domingo, 19 de diciembre de 2021

Modestia (aparte)

 


































Fotos: Tocho, La Virreina.  Centro de la Imagen, Barcelona, diciembre de 2020


Pequeña exposición barcelonesa dedicada a un celebrado museo recién inaugurado en un país europeo, obra de un discreto, humilde, casi anónimo arquitecto español.

Dichas cualidades se proyectan en los muros de las tres salas expositivas. Éstas se han cubierto, de suelo a cielo,  con un papel pintado con un estampado de alrededor de un millar de hojas de revistas y periódicos internacionales con la imagen en blanco y negro del museo y la foto del arquitecto, de cuerpo entero, medio cuerpo, primer plano, mirando de frente, de perfil a la derecha y a la izquierda, recibiendo premios, pensando, meditando, dibujando, inmerso en su obra, como una parte de un crucigrama, de las que cuelgan pantallas planas de gran tamaño con entrevistas y conferencias del arquitecto, a todo color y en primer plano, hablando, riendo, platicando, moviendo las manos, agitando la cabeza…., que rodean muebles que contienen tabletas en las que se proyectan imágenes inéditas del arquitecto, antes de una tercera y última sala también tapizada con decenas de miles de imágenes del museo y de su autor sacadas de Instagram. Y así, quizá podamos evitar cometer un imperdonable pecado de lesa majestad olvidándonos de santa faz del influencer y de su magna obra, en esta moderna capilla  dedicada a un opus dei.

Se echan a faltar unas nubes de incienso. 


http://ajuntament.barcelona.cat/lavirreina/es/exposiciones/archivos-lambda-el-proyecto-del-museo-munch-de-oslo/543








sábado, 18 de diciembre de 2021

CARLO FONTANA (1634-1714): UNA IGLESIA EN EL COLISEO (ROMA, 1683)








Iglesias construidas en templos paganos no son raras. Dos ejemplos vienen de inmediato a la memoria: la catedral barroca  de Siracusa que encierra un templo dórico  griego, y la iglesia bizantina insertada en un templo imperial dedicado a Zeus, construido en el recinto de gran un templo siro-mesopotámico, iglesia transformada entonces en mezquita, la gran mezquita de Damasco.
Mezquitas en santuarios paganos (Partenón), en catedrales bizantinas (Santa Sofía en Estambul) o románicas (Barcelona), iglesias en mezquitas (Córdoba), todas las combinaciones han llevado a la deformación, mutilación, desacralización, o alteración (para bien o para mal) de los edificios intervenidos. Intervenciones conscientes de lo que hacían, que buscaban alterar un edificio para adaptarlo a un nuevo credo, borrando su conexión con creencias anteriores, distintas de las vivencias de tantas construcciones, sagradas o profanas -las catedrales asumieron o soportaron todos los estilos a lo largo de su dilatada construcción, cambiando de forma como cambiamos los seres vivos-  a lo largo del tiempo, construidas, reconstruidas, ampliadas, reducidas, en las que la historia va dejando sucesivas capas, sin que las trazas y los significados de las capas o estados anteriores se pierdan o se borren intencionadamente.

Pero en la historia del encuentro entre el pasado y el presente, en el que el pasado decide, condiciona o guía la formación del presente, un ejemplo ejemplar y único, que respeta el pasado y lo mantiene en vida, capaz de anidar y animar una obra del presente, es un proyecto que quizá por desgracia no se llevó a cabo: la inserción, obra del arquitecto barroco Carlo Fontana, de una iglesia de planta circular en el óvalo del Coliseo Romano, confirmando un conjunto inspirado en los pórticos ovalados barrocos ante la fachada de la basílica del Vaticano.
Una inserción que apenas hubiera afectado, al menos en el proyecto, al edificio romano , pero que lo hubiera dotado de una función y un significado muy distintos. El Coliseo -su nombre proviene de una estatua de culto colosal dedicada a Nerón como luz del mundo, ubicada cerca de donde se asentaría el Coliseo tras la destrucción de la estatua-, en el que las leyendas ubicaban el martirio de los Santos, se hubiera convertido en una plaza ante la fachada del templo, cuya forma, sin embargo, resultaba de la pronunciada curva cerrada en el eje mayor de la elipse, en una de las más logradas, singulares e inesperadas simbiosis entre el pasado y el presente, un edificio sagrado pagano -en el que las víctimas entregaban su vida, a modo de sacrificio o de ofrenda, en beneficio del emperador divino o divinizado- convertido en un santuario cristiano, manteniéndose, en cualquier caso, la sacralidad del espacio. La fachada del templo se hinchaba grávidamente apoyada o delimitada por un pórtico convexo que daba la vuelta a la concavidad del pórtico del Coliseo, tensándolo, acercándolo al espacio central aprisionado entre los garfios del Coliseo, estableciéndose un juego y un reto entre los antiguos pórticos y el desafiante de la Iglesia -retando al pórtico romano porque es consciente que es hijo suyo, que lo necesita porque le da sentido, que no puede prescindir de aquél, homenajeándolo en cierto modo. 
 
