jueves, 7 de octubre de 2021

TXEMA SALVANS (1971): PERFECT DAY (2021)


 



































Hermosa, serena, desalentadora y fascinante exposición de fotografías de la serie Un día perfecto del fotógrafo Txema Salvans, en Barcelona, y dedicada a recoletos lugares, en medio de tierras baldías, ruinas modernas y suburbios industriales en la costa española mediterránea, en los que unas pocas personas parecen haber encontrado su paraíso.
Pescan en acequias de turbias aguas residuales, hacen picnic felices en aparcamientos desolados bajo un sol inmisericorde, sin sombras, descansan entre cascotes, o se recogen al borde de una piscina encajada entre viviendas de hormigón ocre y balaustres de piedra artificial porosa que simulan pueblos tradicionales idílicos en la degradada urbanización Marina d’Or.
Los colores levemente quemados de las fotografías, y la melancolía que desprenden figuras ensimismadas y solitarias ante los altos tubos de órgano delas refinerías y las cementeras revela bien la fragilidad y el carácter ilusorio de estos sueños. 


miércoles, 6 de octubre de 2021

Como setas






Los talleres imperiales no daban abasto. No cesaban de modelar, con pericia al menos, si no con gusto, bustos de los emperadores romanos, de fundirlos en bronce  o de tallarlos en mármol, y de enviarlos a todas las ciudades del imperio donde los encajaban en estatuas acéfalas de cuerpo entero realizadas, con más o menos pericia, por talleres provinciales. Dependiendo de la duración del reinado, se tenían que producir nuevos bustos más acordes con la edad del emperador. La familia imperial -madres, esposas e hijos- también debía ser retratada junto con el emperador. En ocasiones, sin embargo, los emperadores se sucedían con tal velocidad, o alcanzaban el trono simultáneamente, que los talleres no lograban producir efigies convincentes, por lo que recurrían a bustos ya realizados de emperadores anteriores cuyos rasgos, con unos pocos golpes de cincel, modificaban hasta lograr un cierto parecido con los nuevos y fugaces monarcas. 

Esta ingente e incesante producción escultórica obedecía a una razón, que no era ornamental ni decorativa, sino sagrada. Se rendía un culto a los emperadores -o a sus genios- en todas las ciudades, por lejanas de Roma que fueran, y las estatuas, ubicadas en templos, palacios, termas, academias y bibliotecas, jardines, foros imperiales, cruces de caminos, o mansiones nobles, eran necesarias para presidir los rituales que debían otorgar larga vida a los emperadores y, por tanto, a todo el Imperio.

Las esculturas eran anónimas. Quien era importante y debía ser recordado era el modelo -el emperador y su familia-, no el tallista.

Desde hace años, el imperio, un impero profano, ha vuelto. Una insólita, incesante aparición de obras idénticas emergen por doquier: caras gigantescas, en las que apenas se perciben variaciones, inundan espacios públicos, plazas, parques, calles, museos, y privados, desde oficinas hasta interiores domésticos. sin que se sepa qué culto presiden. Su tamaño varía desde decenas de metros de alto hasta figuras casi de juguete. No pasa un año sin que nuevas estatuas, todas iguales, mas con nombres distintos, asomen fatalmente. 

Hoy, le ha tocado a Nueva York, ayer a Barcelona. Mañana.... otras ciudades, grandes, medianas y pequeñas -ninguna está a salvo, todas se rinden- están ya sobre aviso: saben que nuevas caras fundidas están a punto de  acontecer. No saben qué han hecho para merecer esta lluvia de cabezas. Ni se sabe qué anuncian...   































martes, 5 de octubre de 2021

¿Qué es la arqueología?

Aunque la palabra arqueología es un término compuesto con dos palabras griegas comunes, dicha palabra, arqueología, no existe en griego ni en latín, sino que se trata de una palabra forjada en el barroco.

