martes, 9 de agosto de 2016

La estatua de Franco y el arte de la confusión

 La decisión del ayuntamiento de Barcelona de sacar de los almacenes municipales y exponer en la plaza pública del Born dos obras: una estatua ecuestre de bronce del escultor José Viladomat que representa al General Francisco Franco, dictador español durante cuarenta años tras la Guerra Civil, y una segunda estatua, una alegoría femenina de la Victoria del mismo dictador -Atenea Niké- del escultor moderno Federico Marés, ha provocado unas críticas que habrían sido previsibles si se hubieran dirigido a la mediocridad de las obras.

Sin embargo, los juicios no afectan la forma de las obras, la manera de comunicar formalmente ciertas ideas.
Las críticas se dirigen al contenido: son obras que simbolizan y exaltan el general Franco, su poder, su mundo.
El juicio, por tanto, no es artistico y cabría preguntarse si es procedente, puesto que las obras, maestras o mediocres, pertenecen al mundo del arte y requieren un tipo de aproximación: un enjuiciamiento de cómo se transmiten ciertas ideas, no sobre éstas.

 Marés y Vilafomat no eran artistas despreciables, como no lo eran -salvadas las obvias distancias- Bernini y Donatello, cuyas estatuas ecuestres, renacentistas o barrocas, de bronce, que representan respectivamente al rey-sol de poder absoluto Luis XIV, y al "condottiere" -o general golpista- Gattamalata, en espacios públicos de París y Padua, deberían ser repudiadas si se aplicaran los criterios con los que se juzgan las estatuas de Barcelona, en vez de ser consideradas obras de arte maestras.

Las críticas que las estatuas barcelonesas han recibido son, sin embargo, interesantes porque revelan una manera de juzgar estas efigies que ya solo se da en algunas culturas y que denotan paradójicamente el impacto, la fuerza de estas obras.

Del mismo modo que el antiguo testamento y el Corán prohíben la representación antropomorfica de la divinidad, o cualquier efigie humana, y que sectas religiosas o políticas como los talibanes o el ISIL proclaman hoy la destrucción de las estatuas por su contenido -la divinidad que no puede representarse, o dioses páganos considerados demonios-, lo que es una manifestación de la fascinación que dichas imágenes poseen, capaces de convencer a los hombres de la existencia de la divinidad o de un poder divino o demoniaco en una obra, de seducirlos, las críticas a las estatuas de Barcelona son una inesperada manifestación de su grandeza ya que son capaces de manifestar el poder aún actual o latente del dictador que podría turbar el orden público o a los ciudadanos incapaces de juzgar por sí mismos.
Cabe añadir que la crítica platónica a las imágenes sagradas plásticas y literarias obedece, en parte, a otras consideraciones: a la incapacidad de las imágenes por transmitir la grandeza divina, por lo que las imágenes son inútiles o peligrosas al mostrar  una imagen desvalorizada o errónea del poder divino.

Dado que ningún crítico barcelonés se ha quejado de la "mala" imagen del "franquismo" que las estatuas de Viladomat y de Marés transmiten, se puede suponer que sus juicios se basan en criterios semejantes a los de los iconoclastas de las religiones monoteístas.

Esta manera impropia -que no atiende a lo que la obra es y significa- de juzgar una estatua no es, sin embargo, ajena al mundo del arte. Algunas exposiciones de arte contemporáneo -como ocurría en el museo de arte contemporáneo de Barcelona y hoy en el museo de arte moderno. Centro Reina Sofía de Madrid - se basan en obras cuyo mérito radica en que ilustran ciertas ideas, no en la manera como las transmiten de manera compleja. Las obras son transparentes, mecanismos que libran ideas o contenidos sin filtros, obras que son, por tanto, anuncios, proclamas, y no obras de arte en las que las formas y maneras logran que ideas o ideologías tan repudiables o extrañas como el absolutismo, sean aceptables o apreciadas o, mejor dicho, obras en las que se aprecia la manera cómo aquellas ideas se manifiestan y transmutan. Aristóteles ya había escrito que el arte plástico y poético tiene el poder de mostrar de manera asumible escenas - agobias, torturas, asesinatos, como los que la maga Medea cometió contra sus hijastros, o el "sadismo" de las batallas ante Troya- que, en realidad, serían insoportables. Lo que la Iliada cuenta de manera admirable sería imposible de contemplar de manera templada o distanciada en realidad. Las crueles y sangrientas coreografías en las luchas cuerpo a cuerpo son habrían podido instituirse en un espectáculo moral.

