martes, 27 de octubre de 2020

Traspaso

 






















Fotos: Tocho, octubre de 2020


Calles Fernando y Princesa, Barcelona: el eje central en el casco antiguo.

En Junio de 2020, todos los comercios estaban cerrados, pero casi ninguna se traspasaba o se vendía.


Traspaso: literalmente, pasar de un lado a otro; un bien se desplaza, pasa de mano en mano. El propietario cede o dona el bien que ya no puede mantener con la esperanza que el receptor no lo deje morir. Espera que más allá de sus manos, el bien reviva.

Traspaso, en francés se dice transferrer (del latín transferre: transportar. Ferre, portar, deriva del griego pheroo: portar -armas, habitualmente-, pero también obtener, recibir)

Pero traspaso, en verdad, es idéntico al francés trépasser, que significa pasar de un lado a otro, pero un paso sin retorno. La frontera que se cruza es la última. El bien se dirige al más allá. Trépasser significa morir.  

lunes, 26 de octubre de 2020

El museo

 

 Una de las escenas más célebres filmadas por Hitchcock, para la película Vértigo (De entre los muertos), de 1953, muestra a la protagonista, Madeleine, sentada, quieta y recta, en silencio, absorta ante un gran retrato rococó, parecido a un cuadro de Gainsborough, que parece mirarla, en una solitaria sala del museo de arte Legion of Honor de San Francisco, sin darse en cuenta, aparentemente, de que un detective la observa desde el umbral que conecta la sala seis, cercana a la entrada del museo, con el pasillo central del museo.

La imagen parece una ilustración de la actitud estética que se pide se tenga ante una obra de arte: una actitud reverenciada, a cierta distancia, contemplando intensamente la obra, disfrutándola al mismo tiempo que tratando de alcanzar su significado, poco evidente, aunque perceptible a través de las formas pintadas.

La escena revela la relación que se establece entre el espectador y la obra. Dicha relación no está equilibrada. el espectador (la espectadora en el ejemplo anterior) parece fascinado y sometido por el cuadro que exhibe un singular poder. Detiene e impone el silencio.

La actitud de Madeleine es lo más parecido a la que se tiene en un templo: recogimiento, sumisión y silencio, aunque en este caso, la mirada no baja sino que parece hipnotizada por los ojos de la figura retratada.

Cuando se entra en un museo, sobre todo en tiempos difíciles como los de hoy, en los que nadie se acerca, y las salas permanecen vacías, apenas controladas por vigilantes que cabecean, se tiene la sensación de hollar el castillo de la Bella Durmiente. Pese a sus riquezas de todo tipo, un museo no es una tumba, sino un espacio en el que el tiempo se hubiera detenido. Las figuras no han muerto, no están embalsamadas, ni el polvo las cubre: tienen los ojos abiertos y nos siguen con la mirada, todo y permaneciendo inmóviles. Todo lo que puebla el museo se halla bajo protección: figuras y objetos descansan en urnas, paramentos de vidrio, mesas acristaladas, bases y peanas. El tiempo se ha detenido. Cada cosa está en su sitio. Las figuras son conscientes de nuestra llegada pero permanecen quietas. Un sin fin de objetos enigmáticos, hechos con todo tipo de materiales, de tamaños muy distintos, se encuentran dispersos, pero ordenados por las salas. Parecen valiosos amuletos e instrumentos de uso desconocido. En cuanto a las figuras, pintadas o esculpidas son efigies de mortales e inmortales, de vivos y muertos, de dioses, héroes y de humanos, de seres reales, imaginados e imaginarios, del pasado y del presente -y del futuro. incluso-, padres, hijos y antepasados, o que existieron en la tierra o en sueños. Nada ni nadie se mueve; tan solo pantallas de televisor y paredes sobre las que se proyectan filmaciones, sonoras o en silencio, permanentemente, ante nadie, están en marcha, como si los espectadores se hubieran ido, olvidándose de interrumpir las proyecciones, o estuvieran dispuestas para unas próximas visitas. Esas extrañas ventanas son lo único que enmarca escenas en movimiento, un movimiento que no cesa, que se repite en bucle, sin que se sepa porqué. 

Las obras no parecen aguardarnos, pero se tiene la sensación que son conscientes de nuestra presencia. Algunas se resisten a ser descifradas. Parecen compuestas en un lenguaje desconocido y encapsular contenidos cifrados. Pero, en ningún caso nos expulsan de su espacio. Entre indiferentes, adormecidas y sintiéndose superiores, las obras nos dejan circular entre ellas y rodearlas, como si fueran conscientes que estamos de paso, y que la salida nos aguarda al final del viaje. Otros seguirán nuestros pasos; y también deberán seguir avanzando. Por mucho que Madeleine quisiera confundirse con la figura del cuadro, no pudo quedarse. Tan solo las obras permanecen y perduran.

