miércoles, 26 de octubre de 2011
UR, 26 de Octubre de 2011
1-3(B/N): Ziggurat de Ur (2: Ziggurat desde el E-hursag, el llamado Palacio de los reyes Ur-Nammu o Shulgi, seguramente el templo neobabilónico de la diosa Ninhursag)
4-5: Zigurat de Ur
6: alquitrán mezclado con paja que recubre el interior del zigurat
7: parte alta del zigurat
8: policias y personal de la Dirección General de Antigüedades
9-14 (B/N): Tumbas reales de Ur
15-22: Tumbas reales de Ur
23-24: Straight Street en el barrio de Ur del periodo de Isin-Larsa (c. 2000 aC), y acceso a casa con patio desde esta calle
25: jarra enterrada en el barrio de Ur
26: casas de Ur
27-28: E-dub-lal-mah, templo neobabilónico restaurado: fachada e interior
Fotos: Tocho, octubre 2011
Se "colgarán" más fotos de aquí a un día
Cuando el coche arrancó, precedido por un vehículo militar, supimos que finalmente íbamos a Ur. La Dirección General de Antigüedades, temerosa por nuestra seguridad, y sospechando del jefe de policía local, cambia constantemente los planes (como, por otra parte, había recomendado la Embajada de España), y nos conduce hacia el yacimiento no previsto, pidiéndonos que no comuniquemos a nadie en Iraq nuestro programa.
Apenas dejamos a nuestra izquierda la gigantesca base militar norteamericana de Talil, bajo el ruido atronador de un avión y dos helicópteros que sobrevuelan, a baja altura, casi constantemente el área, la carretera enfila directamente hacia el zigurat de Ur.
En fotos, la reconstrucción parcial de principios de los años sesenta, apena. En el lugar, se revela necesaria, acertada, y no evoca en absoluto un decorado. Las técnicas empleadas fueron las mismas que se habían seguido cuatro mil cien años antes.
Destaca desde lejos en medio de un paisaje árido, cubierto de arcilla reseca. A sus pies, en el ángulo izquierdo, los restos de la última trama urbana sumeria conservada. Emociona lo que el arqueólogo Wollley bautizó, en los años veinte, como Straight Street: un callejón muy estrecho, de poco más de un metro de ancho, entre los muros (de un metro de altura, más o menos) de viviendas construidas alrededor de un patio, a las que se accede por una, quizá dos entradas. Caminando por el callejón, se llega a tener la misma sensación que una medina produce hoy: un espacio agobiante, en el que es fácil perderse, como si uno se abriera camino entre riscos, pero, sin duda, más fresco que el exterior. Hoy Ur está en medio del desierto. Antaño, se hallaba en una península bordeada por el Éufrates y un afluente, y estaba, quizá recorrida por uno o varios canales, invisibles hoy. Pese a la presencia del agua, el desierto, que hoy invade Ur, se hallaba cerca. Se diría que las primeras ciudades, en sudamérica (Perú), el valle del Hindo, y en Sumer, se construyeron en la confluencia de ríos y desiertos o páramos áridos. Quizá las ciudades respondieran no solo o tanto a una necesidad económica o sociológica (el intercambio de bienes y mujeres, el control del territorio), sino "emocional" o sicológica: la necesidad de sentirse amparado en un territorio tan hostíl, carente de límites, en los que la vista se pierde, así como el equilibrio. La ciudad sería el resultado de la necesidad de vivir juntos, dando la espalda al árido infinito, cuya dureza, cuya inhumanidad, las poderosas aguas del Éufrates, difícilmente cruzables, lentas como el paso de los siglos y violentas en ocasiones como un animal hambriento o acorralado, acrecentaban, bajo un cielo pardo y gris, desdibujado por las nubes -de aquí a poco empezarán las lluvias- y el polvo en suspensión.
