Quizá porque los esquifos eran frágiles, las casas inseguras y los muelles y barreras de corto alcance, pero los antiguos padecieron tempestades que habrían hecho empalidecer las que sufrimos, al menos según lo que cuentan las crónicas. Sin embargo, supieron cómo enfrentarse a ellas.
Cuando la Primera Guerra Púnica, el general L. Cornelio Escipión (s. III aC) se las vio con una tempestad en alta mar, cabe las costas de Cerdeña, que hundió unas quinientas naves, la casi totalidad de la flota romana. Fue entonces cuando Escipión prometió a Tempestad un templo en Roma si le permitía guarecerse en un puerto -y ganar la perdida batalla. La tempestad cesó.
Apenas de regreso a Roma, Escipión cumplió la promesa. Edificó un templo a Tempestad en las afueras de Roma, en la vía Appia, no lejos del Campo de Marte y de donde, siglos más tarde, se edificarían las termas de Caracalla. El templo ha desaparecido, pero se conserva la cripta inserta en en una villa romana privada aún en pie.
Los romanos eran, más que religiosos, supersticiosos. Rendían culto a miles de dioses. Cada elemento de la ciudad y del campo, por ínfimo que fuera, estaba al cuidado de un espíritu al que había que honrar cuando se pasaba cerca. No se salía de casa como lo hacemos hoy, apresuradamente, las llaves en la mano y la chaqueta a medio vestir. Antes de pisar la calle, se tenía que rendir culto al dios de la puerta, del pomo, de la cerradura, de la llave...., so pena de enfurecer a una fuerzas de las que poco se sabía.
Los dioses romanos no tenían historia. Nada se sabía de sus vidas, contrariamente a los dioses de otras culturas antiguas. No tenían personalidad alguna. Tan solo estaban unidos a un objeto que protegían, pudiendo impedir que cumpliera la función a la que estaba destinado si la oración y el ritual no había sido convenientemente recitado y practicado.
Sin embargo, es posible que Tempestad no fuera solo el genio de un violento fenómeno atmosférico. Tempestad quizá fuera la versión latina de un dios etrusco, a su vez originario del Próximo Oriente, un dios hitita, Tarhun, dios protector de la ciudad de Troya -de la que Roma se decía heredera.
Virgilio describió en la Eneida el culto a Tempestad: cuando ésta (se trataba de una diosa) se acercaba, el capitán del barco de Eneas zarandeado sacrificó una cordera y, coronado con hojas de olivo, echó vino clarete (transparente, según Virgilio) a las aguas, junto con las visceras del animal. Y las aguas se aquietaron.
Si aún perduraran esas creencias y esos ritos, quizá....
Sic transit Gloria....
sábado, 25 de enero de 2020
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