martes, 2 de agosto de 2011
Del poblado a la ciudad: ¿progreso?
En los museos de arte y arqueología occidentales ya no caben más piezas: Ya no se encuentran más piezas disponibles: los acuerdos suscritos por la mayoría de los paises desde finales de los años setenta obligan a las misiones arqueológicas a depositar todos sus hallazgos (algunos espléndidos, todavía) en los paises en los que excavan (en museos o depósitos). Las obras que los museos pudieran adquirir proceden de antiguas colecciones, organizadas antes de los años setenta, puestas en venta (subastas o en anticuaros), o de excavaciones ilegales, susceptibles de penalizaciones. O son falsos.
Los estudios sobre las culturas mesopotámicas se han visto afectados por la situación política de los últimos treinta años. Las guerras en Irak (en el que se situan la mayoría de los grandes yacimientos) - guerras entre Irán e Irak, las dos Guerras del Golfo, la invasión de Kuwait, y la actual guerra civil o religiosa más o menos soterrada que ha seguido a la ocupación del pais; la inestabilidad en el Líbano; la dictadura en Irán; las exigencias en cuanto al trabajo de las arqueólogas en Arabia Saudí, y el cada más incierto futuro en Siria, incluso en Jodania e Israel, están llevando a postergar o anular la mayoría de las misiones arqueológicas en el Próximo Oriente (o Asia occidental).
Si no se puede excavar, o si las excavaciones son cada vez más dificultosas -paises aún estables como Siria niegan los visados de entrada a los arqueólogos por temor a lo que pudiera pasar-, el conocimiento de la cultura msopotámica ya no pasa necesariamente por la exploración de yacimientos excavados en una mínima parte desde mediados del siglo XIX (la ciudad de Uruk -la mayor del mundo en los quinto y cuarto milenios aC-, extensísima, solo ha sido despejada en un diez por ciento, y posiblemente no podrá ser nunca estudiada en su totalidad), sino por la revisión de la documentación y de las interpretaciones que se han ofrecido.
Las preguntas han cambiado. Se interroga el pasado de un nuevo modo, o se plantean nuevas preguntas. Afirmaciones incuestionables dejan de serlo. Así, parecía plenamene fundado que la transición del nomadismo al sedentarismo, del poblado a la ciudad, de la recolecta la caza a la agricultura y la domesticación, de la tradición oral a la escrita, del trueque a la economía de mercado -todas ésas revoluciones que se han dado por primera vez en Mesopotamia y que se extendieron al orbe entero-, conllevaba una mejora de la vida, y eran etapas que significaban la entrada de los hombres en la civilización, dejado atrás su condición bárbara. Desde los años ochenta, empero, la lectura de estos fenómenos, interpretados hasta entonces como fenómenos positivos, necesarios, anhelados, como etapas en la evolución del hombre hacia un futuro mejor, ya no está tan clara.
Primeramente, se descubre que estos supuestos avances convivían con otros modelos de relaciones sociales y con el entorno, propias de la "prehistoria"; que las sociedades que los aplicaron no fueron siempre las más afortunadas o desarrolladas. Y se plantea, finalmente, si este modelo evolutivo, que se puede resumir en el paso del poblado a la ciudad, fue inevitable, casi "natural" o "innato", o responde a decisiones estratégicas o culturales, que no tuvieron que darse en todos los territorios -ni, de hecho, se dieron. Es decir, si las "mejores" culturas -culturas en las que "mejor" se vivió- pasaron por las etapas antes descritas.
También se cuestiona la superioridad de la ciudad griega sobre la mesopotámica. Ésta última ha sido juzgada como una creación tiránica, fruto de la voluntad de un soberano todopoderoso que recurría a la religión -la ayuda o inspiración divina- para legitimar sus edictos y su propia posición. Hoy ya no está tan claro que la ciudad "oriental" emanra de un poder dictatorial (religioso y político), en posesión de todas las tierras trabajadas por siervos y esclavos. Es posible que los grupos sociales fueran más libres, libres de asociarse y colaborar juntos, y que la ciudad griega, por el contrario, fuera una institución en la que una gran parte de la población estuviera excluida (mujeres, niños, servidumbre, etc.).
