viernes, 7 de junio de 2024
Maqueta
jueves, 6 de junio de 2024
Prestar atención (o: teorizar)
La expresión prestar atención, en español, puede quizá ser interpretada de un modo particular por los catalanohablantes. En efecto parar atenció significa, ciertamente reparar, es decir volver a detenerse, no pasar de largo, pero el sentido más habitual es el que, en español, se traduce, en verdad, por estar atento. Tener cuidado, evitar cualquier sorpresa, que es lo que pretendemos cuando estamos atentos, tensos para abortar cualquier daño y obviar un obstáculo, sin embargo, es el efecto contrario que se persigue cuando se presta atención, dado que, en este caso, la sorpresa es bienvenida. De hecho, buscamos bajar las armas y dejarnos ir para que lo inesperado nos alcance.
Podemos intuir el significado de prestar tan solo “prestando atención” al verbo. Deriva del latín praestare, que contiene el verbo estar. Prestar es estar presto: fijo, de pie en un sitio. Quieto, seguro de donde nos hallamos, en medio de un lugar que nos inspira confianza. Esta tranquilidad viene dada por el lugar y por lo que tenemos delante: un ente hacia el que tendemos, atraídos por él. Adtendere, en latín, significa tender hacia un objeto o un lugar. Lo que se encuentra ante nosotros nos llama la atención. Dirigimos nuestros esfuerzos y desvelos hacia dicho ente, con los ojos bien abiertos, los sentidos despiertos por lo que nos atrae.
Prestar atención conlleva olvidarse del mundo habitual, fascinados por un ser o un ente, por el mundo que encierra y nos brinda. No cabe amenaza, sino una apertura de miras; un beneficio que nos enriquece y nos colma.
Mas, prestar no es dar o conceder para siempre. La prestación, el préstamo es un acto de generosidad hacia quien tiene una deuda. Desinteresadamente, lo transmitimos lo que le hace falta. Pero, esperamos -y estamos seguros que así acontecerá- que lo que brindamos, algo de lo que nos desprendemos, nos será devuelto (cuenco sea posible), sin que sea necesario que recordemos la deuda contraída. Una deuda que se salda sin que exijamos ningún interés. Un préstamo sin interés es una cesión temporal que beneficia, física y espiritualmente a ambos bandos.
Así que la atención que prestamos a una obra nos es devuelta por ésta. La obra nos hace sentirnos bien. Nos damos cuenta que se fija en nosotros y nos mira. Da sentido a nuestra vida. Forma ya parte de ésta. Entre en nuestro entorno. Nos acompaña. Y su pérdida se siente como un daño que nos afecta. A partir de entonces, nos podemos sentirnos desvalidos, a la intemperie, a merced de cualquier mal.
La atención prestada nos liga a una obra que responde por nosotros. Nos sentimos legítimamente orgullosos que decida estar con nosotros. Gracias a nuestra atención el objeto ha cobrado vida. No era nada. Desde que atendemos a lo que muestra, deja de ser un ente gratuito, innecesario, prescindible, sin nada que decir. Le hemos permitido dirigirnos la palabra y le hemos escuchado. Y sus palabras nos han llenado de gozo o de inquietud, nos han abierto los ojos sobre el mundo o sobre nosotros, revelándonos aspectos de nosotros y de lo que nos rodea que nunca hubiéramos descubierto.
Pero la revelación solo acontece si no estamos sobre aviso. Pues entonces, lo que la obra tiene a bien decirnos no nos llega. Hacemos oídos sordos, y nos negamos mirarla. No queremos “saber” (nada de ella y de sus contenidos). Por lo que nuestro mundo se encoge, encogiéndonos con él.
Prestar atención, o teorizar, nos abre al mundo, revelándonos la otra u otras caras de la realidad que desconocemos u obviamos cuando estamos atentos a lo que viene para que no nos tome por sorpresa, sin prestar atención, para que nada nos sorprenda, y vivamos recluidos en nuestras creencias, en nuestros prejuicios, creyéndonos a salvo. Para que nada nos afecte y nos perturbe.
El juicio estético, que emitimos cuando atendemos al mundo, consiste, tan solo, en acallar prejuicios para poder evaluar o enjuiciar razonada y sensiblemente el mundo; un mundo de cuya existencia somos conscientes, pero con el que hemos evitado, hasta entonces, tener tratos y estar en deuda con él; un mundo que se nos despliega, de pronto, ante nosotros, y nos muestra lo que nos hemos perdido hasta este momento, perdidos, recluidos en un entorno muy pequeño, empequeñecidos.
