Fiesta de la entrega de premios a la creación joven en la Bienal de Ramala, noviembre de 2012
City of Mirage: Baghdad, from Wright to Venturi, 1953-1983, en Ramala (Palestina)
Fotos: Tocho, noviembre de 2012
Un visado de Iraq y la petición de no sellar el pasaporte (a fin
de evitar el rechazo en un país árabe como Siria o Iraq), como me ocurría esta
tarde, no constituyen los mejores salvoconductos para entrar en Israel. El
aeropuerto de Tel Aviv, invadido por centenares, quizá miles (la masa se
extiende por salas y salas de acogida) de turistas religiosos, cristianos,
judíos, principalmente, norteamericanos, franceses e italianos. Forman una
marea humana que impide avanzar hacia el control de aduanas que, al final te
detiene. Doble interrogatorio. ¿Ramala? ¿Iraq? ¿Por qué? una y otra vez, ¿por
qué? Los policías no miran a la cara. Hacen como que no te preguntan.
El taxi se dirige hacia Jerusalén por la autopista. Tierras
limpias, cuidadas, salpicadas por un exceso de casas de piedra blanca que van
ganando las colinas, como si se tratara de colonias en los Territorios
Ocupados. De pronto, un desvío a la derecha. Toda la basura invisible en Israel
parece haber sido abocada al otro lado de una alta y arrugada barrera de
alambres cuyas púas retienen jirones de telas sucias y plásticos cuarteados por
el sol. La senda, estrecha y mal asfaltada. Dando un giro, se cuela, a
través de un túnel angosto que más parece un desagüe, por debajo de la
autopista. Luego, asciende, siempre ente barreras alambradas. El paisaje está
excesivamente construido. Los pueblos palestinos se cubren de torres de pisos.
A lo lejos, extensas manchas blancas de colonias judías rayan las carenas.
Ramala.
Acoge la bienal de arte a la que se suma este año un congreso
sobre arquitectura moderna en los países árabes.
Primera fiesta nocturna. Entrega de premios a creadores jóvenes:
vídeo-artistas, compositores y músicos de música electrónica. Tiene lugar en el
jardín de la fundación de un palestino, regresado a Ramala, que hizo fortuna en
los Emiratos Árabes. Financia una gran parte de la Bienal, así como el centro
cultural que próximamente se construirá según un proyecto de un equipo de
arquitectos jóvenes españoles.
Poca luz, de noche, en Ramala. Pero el tráfico es intenso. Coches
nuevos, cuya compra el gobierno palestino incentiva. El crecimiento económico
es uno de los más rápidos del mundo.
¿Espejismo o total desconocimiento?
La fiesta no se distingue para nada de una fiesta en Nueva York,
salvo por la comida, mucho más sabrosa, y la variedad de vinos, palestinos,
franceses, italianos, algún libanés, tibiamente recibido. Estudiantes y
profesionales jóvenes. Ni un pañuelo, ni un fular, ni un hiyab en la cabeza.
Jóvenes urbanos decididos a superar las barreras. Saben que hablan el mismo
idioma que muchos jóvenes de Tel Aviv, principalmente. Las barreras se
tambalean si nadie les hace caso.
Pero sí que existe una diferencia: casi ningún investigador o
profesor de otros países árabes ha podido o querido venir al congreso: ya sea
porque, al no existir relaciones entre Israel y estos países, los estudiosos de
éstos no pueden llegar a Ramala -ya que no cabe otra opción que entrar en
Israel-, ya sea porque, como estudiosos egipcios, no aceptan venir mientras
Israel ocupe territorios palestinos: sería, afirmar, dar luz verde a la
ocupación. El resultado es que la preparación del congreso se convierte en una
tarea hercúlea. Quizá sean de otra época, a la que ya no pertenecen jóvenes de
Ramala.
Mañana, por la noche, se inaugura una versión de la exposición
sobre arquitectura moderna internacional en Bagdad, presentada en el Colegio de
Arquitectos de Cataluña en Barcelona, en 2008, y hoy itinerante. Se expone en
Boston. Y en Ramala, al mismo tiempo. Los documentos se han duplicado y vuelto
a imprimir.
Una villa de principios del siglo XX, Casa Harb, cedida por un rico
propietario, cuando Ramala era una estación balnearia, cerrada y abandonada, de
paredes de piedra blanca, y techo a dos aguas de tejas traídas de Marsella, con un jardín de tierra y arbolado ante la
fachada, ha sido limpiada y adecentada para acoger la exposición. Paredes
encaladas, ventanas alargadas de madera pintada de marfil, pequeñas alacenas
cerradas por puertas discretamente labradas y suelos de pequeños azulejos salpicados de blanco, azul gris y verde traslúcido. Ni siquiera en
el Centro de Arquitectura de Nueva York parecía tan bien adaptada al espacio.
Mañana será la primera vez en casi un siglo que se podrá visitar esta villa.
Quizá, a partir de ahora, se convierta en un centro de arte o, mejor, un
espacio de acogida para estudiantes. De ambos lados de la barrera.
INAUGURACIÓN
INAUGURACIÓN