Y de pronto, la realidad.
Lo que parecen flores, en la imagen anterior, son papelitos de color rojo, pegados a varillas, plantadas en el campo, no para decorar o celebrar ningún acontecimiento festivo, sino para indicar la presencia y posición de minas personales.
La ponencia de Serena Love, de la Universidad australiana de Queensland, en la sesión de hoy en el congreso del ASOR en San Diego, ha sido devastadora. Ha expuesto, por ver primera, entre estudios teóricos, o misiones arqueológicas en las , hasta hace poco seguras tierras kurdas en el norte de Iraq -hoy devastadas por el llamado Estado Islámico ISIL-, la cruda realidad.
La multinacional compañía petrolera Shell ha obtenido del gobierno de Iraq el permiso para iniciar prospecciones y la extracción de petróleo en Majdoon en el sur del país, en una estrecha franja de las marismas situada a lo largo de la frontera con Irán.
En estos mismos lugares, la guerra entre Iraq e Irán, en los años ochenta, asoló. Un millón de muertos, y un paisaje devastado. Los tells que distinguían en los años sesenta, que indicaban la presencia de yacimientos arqueológicos, han desaparecido, mientras que nuevas colinas artificiales se alzan a gran altura, abiertas por las bombas, o construidas por el ejército iraní, a modo de plataformas elevadas desde lo alto de las cuáles bombardeaban las posiciones defensivas iraquís.
Shell ha contratado a arqueólogos y geólogos para llevar a cabo estudios arqueológicos.
El terreno en el que se mueven está completamente minado desde 1980. En principio el acceso está vetado, pues demasiados niños, que acudían a jugar en un lugar con altos y rampas, han muerto; del mismo modo, la parte inferior de las minas que no han explotado conservan una tapa de cobre, un metal deseado por la población local -como ocurre con los cables de cobre de las vías ferroviarias en España-, causando un sin número de muertos y mutilados.
Bombas de decenas de toneladas penetraron en la tierra húmeda, fácilmente penetrable -se trata de un espacio de marismas o de antiguas marismas-, hasta unos seis metros de profundidad y pueden explotar en cuanto se excava o se perfora.
La tierra está removida en metros de profundidad. Bombas, metralla, armas, tanques oxidados por doquier.
Los primeros estudios han revelado un paisaje cultural inesperado. Centenares de pequeños yacimientos salpican el espacio. Están removidos, destrozados, desplazados. Pero, sin embargo, los arqueólogos logran situarlos con cierta precisión en el espacio. Los restos proceden de estructuras arquitectónicas modestas, de equipamientos de hogares (cerámicas, residuos).
Del estudio se desprende que las marismas fueron habitadas desde el quinto milenio, posiblemente, y que el paisaje no revelaba una cultura urbana, con grandes ciudades, bien definidas, unidas por vías terrestres yo acuáticas, sino un territorio ocupado extensamente por pequeños núcleos habitados, haciendas aisladas incluso, que cubrían una gran parte de las marismas.
La cultura urbana mesopotámica, en los inicios del mundo sumerio, no habría creado tanto grandes ciudades, como se pensaba, sino una extensa red de pueblos y de viviendas aisladas, diseminadas por todo el territorio, pero no vueltas sobre sí mismas, sino bien conectadas entre sí, dibujando un paisaje quizá semejante al de los interminables suburbios de las ciudades del oeste norteamericano.