domingo, 19 de diciembre de 2010
Santa Faz(book) Navidad
Gracias a Peter-Hans Feldmann y a Helena Tatay a quien agradezco el envío, Tocho se pone al día.
Para verlo en pantalla mayor, "clicar" aquí
sábado, 18 de diciembre de 2010
Pedro Cabrita Reis (1956-): I Dreamt your House was a Line (Soñé que tu casa era una línea), 2003
Soñe que tu casa era una línea es una de las más conocidas instalaciones de tema arquitectónica del artista portugués Pedro Cabrita Reis, que se puede ver en el Carré de Nimes (Francia) hasta el 23 de enero de 2010.
Una trama de tubos fluorescentes se extiende sobre una franja continua, de perfil irregular, pintada de naranja que se extiende por las paredes de la sala de exposición.
La relación entre la la linea (que dibuja) y la arquitectura que construye volúmenes habitables existe desde los inicios. Ha sido quizá el mito griego de Teso y el laberinto de Creta el que lo ha puesto más en evidencia. Teseo logra recorrer todas las galerías y pasadizos, explorar sin perderse todas las estancias del Laberinto hasta su centro, y hallar la vía de salida, porque, aconsejado por la princesa cretense Ariadna, desovilla una cuerda desde la entrada hasta el centro, lo que le permite, "rebobinando", acordarse del camino de vuelta, encontrarlo. Como ha sido comentado a menudo, el hilo sigue la planta del edificio; se identifica o se confunde con ella. Aquél se amolda a todos los giros de la organización espacial; la cuerda construye o reconstruye la planta, la desarrolla. El edificio se convierte en una línea que se extiende y se recoge; el laberinto acaba convertido en un ovillo impenetrable. Teseo vence la oscuridad del Laberinto porque logra recogerlo hasta que quepa en la mano. Toda su extensión se reduce a una pequeña esfera; casi un punto; el origen mismo de un proyecto.
Pues el arquitecto tira de un hilo cuando proyecta: una línea recorre el plano; del mismo modo, la puesta en obra de un proyecto se inicia con el trazado de un límite continuo en el suelo, que la cuerda sostenida por estacas plantadas en las esquinas acentúa.
Pedro Cabrita Reis juega con esa línea; recorre los muros de la sala, acentuando la importancia de los planos verticales gracias a los que el edificio asciende del suelo. Los tubos fluorescentes se disponen de tal modo que recuerdan la planta de un edificio, dispuesta no sobre el plano horizontal sino sobre muros, como si la misma planta hubiera sido capaz de dotarse de la tercera dimensión, o esa hubiera estado implícita en la planta; como si cuando se traza la planta en el suelo, el edificio ya está en ciernes, a punto de alzarse.
Los tubos emiten una luz fría que se tiñe con el color naranja, cálido de la franja pintada. El interior emite luz. Es luz. La linea es una tira de luz. Es la luz la que construye la planta. La penumbra que todo espacio interior envuelve o genera es una penumbra luminosa. Para ir hacia la luz, habitualmente, el espectador, o el habitante, tiene que recogerse en un interior. Pues es en este lugar donde se alumbrará. Mas en la casa que Cabrita Reis sueña, la luz no se halla en el centro, como si emanara de una chimenea, sino en los límites. Luz que no proviene del exterior sino de la misma materialidad de los muros. Muros vibrantes, membranas que generan un cerco de luz, como los muros vidriados de una catedral gótica. Luz que define, que construye el espacio interior. Los muros no se levantan siguiendo los límites del volumen de luz que un fuego central engendra, sino que son los muros los que echan luz hacia el centro. No son, entonces, muros que parten, muros carcelarios, sino la condición de la vida. Son muros vivos, cuya vibración animan el volumen -y a quienes se recogen en él.
Mas, como destaca Cabrita Reis, se trata de un sueño; esa casa, cuya vida proviene de sus límites, solo existe en sueños. Se trata de una construcción soñada, irreal o modélica. Las casas reales encierran, contienen, detienen la luz; las casas soñadas la generan. Quizá por seso solo los ángeles pueden recogerse en ellas, o los humanos, cuando sueñan. Que es cuando se vive de verdad. Aunque -porque- no nos damos cuenta.
