(Bomba aún incrustada en una de las fachadas del campanario -parte superior derecha)
Fotos: Tocho, junio de 2016
Belchite es un pueblo en ruinas en la Comunidad de Aragón (España).
El gobierno del "Generalísimo" Francisco Franco, vencedor de la guerra, no quiso, pese a las promesas que realizó tras la contienda, reconstruirlo, a fin de que quedara como un testimonio de la destrucción del ejercito del gobierno legítimo republicano, que compensara la poderosa efigie de Guernica, el cuadro de Pablo Picasso. Belchite no sería una imagen sino un testimonio real.
Republicanos y falangistas -o votantes de los partidos de derecha e izquierda- convivían en Belchite antes de la Guerra Civil.
Tras el 18 de julio de 1936, los jóvenes del pueblo tuvieron que acudir a la capital cercana, Zaragoza, para saber dónde tenían que alistarse. Zaragoza bien pronto fue tomada por los sublevados falangistas. Los jóvenes, independientemente de su adscripción política, fueron enrolados en el ejercito del General Franco.
Los habitantes falangistas que habían huido del pueblo, mayoritariamente leal al gobierno republicano, regresaron al cabo de quince días, tomaron el pueblo y ejecutaron no sé sabe cuántos habitantes republicanos.
Toda la región aragonesa cayó en 1937. Belchite era un punto estratégico para controlar el paso de tropas hacia el Mediterráneo (hacia Valencia y Barcelona).
El ejército republicano decidió tomar Belchite, una de las pocas victorias del ejército legítimo. A un precio inimaginable.
La batalla de Belchite duró trece días. La población vivió encerrada en sótanos. Murieron seis mil de los diez mil habitantes.
El ataque empezó por el ábside de una de las iglesias, situada en un extremo del pueblo. La conquista de la iglesia duró un día, que cayó cuando se derribó parcialmente el campanario desde cuyo alto una ametralladora controlaba los campos circundantes, e impedía el avance de los soldados republicanos. Solo la batalla de la iglesia causó la muerte de ciento cincuenta soldados republicanos. Una bomba aun se encuentra incrustada en una grieta del campanario.
Tomada la iglesia, los combates prosiguieron sin enfrentamientos visibles. No se luchó calle por calle sino casa por casa. Siempre por dentro. Desde fuera nada se veía. Calles desiertas. En cuanto una vivienda caía, se practicaba un agujero en los muros perimetrales, se lanzaban granadas en las estancias de la casa vecina, se aguardaba y se entraba. Así, casa por casa, durante casi dos semanas. Se destruyeron trescientas de las mil quinientas viviendas.
Las heridas se gangrenaban. Solo cabía la amputación. Pero los cortes se infectaban hasta causar la muerte.
Era agosto. No había tiempo para enterramientos. Los cuerpos se descomponían al momento. Los cadáveres se apilaban en una plaza, se rociaban con gasolina y se quemaban. Solo se han encontrado ochenta cuerpos -aunque algunos aun yacen debajo de las ruinas.
El ejército sublevado contraatacó siete meses más tarde. Se apoyaba en el ejército de África, mercenarios implacables de las guerras coloniales. No hubo casi combates. El ejército republicano estaba en desbandada. Había perdido la batalla del Ebro que abrió la vía a las huestes sublevadas para la conquista de las regiones costeras. Aviones sobrevolaban el pueblo y ametrallaban a la población.
Los muertos fueron echados en dos fosas comunes cubiertas con una losa, convertidas, durante años en santuarios falangistas, a la luz de las antorchas. No se han abierto nunca.
Tras la guerra, y hasta la inauguración del nuevo Belchite -llamado Pueblo acogido por el Generalísimo- en 1954, las casas que aun permanecían en pie, fueron ocupadas de nuevo. Una de las iglesias, en ruinas, incluso acogió celebraciones religiosas.
Las ruinas fueron habitadas hasta principios de los años setenta. El peligro que causaban llevó a que las viviendas fueron tapiadas. Desde entonces, la ruina del pueblo se ha acelerado. Tejados y muros se van desmoronando. El vandalismo ha llevado a que, hoy, la visita, sobrecogedora, se realice con guía.
La filmación de la nueva película del director español Agustí Villaronga,
Incerta gloria -basada en una conocida novela de Joan Sales, sobre la incierta frontera entre anónimos vencidos y vencedores-, protagonizada por Marcel Borràs, durante dos días, en las ruinas del pueblo, ha permitido visitarlas libremente (el yacimiento se cerró al público externo), con las imprescindibles y hermosas explicaciones de guías, hijos de habitantes del pueblo durante la Guerra Civil -a quienes agradezco sus consejos-.
Espero no haber traicionado sus palabras.
Agradecimientos a los guías del yacimiento, al director Agustí Villaronga y al equipo de la película y del "cátering" y, muy especialmente, a Marcel Borràs, quienes generosamente han permitido asistir a un día de rodaje, y a la visita libre de Belchite