Recorrer un museo es recorrer, en un tiempo concertado y en un espacio acotado, una vida, o múltiples vidas. Un museo es un condensado de vidas de las que aprendemos para, a la salida enfrentarnos a la vida, mas y mejor preparados tras la serenidad que un museo transmite.

Pro esas lecciones requieren tiempo, un tiempo del que creemos estamos privados o que no queremos perder sin darnos cuanta que la pérdida nos aguarda fuera de los muros del museo.




domingo, 25 de octubre de 2020

YEON SANG-HO (1978): SEOUL STATION (ESTACIÓN DE SEÚL, 2016)

 


 Para esos tiempos. Si alguien logra ver la película entera

Véase, por ejemplo, este enlace sobre el director de cine y de animación coreano Yeon Sang-Ho


Clase bajo la pandemia


Edición: Irene Cervera y Marina Bernal

Con la participación del actor, autor y director de teatro Marcel Borrás, y del profesor asociado de Teoría de la UPC-ETSAB, Tiziano Schürch

Clase presencial opcional, de la asignatura de Teoría II, de la UPC-ETSAB, en el teatro Grec, en Montjuic, en Barcelona.

La sesión versó sobre las procesiones (el largo camino ascendente hacia el teatro), es decir sobre teoría (palabra que significa procesión o desfile hacia un acontecimiento inesperado o deslumbrante), las relaciones entre el teatro y la ciudad, y sobre el espacio escénico y su relación con el espacio profano a través de la "cuarta pared", mantenida o derribada según qué espectáculos y qué concepciones de lo que es el teatro y su relación con el mundo.

Las clases presenciales al aire libre se deberán suspender. Permitían aún la relación directa entre los profesores y los estudiantes, verse las caras o, al menos, a los ojos. Permitían tener conciencia de estar juntos en un mismo lugar, cuya forma y cualidades podía llegar a influir en la explicación, inducirla incluso. Las primeras clases acontecieron en un jardín, ayer en un teatro.
Mañana....
Mañana no se impartirán en una playa.
Volveremos a las clases virtuales que ya carecen de la novedad, incómoda, desazonante, pero aún por explorar y agotar, que tuvieron durante el confinamiento del segundo cuatrimestre del curso anterior.
Hoy, ya solo consisten en un monólogo dirigido a una pantalla moteada de círculos de colores con una letra inicial en mayúsculas en el centro, que tan solo se metamorfosea en la imagen de un estudiante cuando interviene, antes de volver a transformarse en un círculo mudo.
Así estaremos hasta el final de curso -si llegamos.



Agradecimientos a Marcel Borràs, el ICUB, Aureli Santos y Pedro Anglada.

BROTHERS QUAY (STEPHEN & TIMOTHY, 1947) (LOS HERMANOS QUAY): DE ARTIFICIALI PERSPECTIVA, or ANAMORPHOSIS (1991)


Hermosa animación, muy útil para explicar la perspectiva renacentista.

Sobre los hermanos Quay, gemelos británicos, véase, por ejemplo, este enlace.

sábado, 24 de octubre de 2020

El coro y la ciudad

La fundación de las ciudades o colonias romanas requería, al igual que en otras culturas antiguas (y modernas: pensemos en el rito de la colocación de la primera piedra), un ritual con ofrendas a los dioses del subsuelo y un acto singular. Jóvenes jinetes organizaban una compleja coreografía ecuestre en un espacio acotado cubierto de arena, sobre el que los pasos de los caballos iban trazando líneas ondulantes y enrevesadas. Este ritual se llamaba el juego de Troya.

Pero nada tenía que ver con Troya, sino con Creta -Creta y Troya se confundían ya que Cnossos cayó en el olvido. El ritual rememoraba el estallido de alegría, las festivas danzas que los jóvenes atenienses liberados de las fauces del Minotauro, encerrado en el Laberinto, por el príncipe Teseo, ejecutaban sobre la arena de la playa antes de embarcar de regreso a Atenas, poniendo fin a una cruel deuda que Atenas tenía con el rey de Creta que le obligaba a enviar anualmente siete jóvenes que alimentarían al monstruo, el Minotauro, ávido de sangre.

Dicha danza dejó sobre la arena las huellas de los pasos de los jóvenes danzantes. Dichas trazas se asemejaban a una confusa madeja de hilos o a una intrincada red de surcos, cuya planta recordada la  trama de galerías del laberinto. Bailando en la arena y dejando inscritos unas marcas laberínticas, los jóvenes rescatados simbolizaban bien su salida de la morada del monstruo.

