La imagen ha estado muy a menudo desvalorizada en Occidente. Platón descalificó las imágenes naturalistas, entre las que se encontraban los reflejos en el espejo, los espejismos y todos los dibujos de artistas, arquitectos e incluso poetas -imágenes o metáforas verbales, en este caso-, porque, sostenía, eran incapaces de captar y transmitir la ·esencia· de las cosas o formas representadas, sino que se contentaban con mostrar una "imagen" plana que no daba en cuenta en absoluto de lo que las cosas "eran": las imágenes no estaban a la altura de las formas retratadas: hacían daño a las cosas figuradas; ofrecían una imagen a menudo engañosa, una "mala" imagen. La representación perspectiva no puede sino dar la razón a Platón, puesto que escamotea una parte de la realidad representada y deforma o distorsiona las caras y las proporciones, en función del punto de vista y del ángulo adoptados.
Los artistas abstractos de principios del siglo XX trataron de rebatir esta noción tan despreciativa de la imagen, defendiendo que ésta sí era capaz de transmitir la verdad de las cosas. Esta tentativa, sin embargo, se llevó a cabo a costa del naturalismo. Las imágenes reproducían -o mostraban, revelaban- el "verdadero ser" de las cosas, y éste aparecía como un juego proporcionado de figuras geométricas, algo así como el armazón de las formas, estructura suficiente que no necesitaba de los contornos naturalistas para exponer lo que las cosas "son". Más tarde, otros artistas, cortaron el nundo gordiano, sostuvieron que el arte nada tenía que ver con la imagen, puesto que su función no consistía en representar sino en presentar o crear cosas, cosas que no eran imagen de nada sino que eran cosas, formas con tanta entidad como las formas que componen el mundo. Estas formas, empero, como las imágenes abstractas, se componen, principalmente de cuerpos geométricos, como los paralelepípedos del arte minimalista.
La concepción de la imagen, en Mesepotamia, era muy distinta.
Las "verdaderas" imágenes no estaban realizadas por los seres humanos, sino por los dioses. Éstos no cesaban de "dibujar", de "planificar". En efecto, la creación del universo tuvo lugar en dos fases: una prospectiva y una segunda, inmediatamente posterior, resolutiva. Eso significa que, antes de engendrar el universo, los dioses lo planearon: lo dibujaron. Actuando como los arquitectos, trazaron las líneas maestras de la composición que, luego, fue materializada. Se le dio cuerpo (y materia).
Uno de los verbos que designaba la acción creadora divina es sorprendente. Habitualmente, aquélla era nombrada con el verbo
banû, un verbo acadio que significa crear, al mismo tiempo que engendrar -y que ya sabemos ha dado lugar, por mediio del árabe, al sustantivo albañil-. En un caso, empero, este verbo es
me. Me es un sustantivo sumerio, utilizado como verbo. El abanico de significados de
me es inmenso y, posiblemente, incomprensible en parte por nosotros, modernos. Designa realidades que no solemos ubicar en una misma clasificación. Pero, si nos olvidamos de los múltiples y (para nosotros) contradictorios matices de
me, este término se puede traducir por esencia.
Me es lo esencial, lo que garantiza la existencia (legal) de una cosa.
Me, por tanto, también significa decreto, edicto, norma, ley, puesto que
me define o delimita lo que las cosas son.
Me permite distinguir en propiedad cada cosa, permite reconocer las propiedades de las cosas. Sin los
me, el mundo se hundiría, puesto que no existirían líneas directrices que organizaran la creación y la disposición de todos los entes que componen el universo.
Me, en parte, es la estructura del mundo y de cada elemento. Los sostiene, les da "sentido". Asigna a cada cosa un lugar, las ubica en el lugar que les corresponde.
Me, por tanto, disipa las sombras. Ya no caben confusiones ni ambigüedades. Gracias a los
me, que son brillantes, las cosas resplandecen. Se muestran con su mejor cara, bajo la luz más favorable, se muestran tal como son, sin sombras, sin esconder nada. Los
me logran que el mundo sea enteramente visible y, por tanto, comprensible. No cabe la desorientación.
Cuando los dioses, en la primera fase de la creación del mundo, dibujaron, o trazaron las lineas maestras de la creación, crearon los me: es decir constituyeron lo que en verdad importa de las cosas, lo que da "fe" de éstas.
Este verbo sustantivdo sumerio, me, fue traducido, en acadio, por el sustantivo
usurtu(m): los dioses "establecieron los planos
(usuratu) del cielo y de la tierra", explica un Gran Tratado Astrológico. Aquella palabra,
usurtu, pertenece, en propiedad, al vocabulario artístico-técnico, tanto del dibujante cuanto del arquitecto. Significa plano, trazado, dibujo. Designa, desde luego, un dibujo lineal: los contornos son los que definen las cosas representadas. Este dibujo se constituye como el prototipo de las cosas. Lo que está por hacer o nacer tendrá que responder a los precisos trazos antes delineados. Tendrá que amoldarse a éstos. Los contornos fijan cómo serán las cosas, qué serán. Todo lo esencial de una cosa está ya anunciado por el
usurtu.
Este dibujo, por tanto, tiene unas voluntad anunciadora o profética. Nada puede existir sin el sustento, el sustrato previo que el dibujo divino le brinda. Éste constituye una línea maestra de la que nada puede apartarse, línea verdaderamente creadora, y anticipadora: las cosas ya son, en mente, una vez que han sido expuestas, marcadas en una superficie. Pues el dibujo divino es tanto mental cuanto real. Es idea y diseño.
Esta propiedad generadora del
usurtu se destaca si pensamos que
usurtu designa, específicamente, el plano arquitectónico, e incluso la puesta en obra: es decir, el replanteo, en el solar, de la planta trazada en un plano.
Usurtu delimita con precisión el "alcance" del edificio proyectado.
Finalmente,
usurtu se traduce también -y esos distintos significados o matices están recogidos en la acción divina- por líneas en la mano o el hígado: son las líneas que los adivinos leen, las líneas en los que leen el futuro. Líneas que cuentan, para quien sepa leerlas o interpretarlas qué va a acontecer. Son trazados proféticos que exponen lo que está a punto de materializarse. No son líneas caprichosas ni gratuitas, ni líneas que no guardan relación alguna con el mundo, sino que son líneas que exponen los planes o designios divinos, que exponen ya, antes de que las cosas se formen, que habrá cosas que se van a formar, revelando bajo qué forma se manifestarán. Son dibujos creadores, en el sentido fuerte de la palabra: líneas que, tirando de los hilos, llevan hasta las cosas: líneas que se anticipan al nacimiento de éstas.
La creación en Mesopotamia es, pues, una acción divina: acción que tiene como fin la "creación del mundo", creación, benéfica o maléfica, que acontece inevitablemente, una vez que los planes han sido tomados y los planos trazados. La imagen, en este caso, funda el mundo. Éste existe porque un plano ha sido trazado previamente. El mundo depende de los planes y los planos divinos. Sin éstos el mundo no tendría entidad, una entidad que Platón, contrariamente, miles de años más tarde, mostrará que está en peligro por la multiplicación de imágenes "sin sentido".