Una excelente ponencia en el presente encuentro de la ASOR en San Diego ha puesto de manifiesta inquietantes paralelismos entre la situación actual en el Próximo Oriente (Siria e Iraq, en particular) y la política en el imperio neo-asiria, que revela una posible y desesperante repetición de la historia.
La ponencia versaba sobre el reciente hallazgo y estudio de innumerables yacimientos arqueológicos en el Kurdistan iraquí. El territorio entre Mosul, Erbil, Kirkuk y Sulemaniyye está plagado de ruinas, casi siempre enterradas, indiscernibles desde el suelo, que se descubren gracias a fotografías aéreas. Amen de las grandes capitales asirias y neo-asirias, de los segundo y primer milenios (Nínive, Assur, Korsabad, Arbales, etc. -o Kilizu, excavada por la misión arqueológica francesa en la que participamos profesores y estudiantes de la Universidad Politécnica de Cataluña (UPC)-, el territorio, que corresponde al corazón del imperio neo-asirio, estaba masivamente urbanizado: un sin fin de ciudades o grandes pueblos, unidos por una tupida red de comunicaciones -el nombre de "highway" (vía rápida) ha sido utilizado- siguiendo sobre todo los valles.
Estos recientemente descubiertos yacimientos revelan que se trataban de ciudades que carecían de monumentos y equipamientos propios de ciudades imperiales. Parecen haber sido ciudades edificadas rápidamente quizá para acoger a una creciente y reciente población.
Su forma recuerda más bien la de un moderno campamento de refugiados, como los que se están levantando por el norte de Siria e Iraq hoy para acoger la población desplazada por la sanguinaria irrupción del ISIL, y la guerra civil siria, así como, en los años ochenta, por el gaseamiento y destrucción de pueblos kurdos, desplazados a suburbios siniestros de Erbil, por ejemplo, por el gobierno de Saddam Hussein.
La asociación entre estos campamentos de refugiados, ya sea de las Naciones Unidas, ya sea de manera "espontánea", y los yacimientos arqueológicos neo-asirios hallados hoy no es caprichosa. El imperio neo-asirio practicaba ya la deportación masiva de poblaciones. Los motivos, empero, no eran siempre políticos: deportaciones como castigos, como consecuencia de conquistas y destrucciones de ciudades, como acontece hoy. El imperio neo-asirio también necesitaba, además del sometimiento de la población, cierto equilibrio interno en la distribución de los núcleos poblados, así como el cultivo intensivo de la tierra, que pudiera producir bienes de consumo (alimenticios) para las grandes capitales, algunas de reciente fundación como Dur-Sharrunkin ( Khorsabad). El emperador y los gobernadores mandaban deportar pueblos enteros para reequilibrar la densidad de población por todo el territorio, liberando zonas excesivamente pobladas en favor de áreas casi desérticas, y para cultivar tierras infra-utilizadas. De este modo, el imperio, excesivamente extenso, podría esperar sobrevivir, ya que el poder imperial no podía controlarlo sin un reparto equitativo de una población, sin duda dominada.
Es la trágica historia actual la que permite intuir las razones de esta lluvia de asentamientos levantados en poco tiempo en el imperio asirio. La asociación entre el pasado y el presente tiene, ciertamente, que realizarse con mucho cuidado para evitar extrapolaciones fáciles, pero no deja de aportar posibles explicaciones lógicas, convincentes o sugerentes al hasta ahora inexplicable rápido o, mejor dicho, apresurado, proceso de urbanización del imperio neo-asirio.
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