Los jinetas romanos que practicaban el juego de Troya también acababan por dejar unos enmarañados surcos en la tierra. Mas, no habían escapado de ningún laberinto. ¿Qué podía entonces significar este ritual y las huellas que dejaba tras de sí?

El umbral de numerosas villas romanas comprendía un pequeño mosaico inscrito en el suelo. Dicho mosaico comprendía la planta de un laberinto. La desconcertante complejidad de la trama del laberinto, cuya lógica no se percibía, contrastaba poderosamente con el claro y lógico plano de la villa. La oposición estaba buscada. El laberinto era la antítesis del espacio doméstico. Ésta se organizaba para poder ser recorrido y ocupado sin causar ninguna desorientación. Por el contrario, era imposible seguir el hilo del laberinto. Éste, por tanto, desconcertaba y enredaba a los malos espíritus que pretendieran infiltrarse en el hogar y hacer daño. El laberinto era un amuleto que impedía que quien quisiera desorganizar una casa quedara detenido y apresado.

El laberinto que los jinetes trazaban también tenía una función profiláctica. Se ubicaba ante las puertas de la ciudad recién fundada, antes de que ésta fuera poblada. Ninguna plaga, ninguna fuerza dañina podría acceder a la ciudad.

El espacio donde los jinetes danzaban se llamaba un coro (choros). Un coro, en verdad, era un grupo de cantantes y danzantes ubicados en un espacio también denominado choros. El coro jugaba un papel fundamental en el desarrollo del teatro clásico. Compuesto por numerosos actores y cantantes, el coro actuaba al unísono. Representaba la voz de la comunidad y expresaba en voz alta las alegrías y los temores de los ciudadanos ante lo que les acontecía a los héroes cuyas aventuras se representaban en escena. El coro podía incluso aconsejar a los héroes, advirtiéndoles de los peligros a los que se iban a enfrentar y sobre todo de las consecuencias de sus actos. El coro era la voz de la ciudad que trataba que imperara la cordura y que los héroes no se arriesgaran a enfrentarse a su destino y a los dioses, que tales enfrentamientos trágicos eran la base de las obras de teatro clásicas.

La relación entre el coro y la ciudad se estrechaba aún más. Reputados helenistas como Jesús Carruesco se han preguntado por la posible relación entre el choros y la choora. Choora significaba espacio acotado y, más precisamente, espacio habitado. Polis en griego designaba a los ciudadanos, astu, las estructuras construidas, y choora la ciudad habitada; es decir, la ciudad a salvo, el espacio bien defendido donde la vida podía desarrollarse sin amenazas, todas ellas detenidas por el choros.

La ciudad clásica, entendida como un espacio de recogimiento, estaba relacionado con la danza. La danza fijaba en un mismo lugar todos los posibles males que exorcizaba. El choros los ahuyentaba, liberando, por tanto, la choora de los peligros, y permitiendo que pudiera acoger la vida.

El teatro ha sido siempre un espejo de la vida; en este caso, el coro era un espejo de la vida urbana, puesta a salvo gracias al apresamiento de los males y los monstruos que los orquestados movimientos y voces del coro lograba.           

miércoles, 21 de octubre de 2020

Teatrillos (Sueños de papel)

 



























Fotos: Tocho, octubre de 2020



Quizá algún lector mayor recuerde la fascinante colección de maquetas de escenografías teatrales y de ópera, muchas del siglo XIX, que se mostraban en pequeñas vitrinas individuales bien iluminadas tras el cristal, en el Institut del Teatre de Barcelona, ubicado en el laberíntico y oscuro Palau Güell, de Antonio Gaudí, en la otrora llamada Calle Conde del Asalto. Ocurrió hace tiempo, a finales de los años setenta del siglo XX.
Hoy, esos teatrillos se hallan fuera de la vista del público, bien conservados en cajas perfectamente alineadas, en las reservas del Museo de las Artes Escénicas (un museo que carece de una exposición permanente, cuyos fondos se guardan, en perfecto estado, en unas dependencias que se asemejan a una cueva de los tesoros, repleta de trajes, fotografías, carteles, maquetas, y diversos elementos escenográficos), situado en el nuevo (y desafortunado) edificio del Institut del Teatre, en Montjuic. 
Teatrillos compuestos por una sucesión de pequeños decorados pintados morosamente, delicadamente recortados, frágiles y sin embargo capaces, quizá por su propia aparente fragilidad, de hacer soñar, por los que la imaginación se proyecta.

Nota: Barcelona cuenta con una segunda gran colección de maquetas de decorados teatrales, también de papel y de cartón, del siglo XIX, en una planta, temporalmente cerrada, del Museo Marés.