¿Qué pensar entonces de los juicios  que suscitan las estatuas barcelonesas? Por un lado, las críticas denotan la capacidad de las obras de exteriorizar el poder de Franco con toda su dureza, su crudeza, su vulgaridad y el terror que inspira, pero por otro también son un síntoma, posiblemente involuntario, de la incapacidad de esas obras por transmutar el horror en belleza, aunque la incapacidad puede radicar en la obra o en la mirada del crítico que se niega a ver esas efigies, sin duda mediocres, pero no más que tantos monumentos de Barcelona -como la escultura en honor del presidente Maciá de Subirachs, que no provoca ningún rechazo pese a su baja calidad artística- obras de arte que deberían, entonces, enjuiciadas de muy diversa "forma". 
El arte puede tener un contenido político pero en este caso, Proust explicaba, no es arte o no puede ser valorado como arte.
Si las esculturas se exponen públicamente, se supón que se consideran como entes pertenecientes al mundo del arte.
Los juicios, pues, son impropios.
Mas, considerándolas (no valorándolas) como lo que son, obras de arte, ¿merecen realmente ser expuestas, merecemos estar expuestos a semejantes mediocridades? Si la respuesta es afirmativa, quizá se deba replantear la exposición pública de tantas estatuas en Barcelona.
¿Empezamos por la Sagrada Familia, o por la Dama de Barcelona de Lichsteinten? 

El culto y la ciudad

Un reciente estudio sobre la capacidad de crear y unificar comunidades de la religión (de un mismas creencias y un culto común) parece coincidir con lo que los mitos cuentan acerca de las ciudades y lo que la historia parece demostrar.

Todas o casi todas las culturas antiguas conocen la figura del dios fundador o constructor, que instituye ciudades y levanta edificios. En Mesopotamia, se afirmaba que las primeras ciudades postdiluvianas habían descendido del cielo, en particular la ciudad sagrada de Kish. Yahvé construyó ciudades pese al poco aprecio de la cultura hebrea de la primera mitad del primer milenio aC por los asentamientos permanentes y los templos de piedra. Delfos, la ciudad sagrada griega, era una fundación del mismo dios de dicha ciudad, Apolo. Ningún templo egipcio ni la capital faraónica, Memfis, eran creaciones humanas. 

Esas historias parecen coincidir con lo que la historia sugiere. Instituciones políticas como la realeza, el panteón y la ciudad aparecieron casi simultáneamente en el Próximo Oriente antiguo a finales del quinto milenio. 
Se han aportado varias explicaciones a este hecho, buscando una razón que ligase la aparición de esas instituciones y estructuras (a las que se suman la escritura y el derecho). Ninguna ha convencido.

Es posible que el reciente descubrimiento antes citado eche luz sobre la institución simultánea de cultos y ciudades. Si fuera cierto, extensas y complejas comunidades como las que se ubican en ciudades como Ur o Uruk habrían sido posibles por el poder unificador de la religión que habría, por otra parte, legitimado el poder sacerdotal y real. La creencia en unas mismas divinidades que otorgaban peso a los decretos humanos, habrían dado pie a unos cultos y ceremonias comunes cuya organización y ejecución hubieran necesitado fuertes ligámenes humanos e institucionales que solo se dan en la ciudad. Inversamente, la ciudad habría sobrevivido gracias a esos cultos comunitarios. La fe mueve ciudades, y éstas se estructuraron a imagen de los panteones divinos imaginados o revelados. 

