martes, 24 de marzo de 2020
CARLOS PÉREZ SIQUIER (1930): LA CHANCA, ALMERÍA (1953-1963)
Sin insistir en la evidente miseria, muestra la armónica relación entre el pequeño barrio, que parece no planificado -pero que sin embargo, se ordena al pie de los riscos, sacando un partido "arquitectónico" de la disposición de las rocas, apenas talladas- y el entorno natural, y el uso del espacio exterior, convertido en una área de juego recorrida sobre todo por niños, felices en un paisaje de construcciones blancas, y de colores, que ponen coto a la aridez de las rocas, y que parecen dispuestas para azuzar la imaginación y la aventura, olvidándose del día a día.
lunes, 23 de marzo de 2020
Ética y estética
La ética es la determinación y la valoración de la finalidad de nuestras acciones: ¿por qué actuamos, qué perseguimos, qué queremos obtener?
Tradicionalmente el valor que persigue la acción es el bien: lograr vivir bien, el bienestar personal y de lo demás. Es decir, se obtiene -y quizá se persiga- una recompensa.
Sin embargo, esta consideración no siempre es cierta. El fin que la acción persigue es la misma acción. El bien no es un objetivo externo, al que se tiende, sino que resulta de la propia acción. Se actúa porque se tiene qué actuar. Un impulso nos lleva a acometer una acción. Y está "bien" que la llevemos a cabo. No actuar, no hacer nada, dejar pasar el tiempo y que las cosas se pudran, por el contrario "está mal": es el mal, una "mala" actuación, una muestra de "mala" educación.
Le estética, por su parte, es la ciencia que determina y valora la finalidad de la percepción artística: ¿porqué nos relacionamos con el arte? ¿qué esperamos de dicha contemplación? Podríamos ampliar el campo de estudio y decir también que la estética incluye el estudio de las motivaciones y de los fines que alientan y persigue la creación artística. En este caso, diríamos: ¿por qué hacemos arte?
¿Desinteresadamente? ¿Sin esperar nada a cambio? ¿Obramos o contemplamos porque sí, y esta acción o esta reflexión es intrínsicamente "buena"?
Podemos vivir sin hacer ni contemplar arte. No podemos vivir sin actuar, en cambio. Vivir es moverse, movimiento, gesto que nos hace "bien".
El arte es, y así a sido tradicionalmente, un don, un regalo. La mayoría de las obras de arte, de las imágenes (estatuillas, joyas, objetos, etc.) antiguas son ofrendas. Presentes que se entregan o se intercambian. Entes que tejen lazos, facilitan relaciones, solventar diferencias, suavizan relaciones. Objetos con los que compramos voluntades, vencemos resistencias, alabamos o criticamos a otro ser; objetos que se insertan en un tejido social, y permiten tender puentes entre los mortales, y entre los mortales y los inmortales, los vivos y quienes han vencido a la muerte, entre el aquí y el más allá. La creación artística entra a formar parte de negociaciones, es objeto de debate. El don, el presente no se llevan a cabo porque sí. Algo se espera a cambio: un favor, una promesa, una redención; el perdón de los pecados, un remedio, un acuerdo, unas buenas relaciones (de amistad, amor, "buena" -es decir, bella- vecindad). El don desactiva conflictos (también los crea). Quien lo recibe, de pronto, está en deuda. Tiene que responder, corresponder. Si los dioses no responden a nuestras súplicas, destruimos sus efigies, los suplantamos. Un regalo es una invitación al intercambio. A cambio, se espera algo, siquiera unas palabras que alienten. La creación embellece el mundo, y descubre la belleza, la luz que puede hallarse oscurecida por la materia, modales y comportamientos ariscos.
Se hace arte con la esperanza de un beneficio (un hecho que nos haga bien, bien que no procede de nuestra acción, sino que ésta lo activa). La economía rige la transacción.
Es cierto que podemos pensar que el artista -y el teórico- es desinteresado: que crea o reflexiona para sí, porque sí. Pero el resultado colma; alegra (o desespera). Satisface no no el amor propio. Uno se siente orgulloso -o avergonzado- de lo que ha logrado. La prueba es la reacción ante el resultado: la obra se conserva, se corrige o se destruye, porque está a la altura o no de lo que "esperamos". La satisfacción, íntima, secreta, aguarda el final de la obra, que espera no decepcionar, y dar una imagen que no responda a lo que la idea promete.
