sábado, 18 de octubre de 2014

KEIICHI TAHARA ( 田原桂, 1951): CIUDADES (1973-1976) / VENTANAS (1973-1980)


































El fotógrafo japonés Keiichi Tahara retrata la ciudad desde que se instaló en París en 1972. Su primera serie realizada encerrado en un desván que miraba al exterior tan solo a través de una ventana alta que apuntaba al cielo, cuando no tenía nada, y menos el valor de salir a las calles extrañas, estuvo dedicada a un elemento arquitectónico y urbano modesto: una ventana, la ventana de su habitación de criado, y ventanas de los alrededores. Tahara no fotografiada lo que se veía a través de la ventana -no se fija en monumentos ni en el bullicio de la calle-, sino a ésta: un ente al que no se presta atención, porque es invisible o transparente, que enmarca escenas pero no tiene presencia. Aquí la ventana es el motivo. Los cristales defectuosos, húmedos, mojados, empañados, juegan con la luz, el tema que, más allá de la ventana es lo que Tahara, desde hace más de cuarenta años persigue: la luz de la ciudad, la ciudad tallada por la luz que se abre las calles y se adentra por ellas, la luz que esculpe tejados y alisa fachadas. El vidrio cobra entereza, la ciudad adquiere la consistencia de las nubes, y la luz repiquetea contra los vanos. Las ventanas son vidrieras que la luz y la lluvia han creado. Pero, al mismo tiempo son fronteras que conectan visualmente los mundos, interior y exterior, al mismo tiempo que los transforman o los transfiguran. Nunca París fue tan hermosa -e inquietante- como a través de la ventana de Tahara. un París que solo existe entre el cielo y la lluvia atrapados por los cristales.

Una exposición antológica, Keiichi Tahara, escultor de la luz, en la Casa Europea de la Fotografía (Maison Européenne de la Photographie), en París, precisamente, hasta principios de noviembre, destaca a este retratista urbano tan distinto de los fotógrafos que tienen  a la ciudad en el punto de mira del objetivo.

viernes, 17 de octubre de 2014

Mediterráneo. De los enigmas del mundo, al misterio del alma: Programa de un ciclo de conferencias sobre el Mediterráneo antiguo, Caixaforum, Madrid, Octubre-Noviembre de 2014.

El ciclo comprende una serie de conferencias que introducen la historia de la Mediterránea antigua (vida, costumbres y aportaciones), así como distintos aspectos de la cultura grecolatina, eje central de la muestra.  Destacan algunas figuras mitológicas que han organizado la imagen del Mediterráneo, como Heracles o Hércules, y Ulises, y rasgos culturales novedosos, como la ciudad griega, distinta de la del próximo Oriente antiguo, el cuestionamiento del mundo y del hombre por parte del filósofo (que también hubiera tenido que presidir la ciudad, según Platón), y la aparición de dioses salvadores del alma, que respondían a una nueva concepción del ser humano y de su lugar en el mundo.

16 de octubre de 2014
Pedro Azara, profesor titular de la Universitat Politècnica de Catalunya, Barcelona.
NOTA: Ya impartida

PRÓXIMAS CONFERENCIAS

23 de octubre de 2014
François Lissarrague, director de estudios del Anhima-ehess, París


29 de octubre de 2014
Carlos García Gual, catedrático de Filología griega de la Universidad Complutense, Madrid.


6 de noviembre de 2014
Françoise Frontisi-Ducroux, subdirectora del Collège de France, París.


12 de noviembre de 2014

David Abulafia, catedrático de Historia mediterránea de la Universidad de Cambridge.

18 de diciembre de 2014
Gregorio Luri, filósofo.



Todas las conferencias en el auditorio de Caixaforum, Madrid, a las 19.30 horas
Precio: 4 euros
Venta anticipada de entradas (véase la página web de Caixaforum)

http://agenda.obrasocial.lacaixa.es/-/cl-mediterraneo-de-los-enigmas-del-mundo-al-misterio-del-alma?centros=caixaforum-madrid

El retrato en la Antigüedad

Tuvo ayer lugar en Caixaforum de Madrid la primera conferencia del ciclo Mediterráneo. De los enigmas del mundo a los misterios del alma, asociado a la muestra Mediterráneo. del mito a la razón.
La conferencia, de 19.30 a 21.30 horas, versaba sobre el retrato en la antigüedad.