Desde la cumbre se descubre, con sorpresa que el núcleo del zigurat está hecho de adobes macizos, separados, cada metro, por una capa de alquitrán sobre una capa de ladrillos cocidos, y por finas capas de cal, también impermeabilizante, situadas también cada metro. El perímetro exterior del zigurat y las terrazas son de gruesas capas (unos dos metros) de ladrillos cocidos unidos con alquitrán mezclado con paja, recubiertos con el mismo material. La construcción está en perfecto estado, si bien los adobes se van deshaciendo con las lluvias y las tormentas de arena.
A un centenar de metros, en na área vallada, las tumbas reales de Ur. Están siempre cerradas. Se prohibe el acceso, en parte por su insegura condición. Se ha logrado, empero, recorrerlas. Dos tumbas se abren a lado y lado de un pozo -por el que se desciende por una escalera de madera actual-. A partir de media altura, dos rampas escalonadas apuntan hacia las entradas de cada tumba: un gigantesco arco de medio punto protege la puerta de la celda. El espacio interior tiene unos diez metros de largo; posiblemente sea más alto. Está cubierto por una bóveda de medio punto de ladrillo en perfecto estado. Los muros también son de ladrillos, cubiertos por una gruesa capa de salitre. Se conservan en las paredes los hoyos en los que se empotraban las cabezas de las vigas de madera por las que transitaban los constructores para levantar muros y bóveda. Ésta se logra mediande la superposición de ladrillos retranqueados: el superio avanza con respecto al inferior. En las paredes sobre las que se apoya la bóveda, que recuerda a una nave invertida -maquetas de barcas acompañaban al difunto en su tránsito al más allá, como las hermosísimas depositadas en el Museo de Bagdad-, se intuyen arcos de descarga. Las tumbas fueron construidas hace cuatro mil seicientos años, casi antes que las pirámides de Egipto. No son comparables con ninguna otra tumba sumeria. Mas, incluso en el esplendor de su tamaño y perfección, evocan una concepción de la morada eterna similar a la terrenal: cálida, sin alardes ni ostentación, como si la vida, aquí y en el más allá, no mereciera atenciones que la equipara con la de los dioses. Las tumbas no son muy distintas que las casas de juncos de las marismas, también cubiertas con bóvedas alargadas, que ya se construían hace cinco mil años. Tan solo el ladrillo sustituye al junco; pero toda la tumba parece un admirable trabajo de cestería. El descenso a través del juego de rampas y escaleras, que descienden alrededor de un gran patrio central, evoca bien el regreso a un vientre materno, a la sombra del zigurat que ofrece el movimiento contrario, ascensional, solo apto para los dioses cuando, habiendo descendido entre los hombres, querían regresar a su morada eterna. Los movimientos que el zigurat y las tumbas suscitan construyen bien el imaginario mesopotámico. Los humanos nada tiene que ver con las divinidades; y los encuentros temporales en la tierra se clausuran en la hora final.
A lo lejos, las estrafalarios y temibles vehículos militares norteamericanos siguen retirándose hacia el Sur.
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Ciudades,
El sueño de una sombra
martes, 25 de octubre de 2011
NASIRIYA, 25 de octubre de 2011
1: vehículo militar norteamericano en retirada cerca de Nasiriya
2 y 3: Museo de Nasiriya
4: Nuestra seguridad en Nasiriya
5: Zoco de Nasiriya
6: Terraza al aire libre cabe el Éufrates al anochecer
Fotos: Tocho, octubre de 2011
Nasiriya es una ciudad de provincias del sur de Irak, en el centro de la mayor concentración de asentamientos arqueológicos de la historia. Desde ella, se accede a Ur, Uruk, Eridu, Tello, Obaid, Larsa, Lagash, es decir a los restos de las principales ciudades sumerias, todas ellas situadas al borde de unas marismas que han retrocedido centenares de quilómetros a causa de la bajada de las aguas del golfo Pérsico, desde hace cuatro mil años.
Nasiriyia es considerada una ciudad segura, hoy. Pensábamos que podríamos movernos libremente. Pero las autoridades iraquíes, al igual que las personas que nos acompañan, tienen demasiado miedo que algo nos ocurra, aunque tratan de darnos las sensación que podemos actuar como queremos.