Actuamos sin esperar nada, pero creamos con la esperanza de obtener algo: una obra, una creación, que mantendrá vivo nuestro recuerdo. Nos prolongamos, nos proyectamos en la obra. La creación aspira a que, hoy o mañana, alguien hable de nosotros o de nuestra obra.
Quizá la estética sea más humana que la ética y su imperativo (haz porque has de hacer): tiene en cuenta el otro, y nuestras debilidades. Acepta que otros son mejores, y que nos necesitemos. Asume que creamos para sentirnos mejores. Asume que existen más "tiempos" -pasado, presente y futuro, que prolonga, posterga, o acelera la acción, en función del contexto y las necesidades, personales o de quienes nos importan, a los que tendemos lo que mejor sabemos hacer.
Tradicionalmente el valor que persigue la acción es el bien: lograr vivir bien, el bienestar personal y de lo demás. Es decir, se obtiene -y quizá se persiga- una recompensa.
Sin embargo, esta consideración no siempre es cierta. El fin que la acción persigue es la misma acción. El bien no es un objetivo externo, al que se tiende, sino que resulta de la propia acción. Se actúa porque se tiene qué actuar. Un impulso nos lleva a acometer una acción. Y está "bien" que la llevemos a cabo. No actuar, no hacer nada, dejar pasar el tiempo y que las cosas se pudran, por el contrario "está mal": es el mal, una "mala" actuación, una muestra de "mala" educación.
Le estética, por su parte, es la ciencia que determina y valora la finalidad de la percepción artística: ¿porqué nos relacionamos con el arte? ¿qué esperamos de dicha contemplación? Podríamos ampliar el campo de estudio y decir también que la estética incluye el estudio de las motivaciones y de los fines que alientan y persigue la creación artística. En este caso, diríamos: ¿por qué hacemos arte?
¿Desinteresadamente? ¿Sin esperar nada a cambio? ¿Obramos o contemplamos porque sí, y esta acción o esta reflexión es intrínsicamente "buena"?
Podemos vivir sin hacer ni contemplar arte. No podemos vivir sin actuar, en cambio. Vivir es moverse, movimiento, gesto que nos hace "bien".
El arte es, y así a sido tradicionalmente, un don, un regalo. La mayoría de las obras de arte, de las imágenes (estatuillas, joyas, objetos, etc.) antiguas son ofrendas. Presentes que se entregan o se intercambian. Entes que tejen lazos, facilitan relaciones, solventar diferencias, suavizan relaciones. Objetos con los que compramos voluntades, vencemos resistencias, alabamos o criticamos a otro ser; objetos que se insertan en un tejido social, y permiten tender puentes entre los mortales, y entre los mortales y los inmortales, los vivos y quienes han vencido a la muerte, entre el aquí y el más allá. La creación artística entra a formar parte de negociaciones, es objeto de debate. El don, el presente no se llevan a cabo porque sí. Algo se espera a cambio: un favor, una promesa, una redención; el perdón de los pecados, un remedio, un acuerdo, unas buenas relaciones (de amistad, amor, "buena" -es decir, bella- vecindad). El don desactiva conflictos (también los crea). Quien lo recibe, de pronto, está en deuda. Tiene que responder, corresponder. Si los dioses no responden a nuestras súplicas, destruimos sus efigies, los suplantamos. Un regalo es una invitación al intercambio. A cambio, se espera algo, siquiera unas palabras que alienten. La creación embellece el mundo, y descubre la belleza, la luz que puede hallarse oscurecida por la materia, modales y comportamientos ariscos.
Se hace arte con la esperanza de un beneficio (un hecho que nos haga bien, bien que no procede de nuestra acción, sino que ésta lo activa). La economía rige la transacción.
