Fotos: Tocho, Caixaforum (Barcelona), febrero de 2014
TEXTO DE PRESENTACIÓN (CONFERENCIA DE PRENSA)
Jueves 27 de febrero de 2014, 20 horas
En un tiempo en que la corrupción y la codicia son los
arietes de la democracia, alecciona remontar en el tiempo hasta los orígenes
mismos de este sistema democrático, en la Atenas del siglo VI aC, hacia sus
valores, buscando su verdad. Se trata de un sistema que reflejaba una visión
del mundo y que se plasmó espacialmente en el ágora: un espacio de intercambio
y convivencia, también amenazado hoy por la avidez y la falta de escrúpulos de
políticos y mercaderes.
Durante un almuerzo informal en el bar-restaurante exterior
del hotel Hilton, cerca de la sede de la Caixa, D. Ignasi Miró y Dª Isabel
Salgado, a quiénes no podré estar lo bastante agradecido por haber permitido
trabajar en este proyecto, me
preguntaron si estaría interesado en participar en la primera de un nuevo tipo
de exposiciones: muestras con un tema común, tratado tanto desde la óptica de
las ciencias, en CosmoCaixa, como desde el de las artes, en Caixaforum. El
director de la muestra científica ya estaba escogido, no así, al parecer, el de
la vertiente de las artes y las letras. Finalmente, el filósofo, educador y
amigo, Gregorio Luri, y yo mismo, junto
con Concha Gómez y Mireia Gubern, de la Fundación la Caixa, hemos llevado a
cabo este proyecto, nuevo para nosotros.
Mediterráneo era, finalmente, el tema escogido, para este
experimento. ¿Qué se podía decir? ¿Cómo abordarlo? No se podían obviar el ciclo
de exposiciones titulado Mediterráneo, que el Museo de Historia de la
Ciudad de Barcelona llevó a cabo entre los años 2000 y 2004, así como el
reguera de muestras sobre este mismo que la ciudad de Marsella, capital europea
de la cultura en 2013, ha presentado a lo largo del año pasado.
El enfoque de esta exposición es distinto al de muestras
anteriores. Trata de tres aportaciones de la cultura clásica, es decir
greco-latina, en contacto con las culturas del Próximo oriente antiguo, sobre
todo Mediterráneo, así como con culturas itálicas, a la comprensión del mundo,
que han llegado hasta nosotros y se han divulgado más allá del ámbito
mediterráneo.
Una concepción del universo que prescinde de razones
trascendentes, expresadas en mitos, para centrarse en el juego de elementos
básicos, y una reflexión que ya no inquiere tanto sobre el origen cuanto por la
composición del mundo, propia de las culturas de Jonia y de la Magna Grecia, en
ambos extremos mediterráneos, a partir del siglo VI; una nueva concepción de
las relaciones humanas que se tejen en un espacio común, el ágora, que
pertenece a la comunidad y no a reyes ni a dioses, y en la que la ciudad (la
polis) exhibe sus virtudes; y una nueva concepción del ser humano, en la que
prima la interioridad o el espíritu en detrimento del cuerpo, en consonancia
con la creencia en nuevas divinidades,
fruto de la conjugación de credos y culturas, desde Isis hasta Mitra
pasando por Cristo, que aseguran la supervivencia del espíritu, así como un
nuevo género artístico, el retrato, dedicado a exaltar el rostro, en tanto que lugar donde la vida
interior se manifiesta sensiblemente a través de la mirada, son tres de las
aportaciones del mundo mediterráneo antiguo, desde la caída de Micenas hasta la
caída de Roma, desde los pensadores presocráticos hasta los neoplatónicos.
Mediterráneo. Del mito a la razón es una muestra con
material arqueológico. Las obras han sido escogidas no solo en función de su
belleza sino también por su capacidad de ilustrar y de conducir una historia.
No es tanto su forma y sus materiales, cuando las escenas para las que actúan de
soporte que han determinado su inclusión.
Las obras, unas ciento ochenta, proceden de museos europeos,
desde Dresde hasta Rodas, sobre todo griegos e italianos. Las culturas griega y
romana, en conjunción con culturas egipcias y orientales (se exponen piezas del
Levante, etruscas, griegas, romanas, y helenístico y romano-egipcias), jugaron
un papel decisivo en estas nuevas visiones del mundo externo e interior. Además de algunas obras muy conocidas, como un
célebre fresco pompeyano representando a Europa y el toro, y el conocido
mosaico con la Academia de Platón, y de una obra maestra –una de las estatuas
clásicas más hermosas- como el Eros de Dresde, escogido, en este caso, por su
belleza, personalmente creo que la selección de diminutas terracotas que representan
a seres caricaturescos, o a deficientes –la crítica aun duda sobre la
interpretación de estas estatuillas- forman el grupo de mayor interés plástico
y teórico. Son solo una parte de un tipo de terracotas helenísticas, raramente
mostradas, que merecerían por sí mismas una exposición, y que exponen una
poética de la diferencia, y con qué ojos se juzgaba al o a lo diferente; revelan
qué imagen se tenía del marginal, del excluido de la vida pública y política:
quién era, porqué se excluía, cómo era percibido y juzgado, qué reacciones, de
piedad, de burla o de temor, provocaba: era un ser –que no era tanto un enfermo
cuanto el niño, la mujer, el esclavo y el meteco, lo que pueda dar qué pensar
hoy-, un ser que no tenía cabida, pese al griterío del ágora, en el centro de
la polis desde dónde emanaban las leyes urbanas.