Un retrato es la imagen de un rostro (de un ser humano vivo). Aquél se representa de frente -los retratos de perfil no suelen ser considerados verdaderos retratos-, y en él lo que el retratista destaca son los ojos. Un retrato es la efigie de alguien que nos mira. ¿Cuál la función del retrato?
¿Hubo retratos en la antigüedad.

Algún filósofo escribió que la pintura ha sido el arte por excelencia desde finales de la antigüedad hasta nuestros días, y que las imágenes más reveladoras (de un mundo solo alcanzado por y a través de la imagen) son los retratos, debido, precisamente, al poder hipnótico de la mirada.

Dos mitos griegos evocan el origen de la pintura. En ambos casos, las imágenes espejeadas o pintadas eran retratos. Por un lado, el joven Narciso, inconsciente de su belleza y de la turbación que levantaba, fue condenado, por la ninfa Eco, embrujada por el encanto del indiferente Narciso, a sufrir la misma pasión no correspondida. Apenas la maldición lanzada, Narciso, inclinándose sobre las quietas aguas de un lago, descubrió, en el fondo, un rostro que le miraba, y que ascendía hasta casi la superficie Cuando Narciso acercaba el rostro a las aguas. sin embargo, la figura del lago, que no cesaba de mirar a Narciso, se disolvía en cuanto Narciso trataba de besarla. No se sabe si el joven héroe supo, antes de morir, quien era el que le había seducido: una efigie reflejada en las aguas con el poder de retener a Narciso para siempre pendiente de la figura amada.
Mientras, en Corinto, la hija de un ceramista, la noche antes de la partida de su prometido a la guerra, viendo cómo, a la luz de las velas, la sombra del rostro del joven se agrandaba en una pared, mandó a su padre que guardara los trazos del amado grabados en una placa de arcilla. El primer retrato de la historia adquirió pleno sentido meses más tarde, cuando la muerte del joven. Lo único que quedó de él y que lo recordaba era su efigie reproducida en terracota.
Ambos son mitos de la Grecia antigua. ¿Hubo, entonces, retratos antes de finales de la Antigüedad?






Los primeros "retratos" remontan al paleolítico y el neolítico. Son efigies esculpidas sin duda de héroes, ancestros o sacerdotes. Las figuras retratadas quizá no hubieran existido nunca. Su efigie no permite saberlo. Lo que caracteriza estos supuestos retratos es la ausencia de los ojos y de la boca. En ocasiones, los ojos están tapados. Parece como si los artesanos hubieran querido evitar que los imágenes talladas, esculpidas o pintadas se animaran. En verdad, dichos retratos no eran imágenes sino fetiches, poseídos por espíritus que los podían convertir en seres vivos. De ahí que la falta de algunos rasgos impidiera esta peligrosa y aterradora metamorfosis. Estas efigies no eran verdaderos retratos porque no representaban a ningún humano, sino que lo presentaban o sustituían. No eran ninguna imagen sino la materialización de un espíritu que solo podía ser visto gracias al cuerpo material que la figura tallada o pintada le proporcionaba. Estamos aun en un universo mágico, donde el arte -sí la magia- no existe.



En la Edad del Bronce, sin embargo, se encuentran estatuas en las que rasgos personales están inscritos: signos que denotan el paso del tiempo, bolsas en los ojos, arrugas, marcas en las comisuras, ojos cansados, párpados cargados, rictus, etc. Retratos como los del faraón Sesostris III nos muestran a un humano digno pero ajado. Estos retratos, sin embargo, no destacan la humanidad del faraón. Demuestran, por el contrario, que el monarca ha alcanzado una edad que ningún mortal, por el aquél entonces, alcanzaba. El tiempo, por tanto, no le afecta, o no le afecta tanto o del mismo modo que a sus súbditos que sí son humanos -pero cuyos rasgos no se plasman en vida.
Podemos encontrar innumerables supuestos retratos, pero éstos son imágenes convencionales, estereotipadas, que no representan a un humano en concreto, sino a un mortal genérico.




Nota: Alejandro Magno / Apolo

Del mismo modo, los avejentados y patéticos rostros de mujeres suplicantes, y que parecen reproducir los rasgos de una persona afectada por el dolor, no son sino imágenes de las edades de la vida. No son el retrato de una anciana sino un símbolo de la ancianidad.
Las cabezas de Alejandro  Magno, talladas por Lisipo, su "escultor de cabecera", son perfectamente reconocibles, No muestran a un anciano sino a un joven. Mas estos supuestos retratos, que se confunden con imágenes de Apolo -como ocurría siglos más tarde, con los bustos de Antinoo- son, en verdad, imágenes divinas, imágenes de un nuevo dios.







