El lugar de Georgia O´Keeffe en el arte moderno es incierto. Una pintora norteamericana, más apreciada en los Estados Unidos por sus reiterativas imágenes de desiertos y de flores ávidas y carnosas que en Europa, no forma parte del grupo de artistas menores anteriores a la Segunda Guerra Mundial, que supieron retratar la dureza de la vida urbana anterior y durante la Gran Depresión de finales de los años veinte, pero tampoco del grupo de reconocidos artistas de vanguardia.
Sin embargo, la corta serie de pinturas de rascacielos en Nueva York constituye una de las visiones más personales de la nueva ciudad.
El rascacielos como un tótem -lo que lo adscribe al arte mágico-, en el que el sol -y la luna- se reflejan, y que deslumbra como un fetiche; las calles como fallas entre cortes verticales, en los que la luz ni la vida entran ni circulan: Ciudades desabitadas -o habitadas solo por monolitos, o puntos de luz que sugieren una vida primigenia. La vista se alza esforzadamente y descubre oscuras fachadas afiladas como cuchillos que tallan la luz.
La arquitectura se vuelve naturaleza, se alza vertiginosamente -las vistas solo muestran la parte alta, la unión con el cielo herido- una fuerza indómita que domina el mundo. El rascacielos es una forma primigenia e inevitable; constituye un paisaje admirable e inhabitable.
Véase el texto siguiente: http://places.designobserver.com/media/pdf/Georgia_OKeef_849.pdf
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