Finalmente, la exposición incluye algunas pocas piezas
modernas, de distinto género –como
libros de emblemas renacentistas y manieristas- y contemporáneas –fragmentos musicales de la
compositora e intérpreta Fátima Miranda, o un video de Ignasi Aballí, utilizado
como anuncio de la muestra-, partiendo del postulado de Malraux (opuesto al de
Warburg), según el cual a lo largo la historia de las culturas, formas a veces
distintas han servido para expresar unas mismas ideas.
Hemos formado un gran equipo en 2009 cuando la muestra se
puso en marcha. Sería justo destacar, en nombre de todos (montadores,
restauradores, diseñadores, constructores, documentalistas, coordinadores,
correos, y tantos otros), sobre todo la labor de Concha Gómez, que ha ido mucho
más allá de la, por otra parte, compleja labor de coordinación, la entrega de
los editores LLorenç Bonet y Juana Teixidor, de la pequeña editorial Tenov, que
han logrado un catálogo que parezca una monografía, y de los arquitectos y
estudiantes de arquitectura Eric Rusiñol, Marc Marín y Joan Borrell, que ya no
cuentan las noches en vela para llevar a cabo la singular reconstrucción
virtual del ágora de Atenas, que el Field
Museum de Chicago mostrará también a final de año. Y gracias a la Fundación la Caixa por esa
nueva y hermosa aventura de cuatro años, que bien hubiera podido durar un par
más.
Quisiera, por fin, si tuvieran tiempo, acabar leyendo el
prólogo, inicialmente previsto, de la muestra y el catálogo:
“Las civilizaciones no son (…) ensimismadas, selladas
entidades purgadas de innumerables corrientes y contracorrientes que animan la
historia humana, que han hecho posible que a lo largo de los siglos la historia
contenga no solo guerras de religión y conquistas imperiales sino que también
se erija como un lugar de encuentro, de intercambio cultural y de compartición”
(Edward Said)
“Nuestra sensación de que estamos antes cosas “antiguas”
–histórica y prácticamente- está producida por la sensación que nosotros somos
“modernos”” (David Wengrow).
“Lo real debe ser convertido en ficción para ser pensado (…)
Escribir la Historia y escribir historias pertenecen a un mismo régimen de
verdad” (Jacques Rancière)
El Mediterráneo que la
exposición retrata es un espacio imaginario o mental, y no (solo o
tanto) un espacio físico. Sus límites no son los que fenicios,
etruscos, griegos y romanos, principalmente, abordaron, sino que son aquellos a
los que la imaginación alcanzaba: un espacio a la medida del hombre: el lugar
que éste habilitó y dónde pudo asentarse y sentirse seguro; un espacio de
libertad –mental. Sin embargo, el
Mediterráneo geográfico subyace al soñado: las ideas viajaron por mar desde y
hacia ciudades portuarias a menudo.
La muestra combina historias (mitos) y la Historia (la
narración ordenada de acontecimientos, inconexos a menudo). El mito no es mentira; cuenta la verdad;
aporta esquemas o modelos con los que se construye y se articula la Historia.
El mito da la razón a los hechos; les descubre, o les
proporciona una razón. El mito escoge y ordena los hechos históricos según la
lógica de la ficción, liberando o postulando un sentido, transformando así el
relato histórico, necesariamente sin argumento, finalidad o hilazón, en una
narración (un mito, una fábula) lógica que puede ser así juzgada o apreciada.
El espacio en el que viven los humanos y
se desenvuelven las acciones de éstos, las hombres y los hechos,
aislados, sin relación los unos con los otros, incomprensibles a menudo, adquieren,
cuando son traducidos por la ficción (el mito, la tragedia, la epopeya),
sentido, y se vuelven así necesarios y legibles o comprensibles, sin perder, no
obstante, la parte de misterio o de penumbra, de gratuidad, de toda historia humana real. El mito es la
clave que permite que la Historia tenga o adquiera un “argumento”.