Las culturas etruscas y romanas, en cambio, sí ofrecen retratos: efigies pintadas o esculpidas de seres de carne y hueso, de individuos marcados por el paso del tiempo. Los rostros no están idealizados. Sin embargo, suelen tener una mirada fija o perdida. Estas imágenes no representan a seres vivos, sino a difuntos. Han sido realizadas a partir de máscaras mortuorias. Representan a antepasados. Las  imágenes se disponían en altares domésticos, o en jardines sagrados, para mantener vivo el recuerdo de los desaparecidos convertidos en héroes, a quienes se les rendía culto. Nuevamente, los humanos representados no eran tales.










Sí lo eran, en cambio, los modelos retratados en las tablas romano-egipcias de El Fayum y otros yacimientos egipcios. Son obras ya del siglo I dC. Representan a seres de diversas edades. Destaca n rostro con una mirada intensa. Los retratos fueron realizados en vida. Mas la vida parece ausente de estos retratos pintados -los más antiguos que se han conservado. La corona de laurel dorada que llevan muchas de las figuras proporciona una explicación. Se trata de un ornamente funerario. Estos retratos eran utilizados en lugar de las máscaras que en épocas anteriores cubrían las cabezas de las momias. Un segundo rasgo denota qué representan, en verdad, estos retratos. Los ojos están siempre muy abiertos. Son ojos desorbitados. No se cierran nunca. No son pues ojos humanos sino de figuras que han alcanzado la inmortalidad y miran desde el más allá a los mortales que no se han atrevido aun a enfrentarse a la frontera entre la vida y la muerte.
En todos esos casos, nos hallamos ante lo que parecen retratos que no lo son propiamente.
Esto no significa que no hubiera habido retrato antiguo alguno.



El dios cristiano -un dios romano-oriental, en verdad- presenta una característica que lo distingue de todos los demás. era un dios y era un ser humano a parte entero. Se hizo hombre para que los mortales descubrieran que su condición no era indigna y que la muerte que distingue al mortal del inmortal no era un fin sino el inicio de una nueva vida. En tanto que humano, el dios cristiano podía ser retratado. Tenía que serlo, en verdad. Por dos razones: su retrato corroboraba su humana condición -los dioses no pueden ser representados propiamente, solo pueden ser simbolizados, porque no tienen rostro, al ser seres inmateriales-, y porque el dios cristiano dejó huellas de su paso en la tierra. Estas huellas fueron retratos suyos, mágicamente impresos sobre lienzos con los que, tras un duro esfuerzo, se secó el rostro sudoroso. Estas directas impresiones eran retratos verdaderos (el vera icon o velo de la Verónica) que podían servir de modelo a los siguientes retratos de la divinidad: los iconos.
Un icono es el retrato del rostro del dios cristiano. Un rostro visto de frente en el que destacan los ojos muy abiertos -una influencia del retrato del Fayum. Se trata del rostro de un humano que ha superado la muerte y ha resucitado. El dios cristiano retratado mira a quien lo contempla. Y nos permite descubrirnos. Nuestro rostro es la parte principal de nuestro cuerpo que no alcanzamos a ver directamente. No somos plenamente consciente de nuestra imagen, de quienes somos: nuestro rostro comprende los ojos que revelan nuestra personalidad. La mirada no engaña. Pero no la vemos, salvo cuando contemplamos un retrato de una persona de nuestra edad que nos expone y nos permite darnos cuenta de la edad que tenemos, de la imagen que comunicamos.
El icono es así un retrato que, cuando nos miramos en el, nos ayuda a descubrir, y a admitir, nuestra condición mortal. El icono rebela tanto la imagen del dos cristiano cuando nuestra imagen, una imagen que no es gratuita o inconsecuente sino reveladora de quienes somos. La teología del icono bizantino, redactada hacia el siglo VI dC, se fundamente en las muy anteriores consideraciones platónicos acerca de la bondad del encaramiento. Mirándose a los ojos, las personas se descubren a sí mismas. Saben que si aguantan la mirada del otro, se exponen de verdad: no esconden nada. Su persona es revelada a quien les mira o  quien se miran; y, asimismo, les es revelada. Se dan cuenta, nos damos cuenta, de quienes somos cuando nos vemos reflejados en los ojos de los demás. Esta función reveladora de nuestra human condición, que asume todo retrato, fue asumida, por vez primera, por el icono bizantino, el primer verdadero retrato de una persona, el retrato de un mortal que asumió sin miedo su condición , sin buscar ilusorias idealizaciones. la mortandad no era un castigo sino lo que nos define y nos constituye como humanos. Esta revelación es la que el retrato produce, y que solo se alcanzó, gracias a Platón, a finales de la antigüedad. Quizá ésta sea la mayor, más duradera, y más humana aportación de la visión griega del ser humano
  

miércoles, 15 de octubre de 2014

Xipe-Totec, dios azteca de los orfebres, y dios creador



Los grumos del ropaje son las bolas de grasa situadas debajo de la piel.