Hasta 2003, fue una ciudad donde las mujeres tenían plena libertad, y vestían como querían. Hoy, desde la invasión, la presión de los clérigos obliga a las mujeres a llevar el chador. La tela es sintética. En verano hace cincuenta y cuatro grados. Ahora, en noviembre, unos treinta y cinco aún. Operación Libertad.
Una rama extremista del chiísmo controla la ciudad. Milicias del temible clérigo Al-Sadr velan armadas. La cerveza, incluso sin alcohol, está prohibida, y su venta y consumición pueden convertir a uno en un blanco.
La infraestructura de la ciudad quedó muy dañada. La central eléctrica, que funciona, es un inmenso complejo destartalado, humeante y oxidado. Fue ocupada por el ejército italiano que trató de proteger los yacimientos arqueológicos.
Pero el museo -un edificio modesto, agradable y digno, compuesto por salas bien proporcionadas que giran alrededor de un pequeño patio arbolado-, y del que las mejores piezas fueron llevadas a Bagdad cuando el inicio de la invasión del 2003, está devastado interiormente. Las salas, vacías, solo acoger a algunas vitrinas sucias y rotas, cubiertas de telarañas, entre las que se alzan dos de las cuatro obras originales que permanecen en pie: unas estatuas de piedra, de tamaño natural, que representan reyes partos, del siglo III dC, hallados en Hatra, y que hoy parecen ejercer su poder sobre nada. Un hermoso ladrillo estampillado neo sumerio, cubierto de polvo sobresale de una vitrina que ha perdido los cristales.
Sin embargo, todos los iraquíes con los que hemos hablado comentan una noticia hecho pública: el presidente de Iraq pidió y obtuvo dos millones de euros para desplazarse a Nueva York durante unos pocos días para asistir a la inauguración de la asamblea de la ONU; un millón para billetes de avión, y medio millón para pequeñas compras, regalos, etc.; devolvió el último medio, añaden sarcásticamente. Todo perfectamente contabilizado.
El hotel en el que nos alojamos tiene la orden de no dejarnos salir sin enunciar detalladamente dónde queremos ir. Salimos acompañados; el jefe de policía de la ciudad, junto con cinco soldados armados hasta los dientes, con cascos que parecen de astronauta y extrañas gafas amarillas, nos siguen en un vehículo militar, con las sirenas luminosas encendidas, que circula a nuestro paso. Un policía habla de cortar la calle central comercial, que se adentra en el zoco, para que paseemos, sin que circule ningún vehículo. Nos impiden alejarnos. Cualquier compra es efectuada por los miembros de la Universidad de Baghdad que han decidido, lo queramos o no, acompañarnos. Es cierto, sin embargo, que el zoco, que bulle de compradoras enlutadas, nos mira de reojo, con aspecto muy serio. Hace decenas de años que los únicos extranjeros que han permanecido en la ciudad sin recorrerla andando son soldados norteamericanos e italianos, y personal de las refinerías de petróleo cercanas.
El noventa por ciento de la población está más o menos enferma. Las bombas de uranio empobrecido (las llamadas bombas sucias), que el presidente Saddan Hussein utilizó contra las moradores de las marismas, en pleno embargo -bombas vendidas por industriales norteamericanos con el consentimiento de su gobierno, violando el embargo- y, durante la Segunda Guerra del Golfo, en 2003-2004, por la coalición encabezada por el ejército norteamericano, han disparado la tasa de cánceres mortales. Los enfermos suelen fallecer a los seis meses. Desde hace un par de años, un pequeño hospital especializado trata los enfermos de la ciudad y de los alrededores. Un gran número de consultorios médicos, con colas en la puerta, están abiertos de par en par entre los comercios del zoco. Hay momentos en que uno tiene la sensación que se ahoga, y querría llorar.