Aunque también pudiera ocurrir que estas interpretaciones tan divergentes, que cuestionan juicos que se daban por sentados, sean también consecuencia de unos tiempos como los actuales en los que todo parece tambalearse.
Nada tiene que darse por sentado. El estudio, por tanto, no concluye. Las preguntas, cambiantes, revelan aspectos insospechados o socavan afirmaciones que ran más creencias que datos objetivos, que dicen más sobre nosotros que sobre las culturas antiguas.
La arqueología es un espejo en el que nos miramos. Revela lo que queremos creer, lo que esperamos -y tememos-, revela, en el fondo, nuestro punto de vista sobre nuestra sociedad.
Véase, por ejemplo:Augusta McMahon: "From Sedentism to States, 10000-3000 BCE", Daniel C. Snell (ed.): A Companion to the Ancient Near East, Blackwell Publishing, Oxford, 2007, ps. 20-33.
Todo el volumen (538 ps.) ofrece una excelente lectura y agudas puntualizaciones
Los estudios sobre las culturas mesopotámicas se han visto afectados por la situación política de los últimos treinta años. Las guerras en Irak (en el que se situan la mayoría de los grandes yacimientos) - guerras entre Irán e Irak, las dos Guerras del Golfo, la invasión de Kuwait, y la actual guerra civil o religiosa más o menos soterrada que ha seguido a la ocupación del pais; la inestabilidad en el Líbano; la dictadura en Irán; las exigencias en cuanto al trabajo de las arqueólogas en Arabia Saudí, y el cada más incierto futuro en Siria, incluso en Jodania e Israel, están llevando a postergar o anular la mayoría de las misiones arqueológicas en el Próximo Oriente (o Asia occidental).
Si no se puede excavar, o si las excavaciones son cada vez más dificultosas -paises aún estables como Siria niegan los visados de entrada a los arqueólogos por temor a lo que pudiera pasar-, el conocimiento de la cultura msopotámica ya no pasa necesariamente por la exploración de yacimientos excavados en una mínima parte desde mediados del siglo XIX (la ciudad de Uruk -la mayor del mundo en los quinto y cuarto milenios aC-, extensísima, solo ha sido despejada en un diez por ciento, y posiblemente no podrá ser nunca estudiada en su totalidad), sino por la revisión de la documentación y de las interpretaciones que se han ofrecido.
Las preguntas han cambiado. Se interroga el pasado de un nuevo modo, o se plantean nuevas preguntas. Afirmaciones incuestionables dejan de serlo. Así, parecía plenamene fundado que la transición del nomadismo al sedentarismo, del poblado a la ciudad, de la recolecta la caza a la agricultura y la domesticación, de la tradición oral a la escrita, del trueque a la economía de mercado -todas ésas revoluciones que se han dado por primera vez en Mesopotamia y que se extendieron al orbe entero-, conllevaba una mejora de la vida, y eran etapas que significaban la entrada de los hombres en la civilización, dejado atrás su condición bárbara. Desde los años ochenta, empero, la lectura de estos fenómenos, interpretados hasta entonces como fenómenos positivos, necesarios, anhelados, como etapas en la evolución del hombre hacia un futuro mejor, ya no está tan clara.
Primeramente, se descubre que estos supuestos avances convivían con otros modelos de relaciones sociales y con el entorno, propias de la "prehistoria"; que las sociedades que los aplicaron no fueron siempre las más afortunadas o desarrolladas. Y se plantea, finalmente, si este modelo evolutivo, que se puede resumir en el paso del poblado a la ciudad, fue inevitable, casi "natural" o "innato", o responde a decisiones estratégicas o culturales, que no tuvieron que darse en todos los territorios -ni, de hecho, se dieron. Es decir, si las "mejores" culturas -culturas en las que "mejor" se vivió- pasaron por las etapas antes descritas.
También se cuestiona la superioridad de la ciudad griega sobre la mesopotámica. Ésta última ha sido juzgada como una creación tiránica, fruto de la voluntad de un soberano todopoderoso que recurría a la religión -la ayuda o inspiración divina- para legitimar sus edictos y su propia posición. Hoy ya no está tan claro que la ciudad "oriental" emanra de un poder dictatorial (religioso y político), en posesión de todas las tierras trabajadas por siervos y esclavos. Es posible que los grupos sociales fueran más libres, libres de asociarse y colaborar juntos, y que la ciudad griega, por el contrario, fuera una institución en la que una gran parte de la población estuviera excluida (mujeres, niños, servidumbre, etc.).
