Apenas accedido bajo cubierta, tras ascender por una colina y sortear filas de bloques de acero Corten dispuestos en el suelo, en filas prietas como ataúdes llegados de un campo de batalla, el suelo desciende en la penumbra bajo innumerables monolitos de acero colgados del techo.
Colgados.
En los años veinte, se colgaban negros que portaran una fotografía de un blanco; en los años treinta, se colgaba a toda una familia negra porque uno de sus miembros había osado pronunciar una palabra juzgada inconveniente ante un blanco; a finales de los años treinta, si un negro caminaba detrás de su "dueña" era colgado; antes, a finales del siglo XIX, una queja por maltrato acarreaba que la mujer negra embarazada fuera colgada por los pies, quemada, su vientre rajado para que el feto cayera y fuera troceado.
Entre 1877 y 1950, años más tarde del fin de la Segunda Guerra Mundial, 4400 negros fueron colgados en el sur de los Estados Unidos, un espectáculo al que se asistía como quien acude, con los niños, endomingado, comiendo golosinas, a una feria ganadera.
El Memorial por la Paz y la Justicia, en la ciudad de Montgomery, en el estado sudista de Alabama, del estudio de arquitectura norteamericano Mass Design Group, está inspirado en dos memoriales: el memorial por los muertos norteamericanos en la guerra del Vietnam, en Washington (1982), de quien era aún una estudiante de arquitectura, Maya Lin, y el memorial por las víctimas del Holocausto, en Berlín (2003-2005), del arquitecto Peter Eisenman, y evoca, alusivamente, la tortura y la muerte, en toda su extensión y horror, con innumerables filas de monolitos de acero Corten, como quemado, despersonalizados, idénticos, sin identidad, como animales despellejados en un matadero, que cuelgan justo encima de la cabeza de los visitantes, rozándoles.
Seguramente el mejor monumento del siglo XXI