Es cierto que podemos pensar que el artista -y el teórico- es desinteresado: que crea o reflexiona para sí, porque sí. Pero el resultado colma; alegra (o desespera). Satisface no no el amor propio. Uno se siente orgulloso -o avergonzado- de lo que ha logrado. La prueba es la reacción ante el resultado: la obra se conserva, se corrige o se destruye, porque está a la altura o no de lo que "esperamos". La satisfacción, íntima, secreta, aguarda el final de la obra, que espera no decepcionar, y dar una imagen que no responda a lo que la idea promete.
Actuamos sin esperar nada, pero creamos con la esperanza de obtener algo: una obra, una creación, que mantendrá vivo nuestro recuerdo. Nos prolongamos, nos proyectamos en la obra. La creación aspira a que, hoy o mañana, alguien hable de nosotros o de nuestra obra.
Quizá la estética sea más humana que la ética y su imperativo (haz porque has de hacer): tiene en cuenta el otro, y nuestras debilidades. Acepta que otros son mejores, y que nos necesitemos. Asume que creamos para sentirnos mejores. Asume que existen más "tiempos" -pasado, presente y futuro, que prolonga, posterga, o acelera la acción, en función del contexto y las necesidades, personales o de quienes nos importan, a los que tendemos lo que mejor sabemos hacer.
domingo, 22 de marzo de 2020
Una mirada "occidental" a la creación "no occidental": el Museu de les Cultures del Mòn de Barcelona (España), parte 2
Montaje, correcciones y edición: Lucas Dutra
Continuación de la visita "virtual" de la planta baja del Museu de les Cultures del Mòn, de Barcelona, organizada como práctica para les estudiantes de la asignatura de Teoría II de la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Barcelona (UPC-ETSAB), iniciada en una entrada anterior
(http://tochoocho.blogspot.com/2020/03/una-mirada-occidental-la-creacion-no.html):
a) la ciudad de Edo -la capital más poderosa y mejor urbanizada del mundo, entre los siglos XII y XV, arrasada por el Imperio Británico en 1897- y el arte del reino de Benin;
b) el arte cristiano etíope (Etiopía fue junto con Siria el territorio en el que más tempranamente se asentaron comunidades paleocristianas) -y porqué no se expone junto otras obras cristianas de diversas culturas occidentales.
La casa
La casa no es dónde uno está habitualmente; durante la mayor parte de la vida, nadie se halla en casa. La casa es el lugar de dónde partimos y al que regresamos cuando sentimos que toca cerrar y deshacer las maletas, como comentaba el filósofo Xavier Rubert de Ventós.
Salimos de casa cuando podemos desenvolvernos solos. La casa es un espacio en el que se sueña, al que se aspira. Se trata de un espacio imaginado, pero aún lejano. Nos queda una vida antes de llegar a él. La casa es una meta final. Siempre se tiene en mente, se quiere, un día volver. Antes, pasamos por un largo tránsito. La casa concluye un viaje, de la que ya no se saldrá.
La casa constituye un espacio de meditación: un lugar donde recogerse por primera vez, tras haber efectuado todos los trabajos, explorado y sentido todo lo que cabe recorrer en una vida. La casa es la única casa, la primera y la última. Se regresa de dónde se ha partido. Se vuelve para pensar en lo vivido.
Pero casi nunca tenemos bastantes impresiones. Siempre queda un recodo por alcanzar, un último lugar, que nunca es el último, por llegar. La casa es el destino final, postergado y deseado a la vez. A medida que nos acercamos a ella, retrocede. El día del descanso aún no ha llegado. La casa está a siete días del inicio. El descanso que brinda es eterno. Se trata de un lugar donde quedarse para siempre, sin la nostalgia de los días que han pasado; un lugar donde refugiarse y soñar, recordar lo vivido, un lugar donde vivir plenamente, ya que solo se alcanza la plenitud cuando se recuerda.
Lo que se recuerda pasó, pasó sin que nos diéramos cuenta. Ahora, todo lo pasado se despliega ante nosotros. La casa es una caja de resonancia, el lugar acogedor y protector donde la vida se despliega, vida que se vive al fin, porque ya no hay nada más que hacer: hemos transitado por todas partes, yendo siempre adelante, atentos a lo que vendrá y no a lo que está aquí, esperando siempre alcanzar nuevos lugares en los que no podremos detenernos porque la vida sigue incitándonos a levantarnos y a proseguir.
