martes, 18 de noviembre de 2014

FRANK GEHRY (1929): WALT DISNEY CONCERT HALL (DOWNTOWN, LOS ÁNGELES,2003)










































Fotos: Tocho, Los Ángeles (EEUU), noviembre de 2014

Una acústica perfecta, que solo amplifica las frecuencias de la voz humana, un jardín umbrío a un lado del edificio, estrechos caminos sinuosos y escaleras que se abren paso entre los hinchados volúmenes y las cubiertas de titanio cuyas caras internas están pulidas como un espejo mientras que las que miran al exterior tuvieron que ser posteriormente arenadas -a causa de los excesivos y deslumbrantes reflejos que causaba, amén del calor que desprendía-, compensan o contrastan con las imperfectas lamas de titanio y sus uniones que dan la extraña sensación que el edificio es un cuerpo maquillado de metal -más que envuelto o defendido por él-, un cuerpo que se retuerce por fuera -las metáforas van y vienen, un tanto mecánicamente, desde conchas hasta peces-, pero que, por dentro, acoge espacios pobremente articulados, lastrados por demasiadas áreas de pasos perdidos, alrededor de un auditorio en el que, curiosamente, pese a la perfecta visión y acústica, uno no acaba de encontrarse bien, quizá por las agresivas costillas expresionistas del escenario, tendidas como dedos nervados y secos -aunque esta impresión subjetiva no tiene porqué ser compartida.
Si un buen arquitecto, un arquitecto atento se revela en el cuidado en los detalles, en cierta sumisión y desprendimiento, cierta generosidad con ellos, Gehry, ante los zócalos torpes, las sillas vulgares, los sillones tapizados de azul gris, sobre una moqueta floreada, dignos de un almacén al por mayor (pese a su precio, sin duda), no lo es.
En verdad, el austero auditorio vecino, llamado pabellón Dorothy Chandler, del poco conocido arquitecto californiano Welton Becket (1902-1969), de principios de los años sesenta, es más digno, menos hinchado y menos pretencioso. Y menos fotogénico.



 
Las consideraciones sobre la acústica del edificio (sala, zonas adyacentes y teatro exterior) son de Joan Borrell, especialista en sonido 

Misión arqueológica en Kish, Iraq, en los años 20




 Excepcional documental sobre la primera misión anglo-americana en el yacimiento arqueológico de Kish (Mesopotamia, Iraq) -una ciudad que, se decía, había descendido del cielo, tras el Diluvio, y a la que los reyes de las ciudades-estado acudían para bendecir su realeza.
Esta filmación data de finales de los años veinte y muestra bien cómo se operaba por el aquel entonces. Los hallazgos nunca fueron publicados enteramente, y hoy el yacimiento ha quedado maltratado por el tiempo y la Segunda Guerra del Golfo en 2003.
  Documental cedido gratuitamente por el Field Museum de Chicago.

JOSEF KOUTELKA (1938): WALL (2008-2013)




















El Museo Getty Centre en Los Ángeles presenta la muestra del fotógrafo e ingeniero checoslovaco Josep Koudelka, Nationality Doubtful.
Esta hermosa exposición incluye, entre otras piezas, fotografías panorámicas, en blanco y negro,de la serie Wall (Muro), así como un ejemplo del libro compuesto por una tira interminable de imágenes apaisadas, dispuestas como en un libro japonés, que trazan una linea divisoria, que recuerda a una frontera, cuando se extienden.
Esta serie retrata la herida que el alto y continuo muro de hormigón, levantado por el gobierno de Israel, entre este país y Palestina (los Territorios Ocupados), causa en el paisaje, de por sí maltrecho.
Responde a un encargo llevado a cabo entre 2009 y 2012, en Israel, Palestina, Jerusalén Este y los asentamientos judíos.
La serie se asemeja a Chaos, otro conjunto fotográfico sobre ruinas arqueológicas y ruinas modernas, ambas causadas por el tiempo y el azar, pero sobre todo por la mano del hombre. La destrucción acarrea la vuelta a un estadio originario del mundo, que no es el Edén sino el Desorden absoluto.
El muro que pretende ocultar al otro, y mantener la ficción de un orden incólume, no hace sino contribuir al desgarro territorial y humano. Compuesto por placas de hormigón desvencijadas, recubierto de grafitis, aumentado por vallas metálicas electrificadas, alambradas y torres de vigía, el Muro señala el uso perverso de un motivo que debería construir un mundo pero que lo destruye.
Koutelka no teoriza ni sermonea. Muestra. Eso es lo terrible.



lunes, 17 de noviembre de 2014

BERNARD PARMEGIANI (1927-2013): LA CRÉATION DU MONDE (1982-1984)

Cibeles, la diosa protectora de las ciudades





Cibeles, s. III dC, Museo de la Ville Getty, Malibú (EEUU)
Foto: Tocho, noviembre de 2014