La atención prestada nos engrandece sensible y éticamente, mostrándonos un universo más complejo, con luces y sombras, de lo que creíamos y en el que queríamos acurrucarnos para no ver, oír y sentir, ciegos, muertos ante y en él. La obra de arte nos extrae de nuestro letargo. No siempre estamos dispuestos o preparados para semejante descubrimiento. Pasar la página, cómo cambiar de lugar, provoca incertidumbre, o inquietud.
miércoles, 5 de junio de 2024
“ AZORÍN” (1873-1967): “PALACIOS, RUINAS”, UNA HORA DE ESPAÑA, XXXVII (1924)
Viajero: es la hora de descansar un momento. Esta es la piedra blanca en que el viajero ha de sentarse. La campiña en esta hora del crepúsculo está solitaria. Junto a la piedra se yergue un grupo de álamos. Sombrean los álamos en las horas de sol unas ruinas. Lo que fue magnifica casa de placer, levantada en el Renacimiento, es ahora una pared rota. ¡Cuántas horas deleitables se habrán pasado entre las paredes que aquí había! Por los caminos bordeados de árboles vendrían lentos los coches de los señores; acaso en un palafrén pausado caminaría gallarda la dueña de la casa. Viajero: es la hora de la meditación ante las ruinas. La campiña está solitaria. La tenue luz, amarilla, dorada del crepúsculo, se desliza oblicua, a ras de tierra. Ya dentro de unos minutos el sol acabará de desaparecer tras la lejana colina. Los álamos verdes se alzan junto al derruido paredón. Fue palacio espléndido esta ruina. En el siglo XVI todos estos palacios brillaban con la brillantez de lo nuevo. España estaba llena de palacios flamantes. La piedra acababa de ser labrada. Tenia una blancura de nieve. Las tracerías, en los los claustros y en los patios de los palacios, parecerían recortadas en blanquísimo papel.
Canteros e imagineros hacían en las callejas y en los talleres un ruido sonoro y rítmico con sus cinceles y sus picos. Se labraba con amor la piedra. De los toscos pedruscos, traídos de los montes, arrancados de las canteras, iban saliendo grifos, conchas, niños, pájaros, querubines, frutas, flores. Con fervor pasaba sus manos el artista por todas estas figuras blanquecinas, que él acababa de crear, cubiertas todavia de un polvillo ligero. En los entrepatios, en las columnas, en las ventanas, en los frisos, en las retropilastras aparecía luego todo este mundo vario y pintoresco de vivientes y vegetales. Los palacios resplandecían. Los formaban una conjunción maravillosa de fervores en el trabajo de las manos —de albañiles, canteros, herreros, estofadores, pintores, escultores— que ha desaparecido, acaso para siempre, en la especie humana.
Si desde una atalaya imaginaria hubiéramos podido ver las ciudades de España, nuestras amadas ciudades, habríamos vislumbrado en ellas, sembrados con profusión los palacios blancos. Viajero: el tiempo ha ido pasando, los siglos han transcurrido. ¿Estaban mejor antiguamente los palacios de nuestra España o están mejor ahora? Ahora tienen la dulce patina del tiempo; tienen el encanto melancólico de lo viejo. Ahora sus piedras nos dicen lo que antes no podian decir: la tragedia del tiempo que se desvanece. Viajero: es la hora de meditar ante las ruinas, y este paredón ruinoso , de un palacio que fué, aqui en la campiña solitaria, nos da tema para nuestras meditaciones. Los siglos han transcurrido. El antiguo palacio se ha desmoronado; pero aquí al lado de las ruinas, como una sonrisa en la eternidad, está este grupo de finos chopos que tiemblan levemente en sus hojas al soplo de la tarde expirante.
martes, 4 de junio de 2024
JOSÉ MARTÍNEZ RUIZ, “AZORÍN” (1873-1967): QUÉ ES LA GUERRA (1929)
“Por lo pronto, devastación, asolamiento, ruinas, muertes; luego, servidumbre, esclavitud de unos pueblos; dominación, opresión por parte de otros (…)
lunes, 3 de junio de 2024
NICOLÁS RUBIÓ TUDURI (1891-1981: IBERIA (1931)
La doctora María Cristina García González, de la Escuela de Arquitectura de Madrid (ETSAM) ha concluido este mediodía su ponencia Ciudades españolas y maquetas en los orígenes del urbanismo moderno, en el simposio internacional Maquetas y réplicas del patrimonio arquitectónico español, 1752-1929, dirigido por la profesora Carolina García Estévez, de la Escuela de Arquitectura de Barcelona, en el Auditorio del museo del Prado en Madrid, con imágenes comentadas de un proyecto singular, ya muy estudiado por historiadores como el profesor Antonio Pizza, pero quizá poco conocido popularmente .
Se trata del proyecto de una nueva capital, llevado a cabo por el arquitecto español Nicolás Rubió Tuduri en 1931: un proyecto que se anticipada al de la nueva capital de Brasil, Brasilia, en casi treinta años.