Una velada, en una terraza cabe el Éufrates, de noche, frente a la otra ribera festoneada de luces de colores, para fumar una pipa de agua y tomar un té, mientras hablamos con los profesores de Bagdad que nos acompañan, revela algunas verdades, que no se perciben a primera vista, si bien cuando uno observa con cierto detenimiento descubre que mucha gente en la calle presenta insólitas marcas de heridas.
Uno de los profesores que nos acompañan ya no vive en Bagdad. Partió apresuradamente en 2007, después que, en medio año, fuera secuestrado y su chofer asesinado, cumpliera tres meses de cárcel en el sur, acusado por la familia del chófer de ser el causante indirecto de la muerte de éste, y fuera herido, con secuelas físicas, en una devastadora explosión en un puente metálico.
El otro profesor también presenta heridas. Fue tiroteado por dieciséis hombres armados, en su casa. Tuvo suerte: varios colegas suyos fueron asesinados horas antes por la misma banda.
Hoy, saben que no verán nunca el nuevo Iraq, aunque solo tengan unos cuarenta años.
KISH, 25 de octubre de 2011
1 y 2: Fachada y acceso entre bastiones del templo neo-babilónico de Kish. Las capas inferiores de ladrillos son modernas. Los muros de la fachada e interiores tienen aún unos doce metros de altura
3 y 4: Zigurat de Kish. La altura actual es de unos dieciseis metros.
5: Fina capa de cal (en árabe, nura) impermeabilizante que recubría capas de ladrillos del zigurat cada metro.
6: Militares y policías puestos por el gobierno iraquí para acompañarnos.
Fotos: Tocho, octubre de 2011
Dada la mala conexión a internet en el sur de Iraq, se "colgarán" más fotos desde Barcelona, a partir del 2 de noviembre.
El coche arrancó a las seis y media de la mañana, con un tráfico de entrada en Baghdad agobiante.Una explosión, no muy lejos, sorda y grave, nos sorprendió. A nadie más: ocurre casi cada día en Bagdad. El cielo gris parecía anunciar una tormenta de polvo; chispeó -hacía un año que no llovía-.
A la altura de Babilonia, un coche militar nos esperaba para acompañarnos al yacimiento de Kish, en la provincia de Babilonia, considerada insegura. Se trata de uno de los principales yacimientos del que no existen imágenes recientes, si bien, próximamente, una misión de la Universidad de Chicago volverá tras decenas de años de ausencia y procederá a una primera toma de contacto de unos quince días. No lejos, una misión japonesa ya opera.
Kish es conocido por tener uno de los pocos palacios sumerios reconocibles; sin embargo, después de noventa años de las primeras misiones, ya solo quedan los restos -aún imponentes- de un templo neobabilónico, y un hermoso zigurat, nítidamente recortado en medio de campos cultivados y lineas de palmeras a lo lejos.
Los restos del templo presentan muros de una decena de metros de alto. El conjunto se asemeja a una enorme ballena varada y descompuesta, un monstruo informe y extenso que se repande por la tierra reseca. Algunos tentáculos deben de corresponder a muros que ya no delimitan estancia alguna.
Los montículos que corresponden al gigantesco templo, tras exhalar un último hálito y deshacerse blandamente, están cubiertos de innumerables fragmentos cerámicos, y de casquillos de bala. Varios campamentos norteamericanos rodeaban el yacimiento. En la parte más alta de lo que fue el templo, los soldados abrieron un hondo boquete para dominar toda la zona bien parapetados. El daño es irreversible. Madrigueras horadan los muros, en los que es fácil caerse. Los muros, o las masas de lo que fueron muros, se hunden o flaquean, como un globo mal hinchado, al caminar sobre ellos. Sin embargo, aún destacan filas de ladrillos perfectamente conservados, la entrada del templo con el que se inicia un recorrido procesional, y paramentos exteriores con "pilastras" o redientes bien conservados, como si de la descomposición, algunos órganos se mantuvieran tenaz, extrañamente enteros.