Cibeles era una diosa frigia (anatólica). Dominaba las fieras. Circulaba en invierno, cuando el gélido viento barría la estepa, subida a un carro, que azuzaba la ventisca, tirado por leones. Era considerada como la gran diosa, de quien dependía, por el férreo control sobre las bestias -que evocaban la naturaleza indómita- y las estaciones -anunciando el invierno-, la vida en la tierra, sobre todo cuando la vida estaba a merced de la muerte que el frío traía.
La vida, en época helenística, ya no se hallaba en la naturaleza, sino en la ciudad. Ésta se oponía al mundo salvaje. Éste era una manifestación del caos anterior a la urbanización. Significaba el desorden, la falta de ordenación que la urbe extendía por el territorio. La ciudad era fuente de vida. Solo en ella, los seres humanos se sentían protegidos. La ciudad era una imagen del mundo de los inicios, anterior a la caída. La vida verdadera no se concebía fuera de la ciudad. Ésta dibujaba un perímetro dentro del cual  el ser humano estaba a salvo del daño que la naturaleza, ahora considerada como dañina, y no ya edénica, acarreaba.
La salvación de la ciudad dependía del control efectivo de la naturaleza salvaje. El destino de toda urbe estaba en manos de aquellas diosas-madre que, desde los inicios, ponía la vida natural bajo su mando.
Las ciudades helenísticas estaban bajo la protección de la diosa Tiqué (Fortuna, en latín). Ésta era un concepto divinizado. Se representaba bajo una forma femenina, a menudo sentada o asentada, con unas espigas -que evocaban la cultura y los cultivos que aseguraban la supervivencia física y espiritual de los ciudadanos- o el cuerno de la abundancia -del que manaban los bienes de la tierra-, y una corona figurada por la muralla de la ciudad, que la circundaba, exponiéndola como un todo bien organizado, y la defendía.
Tiqué, la diosa urbana, y Cibeles, la diosa del mundo salvaje, eran divinidades que asumían valores o funciones antitéticos.
Mas, como la buena fortuna de la ciudad dependía del control efectivo del espacio indómito, pareció lógico que Cibeles acabara asumiendo el papel de Fortuna. De ahí, la representación iconográfica de Cibeles, que controlaba a fieras como leones, sentados a su vera, y sustentaba sobre su testa a la ciudad. Ésta arraigaba en la cabeza de la diosa a cuyos pies se achicaba el mundo salvaje.
Esta representación, no muy habitual, se puede ver en una estatuilla en el Museo Nacional de Damasco -quien sabe cuando se podrá regresar- y en el museo de la Villa Getty de Malibú (California, Estados Unidos) que posee también un pequeño bronce que representa a Tiqué, en una postura ya conocida, de la que existen ejemplos de gran tamaño en mármol.


viernes, 14 de noviembre de 2014

Ladrillo fundacional en Mesopotamia




Los templos mesopotámicos, construidos, por indicación del cielo, con ladrillos de adobe sin cocer, se desmoronaban al cabo de unos veinticinco años, pese a las necesarias restauraciones anuales, tras la temporada de lluvias y para tratar de contrarrestar, inútilmente, las infiltraciones de las aguas freáticas que socavaban las bases de las estructuras, pese a su desmesurado grosor (entre uno y tres metros).
La restauración o la reconstrucción obedecía siempre por orden real: los reyes mediaban entre los dioses y los humanos. Antes de cualquier reconstrucción -que implicaba el derribo de las ya decaídas estructuras-, era necesario recuperar el primer ladrillo fundacional. Éste se hallaba entre los cimientos. existían copias en la base de los muros. Se trataba de unos ladrillos con inscripciones (plegarias dirigidas hacia las divinidades, y maldiciones contra quienes pretendieran tomar y destruir el santuario -atentado que, habitualmente, el tiempo y las inclemencias se encargaban de llevar a cabo,  debido, sin duda, se creía, a una falta cometida por el rey). Dichos ladrillos fundacionales, a diferencia del resto, estaban cocidos, por lo que podían durar casi eternamente. La mayoría se han recuperado hoy.
Queda una pregunta: ¿a qué respondía este esfuerzo por recuperar dicho ladrillo sepultado bajo los derribos? La operación no era fácil, y se podían tardar meses antes de dar con esta pieza.
Se ha dicho -lo que es cierto- es que la descripción del rito fundacional estaba inscrita en algunos de los ladrillos. El conocimiento de este ritual era necesario para reconstruir el templo, pues solo la repetición del ritual seguido con la primera construcción permitiría que el nuevo templo, o el templo restaurado, pudiera perdurar durante un tiempo. Cualquier infracción al desarrollo del ritual acarreaba el derrumbe del templo.
Sin embargo, existe una segunda razón. Un  ladrillo fundacional era una metonimia del templo. Se trataba, en verdad, ya de un templo -y no de una parte o un elemento del mismo. El volumen geométrico del ladrillo, y el material empleados, convertían a los ladrillos fundacionales en maquetas de los santuarios o, mejor dicho, en verdaderos santuarios en miniatura que guardaban una estrecha y exacta relación con el templo construido. El ladrillo, que figura el templo, era el origen del mismo. Por tanto, solo volviendo a emplazar adecuadamente el ladrillo fundacional en la tierra podría el santuario "germinar" o alzarse rectamente. Por otra parte, el ladrillo llamaba mágicamente al templo. Colocado en el lugar auguraba que pronto el templo volvería a alzarse con todo su esplendor.
Un ladrillo, así, no era solo un elemento construido. Era el anuncio de un templo, que se hallaba contenido en ciernes en dicho elemento. La pérdida del ladrillo acarreaba la imposibilidad de reconstruir el templo , posiblemente, un castigo del rey cuya actitud habría causado la desaparición del ladrillo fundacional
Del mismo modo que, hoy, en el islam, la esterilla sobre la que se ora, es una mezquita -y no solo una parte del recubrimiento del suelo- el ladrillo fundacional mesopotámico ya dibujaba un recinto sagrado. Se ahí el temor reverenciado con el que se le fabricaba y se le trataba,

TALISSA MEHRINGER: EDEN (2010-2011)


Eden from Talissa Mehringer on Vimeo.

Véase la página web de esta artista.