jueves, 25 de febrero de 2021

SALAM ATTA SABRI (1953): LETTERS FROM BAGHDAD (CARTAS DESDE BAGDAD, 2010-2019, 2021)










Tras vivir en los Estados Unidos, el artista iraquí Salam Atta Sabri regresó a Bagdad en plena guerra civil, y trató de reflejar dibujando, influido por el trazo y la composición de la miniatura árabe, y con medios de fortuna, dada la escasez de material de dibujo en Bagdad, qué implicaba vivir en una ciudad maltrecha, una país destruido, en medio de incesantes atentados con decenas de víctimas, y la subida del Estado Islámico.
Estos dibujos se acaban de presentar la semana pasada.

miércoles, 24 de febrero de 2021

Devolver (la piedra de Rosetta)

 Cuando el gobierno egipcio anunció la construcción de un nuevo museo nacional de arte egipcio, fuera del centro de la ciudad de El Cairo, sino en la cercana Saqqara, cabe el recinto funerario faraónico, en 2003,pidió en préstamo la piedra de Rosetta al Museo Británico de Londres en el que se expone. Ante las dudas, injustificadas o no, de los conservadores británicos acerca de las condiciones del museo en el que se iba a mostrar, el gobierno egipcio endureció el tono y reclamó su devolución. Dicha reclamación se ha actualizado con la próxima inauguración del desmesurado nuevo museo egipcio, y la piedra de Rosetta forma parte del conjunto de piezas arqueológicas, como los frisos del Partenón y el Código de Hamurabi que los gobiernos de Grecia y de Iraq reclaman al Museo Británico y al Museo del Louvre. Las peticiones parecen lógicas y deberían satisfacerse. Los casos son claros, cerrados. 

La piedra de Rosetta es un fragmento de una gran estela bilingüe (egipcio-griego) y con tres grafías (jeroglífica, demótica, griega alfabética) -se han encontrado más fragmentos tras el primer y principal hallazgo- grabadas en piedra dura, que debía exponerse en un patio de un templo faraónico. Desmantelado en una época desconocida, por cristianos o por musulmanes, un fragmento de la estela rota, intencionada o casualmente, fue reutilizada como material de construcción en un fuerte construido por los otomanos cabe el delta del Nilo para su control.

El faraón Ptolomeo V, quien gobernaba en Egipto cuando el cincelado y la instalación de la piedra de Roseta, no era egipcio, sino macedonio. La dinastía a la que pertenecía fue fundada por un general de Alejandro, tras la conquista helenística de Egipto. Los faraones Ptolomeos no hablaban, seguramente no leían ni sabía escribir el egipcio, sino el griego. Aunque se representaban con los atributos faraónicos, siguiendo una iconografía milenaria, los Ptolomeos eran culturalmente distintos de los Egipcios.

En la época de la creación de la piedra de Rosetta, la debilidad del faraón era tal que todo el país había sido puesto bajo la protección de Roma. Roma aun tardaría dos siglos en conquistar Egipto -con Julio César y César Augusto- pero Roma ya velaba sobre Egipto.

Egipto, que había sido conquistada por los árabes en el siglo VII, devino una posesión del imperio otomano con capital en Constantinopla (hoy Estambul) a principios del s. XVI. Precisamos que turcos (otomanos) y árabes no compartían -ni comparten- nada, salvo la religión. 

Napoleón Bonaparte, aún cónsul francés, decidió conquistar Egipto como un medio de oponerse indirectamente al Imperio británico, que que Egipto constituía la vía de paso más rápida entre Londres y la India, una colonia británica. El bloqueo dañaba fuertemente la economía británica. 

La piedra de Rosetta fue descubierta por el ejército napoleónico. Sin embargo, con la derrota militar francesa ante el ejército británico que acudió para desalojar a Napoleón, la piedra de Rosetta se convirtió en un botín de guerra, llevada a Londres y depositada en el Museo Británico donde aún se halla.

La piedra de Roseta era un objeto entre macedonio y egipcio, bajo órbita romana, hallado en territorio árabe bajo control otomano, por franceses y llevado por ingleses.

Desde la caída del Imperio otomano, tras la Primera Guerra Mundial, Egipto fue colonizada por Gran Bretaña antes de lograr la independencia.

¿A quién se debería devolver la piedra de Rosetta? Skopia (capital del estado de Macedonia), Atenas (Grecia posee una región norteña llamada Macedonia -existe un conflicto entre ambos países acerca del nombre de aquella región), Roma, Estambul (antes Constantinopla), Paris y El Cairo pueden aducir, con buena o mala fe, derechos sobre esta piedra -escrita tanto en egipcio cuanto en griego.

