viernes, 9 de septiembre de 2016

Los etruscos y los muertos I: urna funeraria etrusca (casa del alma) con testas de carnero






Urna funeraria etrusca, siglo VII aC, Museo etrusco de Chianciano delle Terme (Italia)

Foto: Tocho, durante el montaje de la exposición De obra. Cerámica y arquitectura en el Mediterráneo de la antigüedad hasta nuestros días, Museo del Diseño, Barcelona, septiembre de 2016-enero de 2016.
Nota: la fragilidad de la urna, de arcilla cocida a temperatura demasiado baja, ha obligado a dotarla de un soporte interno de metacrilato y espuma.


El carnero (llamado ariete en italiano, palabra que en español designa a un arma, un tronco de madera terminado con una testa de carnero, utilizado para el derribo de puertas y muros) es un motivo iconográfico común en el mundo etrusco. Se asocia habitualmente al mundo funerario. Se halla, por ejemplo, en cerámicas depositadas en tumbas. También en urnas funerarias, como la que se expondrá próximamente en la muestra antes citada.
El motivo, que evoca la ganadería, quizá la fecundidad o la prosperidad, no parece tener relación lógica alguna con los muertos.

Una píxide -un recipiente cilíndrico- etrusca de marfil, tallado en un cuerno de elefante, casi contemporáneo de esta urna, y procedente de una tumba cercana a la tumba de la que procede la urna, en la vecindad de la célebre ciudad etrusca de Chiusi, ofrece una pista convincente.



Dicha pixide presenta una decoración compuesta por franjas horizontales historiadas. La primera se decora con escenas extraídas de la Odisea de Homero -constituyendo algunas de las más antiguas imágenes plásticas homéricas-, desde la relación entre Ulises y las sirenas que trataban de seducirlo con su canto, hasta la huida de Ulises de la cueva del gigante Polifemo.

Este recipiente revela el. conocimiento de una élite etrusca del texto de Homero, y la difusión de aquél por el Mediterráneo occidental en época arcaica, ya que la talla se realizó en talleres etruscos.

Homero cuenta cómo Ulises escapó del gigante caníbal, dotado de un solo ojo, escondiéndose debajo de un descomunal carnero lanudo -bajo el cual Ulises cupo, agarrado a las lanas-, cuyo tamaño estaba de acorde con el de Polifemo. Esta huida a escondidas, casi vergonzante, era la única manera de escapar a una muerte cierta. Durante meses Polifemo mantuvo encerrados a Ulises y sus compañeros en una jaula y, diariamente, los devoraba de uno en uno. Cuando Ulises sintió que la hora llegaba, logró burlar la vigilancia del gigante y esconderse entre y bajo las bestias.

Las dos testas de carnero que coronan los extremos del tejado de la urna funeraria en forma de casa remiten al mito homérico. Los carneros son animales que libraron a Ulises de la muerte. Gracias a ellos, Uluses escapó de la cueva -símbolo de barbarie, de falta de hogar- y pudo llegar a su palacio en la isla de Ítaca. Los carneros fueron animales redentores -el carnero o el cordero ha tenido este papel salvador en diversas culturas.
La urna que contenía los restos del difunto lo abrigaban. Las testas de carnero lo protegían de los peligros del más allá, y lo conducían hacia la nueva vida. La urna en forma de casa era espacio acotado donde el difunto renacía, o revivía en el país de las sombras. El cuerpo de la urna recordaba el cuerpo del carnero bajo el -o dentro del- cual el difunto, a imitación de Ulises, escapaba a la muerte y volvía a la luz.
Las testas, al mismo tiempo, testimoniaban la cultura literaria del difunto, y cómo el errático viaje de Ulises de regreso de Troya simbolizaba las incertidumbres de una vida llegaba a su plenitud, a buen puerto gracias a la certera guía de los carneros salvadores.  

HARSH CROWD: FOUR WALLS (CUATRO PAREDES, 2015)



Sobre este joven grupo, véase su página web

¿Quién dijo que la construcción no era entretenida?