Desde lo alto de los muros se divisa, a unos pocos quilómetros el zigurat. A medida que uno se acerca va ganando importancia. Tiene una forma piramidal perfecta, pero en su tiempo fue una estructura escalonada. En lo alto destacan bien filas de ladrillos de lo quizá fue un altar, o tan solo el interior del zigurat. En los lados se divisan bien las juntas de las capas de cal que, cada metro de altura, recubrían el zigurat a medida que se alzaba, de manera a impermeabilizarse y evitar que las aguas freáticas lo desmonten. Hoy, aún se conserva casi como una aparición, pese a no ser más que un montículo de finísima arcilla, fruto de la disolución de los adobes.
Un breve chaparrón nos hizo volver a los coches.
Lo que tenía que ser un viaje de estudios privado, se ha convertido en una expedición. Veintiocho personas nos acompañaron esta mañana en Kish, entre las cuales dieciséis militares armados con metralletas, con las que nos ayudaban a ascender a las partes más altas de los muros, y jeques locales.
Las medidas de seguridad son extremas. El gobierno iraquí paga al ejército, a los técnicos y los directores de los yacimientos para que nos den todas las facilidades, y nos vigilen o nos defiendan de no sabemos -o no sabíamos aún- de qué peligros.
Camino de Nasiriyia, en el sur, en la entrada a la zona de marismas, un largo convoy militar norteamericano, compuestos por las máquinas más extrañas y pardas, asestadas de antenas y cañones, retrocede lentamente, como una manada, hacia Kuwait, impidiendo que se les adelante.
En el último "checkpoint", a veinticinco quilómetros de Nasiriyia, nos detuvieron. Pensaba que seríamos invisibles. Tras una larga espera, pudimos entrar en la ciudad más segura del sur, a orillas de Éufrates
lunes, 24 de octubre de 2011
Arte sumerio en el Museo Nacional de Bagdad
El Museo Nacional de Bagdad está a un mes de una nueva inauguración. Las salas se instalan con los sistemas expositivos (vitrinas, focos, peanas) que se puede. La sala de arte sumerio supera cualquier sala de arte mesopotámica del mundo. La colección de "orantes" emociona (los orantes no son tales, como el gesto de las manos, hoy, pudiera evocar, sino humanos que expresan respeto ante un superior, un rey o una divinidad).
Nadie recorre aún las salas. Las piezas necesitan cierta limpieza y restauración, y algunas restauraciones son apresuradas; pero sabiendo lo que las obras han vivido, parece un milagro que se puedan volver a mostrar. Las piezas de oro, del tesoro de Ur, siguen en las cajas fuertes del Banco Nacional, pues el museo carece aún de medidas de seguridad suficientes, solo dispone de tres guardianes, y se halla en la zona más peligrosa de Baghdad, donde los controles provocan atascos descomunales.
Uno no sabe si celebrar la recuperación del patrimonio mesopotámico, y llorar ante la mítica vasija sumeria de Warka, una de las obras más célebres de la historia, cuyos relieves, dispuestos en franjas, narran como el universo entero, desde las aguas primordiales hasta el ser humano, rinden honores a Inanna, la gran diosa de la vida y la muerte. El derribo y la desaparición que sufrió cuando el saqueo de 2005, la han dañado: partes de los relieves, sobre todo en la base se han perdido. Las restituciones en yeso, por parte de restauradores italianos, recomponen lo perdido, pero, en parte, acentúan el daño de la obra que quizá mejor narra la historia de la creación del mundo. Ya no volverá nunca a ser lo que fue antes de la invasión de Iraq. La pérdida de la base es un símbolo del desarraigo del pais, a la deriva. Pero quizá ya no tenga sentido mirar atrás.
Baghdad será la capital de la cultura árabe en 2013. Quieren construir un gran museo de arqueología. La ubicación está ya decidida. Nos han pedido consejo para proponer en quince días a un gran arquitecto internacional a quien se encargará el proyecto. Tendrá dos años para llevar a cabo el proyecto y la edificación.
No se sabe si Baghdad lucha por renacer y tiene una confianza serena en sus posibilidades, o si sueña. Pero, ¿qué se puede hacer sino en esas condiciones?