¿Es el actual Egipto heredero del Egipto ptolemaico? La piedra de Rosetta fue llevada a Londres cuando Constantinopla (Estambul) era la capital de Egipto. 

Por otra parte, esta piedra se ha convertido en un "tesoro" tras el desciframiento de la escritura jeroglífica con la que está escita una de las tres versiones del decreto. "En sí", solo es una estela fragmentada sin valor "artístico". Dicho desciframiento fue logrado parcialmente por un estudioso inglés, y rematado por un francés.

Las negociaciones, por ahora a tres o cuatro bandas -Londres, París, El Cairo e Estambul, mientras Atenas, Skopie y Roma no intervengan- pueden durar una eternidad: Egipto siempre ha sido el lugar donde el tiempo es inmemorial. 

martes, 23 de febrero de 2021

Dorar la píldora

Son las cuatro cuarenta y nueve de la tarde, hora española.

Aunque miren por la ventana, y vean ya la luz declinar, está confundido; una ilusión.

Estamos en julio de 2021, el año académico 2020-2021 está a punto de concluir en el hemisferio norte, y se está cerrando la programación del nuevo curso que empezará en septiembre.

La pandemia está retirándose; las medidas extremas sanitarias han desaparecido o se han suavizado mucho.

Todo parece volver a la normalidad; es decir, a cómo trabajábamos hasta marzo de 2020.

¿No pretenderá volver a dar clase en una aula, con una mesa, una pizarra con tiza y una esponja, un proyector y un ordenador?

Las clases virtuales han llegado para quedarse: un mantra.

Después que la universidad privada haya invertido en una gigantesca pantalla curva de varios metros de ancho en la que la imagen de la cabeza de los alumnos aparece a tamaño natural, como si estuvieran incrustados en primera fila en el aula, un proyector "de última generación", un "telepronter", un ecualizador de sonido, focos que suavizan los rasgos, y un ayudante que, ante un ordenador, se encarga del "chat", se dará marcha atrás. 

Como si....

Las clases se impartirán mediante videos. 

¿Vídeos de dos o tres horas, con la misma duración que una clase "presencial" -un adjetivo que hasta 2020 era redundante-?

Mantra: los jóvenes no aguantan más de cinco minutos.

Prepare ciento veinte o ciento ochenta vídeos de un minuto -píldoras-, proyectados en orden o que los estudiantes los vean en el orden que prefieran.

Tik Tok.

¿Preparar? el contenido de la "charla", posiblemente. Un "creador de contenidos" le corregirá. 

Luego, ¿por qué ponerse ante la cámara en una aula de grabación, como si diera una clase? 

Un locutor o una locutora hablará ante la cámara, paseándose. Vestido o disfrazado, con una máscara de carnaval o un sombrero, enunciará unos pocos titulares.

¿Matices, digresiones, comentarios al margen, observaciones puntuales, análisis que traten de dar la vuelta a los temas, desvelando la complejidad de los mismos? ¿El tiempo necesario para adentrarse en un tema?

Pero ¿en qué año se ha quedado?

lunes, 22 de febrero de 2021

CHRISTIAN ROBINSON (1986): HOME (HOGAR)




















 

Christian Robinson es un ilustrador de libros infantiles norteamericanos, instalado en California, votado como el mejor dibujante en 2020. Galardonado autor de cuentos de gran éxito, ciudades, casas e interiores constituyen el marco y a veces los protagonistas de sus libros.

Según Robinson: "debo admitir que he pasado mucho tiempo pensando en el significado del hogar. Creo que el hogar es algo que llevamos con nosotros, y no es necesariamente ningún lugar. Encuentro el hogar en personas y en relaciones, es también como un sentimiento de paz y de pertenencia". 

domingo, 21 de febrero de 2021

Un libro

Los libros y las maletas cumplen funciones semejantes, hasta están organizadas de forma parecida, pero actúan de modo opuesto. Las maletas se cierran, los libros se abren. Bajamos la parte superior de la maleta, ya llena, hasta que encaje con la bolsa inferior, y cerramos las hebillas, listos para a poco partir. Un libro también invita a un viaje; constituye el inicio de una aventura en el momento en que se abre la cubierta y se giran las primeras páginas. Por el contrario, cuando cerramos el libro por última vez, nos puede embargar una cierta sensación de tristeza y de nostalgia: el recorrido ha llegado a su fin.

Una maleta vacía es una imagen de abandono, o del fin: el viaje ha llegado a término, ya no podemos seguir; una maleta vacía se guarda lo antes posible; no queremos que permanezca ante nuestros ojos como la señal de lo que ya no podemos llevar a cabo. Un cuaderno de hojas blancas es una promesa de una historia por escribir que quizá nos transporte.   