Del mismo modo que
los arqueólogos extraen restos fragmentados e inconexos, sin solución de
continuidad, en un yacimiento, la muestra efectúa un corte en la historia de
las ideas y se centra en tres aportaciones generadas en y divulgadas en y por
el Mediterráneo, que revelan una posiblemente novedosa y perdurable visión del
mundo y del hombre (mediterráneo o en el Mediterráneo), mostrando cómo cada una
de éstas resuena o conecta con las demás.
Un Mediterráneo cargado de luces (como el que -oponiéndolo
al brumoso norte, donde las formas, apresadas por la niebla, se descomponían y
perdían detalles-, se describía a principios del siglo XX), pero también de
sombras; sombras que estaban provocadas no tanto por el culto a divinidades
antropófaga ( hasta entonces silenciadas por los admiradores de la cultura
clásica), y ritos sangrientos, sino porque la democracia ateniense, y el
implacable sistema político igualitario de Esparta, se sustentaban sobre la
esclavitud y el repudio del foráneo –esclavos que, sin embargo, quizá no
tuvieran una vida peor que la de los campesinos-; luces hoy en gran parte
perdidas, como muestra la exposición en Cosmocaixa, a causa de las fronteras
invisibles entre el norte y el sur, nacionalismos violentos (un pleonasmo) y la
sistemática urbanización desaforada e irregular del litoral, favorecida por
mafias y corrupción.
La exposición se organiza temática y no cronológicamente.
Trata de algunas de las principales innovaciones culturales generadas en y
quizá por el Mediterráneo: nuevos puntos de vista, nuevas formas de entender el
mundo; innovaciones que han llegado hasta nosotros y han conformado el
imaginario llamado occidental.
Mito e historia se superponen. Las imágenes que el mito
evoca fueron las que alentaron a los aventureros y a los colonos griegos a
recorrer por mar el mundo conocido y a fundar ciudades, como, en el tiempo del
mito, llevaron a cabo héroes como Jasón o Heracles.
Siendo conscientes de todo lo que distintas culturas
orientales (hitita, asiria, babilonia, persa) aportaron a la cultura griega –a
su manera de percibir el mundo y de incidir en él, de comprenderlo, de
abarcarlo-, Grecia aparece como una cultura que, bebiendo del pasado propio y
ajeno, rompió con una forma de aproximarse o relacionarse con el mundo y con
los demás. Siendo, posiblemente, una
forma ideal, anhelada e inalcanzable, Grecia concibió y ejecutó un nuevo
espacio de relación humana: un espacio, además, que no pertenecía a nadie, ni
siquiera a las potencias sobrenaturales –aceptadas en dicho espacio, sin duda,
pero al igual que los seres cuya forma imitaban (los seres humanos)-: el
espacio común, perteneciente a la comunidad, una expresión de ésta, al mismo
tiempo que un lugar generador de la comunidad que se reconocía en dicho
espacio: el ágora, el espacio compartido. Por primera vez, un lugar, el lugar
dónde habitar, se compartía: las decisiones que afectaban la vida comunitaria
se tomaban, precisamente, en este espacio central. Las normas, que centraban la
actividad humana, se enunciaban en tal espacio. Por eso, los valores que la
convivencia generaba –la paz, la capacidad de pensar, y de torcer el inevitable
hado (funesto), se prodigaban, por medio de personificaciones, representadas
por grandes estatuas, en el recinto del ágora.
Un espacio libre de divinidades: el ser humano pudo tomar el
destino en mano; y reflexionó sobre su vida, presente y futura. Anheló una vida
mejor. Ya los egipcios creían en una o varias almas inmorales, pero éstas eran,
en parte, ajenas al ser humano: vivían de prestado en el cuerpo. Esta
concepción destiñó sin duda en Grecia, mas, posiblemente con la cultura
helenística, la brecha entre el cuerpo y el alma fue cerrándose hasta llegar a
la radicalmente novedosa concepción de un alma y un cuerpo unidos e inmortales:
destinados a resucitar tras el tránsito de la muerte.
La conciencia que el ser humano tuvo de sus fuerzas y de sus
limitaciones, expresada en un espacio en el que solo aquel tenía verdadera
cabida, un espacio pensado para el hombre, alcanzó su plena dimensión: el ser
humano podía ser un dios, puesto que un dios asumió la condición humana y se
hizo hombre, sin perder su divina naturaleza.
Empezaba una nueva era. El Mediterráneo, pronto parecería un
espacio excesivamente constreñido.
Aunque brevement (el deber obliga), ha sido un placer poderte saludar, Pedro. Espero que en otra ocasión podamos compartir un poco más de tiempo.
ResponderEliminarFelicidades por todo el trabajo realizado. Pocas veces se puede gozar de tanta belleza enlazada por un relato tan sugerente.
Buenos días
EliminarMuchas gracias por haber acudido a la inauguración; ¡no es el mejor día para ver una exposición!
Muchas gracias también por los comentarios.
Espero también compartir más tiempo en una ocasión más relajada
Un cordial saludo