miércoles, 11 de noviembre de 2015

FREDERIK KIESLER (1890-1965): ENDLESS HOUSE (LA CASA SIN FIN, 1920-1950)







Fotos: Tocho








El Museo de Arte Moderno de Nueva York (MoMA) presenta una muestra, con fondos exclusivamente del museo, dedicada a las relaciones entre arte y arquitectura, a partir de la Casa Sin fin de Kiesler, que nunca se construyó, y que el arquitecto austríaco, instalado en los años veinte en Nueva York, concibió como una prolongación del cuerpo, como una concha, confundida con rocas o un paisaje rocoso. Se trataba de una casa  familiar. Flotaba como una nube sobre pilares que se asemejaban a excrecencias rocosas.
En la Casa Sin Fin (no se concluyó nunca porque evolucionó a medida de la vida del arquitecto y porque no debería concluir nunca, ya que se trataba de un organismo vivo, temporalmente detenido) se diluyen, o al menos Kiesler lo pretendía y defendía, los límites entre planos; entre naturaleza y cultura, la casa y la cueva, lo vivo (orgánico) y la piedra, el hombre y el entorno, el mundo exterior y la interioridad, la realidad y el sueño, lo duro y lo blando (Kiesler bebía del surrealismo y fue amigo de Duchamp). Se asemejaba a un órgano, a un vientre grávido en cuyo seno la vida se gesta y se guarece.
La obra aparecía también como una crítica de la estandarización moderna, de la arquitectura en ángulo recto que encuadraba la vida.
La exposición se completa, lógicamente con dibujos de Louise Bourgeois, Bruce Nauman, etc.





Bruce Nauman: Casa dividida, 1993


Sandile Goje: Encuentro entre dos culturas, 1993


Rachel Whiteread: Casa, 1992



Sigmar Polke: Casa de fin de semana, 1967

lunes, 9 de noviembre de 2015

ADRIAN TOMINE (1974): NUEVA YORK (2015)




















Quienes crecimos con Tintín, no podemos sino sentir admiración por el norteamericano Adrian Tomine, retratista de Nueva York y, en particular, del barrio de Brooklyn. Autor de un gran número de portadas de la revista New Yorker, sus álbumes ilustrados, como el que acaba de publicar, retratan la vida urbana: personas aisladas, que se miran sin hablarse, o cabizbajas. Quietas y más entregadas que tensas, como en los cuadros de Hooper, uno de los modelos de este dibujante. La ciudad está casi siempre vacía, los escasos paseantes suelen girar la cabeza ante el paso de una persona que ya les da la espalda y con la que quizá han cruzado una mirada. El dibujo de unas pocas personas desconocidas entre sí, atrapadas en una boca de metro, sin poder salir por la lluvia, una día de bochorno, se ha hecho célebre. Miran sin ver, tranquilos o resignados, apoyados contra un muro, y la lluvia adquiere un extraño resplandor sobrenatural que los inmoviliza.

Para Bernat B. y María R.

domingo, 8 de noviembre de 2015

Los orígenes míticos de la ciudad: héroes y santos patronos




Se acaba de publicar el libro colectivo, editado por Manuel Menéndez y Alzamora y Hugo Aznar, De la polis a la metrópolis. Ciudad y espacio político, de la editorial  Abada, Madrid, 2015 (Colección: Lecturas de urbanismo), que se inicia con el texto siguiente:


LOS ORÍGENES MÍTICOS DE LA CIUDAD: HÉROES Y SANTOS PATRONES

El viajero, agotado, apenas se sostenía sobre las dunas del desierto. Hacía tiempo que había dejado atrás los últimos vestigios de la civilización, en Oriente Próximo, y se hallaba aún muy lejos de las estribaciones del imperio de la China. De pronto, tuvo una visión: los muros deslumbrantes de una ciudad fortificada, asestada de minaretes, sobe la que flotaban un sin número de ingrávidas cúpulas turquesa aparecieron, a lo lejos, sobre el horizonte de arena. Las altas torres cilíndricas de las mezquitas, como guardias armados enhiestos,  parecían defender la entrada del recinto. Las murallas dibujaban una brillante línea horizontal que reverberaba, como un cuerpo celestial, bajo el sol inclemente. El viajero recobró los ánimos. Reemprendió la ruta con más bríos. La ciudad de la luz lo guiaba. A medida que iba avanzando el espejismo, que parecía no retroceder, se iba perfilando. Al fin llegó a las puertas de las murallas resplandecientes. Cruzó el umbral. Poco tiempo después fundó la ciudad que se llamaría Khiva, en un alto de la árida ruta de la seda, a imagen de la visión que le había alentado. Materializó esta urbe, que aún hoy existe, como plaza fortificada, en medio del desierto de Centro-Asia, siguiendo el modelo ideal cuya forma se le apareció en su delirio.