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Como siempre, los mejores documentos arquitectónicos desvelados por Victoria Garriga

El último viático: Canalización de agua de Atenas bajo el tirano Pisistrato (s. VI aC)




















Instalación de la cañería de terracota que traía agua a Atenas en el siglo VI aC en el Museo del Diseño de Barcelona
Agradecimientos al Museo Arqueológico Nacional de Atenas y al Ministerio de Cultura Griego por el préstamo para la próxima exposición De Obra. Cerámica y Arquitectura en el Mediterráneo de la antigüedad hasta nuestros días, septiembre de 2016-enero de 2017

Fotos: Tocho, septiembre de 2016

Hace un año y medio mostramos fotografías de esta pieza singular expuesta permanentemente en el Museo Arqueológico Nacional de Atenas. Pese al tamaño de la vitrina en el centro de una sala de la planta primera del museo -en la sección de cerámica, casi siempre cerrada al público, por falta de personal- pasa relativamente desapercibida.

Se trata de un fragmento de la gran tubería de terracota. Dispuesta sobre un acueducto enterrado, traía el agua de una colina cercana a la ciudad de Atenas, desde donde se distribuía hacia los distintos distritos -hacia el ágora, en particular, donde alimentaba fuentes-, por medio de nuevas cañerías.
La traída del agua pública centralizada fue establecida por el tirano Pisistrato en el siglo VI aC. Este sistema funcionó hasta finales de la antigüedad. El emperador romano filo-heleno Adriano restauró partes de este sistema.

Los tramos rotos se cambiaban y se reutilizaban, a menudo como tumbas de niños.
Éste fue el uso del fragmento expuesto.
Se halló el ajuar funerario íntegro -aunque no restos humanos. Consistía en pequeñas vasijas de terracota pintadas: lecitos -un tipo de vasija destinada a ritos funerarios- y esquifos.
Los estudiosos han tratado, desde el siglo XIX, de establecer una relación entre la iconografía de la cerámica depositada en tumbas y ritos funerarios. No se ha logrado hallar una relación o explicación convincentes. Al parecer, los familiares adquirían vasijas pintadas en los talleres cerámicos ubicados cerca de los cementerios -ambos lugares debían estar fuera del recinto urbano por la contaminación que producían y el peligro que acarreaban (fuego, humo, epidemias, enfermedades)- sin atender a los variados motivos (decorativos, mitológicos, etc.) pintados.

Sin embargo, en el caso presente, todos los lecitos presentan escenas festivas: imágenes matrimoniales: un hombre de pie ante una mujer sentada, entre músicos. Los estudiosos tienden a pensar que esta unidad temática no es casual. Mas, la elección de motivos festivos puede sorprender en ritos y ofrendas funerarios.

Hoy, se cree que las ofrendas funerarias griegas no estaban destinadas a acompañar al difunto en su viaje al Hades, ni a amueblar su pálida "vida" en el mundo de las sombras, ni a recordarle los bienes que disfrutaba en vida, sino que eran regalos que evocaban la alegría que los difuntos habían causado en vida entre los suyos. Las escenas de matrimonio evocaban su finalidad, su sentido, y la plenituid que habían aportado a los contrayentes: el nacimiento del niño, prematuramente fallecido. Con las ofrendas, los familiares depositaban el testimonio de lo que los fallecidos les habían traído. Honraban al difunto mostrando todo lo que habían llevado a la vida de los que quedaban en la tierra.

La utilización de una cañería como tumba infantil responde, seguramente, a razones prácticas. Mas, el conducto cerrado, abierto por los extremos, que dibuja un paso entre dos espacios, un viático o camino, debía posiblemente estar en la mente de los familiares. El conducto por el que circulaba el agua que nunca pasaba dos veces por el mismo lugar evocaba poderosamente la vida en tránsito, el viaje sin retorno que el difunto emprendía. Evocaba su paso por la tierra y la fugacidad de la vida, dispuesta en una dirección que no se podía torcer.
Pocas veces, un útil ha evocado de manera tan poderosa imágenes no ligadas a su estricta función, y sin embargo tan acordes con el uso al que este objeto estaba inicialmente destinado.  

miércoles, 7 de septiembre de 2016

El hogar y la selva: chimeneas singulares romanas
















Chimeneas  domésticas romanas de Lucus Feroniae (Italia) y de Baetulo (Badalona, España)

