Myrtos, Creta.
Palaikastro, Creta
Un yacimiento arqueológico se asemeja a un escritura pictográfica (jeroglíficos egipcios, cuneiforme, en los inicios, mesopotámicos, glifos mayas, etc.). En ambos casos, signos, marcas, líneas se inscriben durablemente en una superficie. Las marcas pueden ser más o menos legibles, completas o no; pueden sufrir superposiciones, borrados o eliminaciones y reescrituras o nuevas hendiduras sobre un mismo plano. La dificultad interpretativa es doble: se tienen que reconocer los signos, y se deben leer: un signo pictográfico puede designar a la cosa representada, pero también puede utilizarse no por lo que muestra sino por su sonido, su valor silábico; por otra parte, incluso en el caso de una imagen reconocible, una misma imagen puede tener múltiples lecturas: así, por ejemplo, el signo de una boca puede leerse como boca, pero también como labios, así como silencio -boca cerrada-, comer, hablar, discreción, etc: lecturas naturalísticas, expresivas, simbólicas-. Esto implica saber no solo lo que significan aisladamente, sino conocer las reglas que los articulan, qué grupos forman, y a qué se refieren. Un signo suelto poco denota. Solo tiene sentido dentro de un grupo coherente, un conjunto de signos relacionados -incluso por partículas que se añaden a los signos y que se refieren a la función (sujeto, verbo, adjetivo, adverbio, complementos, etc.) de una palabra en una frase.
Las trazas de implantaciones (asentamientos) en el suelo también componen un texto que se refiere a la ocupación e instalación de un grupo humano en un lugar, pero también a cómo dicho grupo se relaciona con otros grupos, con el entorno, con los muertos y los inmortales. Un yacimiento habla de modos de vida, de la conciencia de estar en un sitio, de la relación con el tiempo y el espacio. Su lectura viene marcada por el reconocimientos de los signos y del conocimientos de las reglas que organizan su relación. Ambas tareas se superponen; están íntimamente relacionadas. Distinguir un signo o una unidad -un edificio- implica también intuir o descubrir qué relación mantiene con los signos vecinos. Salvo en contadas ocasiones (Pompeya, Delos), los yacimientos, sobre todo en Mesopotamia, ofrecen una visión plana -o una proyección horizontal, la planta- de un edificio: casi siempre los cimientos, o la planta baja de viviendas (no así templos, tumbas y palacios que pueden estar en mejor estado, y conservar muros de cierta altura e incluso cubriciones). Raras veces se mantienen pisos superiores. Por tanto, éstos deben suponerse. Los pisos pueden disponerse de manera a ocupar toda la planta, una parte -creando terrazas- o invadir los niveles superiores de casas vecinas, lo que puede denotar una ocupación forzada, o una concepción de una unidad clánica, tribal, familiar, que se articula con otras, y teje relaciones con otras unidades o partes de una misma unidad. El tejido residencial así conformado -intuido o deducido-, las relaciones espaciales dicen sobre las relaciones humanas y la concepción de lo que es una unidad y de quienes la forman o son aceptados.
El reconocimiento de un signo -una casa- se basa habitualmente en los accesos a la misma desde la calle: una interrupción "natural" en un muro que limita con lo que se interpreta como una calle, "señala" una entrada. Mas ésta no siempre se encuentra, ya sea porque ha sido destruida, porque la casa ha sufrido reformas y aperturas han sido tapiadas, ya sea porque nunca existió una entrada desde la calle. el acceso a una vivienda puede llevarse a cabo desde la terraza -el acceso es un descenso-, como ocurre en Çatal Hüyük (un poblado neolítico en Turquía), o desde viviendas vecinas, lo que también ilustra sobre las relaciones entre unidades.
La lectura de un yacimiento sólo es posible si se reconocen las unidades básicas y se conocen las reglas que las combinan, pero dichas reglas sólo se descubren en un yacimiento; o mejor dicho, por comparación, entre varios yacimientos, reglas que pueden depender del azar de los hallazgos, y que nuevas excavaciones pueden modificar o cancelar. Un yacimiento se lee. Su sentido viene de su interpretación, y éste se basa en la observación y en la proyección de imágenes, conceptos y prejuicios que ya poseamos en lo que vemos. La lectura es inevitablemente personal. Tratamos de interpretar lo que percibimos, objetivamente, pero la lectura es sobre todo subjetiva, marcada, guiada por lo que ya sabemos y creemos. Esta aparente limitación es lo que proporciona la riqueza a una lectura, y permite nuevas lecturas. El significado de un texto o un yacimiento no se agota -hasta que las marcas en el plano desaparezcan, porque se borran o porque ya no las veamos, agotados por los esfuerzos en tratar de descifrar lo que significan.