viernes, 6 de noviembre de 2015

El imaginario arquitectónico mesopotámico

Pese a la escasez de piedras de calidad, los habitantes (sumerios, acadios, babilónicos, etc.) del centro y del sur de Mesopotamia construían a lo grande desde al menos el sexto milenio aC. Levantaron templos cada vez más grandes y más altos, ubicados en lo alto de terrazas escalonadas (como el Templo Blanco de Uruk, del cuarto milenio), casas comunales (como las que despliegan en el centro de Ur, a un lado de las cuales, mil quinientos años más tarde, se alzaría el zigurat o pirámide escalonada, al igual que en cualquier urbe mesopotámica) y palacios, y escaleras al cielo o zigurats. Templos y palacios poseían muros casi más anchos que las estancias que delimitaban, recubiertos interiormente por frescos y exteriormente por mosaicos geométricos a base de diminutos círculos obtenidos por la inserción de finos conos de terracota coloreada que apenas sobresalían de los muros. Construían para siempre. Por eso, invocaban a dioses y demonios, cumplían con ritos fundacionales, entregaban ofrendas a la tierra y distribuían un sinfín de amuletos en los cimientos y en el interior de los gruesos muros. La actividad constructiva era incesante; el número de ciudades y santuarios sobrepasa el de cualquier cultura, ayer y hoy.
Y, sin embargo, eran conscientes que construían para nada. Sabían que los templos y palacios más imponentes que alzaban se degradarían o se desmoronarían antes de que se completaran. Sabían por experiencia que verían el fin de lo que erigían. Diluvios, aguas freáticas y sales descomponían los muros más sólidos. Utilizaban ladrillos de adobe porque no existía suficiente combustible de calidad para mantener los hornos que serían necesarios para cocer el ingente número de ladrillos necesarios. Los altos y anchos zigurats (60x60 metros) eran macizos. Los ladrillos que se debían modelar hubieran cubierto toda la extensión de una ciudad.
Construir sabiendo que verás morir tu obra: esta imagen o esta asunción, que no se dio en otras grandes culturas mediterráneas donde la piedra era abundante, no impidió que se construyera una y otra vez. La construcción daba sentido a la vida. El propio legendario rey de la ciudad de Uruk, que mandó levantar las murallas de su ciudad, intentó encontrar la planta de la inmortalidad; mas, al final de su periplo, asumió que su nombre perduraría asociado a las murallas de su ciudad; murallas que caerían, pese a todos los amuletos (ofrendas fundacionales, textos mágicos) sobre los que se apoyaban. Pero se reconstruirían siempre del mismo modo, como si se construyeran por vez primera, como si no se hubieran caído nunca. Se reconstruirían para que generaciones sucesivas -o la misma generación que las había levantado, al llegar al final de la vida-  pudieran seguir levantando muros sometidos a todas las inclemencias, muros de papel que se alzaban una y otra vez. La tarea de los hombres, el sentido de su vida dependía de este incesante, persistente y obstinado gesto edificante, de la lucha contra el tiempo o la muerte, asumiendo que se perdería siempre sin que esta creencia -o esta realidad- impidiera que se siguiera luchando. Ninguna cultura se ha enfrentado de manera tan descarnada y lúcida contra la fugacidad de la vida, contra el tiempo que todo lo destruye, sin amargura ni derrota, venciendo, de alguna manera al tiempo, no negándolo sino aceptando que su victoria era la condición necesaria para la reconstrucción -que daba pleno sentido a la vida humana. El tiempo hacía a los hombres humanos. No podían confiarse como los dioses, ni reposar, tenían siempre una misión en la tierra.

miércoles, 4 de noviembre de 2015

Pedro Azara: cuando el paraíso no era un edén (2015)

https://m.youtube.com/watch?feature=youtu.be&v=T6ssuOiZwp8

Conferencia sobre el Paraíso  impartida en Museo del Prado dentro del ciclo La Biblia en El Prado, octubre de 2015.

La conferencia se repetirá en la Fundación Barrié de Vigo el 3 de diciembre.

Agradecimientos a la Fundación Amigos del Prado y a su director.

Miró y la Sagrada Familia de Gaudí

"En Gaudí improvisaba seguint la seva inspiració. I amb uns pobres plànols volen acabar la Sagrada Familis! Quin disbarat!"

(Joan Miró, entrevistado por Baltasar Porcel, 1966. Els tallers de Miró, Palau Robert, Barcelona, 1989)

NOTA: Por un extraño motivo, la entrada se ha doblado y no se logra eliminar el duplicado. Lo lamento

Miró y la Sagrada Familia de Gaudí

"En Gaudí improvisaba seguint la seva inspiració. I amb uns pobres plànols volen acabar la Sagrada Familis! Quin disbarat!"

(Joan Miró, entrevistado por Baltasar Porcel, 1966. Els tallers de Miró, Palau Robert, Barcelona, 1989)