Literalmente , arqueología significa: la palabra cierta, que dice la verdad- sobre los fundamentos o principios, sobre lo primero: arjé-logos

En efecto, logos se traduce por palabra que cuenta hechos ciertos y demostrables -oponiéndose a mythos, que significa palabra que también cuenta hechos realmente acaecidos pero cuya existencia no puede ser verificada porque acaecieron en un tiempo antes del tiempo, el tiempo de los héroes- acerca de los orígenes. 

Arjé, en efecto, significa, en primer lugar, lo que está delante; es decir, lo evidente, lo que no se puede obviar ni negar; lo que se muestra o se revela, y que, en tanto está ante o delante de nosotros, nos llama, se relaciona con nosotros y, desde luego, sucede o ha sucedido antes de que estuviéramos delante. El arjé nos llama la atención. De ahí que arjé haya adquirido los significados de principio, origen y fundamento. Designa lo que existe antes que cualquier cosa, y que está n el origen de cualquier ser, ente o fenómeno. El mundo no se entiende sin los arjai. Éstos dan cuenta de la realidad del mundo, de su permanencia y durabilidad. Arjé es la razón del mundo que nos rodea. Y esta razón está oculta, si bien se piensa que se podrá desvelar.

La arqueología busca las raíces de las cosas, de los asentamientos humanos, busca las pruebas, las trazas de nuestro estar en el mundo. La arqueología persigue, por tanto, lo que ya no está delante de nosotros: lo que busca está oculto, sepultado. El arqueólogo excava, se adentra en la tierra, ahonda en el misterio de las cosas invisibles. Busca huellas, indicios que lleven a conclusiones ciertas sobre el ser humano, su presencia, sus gestos y gestas, en un lugar determinado. El arqueólogo inicia un viaje en el tiempo. Pero su búsqueda sigue dos directrices: vertical, descendente, pero también horizontal, buscando establecer relaciones entre distintos yacimientos, entre distintos niveles de ocupación.

Sin embargo, lo que la arqueología pone al descubierto son superposiciones de ocupaciones. Un nuevo asentamiento se basa, se asienta -y sepulta- en uno anterior, que le sirve de fundamento o cimiento. Los asentamientos ocupan un mismo lugar, y los que los preceden dan sentido a los nuevos. Lo que la arqueología revela son discontinuidades. Entre los niveles nada aparece. Las catas son capas vacías, sin presencia humana registrable, demostrable, separadas por marcas de ocupación. Las capas se relacionan o no. A medida que el arqueólogo se adentra se encuentra con trazas más ínfimas y desconectadas, con fragmentos, los últimos testimonios del pasado. La línea del tiempo solo registra cortos intervalos. Entre éstos, el silencio. 

El saber, o la historia, está constituido por una inestable superposición de niveles que no siempre guardan relación alguna entre ellos, separados por capas de olvido: de destrucciones de pruebas, de abandonos, de tierras yermas, que nunca acogieron vida. El arqueólogo registra más pérdidas, más blancos, silencios y ocultamientos, que presencias. La historia lineal, en la que cada paso se nutre de pasos anteriores, se revela falsa. Solo se perciben discontinuidades, fracasos,  inicios que no prosperan y, sobre todo destrucciones: causas naturales y humanos se ensañan para borrar toda traza humana. Un yacimiento es un texto en parte ilegible, en el que faltan palabras, perdidas definitivamente. Las pocas que quedan parecen transcribir un lenguaje indescifrable.

Mas estas trazas activan la imaginación. La arqueología es la gran creadora de la historia del pasado, en el que se alternan y se suceden capítulos que parecen ocupar su sitio, encajando perfectamente. La arqueología es el "paradigma" o modelo de toda creación: persigue indicios con los que armar historias, que se crean, se corrigen y se borran incesantemente tras cada nuevo descubrimiento, en pos de un inalcanzable origen, pues la arqueología parte de la hermosa y posiblemente falsa creencia que, un día, en un lugar, existió un origen que dé cuenta de lo que somos y de dónde nos encontramos. La arqueología busca un espejo (roto) dónde mirarnos y descubrir quienes somos.