La apertura es un movimiento cargado de simbolismo. Un libro se presenta, cuando lo leemos, como dos manos juntas, tendidas y abiertas: un gesto que denota confianza por un lado y entrega por otro. Somos unas manos tendidas, como un libro abierto nos ofrece, no solo lo que encierra, sino un billete para cruzar las fronteras entre dos realidades distintas, prosaica y poética, un permiso para dejar el lugar donde nos hallamos.

La mayoría de los libros son de un solo uso; muchos ni siquiera merecen ser usados. Apenas leídos -o abiertos- se cierran y se apilan. ¿Cuántos libros habremos vuelto a leer? La Ilíada y La Odisea, de Homero; Las traquinias, de Sófocles; Madame Bovary, y La Educación Sentimental de Flaubert; La cartuja de Parma, y El rojo y el negro, de Stendhal; A la búsqueda del tiempo perdido, de Proust... ¿Y por tercera vez? Proust vuelve a aparecer.... hasta por cuarta vez, este mismo escritor se nos presenta.

Éstos son autores de libros. Del mismo modo que distinguimos entre construcción y arquitectura, un libro no es (solo) una publicación. La mayoría de los volúmenes, a menudo de lomos quemados por la luz, cantos despellejados y páginas amarillentas y quebradizas, que se astillarían si las volviéramos a abrir -lo que nunca haremos-, que forman, como un ejército tieso, ordenado e inerte, en los estantes de nuestras bibliotecas, no son sino publicaciones: textos impresos y compuestos de un solo uso, posiblemente prescindibles, desde luego olvidables; a veces, incluso, no querríamos reconocer que los hemos leído; aunque seguramente tampoco recordamos haberlo hecho. Una publicación se almacena, o se tira, pasado un tiempo, para dejar paso a otras publicaciones: letra muerta -no debe de ser casualidad que liber, en latín, antes que nombrar a un libro designaba la parte interior de la corteza de un árbol (que cortada en finas láminas permitía escribir sobre ellas) que, como escribía Virgilio en las Geórgicas (II, 77), daba lugar a brotes fecundos-; letra que no merece que se la recuerde; no deja ningún recuerdo, como si nada se hubiera escrito. Una publicación, como su nombre indica, hace público una noticia: pregona (a voz de grito), y casi nadie presta atención. Un libro, en cambio, es secreto; se guarda. Nos habla queda y personalmente, establece un diálogo. Un libro siempre dispuesto a abrirse. Y con cada nueva apertura, las mismas palabras nos resuenan de manera distinta, sorprendiéndonos, maravillándonos - ¿cómo es que no recordábamos esas frases y esos párrafos que, sin duda, no nos llamaron la atención la vez primera? -, o decepcionándonos. Un libro conjuga el placer de volver a leer las mismas historias y de alegrarse íntimamente de lo que sabemos, unas páginas más adelante, va a ocurrir, con la sensación de que lo que acontece no se produce exactamente del mismo modo, alternando la sorpresa y la esperanza, la anticipación y el descubrimiento. Un libro siempre es nuevo. Cuanto más gastada esté la cubierta, y con más facilidad se abra el libro, poniendo a veces en peligro la misteriosa unión de las hojas, que se giran sobre sí mismas sin soltarse, más vivo, más vital y necesario se muestra. 

La lectura exige una coreografía de gestos que se llevan a cabo lentamente, de manera casi ritual: nos alzamos, nos acercamos a un estante, nos ponemos quizá de puntillas; los dedos juntos, con sumo cuidado, traen hacía sí el lomo de un libro que ahora ya podemos coger con la mano; tras asegurarnos que se trata del libro buscado y hallado, nos damos la vuelta, damos unos pasos, nos sentamos, acercamos una lámpara y la encendemos -la lectura, seguramente por la luz que aporta o que emana de las hojas que, no es casual, son blancas, es una actividad nocturna y solitaria, aunque también necesitamos ocasionalmente leer en voz alta a una persona cercana alguna frase que nos acaba de placer o de inquietar, como si nos hubiéramos encontrado con un grial-, y abrimos el libro. En algunos casos, incluso -en libros antiguos que nadie ha leído-, insertamos un abrecartas en la parte vertical de las hojas para rasgarlas con cuidado y abrir los pliegues que se aureolan de virutas de papel como diminutos rayos: unos gestos que aun acrecientan la postergada importancia de lo que está a punto de acontecer, la apertura definitiva del libro. Si éste acaba de ser adquirido, el rascar el envoltorio, mirar la cubierta y la contraportada, abrirlo lenta (y nerviosamente), lisar un tanto las hojas, fijarse en minucias que postergar el inicio de la lectura, como se atrasa un inevitable y deseado placer, para que no se consuma antes de tiempo., constituyen unos gestos preparatorios, conocidos, ensayados, pero requeridos, que nos llevan, por fin, a abandonar la silla, la lámpara, la mesa y los estantes -así como las publicaciones- que nos rodean, que nos alzan. Un libro aletea y nos lleva con sus hojas extendidas. Un libro es una puerta (una ventana, y un árbol, también poseen hojas), y ambos entes, puerta y libro, se mueven del mismo modo: se abren una vez, y se cierran para siempre -hasta que regresamos, ya dispuestos para volver a apoyar la mano en el lomo o en un pomo.  ¿Hasta cuándo?


