Las fotografías, siempre digitales, tienen que tener mil veinte píxeles, los textos no pueden superar las 45 palabras, y los vídeos no tienen que superar el minuto de duración.
¿Por qué?
Si quieres que tus escritos y tus imágenes se divulguen y sean aceptadas, si quieres ser aceptado, tienes que publicar en Instagram. Cualquier otra plataforma (una palabra significativa: una plataforma encuadra, destaca y eleva, sobre todo si no se levanta cabeza, al mismo tiempo que separa al que se sube -las imágenes se “suben” a las plataformas (digitales)- de lo o los demás), cualquier otro medio, escrito (“analógico”) o digital está obsoleto y no es de recibo; es decir, nadie lo consulta, y quien publica en estos medios aparece como de otro época, arrinconado, desechable : poco fiable, porque no sabe que solo son de recibo, solo se reciben las noticias de Instagram.
¿Noticias? Imágenes visuales, más bien: los textos, hoy, se consideran imágenes y así se tratan; tienen que caber en un estrecho marco. Los textos se han vuelto anuncios, frases hechas.
Instagram se ha convertido en el medio que las universidades emplean para divulgar sus logros. Logros que sólo pueden comunicarse en escuetos textos que son imágenes, en filmaciones casi instantáneas. El tiempo de reflexión, duda, prueba y corrección, el tiempo adjetivado ha desaparecido. La comunicación tiene que ser inmediata (y fugaz), sin adjetivos ni matices verbales. Solo cuentan titulares, frases apenas construidas, de las que los juegos y retruécanos han desaparecido. Literalmente, no tienen lugar.
Hoy, ante Instagram, Twitter, que redujo la novela y el ensayo a una media columna y al exabrupto -que no a una gregería o un aforismo agudo- aparece casi como de la edad de las enciclopedias.
Y Tik Tok ya está aquí: diez segundos para gritar y agitarse antes de desaparecer. ¿Quién da menos?
Nunca como ahora, el medio fue el mensaje -con la salvedad que el mensaje ha sido barrido sustituido por el grito, la onomatopeya, el juego de logotipos (palabra que irónicamente significa modelo de palabra, o palabra modélica, es decir, admirable y, siendo inimitable, digna de ser reproducida y repetida) . Queda el cascarón.
Instagram, o la medida del tíempo: un oximorón; lo instantáneo pasa sin que se pueda medir -sin que deje poso, ni siquiera de amargura.
A la UPC-ETSAB, de los tiempos nuevos: https://instagram.com/open_etsab?igshid=33l3nd6lyee7
Agradecimiento a Lucas Dutra por desvelar los secretos de Instagram
domingo, 19 de julio de 2020
Construcción con piedra (seca)
Fotografías, Jaume Riba, Andorra
Texto y fotografías para una publicación La primera piedra, sobre construcciones de piedra seca, de la Fundación CalPal, de Andorra
Agradecimientos a Natàlia Chocarro y la Fundación Vila Casas
Las piedras y los humanos estamos íntimamente relacionados.
Somos de barro, sin duda; así lo cuentan los mitos. Entre el humus y el hombre
existe una perfecta simbiosis; el hombre es barro modelado. El barro es cálido
y dúctil; se deja conformar. Mitos griegos y mesopotámicos cuentan que los
dioses, Prometeo (en Grecia y en Roma) o Enki (en Mesopotamia) tomaron un
puñado de barro, modelador figuritas que introdujeron en el vientre de la diosa
madre quien los alumbró al cabo de nueve meses, unas criaturas que otros dioses
animaron, dotándolas de espíritu. Pero el barro no retiene la forma modelada si
no se cuece a alta temperatura; el barro es informe; retorna a su condición
primigenia cuando no se endurece. El mito mesopotámico del diluvio narra que,
cuando los dioses abrieron las compuertas del cielo, los seres humanos se
asemejaron a peces flotando muertos en la superficie de las aguas que subían de
nivel, antes de disolverse lentamente y desaparecer dejando tan solo un leve y
turbio rastro. Si somos mortales es precisamente porque somos seres de barrio.
viernes, 17 de julio de 2020
¿Qué ganamos visitando un museo?