Si el proyecto se hubiera llevado a cabo, España hubiera contado con una nueva capital de la República Española Federal.
Llamada Iberia, se ubicaba en Aragón. Una ciudad fluvial, a lo largo del Ebro, carente de calles y plazas, de cualquier delimitación espacial. Sobre un plano libre, extenso, ilimitado, se hubieran dispuesto una batería de rascacielos aislados, idénticos, muy separados, ubicación en formación militar como fichas de domino: volúmenes impersonales, intercambiables, entre el puerto y el aeropuerto, plantados en tierra de nadie, el por el aquel entonces desierto de los Monegros.
La circulación mecánica hubiera discurrido en un nivel subterráneo. Los viandantes hubieran podido desplazarse en cualquier dirección en el nivel superior.
Se trataba de una capital de tamaño modesto (150000 habitantes), voluntariamente anodina, habitada por funcionarios, árida y reseca como la tierra de acogida: una capital administrativa, construida a toda prisa, y que hubiera podido adaptarse o desmontarse en función del devenir político.
Una lúcida, sarcástica o no, reflexión, sobre la arquitectura y el urbanismo modernos, un proyecto serio o paródico, un divertimento quizá, entre sus proyectos de jardines y parques frondosos que sí han resistido al olvido.
domingo, 2 de junio de 2024
Umbral
Seuil, la traducción francesa de la palabra umbral, puede sonar a sol -suelo. Mientras, una rápida pronunciación de la palabra el umbral da algo así como lumbral.
Esta supuesta palabra, lumbral, no es tal: no es una palabra inventada o mal pronunciada, sino la palabra de la que deriva finalmente umbral, y que tiene la ventaja sobre ésta que conjuga los dos significados que evoca, sin que quizá seamos conscientes, el umbral.
Umbral aúna la lumbre y el límite, como seuil está relacionada, no es una ilusión o confusión sonora, con suelo.
El unbral es un límite entre dos mundos. Los mantiene separados, pero permite el tránsito. Estos mundos son como el día y la noche. La calidad del fuego se opone a la fría noche. La protección que aporta la lumbre se desmarca de la inseguridad que la oscuridad trae consigo.
Pero la frontera entre ambos mundos existe para ser cruzada. No es una barrera, un muro infranqueable que impide el acceso.
Un umbral existe para ser transitado. El umbral compone el movimiento y la quietud a la que el fuego, o el hogar invita. Un umbral es la antesala al recogimiento, que solo tiene sentido y calor como la culminación y el final de un desplazamiento. El umbral acelera la venida hacia el hogar, y frena, detiene el avance.
Tras el cruce del umbral ya solo queda el detenimiento, es decir, el encuentro con uno mismo y con los demás.
Las comunidades se constituyen, el diálogo se establece gracias al umbral. Éste invita a reunirse, sentarse y asentarse, obviando la soledad indeseada. Un umbral es una promesa de espacio y de vida compartidos.
El umbral derriba un muro, sin que éste pierda su condición defensiva. Mas, tras haber superado el umbral, caen las defensas, los recelos. El espacio delimitado, cerrado por los muros, al que solo se puede acceder a través del umbral, invita a la apertura, al abrirse a los demás, sin que por otra parte, el ensimismamiento, que solo se da en un espacio recoleto, a solas con uno mismo, esté proscrito.
El umbral articula valores contrarios que confluyen en este paso, gracias al cual se transforman, se dan la vuelta. El desplazamiento y el emplazamiento, la luz y lo umbrío, el límite físico y la imaginación sin límites, el esfuerzo y el descanso, hallan el equilibrio tras el umbral, cuando la noche o el sol cegadores del exterior se atemperan en contacto con la clarividencia que la lumbre aporta.
De la acción incesante e intempestiva que el espacio exterior, ilimitado, exige, donde solo cabe el griterío para hacerse oír en la lejanía, a la contemplación fascinada, quieta y en voz queda a la que invita la lumbre a la que el umbral abre las puertas.
El umbral negocia la unión y el tránsito de lo propio y lo ajeno, la privacidad y la publicidad, la intimidad y la exterioridad, permitiéndonos una vida plena y compleja, en la que acción y sentimiento no constituyen mundos enfrentados, sino que componen un universo plenamente humano en el que el presente, el pasado recordado, y el futuro soñado, a la luz del hogar, antes volver a cruzar el umbral y partir a la aventura, se encuentran y dan sentido a la vida.
Quizá sea el umbral el hallazgo más humano y el origen de la arquitectura, su base o fundamento (su “suelo”), un espacio hecho a la medida del hombre, con el que nos podemos hacer al mundo y hacérnoslo nuestro.