Fotos: Tocho, Roma, diciembre de 2023
La retratística romana, derivada de la etrusca y con cierta influencia egipcia , tiene fama de ser realista y escasamente aduladora. No idealiza sino que reproduce los rasgos y las arrugas, y no suele embellecer ni esconder o disimular las marcas de la edad ni las imperfecciones. Los rostros suelen ser duros, y el rictus, amargo.
Sin embargo, la mayor parte de los supuestos retratos realistas son, en verdad, retratos funerarios, esculpidos, a partir de máscaras funerarias, tras el fallecimiento de la persona retratada, en ocasiones años después del óbito. En los casos de una realización en vida, el retrato no se mostraba ni adquiría sentido hasta la defunción de la persona.
En verdad, los retratos romanos no reproducían la imagen de una persona, sino de su genius, un concepto de difícil equivalencia hoy, y que se podría traducir por carácter personifica. Se trataba de una imagen que mejor caracterizaba o identificaba a una persona, una imagen incólume, a la que los cambios de humor, la suerte o la infelicidad no afectaban. Un genius era una máscara que no escondía sino que “representaba” a una persona; era su verdadera imagen, fuera ésta una imagen fiel o no del rostro de la persona. Se podría considerar que un retrato era una insignia que identifica a una persona o, mejor dicho, la suple. Una persona es su genius, se parezca éste formalmente o no con la figura de la persona. Un genius si es una imagen espejada, sino que expresa lo que una persona es, independientemente de su apariencia