To be (and) not to be



De un anuncio publicitario callejero de una universidad privada jesuítica en Barcelona:

“Sé un ingeniero, sé real 

Sesiones informativas virtuales....”

Recuerda los anuncios de fabadas caseras de lata....



 

sábado, 20 de febrero de 2021

Libertad de expresión

 Aunque le llamaban marqués -el divino marqués-, Donatien Alphonse François de Sade era conde.

Los nobles tenían fama de libertinos; aunque el marqués de Sade tenía q un sirviente encargado de buscarle jóvenes mujeres mendicantes o viudas en la miseria para satisfacerle, y era un asiduo cliente de burdeles, no fueron sus costumbres lo que lo llevaron reiteradas veces a la cárcel -donde pasaría la mitad de su vida-, de la que su influyente familia lograba sacarlo a cada vez, sino las amenazas de muerte y el cruel maltrato al que sometió a una sirviente desesperada.   

Tras su última salida de entre rejas, era otro, uno de los grandes escritores europeos (cómo dijo  agudamente Simone de Bouvoir) , que logró un prodigioso objetivo: ser el escritor que mejor construyó unos textos, maravillosamente escritos con una lengua a la altura de los himnos y plegarias religiosos más elevados, que no se pueden leer. Francisco de Sade llevó la escritura hasta los límites de la imaginación. No se podía contar nada más transgresor ni violento y obsceno, porque nada más extremo se podía imaginar. Mostró que no podemos imaginar nada que no podamos contar , oralmente o por escrito; que la escritura es el instrumento de la imaginación, que sin el arte de la escritura, pulida, acerada, medida, justa y ajustada, somos incapaces de imaginar nada. Y lo que Francisco de Sade imaginó no se puede leer; el texto está ahí, delante de nosotros, y es inimaginable. Como Georges Bataille con su texto La historia del ojo, Francisco de Sade llegó hasta la frontera. Ya no cabían imaginar situaciones más crueles y orgásmicas porque no se hallaban palabras ni giros estilísticos y gramaticales capaces de explorar y expresar territorios que sin duda no existían más allá de lo ya contado. Más allá de la palabra solo quedaba el estertor, impronunciable, indecible, imposible de escribir o transcribir. El proyecto de  Francisco de Sade, llevado a cabo y logrado gracias al dominio de la lengua, el vocabulario, y la técnica de la escritura, tras incesantes, inacabables ejercicios de composición, de escritura y correcciones, de textos que no dejaban de ser borradores una y otra vez retomados y remozados, es quizá el proyecto más ambicioso y extremo por explorar y recorrer el mundo que la imaginación, es decir, la escritura, dibuja y compone. Este plan de vida fue concebido en la cárcel. Francisco de Sade murió, anciano, en un residencia psiquiátrica donde poseía sus aposentos y vivía cómodamente. Ya nunca más amenazó ni maltrató. Pero el marqués de Sade era uno de los hombres más cultos, inteligentes y entregados a la tarea de la escritura. Supo que la libertad  de expresión no existe tal como la concebimos porque la expresión no es libre: exige una vida de trabajo hasta dejar de ser libre, hallar sus límites, y trazar los contornos de lo que podemos imaginar, es decir, contar. No podemos contar, cantar, creyéndonos libres, sin saber de las cadenas del lenguaje. La libertad de expresión exige el más arduo encadenamiento a las exigencias se la escritura que nos impide escribir de cualquier modo sobre cualquier cosa so pena de no contar nada más que banalidades. Un escritor libre no puede levantarse de la silla atenazado por un estilete. Su proyecto de vida consiste en aceptar el reto que la escritura le plantea. La imaginación, como las palabras, tiene límites a los que casi nunca se llega siquiera con una vida de dedicación. Francisco de Sade sí lo logró: lo contó. Pero es casi imposible seguirle.