Las ruinas aguardan en el sur de Iraq
(Escrito desde un ordenador en arabe, sin acentos)
Manana, a las cinco y media de la manana -cambio de ultima hora, a las seis y media: no se sabe porque-, partimos hacia el sur. Por una carretera comarcal llegaremos a Babilonia donde nos recogera un convoy de militares del Servicio de Antiguedades, que nos llevara a Kish y de all'i a Nasiriyia, para empezar las visitas de los yacimientos arqueologicos.
Nos abrten las tumbas de Ur, nos mostraran nuevos yacimientos, pero no podremos movernos libremente, ni nos dejaran salir del hotel salvo para las visitas que las autoridades quisieran fueran lo mas cortas posibles, ya que temen por nosotros.
Preocupa ver a los iraquies preocupados por nosotros. Temen un posible secuestro, lo que, segun algunas autoridades, crearia un conflicto dificil de solucionar.
Puedes caminar a solas por la calle sin caminar, comer en una terraza estando dentro, moverte libremente estando en el hotel, viajando sin control con el ejercito y miembros del Servicio de Antiguedades. Tememos y sentimos que tengan temor. Tenemos la sensacion que somos un motivo de angustia.
Es cierto que no existe turismo en Iraq, que solo se desplazar, fuertemente custodiados, profesionales del sector petrolero.
La llegada al aeropuerto de Baghdad, hace cuatro dias, era extrana. Llegaron mas de un centenar de extranjeros, norteamericanos casi todos. Un avion entero incluso. Todos mercenarios, de los servicios privados de seguridad, que obedecian al unisono a las ordenes de un superior, como si el espacio fuera suyo. Que quiza aun lo sea.
El viaje se organiza y se deshace, se monta y se enfrenta a una pared, que se sortea antes de prepararse para una nueva montana. Es dificil preveer nada. Solo dejarse ir, y confiar en que algo, o mucho, de lo previsto pueda llevarse a cabo. El tiempo ya no cuenta. Una actividad al dia es ya un logro. De algun modo, ensena un valor distinto del tiempo. Y de la vida.
Manana, a las cinco y media de la manana -cambio de ultima hora, a las seis y media: no se sabe porque-, partimos hacia el sur. Por una carretera comarcal llegaremos a Babilonia donde nos recogera un convoy de militares del Servicio de Antiguedades, que nos llevara a Kish y de all'i a Nasiriyia, para empezar las visitas de los yacimientos arqueologicos.
Nos abrten las tumbas de Ur, nos mostraran nuevos yacimientos, pero no podremos movernos libremente, ni nos dejaran salir del hotel salvo para las visitas que las autoridades quisieran fueran lo mas cortas posibles, ya que temen por nosotros.
Preocupa ver a los iraquies preocupados por nosotros. Temen un posible secuestro, lo que, segun algunas autoridades, crearia un conflicto dificil de solucionar.
Puedes caminar a solas por la calle sin caminar, comer en una terraza estando dentro, moverte libremente estando en el hotel, viajando sin control con el ejercito y miembros del Servicio de Antiguedades. Tememos y sentimos que tengan temor. Tenemos la sensacion que somos un motivo de angustia.
Es cierto que no existe turismo en Iraq, que solo se desplazar, fuertemente custodiados, profesionales del sector petrolero.
La llegada al aeropuerto de Baghdad, hace cuatro dias, era extrana. Llegaron mas de un centenar de extranjeros, norteamericanos casi todos. Un avion entero incluso. Todos mercenarios, de los servicios privados de seguridad, que obedecian al unisono a las ordenes de un superior, como si el espacio fuera suyo. Que quiza aun lo sea.