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Arquitectura verdadera,
Modern Art
viernes, 17 de diciembre de 2010
Joana Vasconcelos (1971-): Loft (2010)
Joana Vasconcelos: Loft. Última exposición de esta artista portuguesa (Galería Nathalie Obadia, Paris, 2010)
Cuando se estaba montando la exposición La ciudad de los niños, en el Colegio de Arquitectos de Cataluña, en Barcelona, en 2005, consistente en una gran maqueta de una ciudad imaginaria compuesta por setecientas pequeñas maquetas de barro de la casa de los sueños de niños de cinco y diez años, fue traída en la sala una concha de un caracol compuesta por múltiples anillos. Advertimos al niño que se le había pedido que diera forma a una casa soñada, a lo que respondió que desde siempre le habría gustado vivir dentro de una concha parecida.
La arquitectura no existe. Arquitectura es cualquier lugar o cualquier objeto en el que nos gustaría vivir, en el que nos imaginamos que viviríamos bien. La arquitectura está en la capacidad de los espacios y los objetos de suscitar sensaciones de bienestar, está en nuestros ojos cuando nos vemos viviendo a gusto en aquéllos. Vivimos con los sentidos. La arquitectura también se halla en imágenes, pintadas, esculpidas, filmadas, de cosas y lugares, capaces de transfigurar éstos en espacios deseables.
Loft, la última exposición de la joven artista Joana Vasconcelos, consiste en muros y detalles arquitectónicos ampliados, a menudo recubiertos con materiales tradicionales (papeles pintados, azulejos), de los que salen, como los intestinos de un cuerpo, los nervios, o los cables escondidos en regatas, gruesos tubos compuestos por toda clase de tejidos de colores, impresos o bordados, que zigzaguean entre los espacios compartimentados por los muros. Las formas ondulantes y blandas contrastan con las superficies duras y geométricas, creando intersticios en los que uno podría recogerse. El contraste entre formas, materiales y colores, texturas, consistencias, y las asociaciones de ideas generadas (el espacio doméstico visto como un gran vientre en el que la vida rebulle, las paredes que no contienen o encierran, sino que expulsan materiales que parecen vivos, lenguas de fuego, formas calificadas de "femeninas" -blandas, colorísticas y tejidas- que nacen de entes "masculinos" -rectos, recios, fríos-), es capaz de suscitar sensaciones arquitectónicas; es decir, en crear espacios en los que se podría -y se querría, quizá- habitar (en sueños).
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Arquitectura verdadera,
Modern Art
jueves, 16 de diciembre de 2010
Sueños de arquitecto (o la estética sí sirve para algo)
No nos perdamos el vídeo promocional con la imagen del hotel Venecia. ¿Venecia?; o del restaurante Alcatraz, sobre el que la publicidad dice:
"Restaurante Alcatraz.
Restaurante prisión para disfrutar sintiéndose prisionero voluntario en una cárcel temporal. El local reproducirá el ambiente de una galería penitenciaria y la carta estará llena de referencias al mundo carcelario.Tras el pago de la cuenta (fianza), recuperaremos la libertad. 4.400 m2 de superficie para un aforo de 250 personas",
por no citar el restaurante Étnico:
"Restaurante Étnico.
Este restaurante discoteca estará ubicado en una parcela de 4.800 m2y tendrá un aforo de 1.500 personas.El exterior recordará las ruinas de los antiguos templos hindúes, con piedra labrada que reproducirá diversos animales mitológicos". ¡Ah, la supervivencia de los mitos!
Agradezco esta información a la arquitecta Julia Schulz-Domburg, quien trabaja en un proyecto de documentación fotográfica centros de ocio españoles (uno de los más serios e inteligentes -y más terroríficos- proyectos sobre arquitectura "real" española jamás llevados a cabo, que esperamos ver pronto).
Columnas
Rectificación: el arquitecto Manel Arenas me ha convencido. Las cuatro columnas de Montjuich son un bien, están bien. Mejor no pueden ser y estar.
En un espacio tan singular como la Plaza de España y la Avenida María Cristiana, donde se sucede el mayor número de curiosidades escultórico-arquitectónicos de Barcelona -la abarrocada fuente de Jujol, la reconversión de la plaza de toros de las Arenas en platillo volante, de Rogers y Balagué, el hotel gris Plaza de Garcés, la comisaría de MBM, el Palacio Nacional, las fuentes de luz y sonido de Buigas, etc, etc., ya solo faltaban las cuatro columnas.
Lo que sobra ahora es el Pabellón alemán, de Mies van der Rohe, aunque como es un pastiche de los años 80...
Esperemos que las esculturas que deberían coronar las columnas sean encargadas a Tusquets.