Aunque también pudiera ocurrir que estas interpretaciones tan divergentes, que cuestionan juicos que se daban por sentados, sean también consecuencia de unos tiempos como los actuales en los que todo parece tambalearse.
Nada tiene que darse por sentado. El estudio, por tanto, no concluye. Las preguntas, cambiantes, revelan aspectos insospechados o socavan afirmaciones que ran más creencias que datos objetivos, que dicen más sobre nosotros que sobre las culturas antiguas.
La arqueología es un espejo en el que nos miramos. Revela lo que queremos creer, lo que esperamos -y tememos-, revela, en el fondo, nuestro punto de vista sobre nuestra sociedad.
Véase, por ejemplo:Augusta McMahon: "From Sedentism to States, 10000-3000 BCE", Daniel C. Snell (ed.): A Companion to the Ancient Near East, Blackwell Publishing, Oxford, 2007, ps. 20-33.
Todo el volumen (538 ps.) ofrece una excelente lectura y agudas puntualizaciones
lunes, 1 de agosto de 2011
Standish Lawder & Terry Riley (música): The Corridor (1970) / Standish Lawder: Necrology (1971)
Versión entera en: http://www.ubu.com/film/lawder_corridor.html
Sobre este corto fundamental sobre el espacio interior, e íntimo, véase: http://www.villagevoice.com/2007-12-04/film/visions-of-grandeur/
Necrology, filmado en las escaleras mecánicas del antiguo rascacielos de la Pam Am, en Nueva York, por las que desfilan todos los protagonistas de todas las historias del mundo, es otro de los cortometrajes seminales.
Jasmina Llobet (1978) & Luis Fernández Pons (1979): El sombrero (2007)
El sombrero: intervención en un terreno baldío de Madrid, 2007
Jasmina Llobet (que compartió estudio con David Bestué en Barcelona) y Luis Fernández Pons viven y trabajan en Berlín.
El sombrero es una intervención en un terreno baldío en la periferia de Madrid: un solar que, como tantos otros, pronto sería reducido por la fiebre del ladrillo.
Se trata de un objeto hecho con los mismos bloques industriales con los que se ha enladrillado España. Se asemeja a una choza, pero no tiene entrada. Como bien observan Llobet & Fernández Pons, se trata de un espacio inhabitable: una montaña de ladrillos, parecida a una ruina, la ruina de un espacio que no se ha podido habitar.
Es un sombrero de "vaquero", tirado en un terreno sin propietario, hasta entonces. El sombrero de quien se arroga el derecho de ocupación. La privatización del espacio recuerda al comportamiento en el "Far West", el "Wild West", en el no regía ley algo -salgo el de la ocupación-, y las tierras eran expropiadas sin contemplaciones. Tierra sin ley, sometida a todo tipo de vejaciones. Ayer, en el lejano oeste, sembrando un reguero de muerte, y hoy, aquí.
Escriben: "(la obra) habla de la especulación y del milagro del ladrillo. Al cabo de unos meses se supone que iban a construir un edificio en ese solar, aunque luego vino la crisis y no sabemos si llegaron a empezarlo."
La intervención denota la expropiación forzosa. Pero, también dota, por un tiempo (el tiempo de la instalación), al terreno de sentido. Lo singulariza, dignificándolo.
Sobre estos artistas, véase su web.
José Manuel Ballester (1960): "José Manuel Ballester: Habitación 523 (2005)", (2011)
El Palacio de Velázquez, en Madrid, perteneciente al Museo de Arte Moderno. Centro Reina Sofía, organizó en 2005 una exposición antológica de obras (fotografías, pinturas, dibujos) de José Manuel Ballester, titulada Habitación 523. Estaba dedicada a obras de temática arquitectónica.
A partir de fotografías de la muestra -que incluía mayoritariamente fotografías, algunas de gran tamaño- que tomó, José Manuel Ballester acabo de componer esta filmación.