1.- ¿Por qué ir de visita a museos –cuando casi todas las obras
están a una tecla de nuestro alcance, cuando la miríada de imágenes que se
asoman a nuestras pantallas pueden parecernos más atractivas o intrigantes que
las obras -a veces fuera del tiempo, nuestras preocupaciones o intereses,
relucientes o polvorientas-, que los museos atesoran y exhiben? ¿Qué interés
puede tener esta experiencia? ¿Causa placer o desánimo? Los objetos, muertos o
mudos, perdurables o perecederos, desconectados de las culturas y razones a los
que atendían, expuestos a nuestra contemplación ¿tienen (aún) algo que
contarnos?
Obras que no son necesariamente de nuestro tiempo, antiguas
o arqueológicas. Las obras siempre se relacionan con el tiempo, tiempo pasado,
aunque sean de ayer mismo, y aunque anuncien el futuro; son visiones del futuro
que se tuvieron ayer. Los hombres somos mortales; las obras –pese a que han
sido creadas por humanos y que retratan a humanos o a vanos sueños humanos,
creencias ilusorias en seres que no existen, dioses y héroes- perduran. Apenas
pasa un día desde su creación, son ya testimonios de un tiempo pasado. Gracias
a la relación con las obras, nuestros sentidos se prolongan en el tiempo, se
adentran en el pasado, cortocircuitan el paso del tiempo, y nos proyectan en el
pasado –el ayer, tan solo, incluso-, de modo que el paso del tiempo ya no nos
afecta: es decir, la relación con las obras de arte nos hace inmunes a la
segadora del tiempo, nos convierte en inmortales.
“Si se me diese siquiera el tiempo suficiente para realizar
mi obra, lo primero que haría sería describir en ella a los hombres ocupando un
lugar sumamente grande (aunque para ello hubieran de parecer seres
monstruosos), comparado con el muy restringido qu se les asigna en el espacio,
un lugar, por el contrario, prolongado sin límite en el Tiempo, puesto que,
como gigantes sumergidos en los años, lindan simultáneamente con épocas tan
distantes, entre las cuales vinieron a situarse tantos días” (Marcel Proust: El tiempo recuperado)
2.- La visita a un museo nos traslada a otros mundos, reales o imaginarios, pero distintos, mundos que son una versión mejorada, empeorada, si cabe, o deformada del mundo en el que vivimos. El museo aparece así como un receptáculo que acoge esperanzas y temores; nos saca de nuestra rutina, y nos transporta, para elevarnos o rebajarnos, mostrándonos lo que nos espera, para bien o para mal, mundo que no es sino un reflejo del que nos hemos creado.
2.- La visita a un museo nos traslada a otros mundos, reales o imaginarios, pero distintos, mundos que son una versión mejorada, empeorada, si cabe, o deformada del mundo en el que vivimos. El museo aparece así como un receptáculo que acoge esperanzas y temores; nos saca de nuestra rutina, y nos transporta, para elevarnos o rebajarnos, mostrándonos lo que nos espera, para bien o para mal, mundo que no es sino un reflejo del que nos hemos creado.
Un museo no es un paraíso artificial, un
engaño, no ofrece un “mero” entretenimiento –aunque entretener sea una
actividad noble, que no nos embrutece o envilece, como pensaba Platón, sino que
nos mantiene alerta y da qué pensar, como el mismo Platón, paradójicamente practicaba
recurriendo a mitos, fábulas y estructuras de comedias, basadas en la vida
cotidiana (un paseo, un encuentro, un banquete) para ayudarnos a darnos cuenta
de las paradojas de la vida, para que no demos nada por sentado; la visita no
es una huida, un recurso fácil para no afrontar problemas, o el simple
aburrimiento o la desidia, sino que se aproxima más a un retiro “espiritual” o
conventual; un alto en el camino. Antes de volver al mundo con otra mirada, y
objetivos distintos. Un museo no ofrece soluciones; no es un depósito de
consuelos o modelos, sino que, a través del contacto sensible con esos otros
mundos que nos ofrece, como en un espejo, descubrimos, reflejados, qué o quiénes
somos, y dónde nos encontramos. Un museo nos ayuda a ver mejor el mundo, y a
saber qué podemos esperar de él. De algún modo, la visita a un museo se asemeja
a la experiencia de asistir a una tragedia, según la observación de
Aristóteles. No nos abre las puertas a un mundo vano puesto que ilusorio, sino
que nos previene y nos prepara para lo que nos encontremos cuando tomemos la salida
del teatro o del museo. Entre el teatro y el convento se encuentra el museo. No
se sale de él con el mismo ánimo con el que hemos entrado. Es cierto que ciertas imágenes, desde un
retrato a un videojuego, turban y pueden provocar una pérdida de rumbo, y hubo
quienes, como Dorian Grey, se volvieron asesinos tras el contacto con una obra.
