jueves, 20 de febrero de 2020

LOS GANGLIOS: LOS ARQUITECTOS (2016)

XAVIER RUBERT DE VENTÓS (1939)



El próximo martes, a las una de la tarde, la Escuela de Arquitectura homenajeará uno de sus profesores, el catedrático Xavier Rubert, que más contribuyó a renovar la enseñanza en esta escuela.

Filósofo y teórico de las artes, abandonó la facultad de filosofía a principios de los años setenta, anclada en el tomismo, y entró en la Escuela. Creó o ayudó a crear el Departamento de Composición (hoy de Teoría e Historia), introdujo la asignatura de estética (la escuela de Barcelona, desde entonces y durante unos largos años fue renombrada internacionalmente por impartir estética, algo único en el mundo -una asignatura que tras la jubilación de Xavier Rubert el departamento suprimió-), hizo entrar o acogió a jóvenes profesores como Ignacio de Solá Morales (posteriormente catedrático de Composición y fallecido demasiado joven a causa de las exigencias inasumibles de quienes llevaban la reconstrucción del Liceo de Barcelona - a cargo de Ignacio Solá) -quien a su vez hizo entrar a los actuales profesores titulares y catedráticos de la Sección de Teoría-, Josep Quetglas -catedrático de historia, posteriormente, y responsable de la entrada de los profesores titulares y catedráticos, jubilados y aún activos, de la Sección de Historia-, todos los profesores titulares y catedráticos de la Sección de Estética (profesores como los filósofos Félix de Azúa y Eugenio Trías), y contribuyó a que una escuela se practicaba pero no se pensaba se convirtiera en la facultad española donde se pensaba más y mejor.
Sus clases, en los años setenta y ochenta eran multitudinarias. Acudían incluso estudiantes de otras facultades, sobre todo de Filosofía. Clases sin guión establecido, dedicadas a mostrar la importancia de gestos y obras juzgados banales, insustanciales o superficiales -y sin embargo reveladoras de cómo pensamos-, a descubrir lo que el velo de la apariencia cubre y descubre. Clases que arrastraban a los estudiantes a disgusto con las enseñanzas mecánicas de otras asignaturas.
Dejó la Escuela en los noventa para dedicarse a la política, y descubrió el juego que se practica en los despachos. Y regresó hastiado, esperando volver a encontrar el gusto por las historias que no son mentiras. Pero ya no pudo ser.
Muchos le debemos no haber abandonado los estudios y haber podido disfrutar de lo que nos rodea, triste o hermoso, de haber intentado mirar el entorno con curiosidad y sin avidez.





miércoles, 19 de febrero de 2020

Estética mesopotámica

Algunos músicos, hoy, consideran sus instrumentos casi como seres vivos, de los que toman un particular cuidado. Se refieren al grito, al llanto de una guitarra (eléctrica), por ejemplo, lo que denota (quizá involuntariamente) esta antropomorfización del instrumento -dotado de deseos y sentimientos. La equiparación formal entre un violoncelo o una guitarra y la forma de una mujer también contribuye a esta visión del instrumento como un cuerpo dotado de voz.

Estas imágenes no existían en Mesopotamia, porque los instrumentos musicales no eran como seres vivos, sino que lo eran de verdad. Los músicos no se consideraban los creadores o los intérpretes de una obra, sino que pasaban a un discreto segundo lugar, dirigiendo los focos hacia el instrumento, presentado como el verdadero autor de una composición.
Estas consideraciones sobre la potencia y la efectividad de un instrumento también se aplicaban a otras disciplinas artísticas. El escultor no realizaba ni animaba una estatua, sino que eran los útiles de talla los que daban forma, los que creaban una estatua, que un segundo instrumento, un cuchillo, animaba cuando se le pasaba por la boca, abriéndola, a fin de permitir que la estatua respirara, cobrara vida. El artista solo era el "instrumento" con el que la propia divinidad transfería sus deseos al instrumento -que en este caso era un sujeto que componía al dictado del cielo, y no un objeto- que labraba una efigie en la que el espíritu divino podía cobijarse cuando descendía a la tierra.

martes, 18 de febrero de 2020

Los evangelios (o ¿la verdadera historia de Jesús?)