Los dioses de los herreros solían ser, en la mayoría de las culturas, dioses de la forja. Trabajaban tanto el oro como el hierro, y fundían el cobre. Moraban apartados del resto de los dioses, a fin que el calor, el humo y el ruido rítmico y metálico en el que se hallaba sumido el taller no molestara la divina quietud del palacio de los dioses. Solían tener el cuerpo deforme, tanto por el esfuerzo llevado a cabo para forjar y templar objetos de metal, como para que los secretos de la profesión no se intuyeran en el rostro que miraba siempre hacia el suelo para velar el fuego y debido a la giba que inevitablemente les salía.

Los dioses herreros y orfebres trabajaban metales hoscos como el hierro pero también metales nobles como el bronce, la plata y el oro, con los que cincelaban joyas y adornos personales, y los palacios deslumbrantes de los dioses cuyos muros, incrustados de piedras preciosas, brillaban al sol, como el sol.
Xipe-Totec era el dios de los orfebres aztecas. Se le representaba enteramente cubierto con una vestimenta hecha de piel: comprendía incluso una capucha entera que solo presentaba aberturas para los ojos y la boca. Cuando los orfebres rendían culto a su dios, se vestían como él, identificándose con él.
Las ceremonias duraban veinte días. Durante este periodo de tiempo, los orfebres y quienes atendían a los rituales vestían siempre del mismo modo, con el mismo ropaje. Éste provenía de víctimas sacrificadas en honor del dios, a quienes se les había arrancado el corazón, antes de despellejarlos y desollarlos cuidadosamente, de modo que se pudiera recuperar la piel de la cabeza lo más entera posible.
¿aqué respondía este ritual que hoy nos parece bárbaro?
No se trataba de hacer sufrir a las víctimas. Es cierto que el dolor inflingido manifestaba la omnipotencia de la divinidad. porque se trataba de un dios soberano, y no tan solo de un dios artesano. Era el dios de los orfebres y de todos aquellos que aportaban luz a la tierra, que la alumbraban: quienes manejaban el fuego, como los herreros, y lo domesticaban, construyendo fuegos, es decir, hogares. Xipe-Totec era también el dios de los constructores.
El poder de Xipe-Totec de echar luz a la tierra lo convertía en el dios alumbraba la vida: la traía y velaba por ella en cuidados abrigos, adaptados a los seres humanos como una segunda piel.
Los humanos, en el imaginario maya y azteca habían sido modelados por los Gemelos primordiales, a partir de una materia primera que su padre les había entregado. Éste dios-padre vivía en -o era- la montaña de los inicios. En las laderas brotaba el maíz. La harina de maíz era la materia primera, como la arcilla en Oriente, con la que los dioses gemelos crearon a los humanos. Mas las mazorcas de maíz protegen los granos, dorados como el sol y el oro, que encierran. Para que los humanos pudieran ser alumbrados, las mazorcas tenían que ser despellejadas. La mazorca era sacrificada para dar nacimiento a nuevas vidas.
El despellejamiento de las víctimas sacrificadas rememoraba este gesto fundacional por el que el dios del maíz se sacrificó en beneficio de los humanos. Éstos no podían sino repetir su gesto inicial. Los orfebres se revestían de dicha piel hasta que ésta se pudriera y se cayera a trozos. De la materia descompuesta los orfebres renacían. Emergían a una vida renovada como un ser que emerge de la matriz. Dotados de una nueva vida, podían alumbrar y animar útiles, joyas y paramentos. La vida que Xipe-Totec una vez aportó, encapsulada en joyas y amuletos protectores, y en moradas deslumbrantes, era renovada gracias a la resurrección de los artesanos, cuya vida entregaban para animar a sus creaciones. La muerte de las víctimas era necesaria para que la vida volviera a la tierra, y ésta vida solo tenía sentido si brotaba de la tierra, como en los inicios brotó de la montaña originaria. Por tanto era necesario acudir a mazorcas vivientes -los sacrificados- para que la liberación de su materia solar echara luz sobre la tierra, lo que solo ocurría si, además, los artesanos, como así les enseñó Xipe-Totec, se convertían a su vez en mazorcas a fin, una vez desnudados de la piel, pudieran entregar su vida al trabajo.