Así el entorno quedaría bien rematado
En un espacio tan singular como la Plaza de España y la Avenida María Cristiana, donde se sucede el mayor número de curiosidades escultórico-arquitectónicos de Barcelona -la abarrocada fuente de Jujol, la reconversión de la plaza de toros de las Arenas en platillo volante, de Rogers y Balagué, el hotel gris Plaza de Garcés, la comisaría de MBM, el Palacio Nacional, las fuentes de luz y sonido de Buigas, etc, etc., ya solo faltaban las cuatro columnas.
Lo que sobra ahora es el Pabellón alemán, de Mies van der Rohe, aunque como es un pastiche de los años 80...
Esperemos que las esculturas que deberían coronar las columnas sean encargadas a Tusquets.
Así el entorno quedaría bien rematado
miércoles, 15 de diciembre de 2010
Arquitectura singular
Érase una renombrada arquitecta que, tras criticar a arquitectos estrella como Gehry y Libeskind, como respuesta a un comentario elogioso que recibió una reciente obra suya por su novedad, concluyó más o menos:
-Si me encargan una obra, ya saben que no haré algo ya visto.
Interesante opinión: algunos arquitectos conocidos están obligados a proyectar siempre obras nuevas. Su fama es una coacción. La arquitecta no dijo que trató de realizar un proyecto que corrigiera errores de edificios similares, ni que buscara proyectar un edificio que respondiera de la mejor manera posible al encargo, o que valorara la pertinencia del encargo. De lo que se trataba era de sorprender, levantando una obra que no tuviera nada que ver con edificios que han respondido a encargos parecidos. Esta decisión, por otra parte, no respondía a una libre decisión, sino a una obligación moral; obligación a la que tienen y pueden responder solo determinados creadores.
Este planteo subvierte un tanto el postulado manierista del genio, formulado a finales del siglo XVI por Giordano Bruno, que tanta relevancia ha tenido en la teoría del arte occidental. Según Bruno, un genio era un artista que siempre innovaba, mientras que un artista convencional seguía modelos establecidos y componía según unas reglas seguras y efectivas. Éste último operaba de manera prevista y previsible, y su obra carecía del fulgor de lo nuevo que irradia de la obra genial. Sin embargo, el artista que Bruno defendía (y, a continuación los teóricos barrocos y románticos) era como un niño: no era consciente de lo que hacía. Creaba como crecen las plantas: espontáneamente; sus frutos eran siempre singulares. Tenía absoluta libertad creativa. No estaba sometido a normas ni modelos algunos. No sabía que innovaba, ni buscaba hacerlo. Innovaba porque sí. No habría podido crear de otro modo, incluso si hubiera querido seguir patrones ya probados. En algún punto se habría desmarcado, sin quererlo, del canon. Como ya les había ocurrido a los poetas inspirados por los dioses -que no seguían reglas aprendidas-, de los que Platón se burlaba.
Según esta nueva concepción de la creación, el verdadero artista es un genio ciertamente, pero no produce espontáneamente, como si jugara. La singularidad de su obra no es fruto del azar, o de su condición genial (siendo el genio una facultad anímica que impele al artista a hallar, sin buscar, ideas nuevas y a materializarlas, sin esforzarse, en formas que hasta entonces nadie ha producido), sino que es consecuencia de un deber moral. Un genio -un artista reconocido como tal o que se sabe un genio- tiene que esforzarse en ser genial, es decir, en crear obras u formas inesperadas, que tomen por sorpresa al espectador o al cliente. Se esfuerza en romper moldes (no porque la ruptura sea necesaria, sino porque se considera genial; ¿la prueba? El que halla recibido el encargo). Se ve, por tanto, forzado a innovar, independientemente de la idoneidad de su creación, de su adaptación al encargo; respuesta que no se pide, ya que en tanto que genio se espera que lo que cree sea totalmente distinto, lo nunca visto.
Esta concepción, en verdad, responde bien al mito del patrón de los arquitectos. El apóstol Tomás, en efecto, considerado el mejor constructor del mundo, según su mismo hermano gemelo Jesús, recibió del rey de la India el encargo de proyectar un palacio que no se pareciera a ninguno. El palacio no tenía necesariamente que ser habitable -y de hecho no lo fue, ni siquiera fue habitado-, o adaptado a un lugar y respondiendo a unas necesidades. Solo tenía que deslumbrar. Pues es por este motivo que Tomás había sido escogido.
La novedad a la fuerza, en todos los sentidos de la palabra. Novedoso por decreto. El creador, entonces, es equiparado a un prestigitador: se le pide trucos inauditos. Las formas son como los más variopintos objetos extraídos de una chistera. No pueden salir nunca dos veces un mismo objeto. A menos que esa repetición sea lo que realmente sorprenda.