Pregunta curiosa: ¿cuál es el estatuto de este video? ¿Obra de arte, o documento? En 2005, Ballester no había realizado ninguna filmación; hoy varias colecciones disponen de videos suyos, editados en tres copias.
Según Ballester, se trata de un documento -aunque una obra suya, que es un video, se muestra también en Youtube-. Documenta una exposición (montada por AV62Arquitectos, Barcelona) de su obra.
Es el único criterio aceptado: arte es lo que el artista decide que sea arte, lo haya manufacturado o no. Arte es lo que se (artista, intérprete) nombra arte. Arte es una definición; arte es el verbo; y el verbo es creador.
domingo, 31 de julio de 2011
Peter Campus (1937): Three Transitions (1973)
PETER CAMPUS : THE THREE TRANSITIONS from frompointtopoint on Vimeo.
o una "reflexión" sobre la imagen y el modelo, la realidad y el espejo, la figura y su doble, por uno de los "padres" del videoarte.
Véase sobre todo la segunda "transición".
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Estética y teoría de las artes,
Modern Art
Bosque de columnas
Ártemis (Artemisia, Diana, en Roma) era una diosa mayor del panteón griego. Hermana gemela de Apolo, moraba los bosques, y controlaba los lindes entre la selva, en la que moraban alimañas y bárbaros, y el espacio cultivado, domesticado, tierra de hombres, rebaños y cultivos.
Equivalía a la oriental Cibeles, la Potnia Thea o Señora de las Bestias anatólica, la diosa que mandaba sobre las fieras, y que se hacía acompañar de leones o de toros que la respetaban.
Cuentan numerosos mitos lo que aconteció a los hombres cuando, por error o movidos por la curiosidad, cruzaron las fronteras del espacio civilizado y se adentraron en la espesura de los bosques. De inmediato, la oscuridad les sorprendía. Pronto, la falta de sendas y la maleza enmarañada los ´desorientaba. Trataban de regresar, pero se hallaban en un laberinto que, sin que se dieran cuenta, los llevaba hacia el corazón del bosque. De pronto, un leve resplandor les devolvía la confianza. Sin duda, se dirigían hacia un lugar poblado donde podrían descansar. Por fin, el bosque se despejaba. En un claro del bosque, en el que los rayos penetraban, dioses y ninfas se bañaban en un lago o con la luz. A menudo, la diosa era Ártemis. Su cuerpo desnudo, blanquísimo, deslumbraba. Al verse sorprendida por ojos humanos, se protegía detrás del coro de las ninfas, y cegaba al incauto. Ya no podría contemplar, extasiado, el cuerpo divino. A menudo, incluso, el cazador era metamorfoseado en un animal pronto devorado por las fieras.
El espacio de los dioses era pues inviolable. Ningún humano podía hollarlo impunemente.
Los hombres vivían dentro de los límites de unas tierras que habían hecho suyas, rodeadas por los amplios y sombríos espacios, en los que la oscuridad y la luz cegadora se alternaban, en los que moraban los dioses. Éstos se hallaban más allá del mundo conocido, y un cerco amenazante los protegía. Los dioses griegos podían asemejarse a los hombres, pero no eran humanos. Su espacio propio era el espacio primigenio, indómito: los riscos, las simas, las selvas.
Los templos griegos se distinguían de los mesopotámicos por su ubicación aislada, incluso en la ciudades, en lo alto de los montes o acrópolis. Un perímetro porticado ceñía la capilla en la que moraba la divinidad. Los templos egipcias también incluían un bosque de columnas. Mas ése se hallaba en el interior: evocaba la tierra primigenia que emergía, la tierra que se disponía a ser habitada. Por el contrario, las columnas de los templos griegos defienden la morada de la divinidad. Ésta se halla en el corazón de un bosque de altos fustes, coronados por tallos y hojas jónicos, inspirados en los troncos arbóreos.
Se ha escrito a menudo que los espacios porticados de los templos griegos invitaban a los ciudadanos a recorrerlos, como si los dioses estuvieran próximos a los hombres.