Las obras, y los museos que atesoran obras, pueden condicionar, para bien o
para mal, nuestra vida, incluso momentáneamente. Pueden constituir una
revelación o causar ceguera. O causar hastío e irritación. Pero nuestra mirada,
y nuestra reacción ante el mundo, cuando volvamos a él, quizá ya no sea la
misma. Meditada o instintiva, la máquina del museo nos habrá cambiado, y habrá
cambiado el mundo que depende de cómo lo juzguemos y de cómo actuemos en él.
3.- Un museo transmite determinados valores, criterios y prejuicios. Exalta determinadas obras, artistas y conceptos en detrimento de otros. Selecciona y discrimina. Algunos artistas, algunas obras nunca entrarán en los museos porque no casan con los valores que un museo quiere impartir o defender. Un museo es una institución, por lo que es una máquina que forma, deforma y controla maneras de actuar y de pensar. Puede ser una guía o una vía única de la que no se puede salir, un centro vital o un cementerio; sin duda, ambas cosas. Pero los mundos ideales, cuya existencia muestra el museo y de cuya existencia nos advierte y nos previene, no son de este mundo. Un museo, por tanto, puede embotar pero también azuzar nuestra criterio, y prepararnos, para desesperanza nuestra, pero también abriéndonos los ojos -un museo es un activador de los sentidos, sobre todo de la vista- para lo que nos espera, que no es mi puede ser el cielo.
miércoles, 15 de julio de 2020
SEGUNDO DE CHOMÓN (1871-1929): MAGIC BRICKS (LADRILLOS MÁGICOS, 1908)
Ah, si existieran....
Aunque los ladrillos mágicos existían, en verdad: en la imaginación y las historias imaginativas del gran cineasta Segundo de Chomón, uno de los mejores cineastas pioneros junto con Georges Meliès y Alice Guy-Blanché.
EINAT TSAFARTI : CASTILLO DE ARENA (2020)
Una niña construye un castillo de arena, con ventanas que dan al mar, tan alto, tan grande que caben hasta cocodrilos, y tan deseable que príncipes y princesas acuden a la fiesta de inauguración, mientras sube la marea.
Poco a poco, algunos granos de arena van cayendo del techo en los manjares de la fiesta....
Einat Tsafarti es una joven autora e ilustradora de cuentos infantiles (y no tan infantiles) israelí.
El libro está traducido al inglés, francés, alemán, español, catalán....
martes, 14 de julio de 2020
THOMAS HOUSEAGO (1972): LA CASA DE LA LUNA ("MOUN" HOUSE, 2014)
Una gran exposición de arte contemporáneo, en una de las sedes de la fundación Palazzo Grassi, en Venecia, dirigida por el escultor inglés, afincado en Los Ángeles, Thomas Houseago, permite recordar su obra principal, The Moun House (un juego de palabras entre Moon, luna, y Mun, el nombre de su actual pareja), hasta finales de año.
Los muros de esta obra descomunal, una casa constituida como un laberinto, o un juego de muñecas rusas, casas dentro de casa, realizada con paneles de madera y yeso, comprenden innumerables óculos que recuerdan las fases de la luna, y que permiten sortear la diferencia entre el interior y el exterior. Óculos que son lunas, inaccesibles, puertas y ventanas, también, por los que es fácil, como en un juego, cruzarlas, adentrándose en espacios que parecen conducir hacia una cámara secreta donde moraría quien sabe qué monstruo.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)