Los evangelios no son crónicas históricas. Fueron redactados entre cuarenta y noventa años después de los hechos que narran. Se basaron, sin duda, en textos anteriores -que se han perdido- y en crónicas orales. Las fuentes que utilizaron no debían coincidir, lo que explicaría las divergencias, a veces notables, entre los cuatro evangelios, redactados no por los apóstoles a quienes se les atribuyen, sino por autores anónimos que firman con el nombre de un apóstol -no para engañar acerca de la autoría sino por respeto por el apóstol en cuya inspiración debían confiar. Los evangelios "canónicos " -es decir, reconocidos por la Iglesia como textos dignos de confianza- no solo se estructuran de manera distinta, y se centran en diversos periodos de la vida de Jesús, sino que se cuentan versiones distintas de un mismo hecho, y hechos a los que se concede importancia en un Evangelio no son mencionados en otros.

Hoy se sabe que estas diferencias no son importantes, porque los Evangelios no son textos de historia, no quieren ni pueden serlo. Tienen otra finalidad.
Las referencias explícitas o implícitas, las citas, a textos proféticos (de lo que posteriormente compondrá el Antiguo testamento), como los de Miqueas u Oseas, son constantes. Los profetas no cesaron de anunciar la venida de un Mesías, que sería un descendiente de David (un rey quizá imaginario).
Los evangelios se compusieron para dar fe de las profecías. por tanto, tanto la hechos como los dichos de Jesús tenían que ser un eco de los hechos y dichos de los profetas. Jesús (o Cristo, pues la figura de Cristo, distinta de la de Jesús, se estaba configurando, siendo Jesús de naturaleza -y persona o figura- humanas y Cristo, de naturaleza divina -en la figura humana de Jesús) tenía que haber tenido una vida, emprendido unas acciones y haber enunciado unas palabras que fueran un eco de lo que los profetas enunciaron, que tuvieran que corroborarlas. Los evangelios se redactaron para dar cuenta de la doble naturaleza, humana y sobre todo divina de Jesucristo, algo que hubiera sido impensable decenas de años antes, en tiempos de Jesús y aún más tarde, de Pablo, ya que Jesús era judío -y seguidor del Templo-, y no era concebible un hombre-dios, ni la llegada inminente del Mesías, que sellaría los tiempos.
Los Evangelios son textos, hermosísimos, apologéticos, en los que se mezclan hechos sin duda verídicos, con fabulas, mitos e interpolaciones e interpretaciones de los relatos proféticos, con el fin de dar cuenta de la llegada efectiva del Mesías, lo que causaría la escisión entre el judaísmo y los seguidores de esta nueva visión del judaísmo que ya estaba constituyendo una nueva religión.

Se recomienda la lectura de:
Armand Abécassis: Jésus avant le Christ. París: Presses de la Renaissance, 2019
Antonio Piñero: Aproximación al Jesús histórico. Madrid: Trotta, 2019

lunes, 17 de febrero de 2020

Judaísmo y Cristianismo

Los estudiosos, hoy en día, no suelen dudar de la existencia histórica de un profeta llamado Jesús, mientras que la existencia de la figura llamada Cristo, es decir de un humano llamado Jesús considerado también como una divinidad, es cuestión de fe.
Jesús fue, seguramente, un profeta más de los numerosos que, en el siglo I dC, recorrían Israel, advirtiendo de la llegada de tiempos apocalípticos.

Jesús era judío, seguidor de la Torá, y en absoluto opuesto al Templo. En ningún momento, Jesús quiso romper con el judaísmo, ni promover ninguna religión nueva. Posiblemente nunca se le hubiera pasado por la cabeza romper con la Sinagoga; tan solo renovar, purificar ciertas prácticas. Jesús no era cristiano.

De Jesús, sin embargo, muy poco se sabe.
Los primeros textos que se refieren a Jesús son las epístolas de Pablo, escritas unos veinticinco años más tarde que la muerte de Jesús. Pablo (Saúl) no conoció personalmente a Jesús; no es seguro que tuviera contactos con seguidores directos suyos. Educado por un rabino, Pablo tuvo también una formación neoplatónica. Hablaba y escribía en griego.

