y los historiadores utilizan la palabra ruina; los arqueólogos, por el contrario, a quienes la palabra ruina molesta, se refieren a restos arqueológicos.
Las palabras no son inocentes. Evocan una concepción del mundo distinta aunque denominen una misma realidad.
Una ruina es un ente completo que debe ser preservado tal como se encuentra. Ente paradójico, toda vez que resulta de la ruina de un edificio, de lo que queda de él.
Pero una ruina no es lo mismo que un edificio ruinoso. Éste decae. No se sabe qué le ocurrirá, cómo acabará. Un edificio ruinoso debe de ser derribado. Es un peligro público, para quienes viven en su interior y para los paseantes. Se trata de una construcción insegura, y condenada, insalvable. No merece ser conservada, restaurada. Es un edificio que agoniza. Le quedan días u horas. Pronto colapsará. Se tiene que abandonar (a su suerte) lo antes posible. En cualquier momento se puede venir abajo. Da, por otra parte, una mala imagen. Evoca el descuido y el desinterés de los propietarios, los ocupantes y los poderes públicos. Un edificio ruinoso es una mancha en el "paisaje" urbano". Es también una oportunidad. Pronto, será sustituido por una nueva construcción.
Una ruina, en cambio, es un ente completo. Su estado no revela deficiencias. El edificio se muestra tal como es o quiere ser. Contrariamente al anterior, la ruina es resistente, y afirma y defiende su condición. No le falta nada. Cualquier añadido aparece como un atentado contra su condición. Pronto el Partenón, permanentemente en obras y en proceso de restauración, de compleción, incluso.
Dejará de ser una ruina (admirada) para convertirse en un remedo vulgar, una imitación hiriente, demasiado nueva, de un templo antiguo.
Una ruina evoca la fugacidad de la vida; también la capacidad de aguantar los envites del tiempo. Una ruina es un edificio, quizá sin interés, convertido en un testigo de tiempos pasados, quizá mejores, un signo de la capacidad constructiva de sociedades del pasado. Un edificio en ruinas espanta. Una ruina admira. Se viene a ver tal como es. La ruina parece inmune al tiempo. Ya no decae, ya no se arruina. Es un testigo del pasado insertado en el presente que pone en evidencia la caducidad de las obras del presente. De algún modo, una ruina es inmortal.
Por tanto, una ruina debe ser conservada tal como se muestra. No se puede tocar, estudiar. Se tiene que preservar. Una ruina es un milagro, un viático hacia el pasado (soñado o recreado, desde luego "idealizado").
Una ruina no es motivo de estudio.
No puede interesar al arqueólogo. Un resto arqueológico, en cambio, es un material de estudio, casi de laboratorio. Un resto arqueológico es objeto de experimentos para estudiar su formación, su "composición", y métodos de conservación o restauración. Un resto arqueológico cambia constantemente. Se le trocea o se le levanta. Se estudia cómo el paso del tiempo le afecta. Se le coloca, al revés que una ruina, aislada, intemporal, en conexión con la historia, con otros restos; restos que recubren restos y que, una vez documentados, quizá deban ser desmontadas para estudiar las sucesivas capas que componen un yacimiento arqueológico. En sí, como un ente inmemorial, un resto arqueológico no es nada, ni tiene interés. Se puede llegar a "musealizar", convirtiéndose entonces en una ruina, objeto de atención estética, pero ya no "científica". Un resto arqueológico se toca, se manipula, se trocea, se desmenuza, se levanta, pero nunca se admira desde lejos. No da qué pensar sobre el paso del tiempo, sino sobre modos constructivos y modos de vida. Sobre cómo este resto teje relaciones con otros, y con los fragmentos cerámicos, con las piezas, enteras o rotas, que lo rodean o que encierra, y que permiten datarlo, estudiarlo, entenderlo, siempre en relación con la vida que acogió y que le dio origen. Un resto nunca escapa a la historia.
Es quizá por estos motivos por los que las miradas del arquitecto y del arqueólogo no suelen coincidir, aunque puedan completarse. Lo que tienen delante es una misma realidad. Miradas (escrutadoras, que penetran en el interior del resto, frente a la mirada que se detiene en la superficie y extrae el sentido de la obra de cómo se percibe, de cómo se muestra) y fines son distintos. La ruina emerge cuando el arqueólogo ha desaparecido.