Fotos: Tocho, durante el montaje de la exposición De obra. Cerámica y arquitectura en el Mediterráneo de la antigüedad hasta nuestros días, Museo del Diseño, Barcelona, Septiembre de 2016-Enero de 2017

Lucus Feroniae era una pequeña ciudad itálica, situada al norte de Roma. Comprendía un bosque sagrado (lucus) dedicado a la diosa itálica -adoptada posteriormente por los romanos- de la fuerzas naturales, indómitas, no civilizadas -pero capaces de ser cultivadas-, fieras, la diosa Feronia.
Centro de culto y de comercio, de intercambio: Sabinos, etruscos, itálicos y, tardíamente romanos, mercadeaban en este puesto fronterizo. Su riqueza atrajo a Anibal quien saqueó la ciudad a finales del siglo III cuando las Guerras púnicas, y el cónsul Lucio Cornelio Sila castigó la urbe por su apuesta por los itálicos en contra de los romanos en el siglo I aC. Acabó siendo una colonia romana.

Las casas de Lucus Feroniae tenían plantas bajas, ocupadas por tabernas, y un primer piso con viviendas. Las cocinas se hallaban, pues, bajo techo. Unas curiosas chimeneas, únicas en el mundo romano, datadas de la primera mitad del siglo I dC, de las que se conservan solo tres ejemplares, consistían en tejas planas de grandes dimensiones con una abertura circular cubierta por tres pequeñas bóvedas de amplios vuelos orientadas hacia los vientos dominantes. De este modo, se facilitaba tanto la extracción de humos cuando la captación de vientos que mejoraban el tiro: una manera funcional y poética de aprovechar las fuerzas, a menudo violentas, que la diosa Feronia controlaba y a través de las cuáles se expresaba, que no trataba -lo que hubiera sido en vano- de doblegarla- sino de adaptarse a sus manifestaciones, beneficiándose de éstas, dando la vuelta a su significado. Las fuerzas indómitas favorecían al espacio doméstico, se ponían al servicio de la vida humana, comunitaria, invitaban al recogimiento. De pronto, lo que no tenía límites, el viento desatado, incontrolado, se encauzaba entre cuatro límites y encendía, avivaba el símbolo de la vida recogida. El hogar, signo de permanencia, del asentamiento, cobraba fuerza gracias a la fuerza de la diosa Ferronia que las elegantes bóvedas de la chimenea, tendidas como velas henchidas, visualizaban. La forma de la chimenea combinaba llenos y vacíos, límites y aperturas, volúmenes y láminas, dibujando un volumen lleno de aire, abierto hacia las tres direcciones del espacio, un volumen etéreo, de algún modo, en el que el movimiento y la quietud, el viento y el muro armonizaban.

Una versión más modesta, con cuatro cúpulas achatadas, de finales del siglo I dC, se ha hallado en Baetulo (Badalona). Seguramente aquéllas permitían captar el viento del norte por la mañana, el  mestral que sopla del mar al mediodía, y el viento del sur por la tarde.

El ejemplar mejor conservado de Lucus Feroniae y un buen ejemplar de Baetulo se mostrarán en la exposición antes citada.

martes, 6 de septiembre de 2016

Un Inmortal de la guardia del emperador persa Dario I (s. VI aC) llega a Barcelona (próximamente también...)


Foto: Tocho, Museo del diseño, Barcelona, septiembre de 2016

Susa, hoy un campo de ruinas apenas visibles en Irán, fue fundada en el quinto milenio aC, y convertida en capital política del imperio aqueménida en el siglo VI aC. Muros y suelos de las principales altas estancias del palacio imperial así como las fachadas del mismo, estaban enteramente recubiertas de azulejos en relieve, inspirados en el arte neo-babilónico, pero con una técnica local a partir de arcilla con sílice que se remontaría al segundo milenio aC, sobre desaparecidas paredes de adobe, que componían grandes escenas con figuras protectoras animales (toros y leones), que simbolizaban el poder real, soldados (arqueros), oferentes, plantas y flores que evocaban la vitalidad del imperio y la fecundidad de la tierra.