Esta arquitecta respondió tan bien a lo que se le pedía -a lo que se esperaba de una arquitecta como ella, genial- que ha recibido un segundo encargo: un edificio parecido que, por obligación -como consecuencia de su condición genial-, no podrá tener nada que ver con el anterior.
Así se construyen las ciudades modernas: un conjunto de bloques autistas. A menos que recurramos a arquitectos que no se saben (aún) geniales.
-Si me encargan una obra, ya saben que no haré algo ya visto.
Interesante opinión: algunos arquitectos conocidos están obligados a proyectar siempre obras nuevas. Su fama es una coacción. La arquitecta no dijo que trató de realizar un proyecto que corrigiera errores de edificios similares, ni que buscara proyectar un edificio que respondiera de la mejor manera posible al encargo, o que valorara la pertinencia del encargo. De lo que se trataba era de sorprender, levantando una obra que no tuviera nada que ver con edificios que han respondido a encargos parecidos. Esta decisión, por otra parte, no respondía a una libre decisión, sino a una obligación moral; obligación a la que tienen y pueden responder solo determinados creadores.
Este planteo subvierte un tanto el postulado manierista del genio, formulado a finales del siglo XVI por Giordano Bruno, que tanta relevancia ha tenido en la teoría del arte occidental. Según Bruno, un genio era un artista que siempre innovaba, mientras que un artista convencional seguía modelos establecidos y componía según unas reglas seguras y efectivas. Éste último operaba de manera prevista y previsible, y su obra carecía del fulgor de lo nuevo que irradia de la obra genial. Sin embargo, el artista que Bruno defendía (y, a continuación los teóricos barrocos y románticos) era como un niño: no era consciente de lo que hacía. Creaba como crecen las plantas: espontáneamente; sus frutos eran siempre singulares. Tenía absoluta libertad creativa. No estaba sometido a normas ni modelos algunos. No sabía que innovaba, ni buscaba hacerlo. Innovaba porque sí. No habría podido crear de otro modo, incluso si hubiera querido seguir patrones ya probados. En algún punto se habría desmarcado, sin quererlo, del canon. Como ya les había ocurrido a los poetas inspirados por los dioses -que no seguían reglas aprendidas-, de los que Platón se burlaba.
Según esta nueva concepción de la creación, el verdadero artista es un genio ciertamente, pero no produce espontáneamente, como si jugara. La singularidad de su obra no es fruto del azar, o de su condición genial (siendo el genio una facultad anímica que impele al artista a hallar, sin buscar, ideas nuevas y a materializarlas, sin esforzarse, en formas que hasta entonces nadie ha producido), sino que es consecuencia de un deber moral. Un genio -un artista reconocido como tal o que se sabe un genio- tiene que esforzarse en ser genial, es decir, en crear obras u formas inesperadas, que tomen por sorpresa al espectador o al cliente. Se esfuerza en romper moldes (no porque la ruptura sea necesaria, sino porque se considera genial; ¿la prueba? El que halla recibido el encargo). Se ve, por tanto, forzado a innovar, independientemente de la idoneidad de su creación, de su adaptación al encargo; respuesta que no se pide, ya que en tanto que genio se espera que lo que cree sea totalmente distinto, lo nunca visto.
Esta concepción, en verdad, responde bien al mito del patrón de los arquitectos. El apóstol Tomás, en efecto, considerado el mejor constructor del mundo, según su mismo hermano gemelo Jesús, recibió del rey de la India el encargo de proyectar un palacio que no se pareciera a ninguno. El palacio no tenía necesariamente que ser habitable -y de hecho no lo fue, ni siquiera fue habitado-, o adaptado a un lugar y respondiendo a unas necesidades. Solo tenía que deslumbrar. Pues es por este motivo que Tomás había sido escogido.
La novedad a la fuerza, en todos los sentidos de la palabra. Novedoso por decreto. El creador, entonces, es equiparado a un prestigitador: se le pide trucos inauditos. Las formas son como los más variopintos objetos extraídos de una chistera. No pueden salir nunca dos veces un mismo objeto. A menos que esa repetición sea lo que realmente sorprenda.
Esta arquitecta respondió tan bien a lo que se le pedía -a lo que se esperaba de una arquitecta como ella, genial- que ha recibido un segundo encargo: un edificio parecido que, por obligación -como consecuencia de su condición genial-, no podrá tener nada que ver con el anterior.
Así se construyen las ciudades modernas: un conjunto de bloques autistas. A menos que recurramos a arquitectos que no se saben (aún) geniales.
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