Pero la memoria, atenta, observadora e implacable recoge y guarda todo a lo que no prestamos la debida atención. Cuando, al final, volvamos a casa, podremos, no recordar sino vivir lo que no vivimos, aunque esta impresión de vida plena es fugaz. Los recuerdos evocados desaparecen y ya no regresan. Y cuando ya no tengamos nada que recordar....
La casa no es un lugar donde encerrarse o confinarse, sino para recogerse, recogiendo los últimos recuerdos, las últimas sensaciones vidas -sentidas plenamente- para el último paso.
Salimos de casa cuando podemos desenvolvernos solos. La casa es un espacio en el que se sueña, al que se aspira. Se trata de un espacio imaginado, pero aún lejano. Nos queda una vida antes de llegar a él. La casa es una meta final. Siempre se tiene en mente, se quiere, un día volver. Antes, pasamos por un largo tránsito. La casa concluye un viaje, de la que ya no se saldrá.
La casa constituye un espacio de meditación: un lugar donde recogerse por primera vez, tras haber efectuado todos los trabajos, explorado y sentido todo lo que cabe recorrer en una vida. La casa es la única casa, la primera y la última. Se regresa de dónde se ha partido. Se vuelve para pensar en lo vivido.
Pero casi nunca tenemos bastantes impresiones. Siempre queda un recodo por alcanzar, un último lugar, que nunca es el último, por llegar. La casa es el destino final, postergado y deseado a la vez. A medida que nos acercamos a ella, retrocede. El día del descanso aún no ha llegado. La casa está a siete días del inicio. El descanso que brinda es eterno. Se trata de un lugar donde quedarse para siempre, sin la nostalgia de los días que han pasado; un lugar donde refugiarse y soñar, recordar lo vivido, un lugar donde vivir plenamente, ya que solo se alcanza la plenitud cuando se recuerda.
Lo que se recuerda pasó, pasó sin que nos diéramos cuenta. Ahora, todo lo pasado se despliega ante nosotros. La casa es una caja de resonancia, el lugar acogedor y protector donde la vida se despliega, vida que se vive al fin, porque ya no hay nada más que hacer: hemos transitado por todas partes, yendo siempre adelante, atentos a lo que vendrá y no a lo que está aquí, esperando siempre alcanzar nuevos lugares en los que no podremos detenernos porque la vida sigue incitándonos a levantarnos y a proseguir.
Pero la memoria, atenta, observadora e implacable recoge y guarda todo a lo que no prestamos la debida atención. Cuando, al final, volvamos a casa, podremos, no recordar sino vivir lo que no vivimos, aunque esta impresión de vida plena es fugaz. Los recuerdos evocados desaparecen y ya no regresan. Y cuando ya no tengamos nada que recordar....
La casa no es un lugar donde encerrarse o confinarse, sino para recogerse, recogiendo los últimos recuerdos, las últimas sensaciones vidas -sentidas plenamente- para el último paso.
NAO ALBET (1990) & MARCEL BORRÀS (1989): FALSESTUFF (2018)
En tiempos de encierro, quizá entretenga la filmación de la obra de teatro Falsestuff, de Nao Albet y Marcel Borràs, estrenada en el TNC (Teatre Nacional de Catalunya) en Barcelona en julio de 2018, dentro del festival de teatro de verano Grec.
Podría estrenarse el año que viene en Madrid, si las dificultades escénicas -decorados y número de actores-, y el coste, se solucionan.
Dispongo de esta filmación, remitida por los autores en su momento, ya que colaboré en la obra.
"Clícando" en el enlace siguiente, se podrá ver la filmación legalmente: https://vimeo.com/313523596
Contraseña: falsestuff
Con la autorización de los autores
Podría estrenarse el año que viene en Madrid, si las dificultades escénicas -decorados y número de actores-, y el coste, se solucionan.
Dispongo de esta filmación, remitida por los autores en su momento, ya que colaboré en la obra.
"Clícando" en el enlace siguiente, se podrá ver la filmación legalmente: https://vimeo.com/313523596
Contraseña: falsestuff
Con la autorización de los autores
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