Desde hace años estudiantes de arquitectura, desengañados a veces del enfoque de los estudios que realizan, o atraídos por alguna asignatura no directamente implicada en la edificación material, deciden no construir. Prefieren optar por profesiones que requieren conocimientos de arquitectura, teóricos o prácticos, ya sea la enseñanza o la investigación, la escenografía, la antropología, el diseño gráfico o industrial, la moda, o las bellas artes. Son arquitectos porque reflexionan sobre el espacio y maneras de estar, de ocupar el espacio, modos de ser y de estar en el mundo. Porque piensan como merece la vida ser asumida.
Mas, en estos últimos años, un creciente número de estudiantes deciden no construir no por razones de gusto o de interés -razones estéticas-, sino por motivos éticos. El mundo está excesivamente construido. Existen demasiadas construcciones, a menudo deshabitadas la mayor parte del año. Las urbanizaciones desiertas se emprenden por todo el territorio. Gangrenan el entorno. No son necesarias. La fiebre del ladrillo les desalienta. No quieren contribuir a esta enfermedad.
Cabría la rehabilitación: la recuperación de lo construido. No se trata de añadir obras nuevas, sino de devolver la vida a obras abandonadas. En estos casos, sin embargo, la ética también impone el silencio. Las obras rehabilitadas multiplican su valor. Los precios ascienden. Estas obras dejan pronto de estar al alcance de una parte importante de la población.
La reflexión, la investigación, tan mal financiada es la opción vital preferida. Mas, ¿permite vivir dignamente? La mirada de muchos estudiantes denota escepticismo, distanciamiento, desengaño, estupor, matizados por la ironía, como si ya no hubiera solución.
El texto transcribe consideraciones de estudiantes, intentando no desvirtuarlas
A B. G., R.A, N.A, O. S., V. A, y tantos otros
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