El viaje se organiza y se deshace, se monta y se enfrenta a una pared, que se sortea antes de prepararse para una nueva montana. Es dificil preveer nada. Solo dejarse ir, y confiar en que algo, o mucho, de lo previsto pueda llevarse a cabo. El tiempo ya no cuenta. Una actividad al dia es ya un logro. De algun modo, ensena un valor distinto del tiempo. Y de la vida.
domingo, 23 de octubre de 2011
Bagdad, un día después
Bagdad, 18.30h
El ánimo –o los ánimos- en Bagdad cambian como cambia de súbito el viento del desierto. Ayer, algún ataque de pánico provocado por la saturación de noticias acerca de secuestros y asesinatos, vividos personalmente o de cerca por amigos bagdadíes, controles incesantes que obligan, sin que se sepa porqué a dar marcha atrás, y sobre todo, el miedo, el temor o el nerviosismo que embarga a los bagdadíes por nosotros cuando saben que viajamos sin guardias de seguridad, adoptando un “perfil bajo”. El recorrido, en coche, por desierto barrio sunita de Adhimiyia, proscrito a los extranjeros, por las amenazas, tampoco ayudó a levantar el ánimo.
Pero, hoy, el día volvió a ser fresco, el tráfico más fluido, los controles más espaciados y menos duros, y los accesos a los edificios amables, aunque igual de dificultosos. Es cierto, sin embargo, que hemos estado en un despacho del Ministerio de Planificación que hace menos de dos años saltó por los aires, matando e hiriendo a los asistentes a una reunión: el próximo 25 de octubre se celebra el aniversario de una matanza que hundió el Ministerio, cuyo edificio ha sido reconstruido en el mismo lugar para mostrar a los terroristas que no podrán con el ánimo de la ciudad. Otros ministerios, en cambio, como el de Justicia, vecino al de Planificación, han abandonado el lugar, el centro de Bagdad, una de las zonas más peligrosas aún y más fuerte –aunque descontroladamente- vigilada.
Pronto partiremos hacia el Sur. Visitaremos unos seis yacimientos sumerios. Entre ellos un yacimiento recién descubierto gracias a una misión arqueológica de urgencia iraquí para estudiar los restos de una ciudad desconocida que la desecación de las marismas -que Saddam Hussein ordenó para acabar con las tribus, opuestas a su régimen, que allí vivían-, puso al descubierto –el mar estaba retirado centenares de metros o decenas de quilómetros-. La próxima recuperación de los humedales volverá a sepultar estos restos que han estado bajo las aguas desde hace unos tres mil quinientos años.
Las autoridades iraquíes y españolas, preocupadas por la falta de medidas de seguridad, ponen a nuestra disposición la policía arqueológica. Las tumbas de Ur, cerradas a cal y canto, podrán ser visitadas, al igual que las marismas, también vetadas habitualmente.
El desplazamiento hacia el sur requiere permisos para traspasar los numerosos controles de carretera, y las fronteras entre provincias. La provincia de Babilonia, donde se halla el yacimiento de Kish, causa cierta preocupación.
La noche ha caído a las seis de la tarde. Salimos del hotel, solos, para recorrer calles y callejuelas. Ningún extranjero; muy escasos bagdadíes. Lógicamente, nos auscultan. Los coches nos suelen pitar. Un ingeniero iraquí, con casa en California, dueño de un restaurante, nos advierte que no sigamos; que no caminemos. Nadie camina de noche. Nos sentamos en una terraza vacía para fumar un arguila. Un coche viejo mal aparcado despierta inquietud.
Y regresa el miedo.
Y, sin embargo, una patrulla, armada hasta los dientes –que unas horas antes había detenido nuestro coche-, entabla conversación, riendo; y nos pide que nos hagamos fotos con ellos.
Bagdad, entre el miedo, la suspicacia y la risa franca.
21.30: salimos del hotel para ir a cenar fuera. Calle cortada por el ejército. No sabemos qué ocurre. Nos obligan a regresar. Cena en el restaurante del hotel.