Los soldados que portan una lanza desfilan hacia la derecha y la izquierda y podrían representar a la guardia de los “Diez Mil Inmortales” al servicio del emperador, o una imagen ideal del pueblo persa siempre avizor. 

lunes, 5 de septiembre de 2016

En busca del arca perdida

Los arqueólogos intuyeron de inmediato que el hallazgo que se acababa de producir era muy distinto al de otros días. De las retiradas cuevas de Qmram, en lo que entonces era Transjordanía (hoy Jordanía), a poco del fin de la Segunda Guerra Mundial y días antes de la creación del estado de Israel, se habían obtenido grandes jarras cerámicas que protegían papiros -que aun hoy se estudian- con textos redactados por la secta hebrea de los Esenios. Aportaban variantes teológicas substanciales al texto canónico del Antiguo Testamento y, en algunos casos, se anticipaban de manera sorprendente a los textos evangélicos.

El nuevo hallazgo, en la cueva número tres, se asemejaba parcialmente a anteriores descubrimientos. También comprendía textos en un extraño hebreo mezclado con palabras o letras griegas, sin duda de difícil o imposible comprensión para quienes no eran letrados del templo de Jerusalén. Se trataba quizá de textos en clave. Éstos no estaban redactados sobre hojas de papiro sino sobre dos largas y anchas láminas de cobre enrolladas.
Ante la imposibilidad de desplegarlas, fueron transportadas a Inglaterra -el país que hasta entonces había colonizado una parte importante del Próximo oriente- y cortadas en estrechas franjas, semejantes a largas tejas. El texto, de inmediato, empezó a ser leído parcialmente. Estudiosos bíblicos se apresaron excitados a traducirlo. Se trataba de palabras sueltas, frases cortas a veces sin verbo, como indicaciones o anotaciones. La interpretación, sin embargo, era difícil. Los estudiosos aun debaten sobre el significado y la finalidad de dichos textos, redactados extrañamente sobre un soporte inhabitual, y escondidos en una cueva.

Se supuso que se trataba de un inventario. Las frases indicaban la localización, por todo el territorio, de diversos objetos valiosos. Éstos parecían proceder del tesoro del templo de Jerusalén. Ingentes cantidades de metales y piedras preciosos, objetos sagrados, etc.
Los textos fueron quizá redactados en el año 68 dC, y de inmediato llevados a la cueva para esconderlos. Al día siguiente, posiblemente, el ejército imperial romano entraba en Jerusalén y saqueaba el templo. Pero los tesoros ya habían sido sacados a escondidas y puestos a buen recaudo.
¿Dónde?
Por todo el territorio de Israel. Las láminas de cobre, precisamente, indicaban donde recuperarlos.
Las indicaciones debían tener sentido a poco del saqueo: así, por ejemplo, un objeto se hallaba tras la casa de Abraham girando a la derecha tras el tercer olivo y andando diez pasos.
Dos mil años más tarde, sin embargo, las precisas indicaciones se habían vuelto inservibles.
Éstas no desanimaron a un arqueólogo norteamericano en los años cincuenta quien empezó a horadar literalmente toda Israel. Buscaba el objeto más valioso del templo. Podemos intuir qué perseguía. No halló nada.

En los años noventa, Jordania, desconfiando de los Estados Unidos -el presidente Bush había decretado la existencia del eje del mal-, donde las láminas se hubieran podido restaurar, encargó su protección a la Compañía Eléctrica Francesa, quien realizó dos copias de aquéllas, una de las cuáles se expone hoy en el Museo del Louvre. Las láminas originales se muestran en el Museo de Amán.

 La historia del arqueólogo americano ya la conocemos. Inspiró las aventuras de Indiana Jones y su búsqueda del arca perdida a partir de las láminas secretas halladas en lo hondo de una cueva en pleno desierto.


Las largas horas pasadas en un montaje de exposición dan pie a historias tan curiosas como ésas, narrada, en un momento de descanso entre colocación de piezas, por el "correo" o responsable del préstamo de piezas arqueológicas del Museo del Louvre de París al Museo del Diseño de Barcelona