Agradecimientos al ICAC, Tarragona, por el debate sobre esas maneras de abordar el estudio de la historia
Las palabras no son inocentes. Evocan una concepción del mundo distinta aunque denominen una misma realidad.
Una ruina es un ente completo que debe ser preservado tal como se encuentra. Ente paradójico, toda vez que resulta de la ruina de un edificio, de lo que queda de él.
Pero una ruina no es lo mismo que un edificio ruinoso. Éste decae. No se sabe qué le ocurrirá, cómo acabará. Un edificio ruinoso debe de ser derribado. Es un peligro público, para quienes viven en su interior y para los paseantes. Se trata de una construcción insegura, y condenada, insalvable. No merece ser conservada, restaurada. Es un edificio que agoniza. Le quedan días u horas. Pronto colapsará. Se tiene que abandonar (a su suerte) lo antes posible. En cualquier momento se puede venir abajo. Da, por otra parte, una mala imagen. Evoca el descuido y el desinterés de los propietarios, los ocupantes y los poderes públicos. Un edificio ruinoso es una mancha en el "paisaje" urbano". Es también una oportunidad. Pronto, será sustituido por una nueva construcción.
Una ruina, en cambio, es un ente completo. Su estado no revela deficiencias. El edificio se muestra tal como es o quiere ser. Contrariamente al anterior, la ruina es resistente, y afirma y defiende su condición. No le falta nada. Cualquier añadido aparece como un atentado contra su condición. Pronto el Partenón, permanentemente en obras y en proceso de restauración, de compleción, incluso.
Dejará de ser una ruina (admirada) para convertirse en un remedo vulgar, una imitación hiriente, demasiado nueva, de un templo antiguo.
Una ruina evoca la fugacidad de la vida; también la capacidad de aguantar los envites del tiempo. Una ruina es un edificio, quizá sin interés, convertido en un testigo de tiempos pasados, quizá mejores, un signo de la capacidad constructiva de sociedades del pasado. Un edificio en ruinas espanta. Una ruina admira. Se viene a ver tal como es. La ruina parece inmune al tiempo. Ya no decae, ya no se arruina. Es un testigo del pasado insertado en el presente que pone en evidencia la caducidad de las obras del presente. De algún modo, una ruina es inmortal.
Por tanto, una ruina debe ser conservada tal como se muestra. No se puede tocar, estudiar. Se tiene que preservar. Una ruina es un milagro, un viático hacia el pasado (soñado o recreado, desde luego "idealizado").
Una ruina no es motivo de estudio.
No puede interesar al arqueólogo. Un resto arqueológico, en cambio, es un material de estudio, casi de laboratorio. Un resto arqueológico es objeto de experimentos para estudiar su formación, su "composición", y métodos de conservación o restauración. Un resto arqueológico cambia constantemente. Se le trocea o se le levanta. Se estudia cómo el paso del tiempo le afecta. Se le coloca, al revés que una ruina, aislada, intemporal, en conexión con la historia, con otros restos; restos que recubren restos y que, una vez documentados, quizá deban ser desmontadas para estudiar las sucesivas capas que componen un yacimiento arqueológico. En sí, como un ente inmemorial, un resto arqueológico no es nada, ni tiene interés. Se puede llegar a "musealizar", convirtiéndose entonces en una ruina, objeto de atención estética, pero ya no "científica". Un resto arqueológico se toca, se manipula, se trocea, se desmenuza, se levanta, pero nunca se admira desde lejos. No da qué pensar sobre el paso del tiempo, sino sobre modos constructivos y modos de vida. Sobre cómo este resto teje relaciones con otros, y con los fragmentos cerámicos, con las piezas, enteras o rotas, que lo rodean o que encierra, y que permiten datarlo, estudiarlo, entenderlo, siempre en relación con la vida que acogió y que le dio origen. Un resto nunca escapa a la historia.
Es quizá por estos motivos por los que las miradas del arquitecto y del arqueólogo no suelen coincidir, aunque puedan completarse. Lo que tienen delante es una misma realidad. Miradas (escrutadoras, que penetran en el interior del resto, frente a la mirada que se detiene en la superficie y extrae el sentido de la obra de cómo se percibe, de cómo se muestra) y fines son distintos. La ruina emerge cuando el arqueólogo ha desaparecido.
Agradecimientos al ICAC, Tarragona, por el debate sobre esas maneras de abordar el estudio de la historia
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