En los museos de arte y arqueología occidentales ya no caben más piezas: Ya no se encuentran más piezas disponibles: los acuerdos suscritos por la mayoría de los paises desde finales de los años setenta obligan a las misiones arqueológicas a depositar todos sus hallazgos (algunos espléndidos, todavía) en los paises en los que excavan (en museos o depósitos). Las obras que los museos pudieran adquirir proceden de antiguas colecciones, organizadas antes de los años setenta, puestas en venta (subastas o en anticuaros), o de excavaciones ilegales, susceptibles de penalizaciones. O son falsos.
Los estudios sobre las culturas mesopotámicas se han visto afectados por la situación política de los últimos treinta años. Las guerras en Irak (en el que se situan la mayoría de los grandes yacimientos) - guerras entre Irán e Irak, las dos Guerras del Golfo, la invasión de Kuwait, y la actual guerra civil o religiosa más o menos soterrada que ha seguido a la ocupación del pais; la inestabilidad en el Líbano; la dictadura en Irán; las exigencias en cuanto al trabajo de las arqueólogas en Arabia Saudí, y el cada más incierto futuro en Siria, incluso en Jodania e Israel, están llevando a postergar o anular la mayoría de las misiones arqueológicas en el Próximo Oriente (o Asia occidental).
Si no se puede excavar, o si las excavaciones son cada vez más dificultosas -paises aún estables como Siria niegan los visados de entrada a los arqueólogos por temor a lo que pudiera pasar-, el conocimiento de la cultura msopotámica ya no pasa necesariamente por la exploración de yacimientos excavados en una mínima parte desde mediados del siglo XIX (la ciudad de Uruk -la mayor del mundo en los quinto y cuarto milenios aC-, extensísima, solo ha sido despejada en un diez por ciento, y posiblemente no podrá ser nunca estudiada en su totalidad), sino por la revisión de la documentación y de las interpretaciones que se han ofrecido.
Las preguntas han cambiado. Se interroga el pasado de un nuevo modo, o se plantean nuevas preguntas. Afirmaciones incuestionables dejan de serlo. Así, parecía plenamene fundado que la transición del nomadismo al sedentarismo, del poblado a la ciudad, de la recolecta la caza a la agricultura y la domesticación, de la tradición oral a la escrita, del trueque a la economía de mercado -todas ésas revoluciones que se han dado por primera vez en Mesopotamia y que se extendieron al orbe entero-, conllevaba una mejora de la vida, y eran etapas que significaban la entrada de los hombres en la civilización, dejado atrás su condición bárbara. Desde los años ochenta, empero, la lectura de estos fenómenos, interpretados hasta entonces como fenómenos positivos, necesarios, anhelados, como etapas en la evolución del hombre hacia un futuro mejor, ya no está tan clara.
Primeramente, se descubre que estos supuestos avances convivían con otros modelos de relaciones sociales y con el entorno, propias de la "prehistoria"; que las sociedades que los aplicaron no fueron siempre las más afortunadas o desarrolladas. Y se plantea, finalmente, si este modelo evolutivo, que se puede resumir en el paso del poblado a la ciudad, fue inevitable, casi "natural" o "innato", o responde a decisiones estratégicas o culturales, que no tuvieron que darse en todos los territorios -ni, de hecho, se dieron. Es decir, si las "mejores" culturas -culturas en las que "mejor" se vivió- pasaron por las etapas antes descritas.
También se cuestiona la superioridad de la ciudad griega sobre la mesopotámica. Ésta última ha sido juzgada como una creación tiránica, fruto de la voluntad de un soberano todopoderoso que recurría a la religión -la ayuda o inspiración divina- para legitimar sus edictos y su propia posición. Hoy ya no está tan claro que la ciudad "oriental" emanra de un poder dictatorial (religioso y político), en posesión de todas las tierras trabajadas por siervos y esclavos. Es posible que los grupos sociales fueran más libres, libres de asociarse y colaborar juntos, y que la ciudad griega, por el contrario, fuera una institución en la que una gran parte de la población estuviera excluida (mujeres, niños, servidumbre, etc.).
Aunque también pudiera ocurrir que estas interpretaciones tan divergentes, que cuestionan juicos que se daban por sentados, sean también consecuencia de unos tiempos como los actuales en los que todo parece tambalearse.
Nada tiene que darse por sentado. El estudio, por tanto, no concluye. Las preguntas, cambiantes, revelan aspectos insospechados o socavan afirmaciones que ran más creencias que datos objetivos, que dicen más sobre nosotros que sobre las culturas antiguas.
La arqueología es un espejo en el que nos miramos. Revela lo que queremos creer, lo que esperamos -y tememos-, revela, en el fondo, nuestro punto de vista sobre nuestra sociedad.
Véase, por ejemplo:Augusta McMahon: "From Sedentism to States, 10000-3000 BCE", Daniel C. Snell (ed.): A Companion to the Ancient Near East, Blackwell Publishing, Oxford, 2007, ps. 20-33.
Todo el volumen (538 ps.) ofrece una excelente lectura y agudas puntualizaciones
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