Gracias a un título, una firma y una fecha, y a la manera de presentarlo, colgado del quicio de una puerta, un urinario devino, en 1917, una obra de arte, dejando su condición de objeto utilitario: el emblema del arte moderno, "Fuente", de R. Mutt, quizá el seudónimo del artista Marcel Duchamp.
Sin embargo, un váter de oro, conectado a la red, dispuesto para ser utilizado en unos lavabos, también llegó a ser una obra de arte -y no un mero útil-, gracias a un título -América-, el espacio dónde se presentaba (un museo, provocando, sin embargo, un encendido debate acerca de si los lavabos de los museos pueden ser lugares capaces de transformar útiles en obras de arte) y la firma de un artista, Maurizio Cattelan, quien determinó cómo los espectadores podían contemplar la obra. El acceso solo estaba permitido a quien tenía una urgencia, dando la vuelta a la estética kantiana según la cual la obra de arte se mira pero no se toca, no se usa, como un vulgar utensilio.
El gran artista francés, Pierre Pinoncelli, fallecido ayer, entró en la historia del arte, cuando, en dos muestras distintas francesas dedicadas al arte dadá, en 1993 y en 2006, devolvió Fuente a su condición primera de urinario, utilizándolo tal como se usa este objeto industrial.
Sin embargo, no se le pudo multar ni detener. La obra, Fuente, no era (el) original. Éste se perdió apenas su exposición en 1917. Seguramente acabaría en un vertedero. Fue en 1964 cuando Marcel Duchamp autorizó a una cincuentena de grandes museos de arte moderno a adquirir urinarios, imprimir firma y fecha, y convertirlos en obras de arte dotadas de cualidades inciertas, dadas sus naturalezas ambiguas, entre el original y la copia, entre la obra única y la obra seriada.
Por otra parte, ambas exposiciones no atendieron a las indicaciones de Duchamp sobre cómo exponer Fuente: no sobre una peana -como se presenta siempre- sino colgada sobre el umbral de una puerta. Es decir, la mala o errónea exposición (planteada con mala fe, pues bien se conocían las disposiciones de Duchamp, que nadie atiende) bien podía impedir la metamorfosis del objeto industrial en una obra de arte única, por lo que el gesto de Pinoncelli no podía ser condenado, ya que bien podría haber atendido a lo que el objeto era: un urinario, al alcance de cualquier usuario (que no espectador).
Dado que Pinoncelli, amén de evacuar, estampó su firma al lado de la de R. Mutt, y dado que el objeto resultante, lleno de orina esta vez, ya no era idéntico a Fuente, sino, en todo caso, una homenaje a ésta, o inspirado por éste, el urinario no se habría podido retirar -se había convertido en una verdadera obra de arte que no faltaba a las indicaciones del artista, Pinoncelli, esta vez, ya que éste aceptaba que el urinario se presentara sobre una peana y en una vitrina- si Pinoncelli no lo hubiera dañado a martillazos, causando un grave problema casi teológico: no era sencillo saber a fe cierta de quien era la obra dañada, si de Duchamp, lo que implicaba un desembolso considerable para la compañía de seguros, o de Pinoncelli, quien siendo el autor de la destrucción, era obvio que quería que la obra firmada por él presentara una grieta ostensible.
¿Quién dijo que la Trinidad es de difícil comprensión?