viernes, 24 de enero de 2020

El juego troyano

Los ritos de fundación de templos, quizá de ciudades, en tiempos de Augusto, y al menos hasta la época de Nerón, incluían unos juegos ecuestres llevados a cabo por jóvenes jinetes.  Componían un a modo de danza. Los caballos daban vueltas y giros al unísono, de manera armónica,  cuyos pies trazaban enrevesados surcos en la tierra hasta componer una figura abstracta y laberíntica.

En tiempos del cónsul Sila, unos cien años antes, en plena época republicana, se llevaba a cabo un espectáculo similar. Se desconoce en qué ocasión y con qué motivo se practicaba, pero era sin duda una práctica ritual.

Virgilio, en uno de los fragmentos más célebres de la Enéida (V, 580-604), describe unos juegos funerarios que se desarrollaban de un modo muy similar al ritual fundacional en época de Augusto. Seguramente Virgilio, el poeta favorito del emperador, se basó en el rito fundacional para describir un ritual funerario que habría ocurrido en tiempos de la guerra de Troya: de este modo, el ritual fundacional augusteo se presentaba como un juego originado en el tiempo de los héroes.

El juego descrito por Virgilio consistía también un un espectáculo ecuestre llevado a cabo por jóvenes, durante el ritual funerario en honor del padre de Eneas, fallecido años hacía. Como hasta entonces el príncipe troyano Eneas -salido con vida de la devastada Troya, camino de Italia donde el destino aguardaba que fundara la nueva Troya, esto es, Roma-, no había podido honrar debidamente a su padre instauró unos juegos -inspirados en los juegos en honor de Patroclo, que su amigo o amante Aquiles ordenó. Los juegos dedicados a Anquises, el padre de Eneas, no comportaban múltiples cruentos sacrificios humanos, seguramente porque Eneas no tenía prisioneros que sacrificar.

El juego ecuestre instituido por Eneas se basaba en un hecho singular acaecido en una era de los héroes anterior a la de Eneas. Era cuando Atenas estaba en deuda con Creta, que exigía el envío de jóvenes atenienses para alimentar al carnívoro Minotauro, un monstruo al que la reina de Creta había dado a luz tras un acto de bestialismo (se había unido a un toro gigantesco del rebaño de Poseidón).
El sacrificio tenía lugar cada siete años, hasta que un día el príncipe ateniense Teseo se ofreció como víctima propiciatoria; apenas llegó a Creta, enamoró a Ariadna, la princesa cretense que ayudó a Teseo en su empresa imposible: entrar en el palacio del Minotauro, el Laberinto,, sin perderse por la intrincada red de pasillos que lo componían -gracias a un ovillo, el célebre hilo de Ariadna que Teseo fue deshaciendo, lo que le permitía encontrar el camino de vuelta en la oscuridad del laberinto-, sorprender al monstruo, matarlo, rescatar a los jóvenes atenienses, volver a la luz y retornar a Atenas.
Cuando Teseo y los jóvenes, tras matar al monstruo, lograron salir con vida del Laberinto, ya en la playa, antes de embarcar, presos de la alegría, bailaron juntos, una danza de intrincados pasos que simbolizaba el desmadejamiento de la trampa mortal que constituía el Laberinto. Habían logrado encontrar el hilo y deshacer los entuertos que componían el palacio del Minotauro.

El juego troyano, que así Virgilio denomina este ritual, y que se remontaría mucho antes de Sila, quizá a la época de los etruscos, hacia el siglo VIII aC, simbolizaba la victoria de la luz sobre la noche, del orden sobre el desorden del laberinto. Pero al mismo tiempo, al trazar una laberinto sobre la tierra ante las puertas de un templo o de una ciudad, constituía una trampa que atraparía a los malos espíritus que quisieran hacer el mal al templo o a la comunidad. El juego de Troya -que el hijo de Eneas, Ascanio, había llevado a cabo antes de fundar Alba Longa, la ciudad latina, madre de Roma-, era un signo de victoria sobre las fuerzas de la noche, y un exorcismo para impedir que la noche y la muerte se infiltraran en los espacios bien construidos para preservar la vida de los humanos. Troya no había caído en vano. Su espíritu, encarnado por Eneas, había logrado salir con vida de la ciudad destruida.

Dicho texto virgiliano es, sin duda, uno de los relatos más importantes para entender la función, el sentido del espacio construido. 



"Ellos avanzaron alineados y formando grupos de tres en tres
rompieron la formación, y llamados de nuevo
invirtieron la marcha y blandieron los dardos enhiestos.
Luego realizan otros avances y otras retiradas
colocándose de frente y responden rodeos alternos
a rodeos y emprenden simulacros de combate bajo las armas,
y ya descubren sus espaldas en la huida, ya vuelven flechas
amenazantes, ya firmada la paz cabalgan en línea.
Como cuentan que un día en la alta Creta el Laberinto
tuvo un recorrido trazado de muros ciegos y una engañosa
trampa de mil caminos por donde las pistas de la salida
quebraba un vagar desconocido y sin retorno;
no con marcha distinta los hijos de los teucros enlazan
sus pasos y tejen fugas y batallas jugando,
como delfines que nadando por los húmedos mares
surcan el Carpacio y el Libico.
Este tipo de carrera y estos combates renovó el primero
Ascanio cuando ciñó de muros Alba Longa,
y enseñó a celebrarlos a los antiguos latinos,
según él mismo de muchacho y con él la juventud troyana;
los albanos los enseñaron a los suyos; de aquí Roma la grande
los recibió a su vez y conservó el honor de los padres;
hoy a los muchachos Troya y al escuadrón troyano se les llama.
Hasta aquí se celebraron los juegos por el padre santo de Eneas."


(Virgilio: Enéida, V, 580-604)

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