Curiosamente, esta fuerte ligazón entre lo divino y la ciudad revelaría que ésta no es una organización sobrenatural sino plena y exclusivamente humana, puesto que solo los humanos, que se sepa, sueñan en una vida mejor y más allá, a imagen de la que se imaginan gozan seres de otro mundo.

http://www.nature.com/nature/journal/v530/n7590/full/nature16980.html#access

lunes, 8 de agosto de 2016

THE 1975: PARIS (2016)

BAT FOR LASHES: IN GOD'S HOUSE (2016)

El poeta, según Marcel Proust (1871-1922)

"(...) romanciers, poètes (...) tous ces êtres sublimes qui parlent (...) de ce qu'il ne faut pas dire."

"(...) novelistas, poetas (...) todos esos seres sublimes que hablan (...) de lo que no se debe contar."

(Marcel Proust: A la búsqueda del tiempo  perdido, vol. IV: Sodoma y Gomorra, II, cap. II) (1922-1923)

sábado, 6 de agosto de 2016

PETER EÖTVÖS (1944): INTERVALLES-INTÉRIEURS (INTÉRVALOS-INTERIORES, 1974-1981)

Arte y arquitectura

La palabra ciudad viene del latín cives (ciudadano). El griego polis, que se suele traducir por ciudad, significa en realidad comunidad o conjunto de ciudadanos. Ls ciudad propiamente dicha, las construcciones, se decía en griego astû, y esta palabra deriva de un radical indoeuropeo WEI, que significa morar, permanecer, y que se halla también en el tiempo pasado del verbo ser en inglés (was). Es decir, incluso las construcciones materiales, los edificios  se designaban por el tipo  de "acciones" que acogían: la protección del ser. Una ciudad no era una amalgama de obras sino un espacio donde estar, vivir.

La arquitectura es el "arte" de habilitar un lugar donde estar "bien". Son espacios donde proyectarse, son proyectos de vida. El hombre ya se ve viviendo en estos espacios.
La arquitectura y la ciudad pueden estar construidas físicamente, pero las imágenes plásticas, "performativas", musicales y literarias también pueden mostrar o crear espacios en los que uno se ve viviendo bien. Espacios modelicos que pueden aparecer como un sueño o un ideal hacia el que pueden tender nuestros espacios cotidianos. Se puede vivir (bien o mejor) en sueños, se sueña con una vida mejor que ciertas imágenes artísticas alientan.

No existe así diferencia entre arte y arquitectura, entre la obra de arte y la obra arquitectónica. Pese a las diferencias técnicas, materiales, constructivas, ambos tipos de obra tienen como fin evocar un mundo mejor o constituirse en un espejo donde proyectarse o donde verse, ver cómo vivimos "en realidad".

Las obras de arte tienen que experimentarse, vivirse, interpretarse. Los sentidos, la imaginación, la razón deben colaborar para hacernos sentir y entender lo que la obra significa o creemos o queremos que significa.

En tanto que la arquitectura es un arte, la arquitectura debe teorizarse, es decir debe ser interpretada, mirada "intensamente", mirase "bien" para descubrir las ideas que evoca, los modos de vida que suscita o aporta, los modelos de saber estar en el mundo que encierra.

No puede haber arquitectura sin teoría, pues para que la arquitectura pueda ser un modelo de vida debe ser equiparada con el arte el cual solo adquiere sentido o libra éste cuando es contemplado y juzgado, interpretado.
La teoría funda la arquitectura. La obra de arquitectura se construye cuando se piensa, no cuando se levanta físicamente. Eso solo es construccion, una obra que "no levanta cabeza", que no "mira más allá", hacia el más allá, el mundo de los espíritus, el mundo espiritual o ideal. 
Una construcción no "da qué pensar"; no ofrece ninguna "visión" del mundo, no invita a relacionarse mejor con el mundo -o a retirarse. Arquitectura es una construcción (plástica, musical, teatral o edilicia) que apela a una visión atenta, a teorizar. Hacer arquitectura es ver el mundo de tal manera que se proyecta o se imagina un espacio de convivencia, de acogida o recogida.
La teoría "es" arquitectura.