martes, 25 de octubre de 2011

KISH, 25 de octubre de 2011







1 y 2: Fachada y acceso entre bastiones del templo neo-babilónico de Kish. Las capas inferiores de ladrillos son modernas. Los muros de la fachada e interiores tienen aún unos doce metros de altura
3 y 4: Zigurat de Kish. La altura actual es de unos dieciseis metros.
5: Fina capa de cal (en árabe, nura) impermeabilizante que recubría capas de ladrillos del zigurat cada metro.
6:  Militares y policías puestos por el gobierno iraquí para acompañarnos.
Fotos: Tocho, octubre de 2011
Dada la mala conexión a internet en el sur de Iraq, se "colgarán" más fotos desde Barcelona, a partir del 2 de noviembre.

El coche arrancó a las seis y media de la mañana, con un tráfico de entrada en Baghdad agobiante.Una explosión, no muy lejos, sorda y grave, nos sorprendió. A nadie más: ocurre casi cada día en Bagdad.  El cielo gris parecía anunciar una tormenta de polvo; chispeó -hacía un año que no llovía-.
A la altura de Babilonia, un coche militar nos esperaba para acompañarnos al yacimiento de Kish, en la provincia de Babilonia, considerada insegura. Se trata de uno de los principales yacimientos del que no existen imágenes recientes, si bien, próximamente, una misión de la Universidad de Chicago volverá tras decenas de años de ausencia y procederá a una primera toma de contacto de unos quince días. No lejos, una misión japonesa ya opera.

Kish es conocido por tener uno de los pocos palacios sumerios reconocibles; sin embargo, después de noventa años de las primeras misiones, ya solo quedan los restos -aún imponentes- de un templo neobabilónico, y un hermoso zigurat, nítidamente recortado en medio de campos cultivados y lineas de palmeras a lo lejos.

Los restos del templo presentan muros de una decena de metros de alto. El conjunto se asemeja a una enorme ballena varada y descompuesta, un monstruo informe y extenso que se repande por la tierra reseca. Algunos tentáculos deben de corresponder a muros que ya no delimitan estancia alguna.

Los montículos que corresponden al gigantesco templo, tras exhalar un último hálito y deshacerse blandamente, están cubiertos de innumerables fragmentos cerámicos, y de casquillos de bala. Varios campamentos norteamericanos rodeaban el yacimiento. En la parte más alta de lo que fue el templo, los soldados abrieron un hondo boquete para dominar toda la zona bien parapetados. El daño es irreversible. Madrigueras horadan los muros, en los que es fácil caerse. Los muros, o las masas de lo que fueron muros, se hunden o flaquean, como un globo mal hinchado, al caminar sobre ellos. Sin embargo, aún destacan filas de ladrillos perfectamente conservados, la entrada del templo con el que se inicia un recorrido procesional, y paramentos exteriores con "pilastras" o redientes bien conservados, como si de la descomposición, algunos órganos se mantuvieran tenaz, extrañamente enteros.

Desde lo alto de los muros se divisa, a unos pocos quilómetros el zigurat. A medida que uno se acerca va ganando importancia. Tiene una forma piramidal perfecta, pero en su tiempo fue una estructura escalonada. En lo alto destacan bien filas de ladrillos de lo quizá fue un altar, o tan solo el interior del zigurat. En los lados se divisan bien las juntas de las capas de cal que, cada metro de altura, recubrían el zigurat a medida que se alzaba, de manera a impermeabilizarse y evitar que las aguas freáticas lo desmonten. Hoy, aún se conserva casi como una aparición, pese a no ser más que un montículo de finísima arcilla, fruto de la disolución de los adobes.
Un breve chaparrón nos hizo volver a los coches.


Lo que tenía que ser un viaje de estudios privado, se ha convertido en una expedición. Veintiocho personas nos acompañaron esta mañana en Kish, entre las cuales dieciséis militares armados con metralletas, con las que nos ayudaban a ascender a las partes más altas de los muros, y jeques locales.
Las medidas de seguridad son extremas. El gobierno iraquí paga al ejército, a los técnicos y los directores de los yacimientos para que nos den todas las facilidades, y nos vigilen o nos defiendan de no sabemos -o no sabíamos aún- de qué peligros.

Camino de Nasiriyia, en el sur, en la entrada a la zona de marismas, un largo convoy militar norteamericano, compuestos por las máquinas más extrañas y pardas, asestadas de antenas y cañones, retrocede lentamente, como una manada, hacia Kuwait, impidiendo que se les adelante.
En el último "checkpoint", a veinticinco quilómetros de Nasiriyia, nos detuvieron. Pensaba que seríamos invisibles. Tras una larga espera, pudimos entrar en la ciudad más segura del sur, a orillas de Éufrates

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