Agradezco al arquitecto Lucas Dutra la información sobre este deslumbrante proyecto, que solo se conoce a través de un volumen sobre el Coliseo, de Fontana, editado tras la muerte del autor.  








GUIDO GUIDI (1941): TUMBA BRION DE CARLO SCARPA (1996-2006)








 




















El pintor Claude Monet se obsesionó con la catedral gótica de Rouen -las piedras góticas gozaron del aprecio de los artistas y arquitectos finiseculares-, al igual que con unas gavillas solitarias en un campo sesgado, cuya fachada labrada, como un complejo bordado, retrató , una y otra vez, de día y de noche, fijando el paso de las horas sobre la piedra transfigurada por la luz y las sombras.

Una obsesión y un trabajo parecidos parece haber conducido al arquitecto y fotógrafo veneciano Guido Guidi a documentar, durante diez años, en seiscientas fotografías, el juego del gato y el ratón entre la luz, el agua de un estanque con lentos peces rojos, y un enmohecido y alto muro de hormigón labrado del monumento funerario de la familia Brion -un muro ante el inframundo-, obra del arquitecto veneciano Carlo Scarpa, maestro de Guidi. 
El monumento nunca se descubre enteramente, tan solo vistas parciales de la capilla y las formas geométricas ensombrecidas que se proyectan sobre un muro que se refleja en las aguas quietas o rizadas del estanque. En algunos casos solo una atención minuciosa logra descubrirnos los imperceptibles cambios de la luz y del fruncir de las aguas.

Un maravilloso trabajo que hoy se expone en una exposición en La Virreina. Centro de la Imagen de Barcelona.


 




jueves, 16 de diciembre de 2021

El país de los sueños

 Érase el tiempo antes del tiempo de los humanos. Los seres del tiempo de los sueños, que así se denominaba el tiempo primigenio, recorrían el mundo que se iba conformando a su paso. Los andares de los seres de los inicios trazaban caminos y cuando descansaban en la tierra su cuerpo abría valles, o componían montañas donde sentarse.

Mas llegó el día en qué los seres de los sueños tuvieron que partir. Antes de desaparecer, crearon diminutos seres inmateriales que, con el paso del tiempo, acabarían anidando en el cuerpo de los animales y los humanos, como si éstos fueran hijos de los seres de otro tiempo. Tras haber ofrecido etéreos presentes, los seres de los sueños se encaminaron hacia las montañas, se acercaron a las paredes rocosas y desaparecieron tras el telón tendido de las piedras. Tan solo quedó la marca que dejaron al penetrar en la montaña, la huella de su abducción.

Pronto, los humanos descubrieron estas marcas. Testimoniaban del paso de los seres del sueño por la tierra, e indicaban dónde éstos se habían recluido. Eran inalcanzables, invisibles, pero habían dejado suficientes muestras de su presencia. El contacto con estas marcas acercaba a los hombres a los desvanecidos seres del tiempo de los sueños. Además, algunos animales eran portadores de los espíritus que los seres invisibles habían esparcido por la tierra.

Es por esta razón que los hombres preservaron las preciosas marcas que los seres primigenios habían dejado impresas en las rocas. Las resaltaban con colores, y reseguían sus contornos. Estas marcas eran un recordatorio el paso de lo seres del sueño por la tierra: plasmaban por dónde se habían desplazado, y que formas habían creado, qué pasos abierto, pasos por los que nadie, si los seguía, podía perderse.

 Estas marcas, en ocasiones, se hallaban lejos de las comunidades. Pero éstas las necesitaban para saber cómo actuar y por donde caminar por la tierra, dónde estar cerca de los seres de otro tiempo. Los hombres, entonces, empezaron a reproducir  dichas trazas en grandes hojas vegetales compuestas por cortezas desenrolladas. Trazas que constituían mapas que evitaban que los hombres se desorientaban y se perdieran. Mapas que solo los que habían estado cerca de los seres de los sueños, o que encerraban un espíritu desencarnado, podían descifrar. Mapas que trazaban el destino de cada ser humano.