Mas los templos siempre eran refugios aislados y altivos, situados por encima o al margen del espacio profano. En verdad, la estructura del templo recuerda el bosque de los inicios en los que los dioses vivían libres de la contemplación humana. A los hombres no les era dado mirar a la cara ni el cuerpo de las divinidades. Los templos recordaban la presencia de la naturaleza indómita en el centro de la ciudad, en la que solo los dioses podían morar. Por el contrario, cuando los mortales se adentraban en ella emprendían un viaje sin retorno. Las columnas de los templos griegos, a menudo imponentes, marcaban la naturaleza esencialmente distinta del espacio divino, espacio sobre el que los hombres nada podían, espacio que les era vetado. Un templo, compuesto por una capilla y un cerco de columnas era un fragmento de naturaleza salvaje implantada en lo alto de la ciudad. ¡Ay del que tratara de penetrar en el templo sin la debida preparación!.
Equivalía a la oriental Cibeles, la Potnia Thea o Señora de las Bestias anatólica, la diosa que mandaba sobre las fieras, y que se hacía acompañar de leones o de toros que la respetaban.
Cuentan numerosos mitos lo que aconteció a los hombres cuando, por error o movidos por la curiosidad, cruzaron las fronteras del espacio civilizado y se adentraron en la espesura de los bosques. De inmediato, la oscuridad les sorprendía. Pronto, la falta de sendas y la maleza enmarañada los ´desorientaba. Trataban de regresar, pero se hallaban en un laberinto que, sin que se dieran cuenta, los llevaba hacia el corazón del bosque. De pronto, un leve resplandor les devolvía la confianza. Sin duda, se dirigían hacia un lugar poblado donde podrían descansar. Por fin, el bosque se despejaba. En un claro del bosque, en el que los rayos penetraban, dioses y ninfas se bañaban en un lago o con la luz. A menudo, la diosa era Ártemis. Su cuerpo desnudo, blanquísimo, deslumbraba. Al verse sorprendida por ojos humanos, se protegía detrás del coro de las ninfas, y cegaba al incauto. Ya no podría contemplar, extasiado, el cuerpo divino. A menudo, incluso, el cazador era metamorfoseado en un animal pronto devorado por las fieras.
El espacio de los dioses era pues inviolable. Ningún humano podía hollarlo impunemente.
Los hombres vivían dentro de los límites de unas tierras que habían hecho suyas, rodeadas por los amplios y sombríos espacios, en los que la oscuridad y la luz cegadora se alternaban, en los que moraban los dioses. Éstos se hallaban más allá del mundo conocido, y un cerco amenazante los protegía. Los dioses griegos podían asemejarse a los hombres, pero no eran humanos. Su espacio propio era el espacio primigenio, indómito: los riscos, las simas, las selvas.
Los templos griegos se distinguían de los mesopotámicos por su ubicación aislada, incluso en la ciudades, en lo alto de los montes o acrópolis. Un perímetro porticado ceñía la capilla en la que moraba la divinidad. Los templos egipcias también incluían un bosque de columnas. Mas ése se hallaba en el interior: evocaba la tierra primigenia que emergía, la tierra que se disponía a ser habitada. Por el contrario, las columnas de los templos griegos defienden la morada de la divinidad. Ésta se halla en el corazón de un bosque de altos fustes, coronados por tallos y hojas jónicos, inspirados en los troncos arbóreos.
Se ha escrito a menudo que los espacios porticados de los templos griegos invitaban a los ciudadanos a recorrerlos, como si los dioses estuvieran próximos a los hombres.
Mas los templos siempre eran refugios aislados y altivos, situados por encima o al margen del espacio profano. En verdad, la estructura del templo recuerda el bosque de los inicios en los que los dioses vivían libres de la contemplación humana. A los hombres no les era dado mirar a la cara ni el cuerpo de las divinidades. Los templos recordaban la presencia de la naturaleza indómita en el centro de la ciudad, en la que solo los dioses podían morar. Por el contrario, cuando los mortales se adentraban en ella emprendían un viaje sin retorno. Las columnas de los templos griegos, a menudo imponentes, marcaban la naturaleza esencialmente distinta del espacio divino, espacio sobre el que los hombres nada podían, espacio que les era vetado. Un templo, compuesto por una capilla y un cerco de columnas era un fragmento de naturaleza salvaje implantada en lo alto de la ciudad. ¡Ay del que tratara de penetrar en el templo sin la debida preparación!.
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