Estatua acéfala del Gudea, con una tablilla con la planta del santuario de Ningirsu en Girsu, llamada estatua de "Gudea arquitecto", Museo del Louvre, París
Era, al parecer, una práctica habitual en la construcción sumeria, disponer de un sig4 nam tar-ra, tal como ha señalado agudamente Jordi Abadal. Este objeto ha dado lugar a múltiples interpretaciones.
Según los autores, la traducción varía: sig4 es un ladrillo (pero también un límite o una cerca, y una fundación o un cimiento). Tar es un adjetivo (juicioso) o un verbo (determinar, buscar, inquirir). La expresión verbal nam...tar se traduce habitualmente por decidir la suerte de, fijar el destino de. Sig4 nam tar-ra (siendo la a final, a la que se le añade la repetición de la última consonante r, la desinencia del genitivo o complemento de objeto) es entonces "el labrillo -o tocho- del destino", o "el ladrillo destinado". Los conocimientos actuales de la gramática y el vocabulario sumerios impiden saber a fe cierta en qué consiste este objeto: una pieza que fija o enuncia el destino, o una pieza destinada (a una determinada función).
Los traductores, sin embargo, tienden a escoger la primera traducción: se trataría, entonces, de un "ladrillo del destino". ¿Qué es? ¿Qué entendían los sumerios por un "ladrillo del destino"?
Quíen destacó con mayor insistencia el uso de dicho objeto fue el rey neo-sumerio Gudea (finales del III milenio aC) durante la reconstrucción del templo de Ningirsu, el dios tutelar de Girsu, lacapital del reino de Lagash, tal como se describe en la llamada "Autobiografía de Gudea", un largo y complejo texto, conservado casi íntegramente (y fijado en dos bloques cilíndricos de gran tamaño -unos 50 cm de alto por 30 de diámetro-, en el Museo del Louvre de París), y considerado como la primera memoria arquitectónica de la historia, ya que describe minuciosamente la fundación y reconstrucción parcial de dicho santuario.
Los sumerios (y los mesopotámicos, en general) concedían gran importancia al "primer ladrillo" -equivalente a la primera piedra que se utiliza actualmente-, un ladrillo de gran tamaño, a veces cuadrado -mientras que los ladrillos convencionales solían ser rectangulares-, que podía llegar a tener un tamaño de 50x50x5 cm, fabricado con unos materiales simbólica o mágicamente dotados (leche, mantequilla, aceite, miel, cerveza, etc.), añadidos a la base de adobe, según un rito prefijado y utilizando unos instrumentos especiales. La fabricación, transporte y deposición de dicho ladrillo corría a cargo del rey.
Este ladrillo "fundacional" poseía una inscripción, a menudo muy largo, escrita o impresa: descripción del rito fundacional, precisando la grandeza y piedad del monarca; invocación a los dioses (pidiéndoles la protección del santuario); o maldición (para quienes se atrevieran a destruir el templo).
Este ladriloo, del que se realizaban varias copias, solía ser depositado en los cimientos del edificio, y en diversas partes de los muros.
Se ha pensado que el "ladrilllo del destino" correspondía a un "ladrillo fundacional". Sin embargo, algunos estudiosos sostienen que se trataba de una pieza distinta, que servía ya sea para señalar el emplazamiento del edificio, ya sea para fijar la función o destinación de la construcción; en este caso, se trataría de un documento administrativo, o religioso-administraivo, algo así como un registro de la propiedad.
No todos los especialistas piensan que se trataba de un ladrillo, sin embrgo. Podía ser una tablilla, es decir una pieza hecha con los mismos materiales (arcilla, paja, agua y eventuales añadidos de materiales simbólicamente significativos para la perdurabilidad -mágica- del objeto) que los ladrillos, moldeada y producida en serie, que servía de soporte para una inscripción que podía ser idéntica a la de un ladrillo fundacional.
Si así fuera, la tablilla del destino evocaría la "tabla de la ley" bíblica -la Biblia es un texto culturalmente mesopotámico-, la cual, según la aguda opinión de Gregorio del Olmo, no consistía en un decreto legal (los "mandamientos"), sino en un plano y unas indicaciones precisas sobre materiales y usos para construir el santuario ambulante (el arca). En este caso, la entrega de una divinidad a un humano de un documento gráfico y textual con todas las indicaciones para una edificación, se asemejaba a la que el propio dios Ningirsu habría proporcionado, en sueños, al rey Gudea, tal como se describe también en la "Autobiografía de Gudea", y se muestra en una célebre estatua sedente del rey con una tablilla sobre sus rodillas, en la que está nítidamente inscrita la planta exacta y a escala del santuario de Ningirsu (tal como se ha podido comprobar en las excavaciones llevadas a cabo en Girsu -o Tello-).
Si el ladrillo del destino fuera, entonces, un plano (un proyecto arquitectónico), éste actuaría como base de la construcción, ya que dichos documentos, distintos de los ladrillos fundacionales, se ubicaban también en los cimientos del edificio por construir. Éste se alzaría sobre la planta enterrada (de modo muy semejante al que se sigue cuando el rito de la colocación de la primera piedra, practicado aún hoy en día, y consistente en la deposición, en los cimientos, de los planos del edificio). Tantos estos documentos gráficos como las tablillas del destino contenían y contienen toda la información necesaria para la erección de un edificio. De algún modo, lo contienen en ciernes: son el origen del edificio.
Esta interpretación acerca de lo que sería un "tocho del destino" y de su función se apoyaría en el hecho que algunos estudiosos piensan que dicha pieza servía metonímicamente para designar al edificio: la parte nombraría el todo. El ladrillo (del destino) sería el templo (o "ya" sería el templo); lo cual es lógico, ya que, conteniendo las plantas de la construcción (que se erguiría sobre dichas trazas depositadas en los cimientos), el ladrillo anunciaría -y contendría (a escala)- al templo.
Un tocho del destino sería entonces un plano, que proclamaría la buena neuva de la próxima venida o aparición de un nuevo edificio. Y ya para los sumerios, como para los arquitectos desde el siglo XVI, la construcción es innecesaria, ya que el plano (plantas, alzados y secciones) es ya la construcción. Son lo mismo. La construcción no aporta nada. Un espacio habilidado, ordenado, es un límite trazado en una superficie horizontal (de una tablilla, un ladrillo o un solar) que cerca un espacio propio y seguro, deslindándolo del espacio indiferenciado y desordenado exterior en el que campan todos los peligros que acechan, asedian a la vida recogida tras los límites trazados.
Un tocho del destino es un edificio ideal. Que es siempre el verdadero. Es la salvación de la arquitectura -y de la vida allí acogida o recogida.