Primer texto para la muestra sobre mitos cosmogónicos para el Museo de las Culturas del Mundo, Barcelona, 2016-2017

martes, 14 de octubre de 2014

Mito y ciencia, o ciencia y estética




Escultura de Jacob Epstein


Quizá la mejor definición de mito, y la más clara distinción entre pensamiento racional y pensamiento mítico las dio el historiador, arqueólogo, egiptólogo y asiriologo Henri Frankfort en los años cuarenta.
Frankfort fue uno de los primeros historiadores que no desvalorizó el llamado arte primitivo (como un arte imperfecto e inferior) - en el que se ubicaba al arte africano y al mesopotamico, por ejemplo- sino que lo consideró como una manera de interpretar el mundo, distinta pero tan válida como la manera clásica u "occidental".

"La diferencia fundamental entre la actitud del hombre moderno y del antiguo concerniente el mundo circundante es ésa: para el hombre moderno, científico, el mundo fenoménico es principalmente un "ello"; para el hombre antiguo -y para el primitivo-, es un "tú"" ("Mito y realidad",  La aventura intelectual del hombre antiguo).

Frankfort aun distinguía ente el hombre antiguo -el hombre del pasado occidental- y el primitivo -el antiguo y moderno de otras culturas. Pero eso no es lo importante.

El punto de vista innovador que Frankfort aportó, además de considerar las artes no occidentales del mismo modo que las occidentales, fue la de considerar el pensamiento mítico como una aproximación al mundo tan relevante, aunque esencialmente distinta, como el pensamiento científico. El primero es propia de los "primitivos" y los "antiguos" (griegos y romanos, por ejemplo);  el segundo, de los modernos.

Para un "primitivo o antiguo el mundo es un ente animado. Eso no significa, Frankfort precisa, que para aquél pudiera existir una naturaleza no animada. La naturaleza siempre estaba animada (o muerta). La distinción escolástica entre natura naturans (energía natural) y la natura naturata (la naturaleza delimitada en formas en el tiempo y el espacio, la naturaleza encarnada) no tenía sentido: eran idénticas. La naturaleza era un interlocutor del que se podían contar historias y al que se podían contar también historias. Se podía dialogar con ella. No se trataba de un objeto digno de estudio, sino de un entre similar a nosotros, en el que nos proyectamos y nos vemos reflejados, y con el que mantienen relaciones de igual a igual. Ante ella, se siente, se desafore o se goza. Las reacciones son emocionales. La naturaleza y el mundo son presencias que entendemos como entendemos -o no- a nuestros semejantes. Reacciona ante el mundo como reacciona ante un ser próximo. La distancia entre el hombre y la naturaleza es mínima. Del mismo modo que contamos y nos contamos cuentos, los mitos son las historias que vel mundo nos cuenta, o que componemos a partir del diálogo con el mundo. El mito transcribe el diálogo continuo con el entorno.
La diferencia que Frankfort establece entre mito y ciencia es la misma que existe entre ciencia y estética. El científico no puede simpatizar con el mundo, porque éste solo existe para ser diseccionado, mientras que la estética entiende el mundo -y sobre todo el arte- como un ente portador de sentido que tiene que ser descifrado mediante el diálogo interior.
De algún modo, gracias al arte y la ciencia, la empatía entre el mundo y el hombre aun perdura.

lunes, 13 de octubre de 2014

CAMILLE HENROT (1978): CINOPOLIS (FRAGMENTO, 2009 )


Cynopolis - trailer from pineau emmanuel on Vimeo.

Una parte de la obra de Camille Henrot, vídeo-artista y escultora francesa (candidata al Premio Hugo Boss) está centrada en una mirada moderna al pasado. La ciudad de los perros egipcia: ruinas -tal como las concebimos- y basuras (deshechos que se esconden). restos de una y otra época. Cinopolis es un campo de  desperdicios por el campan perros de verdad y malviven, como sombras, humanos. Cuando el mito se hace carne, aparece el horror.

El New Museum de Nueva York le acaba de dedicar la primera muestra antológica en los Estados Unidos

domingo, 12 de octubre de 2014

MELODY GARBOT (1985): LISBOA (2012)



Cantante recomendada por una estudiante de la un grupo de Teoría II, en la UPC-ETSAB. Agradecimientos.