Una exposición -acertadamente titulada Trazos, trazos que fijan las trazas que los seres de los inicios dejaron inscritas en la tierra, y que muestran que el dibujo es una recreación del paso de los seres invisibles por el mundo- en el Museo de las Culturas del Mundo, en Barcelona, muestra una selección de dichos dibujos y pinturas, y cuenta la historia de los hombres que supieron hallar la senda de la vida, guiados, desde lejos, por los seres de los sueños. 



https://www.barcelona.cat/museu-etnologic-culturesmon/ca/node/2082


miércoles, 15 de diciembre de 2021

Ruina (¿Qué es una ruina?)

 Una ruina es una realidad y un concepto, algo tangible y un sueño. La ruina se entiende como un ente caído, herido, mutilado, que ha perdido prestancia y unidad, desmoronado, pero también, en Occidente, desde finales del siglo XVI, como un ente cuya forma evoca a la vez un pasado añorado, la unidad perdida, forma que, al mismo tiempo se admira tal como se muestra, como si dicha forma fuera la que el ente tuviera que tener. Una forma distinta, quizá una forma tal como estaba cuando el ente fue construido, posiblemente no despertaría el mismo interés. Un yacimiento arqueológico con edificios enteros, por antiguos que fueran, quizá pasaran desapercibidos, como cualquier construcción medieval en un casco urbano antiguo. La ruina es un edificio singular deseado capaz de evocar un pasado que se antoja esplendoroso, pero cuyo esplendor y fascinación, causados por las ruinas,  solo existen en la imaginación. El Partenón, entero y pintado, quizá no pareciera admirable.

La palabra ruina evoca realidades complejas, que dicen mucho sobre nuestra relación con la ruina, que quisiéramos se quedara tal como está, aunque suscite la nostalgia por lo que ya no es ni está.

 Ruina, en latín, no significa exactamente lo que la moderna palabra ruina designa. En latín, ruina no se refiere explícitamente a un ente arquitectónico. No pertenece en propiedad al vocabulario de la construcción ni de la arquitectura. Ruina se traduce por hundimiento, devastación, destrucción, derrumbe. Cualquier creación natural y artificial, cuya integridad ha quedado afectada, recibía el nombre de ruina -bien es cierto que modernamente, personas arrasadas por el tiempo y modos de vida, son calificados de ruinas, la palabra ruina, en este caso, utilizada a modo de metáfora, pues ruina hoy solo designa arquitecturas y construcciones dañadas, construcciones vivas que ya no podrán habitarse, cuya perdida vitalidad evoca el derrumbe físico y moral de una persona arruinada.

 Ruina, en latín, está emparentada con el verbo griego orussoo; un verbo complejo ya que significa tanto desenterrar -un acto propio del arqueólogo que saca a flote y pone en evidencia lo que la tierra oculta- cuanto enterrar: el gesto con el que se esconde lo que ya no sirve, por ejemplo un edificio condenado o arruinado, e imposible de restaurar o levantar de nuevo. La ruina tiene que ver tanto con la ocultación -no queremos estar rodeados de ruinas- como con la revelación -el pasado de pronto emerge ante nuestros ojos cuando una ruina, desenterrada, se alza en la tierra.

Pero desenterrar es un verbo cargado también de múltiples matices. El desenterramiento permite que un ente salga a la luz. Lo que era invisible -oculto- se hace visible; de lo que no teníamos noticias, y no existía para nadie, de pronto cobra entidad. La tierra aparece como una matriz que da a luz con la ayuda del excavador, El desenterramiento es un alumbramiento, y el mundo se enriquece con un nuevo ser en ciernes, aun no -o ya no- enteramente conformado, pero que promete: ofrece la promesa de un ente con el que entrar en relación.

Mas desenterrar implica arrancar de las entrañas de la tierra. El ente pierde raíces. Ya no está en contacto con la tierra. Se halla en tierra de nadie. Se convierte en un castillo en el aire, un sueño entendido como un ente sin consistencia. Una extracción es dolorosa; conlleva la muerte de lo que se retira. La tierra protegía, cubría al ente, que queda al descubierto, desvalido, a merced de las incurias humanas y del tiempo, perdido su sustento. El ente extraído se convierte en un ruina, un edificio que ya no tiene lugar. 

Una ruina, en suma, es un ente desorientado, que ha perdido su lugar en el mundo. Ya no sabe dónde ésta. Ya no es de este mundo. Pero precisamente su absoluta desubicación lo convierte en un sueño. Cualquiera puede proyectarse en él, y utilizarlo para viajar en el tiempo. Una ruina es un ente libre de ataduras. No pertenece a ningún espacio ni a ningún tiempo. Ya no está sometido a las contingencias, las exigencias del lugar. Pero, en contrapartida, lentamente se desvanece como toda ilusión. La realidad, de la que la contemplación de la ruina nos libera, vuelva a imponerse y nos devuelva a la tierra, al mundo terrenal que tanto se opone al sueño.