Los textos de Pablo son muy anteriores a los Evangelios. Existen diferencias entre Pablo y los evangelistas. Pablo no debía de conocer todo lo que los Evangelios cuentan.

Se ha dicho que Pablo fundó el cristianismo. No parece, sin embargo, que hubiera roto con la Sinagoga. Quienes sí marcaron diferencias tales que están en el origen de una nueva religión, fueron los autores de los Evangelios. La noción de Hijo de Dios, de una figura que es hombre y dios a partes enteras -una creencia inasumible por el judaísmo, pero más cercana a ciertas consideraciones romano-imperiales- es ya propia de los Evangelios. El primer evangelio posiblemente no sea anterior al año 70. El Evangelio atribuido a  Juan (los nombres de los evangelistas son meras atribuciones sin fundamento) data del primer tercio del siglo II.
Roma saqueó el templo de Jerusalén en el año 70. Las advertencias apocalípticas se habían consumado. Yahvé había roto con su pueblo elegido.
Fue entonces cuando se redactó el primer evangelio.
Sería necesario afinar la datación del primer Evangelio, de Marcos. Se redactó a finales de los años 60 o a principios de los años 70.
¿Existiría una relación entre la caída del Templo y el retraimiento de Yahvé, y el enunciado de una nueva religión, en la que el hijo del Dios furibundo, de algún modo, sin reemplazarlo ni desplazarlo, dio un paso adelante?. Desde entonces, la creencia en Yahvé ya no era necesaria, desde una nueva óptica, ya que la creencia en su hijo conllevaría la creencia en su Padre, en tanto que el Hijo y el Padre eran (son) la misma figura -salvo por el hecho que un padre y un hijo diferían en el tiempo.

El saqueo de Jerusalén y la destrucción del Templo, posiblemente alejó a algunos judíos de la Sinagoga hasta que alumbraron un nuevo credo que les devolviera la esperanza.
Roma creó indirectamente el Cristianismo, y el Cristianismo l devolvió con creces la intervención.   

domingo, 16 de febrero de 2020

Begastri (ciudad íbero-romana)








Fotos: Tocho, febrero de 2020


Altozano de orfila, una hermosa piedra volcánica verde oliva; pulida, brilla, como una piedra preciosa.
La loma, alta, domina la fértil vega hacia el norte y se recorta contra la sierra que, al sur, mira hacia Granada.

Sobre aquél, un yacimiento ya ocupado durante el Neolitico, construido, ocupado y fortificado por los íberos -con una compleja puerta de entrada, paralela a la muralla, defendida por una torre, y una planimetría ovalada característica del urbanismo íbero- conquistado por Roma. 

La ciudad, bautizada Begastri, poseía en lo alto un templo dedicado a Júpiter Optimo Máximo, y se alimentaba por uno de los acueductos más largo de Hispania, aún en uso -las huertas regadas son creaciones romanas, no árabes.

En época Romana tardía, los edificios se ornaban con columnas salomónicas, y fustes de porfirio alejandrino procedente de canteras al servicio exclusivamente de la corte imperial.


Tomada por los visigodos, convertida al cristianismo (una de las primeras ciudades romanas hispánicas cristianizadas; conserva la cruz más antigua de Hispania, del siglo VI), se enfrentó al emperador del Imperio Romano oriental (o bizantino) Justiniano, antes de ser tomada por los árabes y lentamente decaer y desaparecer en la Edad Media. No fue ocupada más.


Los sillares de los muros ciclópeos de la muralla sirvieron para construir el centro barroco del pueblo de Cehegín, entre Murcia y Granada, uno de los diez pueblos más hermosos de España.

Gracias a la invitación del profesor D. Salvador Ruiz de Maya, de la Universidad de Murcia, para impartir una charla en el centro cultural de Cehegín, y a las detallada visita del yacimiento, comentada por D. Francisco Peñalver, a quienes agradezco la generosa acogida, pude conocer esta ciudad íbero-romana de la que no tenía noticias.

viernes, 14 de febrero de 2020

BRUNO MANTOVANI (1974): STREETS (CALLES, 2006)



Inspirada por el bullicio de las calles de Nueva York

Sobre este compositor contemporáneo francés, véase su página web