21.30: salimos del hotel para ir a cenar fuera. Calle cortada por el ejército. No sabemos qué ocurre. Nos obligan a regresar. Cena en el restaurante del hotel.
sábado, 22 de octubre de 2011
BAGDAD, 22 de Octubre de 2011
BAGDAD, 22 de Octubre de 2011
Bagdad ha cambiado desde el primer viaje en 2008. Algunas calles, como Al-Rubayat, y Khafala, han recuperado comercios; se han abierto bares musicales –mal considerados-, restaurantes y centros comerciales. La mayoría de cafés y restaurantes se ubican en la primera planta, de manera a evitar ataques de integristas. Cuando cae la noche, a las seis, esas calles siguen atestadas de luces –contrariamente al resto de la ciudad-, neones y paseantes, sombras que desfilan ante escaparates muy iluminados. Podemos caminar, pero en silencio, a fin que se nota aún más que somos extranjeros.
Aunque suelen explotar un par de coches bomba al mes –en la calle Khefala, precisamente, hace poco, con unos doscientos muertos-, el terror indiscriminado ha disminuido, o ha cambiado de rostro: el asesinato selectivo, en semáforos, y los secuestros son corrientes. La gente camina, interiormente aterrorizada –como reconocen algunos-, vigilando los coches mal aparcados y vacíos: pero no es morir lo que les da miedo –la muerte siempre acontece, y el islam parece ofrecer cierto consuelo-, sino las mutilaciones que las bombas cargadas de metralla producen.
En general, la seguridad ha mejorado con respecto al bienio negro 2006-2007, pero con altos y bajos. En estos momentos, la situación empeora, y se supone que se degradará hasta marzo de 2012, con la retirada definitiva del ejército norteamericano.
A las doce de la noche, como más tarde, las calles se vacían. A partir de la una de la madrugada está prohibido circular. Y los atascos, provocados por los controles, cada doscientos metros, siguen siendo importantes de noche, por las prisas de la gente en llegar a tiempo a su casa.
En dos días, hemos mostrado a los guardias el pasaporte una decena de veces, y un par obligados a dar marcha atrás. Un pasaporte es insuficiente.
Se palpa temor. Está prohibido hacer fotos en las calles. No ocurría en 2008. La policía nos ha llamada la atención.
Los controles están a cargo de la policía armada, a las órdenes del Ministerio del Interior, y el temido –pero más eficaz- ejército a las órdenes del Ministerio de Defensa. Tanques, tanquetas y camiones metálicos cortan el paso y obligan a circular en zigzag. Unos sesenta zepelines norteamericanos sobrevuelan la ciudad para localizar a los causantes de matanzas. Al parecer son eficaces.
La invasión del país, en 2003, provocó la muerte de un millón de jóvenes varones. Hoy quedan tres veces más mujeres, viudas o casaderas, que hombres.
Los altos muros de hormigón que protegen barrios y edificios, y dificultan o imposibilitan el libro movimiento, siguen aún en pie. Cada intento de desmantelarlos ha sido seguido por nuevos atentados que ha obligado a reponerlos. El cuidado del espacio público, en esas condiciones, es difícil. El servicio de recogida de basuras funciona, pero el agua carece de presión –el agua potable es privada-, y la energía procede de potentes generadores que consumen fortunas. Los esfuerzos, las inversiones se dedican a defensa, no a la recuperación del espacio comunitario.
Sin embargo, la ciudad está cambiando de aspecto. Nuevos edificios alternan con bloques que se restauran o se completan de dos modos: pintando las fachadas de hormigón con pintura industrial, ocre, rosa o azul cielo, o cubriéndolas con paneles metalizados de Alucobond, venidos de China, dorados, plateados o con colores chillones., dispuestos como un juego de ajedrez. Montados sobre guías, forran con poco gasto los edificios parcheados. Los paneles se alternan con grandes superficies acristaladas teñidos. Bagdad pierde su aspecto terroso, fundido con el desierto, y se va asemejando a la periferia de almacenes y macro-discotecas de cualquier ciudad mediterránea. Alguien ha comparado Bagdad, hoy, con Andorra.
Pero a Bagdad se la conoce como La Ciudad de la Esperanza. No es un mote cínico. Cuando se ha perdido todo, ya solo queda la esperanza; la esperanza de que la situación mejore, y la vida segura vuelva.
Una vida nerviosa, agotadora, recorre las calles. No queda otra.
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