sábado, 13 de mayo de 2017

FIONN REGAN (1981): CATACOMBS (CATACUMBAS, 2010)



Sobre este canta-autor islandés, véase su página web

Un millón para el mejor (Gracias)



Esta noche, Tochoocho ha llegado al millón de entradas.
El blog fue creado -gracias a la ayuda y los consejos de Gregorio Luri como una manera de ejercitarse en la exposición clara y concisa de un tema, amén de constituir un archivo de datos (útiles para futuros trabajos)- hace ocho años. Ni en sueños podía pensar que se llegaría a tal número de lecturas.
Muchas gracias a todos los lectores y comentaristas que mantienen vivo este blog. Espero poder seguir.

viernes, 12 de mayo de 2017

GIRLPOOL: CHINATOWN (2015)



Sobre este dúo de Los Ángeles, véase su página web

PAUL WELLER (1958): THESE CITY STREETS (2015)



Consultar la página web del cantante y compositor británico

Profesor

Alumnos cuentan que algún profesor universitario, quizá preso de los nervios, da clases leyendo las frases cortas en un PowerPoint que proyecta -y que se niega a entregar. Hace años, hablaban de profesores que se limitaban a leer en voz alta apuntes o libros que habían escrito.

Un profesor es una persona que profesa. Su profesión es la de hablar en público -de ahí que el paradigma del profesional sea el profesor.
La palabra profesor viene del latín professior que significa, literalmente, el que se dedica a una profesión, entre éstas, la de cultivarse. Un profesor es quien se forma. ¿Por -o para- qué?
Profesor es una palabra compuesta. Pro- significa ante, delante de; el segundo término proviene del verbo fateor (participio pasado: fassus): confesar, manifestar, reconocer públicamente (una profesión es una declaración pública).
Un profesor es quien confiesa ante los demás. Confiesa lo que posee. Su más preciada posesión es el saber. No lo retiene ; lo pone a disposición del público, lo expone a la vista y el oído de la asistencia. Hace partícipes a quienes quieran relacionarse con él de lo que tiene.
Confiesa, no explica. Una explicación exige mantener las distancias con lo que se narra. Una confesión no es objetiva. Lo que se cuenta es personal, viene "de dentro". Se trata de una verdadera exposición. El profesor se expone ante los demás. Expone su punto de vista, su relación con el tema que trata. Éste es expuesto a través de su experiencia. No narra hechos -distantes, distanciados- sino cómo éstos le han influido: qué ha obtenido, ganado, aprendido de aquéllos y qué, por tanto, pueden aprender los alumnos. Les invita a tener la misma experiencia, a adentrarse por temas que no conocen aún pero que merecen ser explorados. Les guiará -aunque no podrá ni deberá suplir la experiencia personal del encuentro directo con un tema que aguarda ser estudiado. Crecerán. Deberán esforzarse. El profesor ofrece un modelo de comportamiento. Abre puertas. Apunta temas y direcciones. Orienta. Un profesor ofrece una visión personal, vivencias. Trata de comunicar una emoción. Porque solo las emociones, el directo contacto con el tema, el conocimiento íntimo con éste pueden ser transmitidos.
Lo que tiene o debería tener no son saberes aprendidos -un profesor no recita una lección aprendida-, sino la capacidad de generar o construir esos saberes. Un "buen" profesor -un profesor que hace (el) bien, que bien opera- cuenta lo que elabora en el momento de contarlo. El enunciado se va generando a medida que habla. Lo que cuenta es un discurso nuevo. Nunca antes lo ha contado de ese modo, y nunca lo repetirá -ni podría.
El profesor se halla ante un público (los estudiantes). Ambos espacios, el que ocupan respectivamente alumnos y profesor, están conectados. Las palabras, las frases traspasan el linde. Pero esas frases se dirigen a un determinado auditorio. Por tanto, responden al auditorio. Tienen a éste en cuenta. El auditorio determina lo que el profesor dice y cómo lo cuenta. No son palabras enunciadas en el vacío o para nadie, sino que se componen -dicen y se estructuran- en función de la receptividad del auditorio. Las frases reverberan en aquél. El auditorio devuelva al profesor lo que cuenta, lo que el auditorio recibe e interpreta. Construye, o reconstruye el discurso a medida que recibe lo que acaba de narrar.
La clase es un juego. El auditorio no es un conjunto pasivo, sino que determina cómo el profesor habla, es decir, cómo piensa. Piensa y se expresa -la expresión es su "pensamiento"- porque está delante del auditorio. No piensa -ni habla- para sí. El auditorio es el fin de su discurso. Cada auditorio genera -y recibe- un discurso distinto. No existen dos clases iguales.
El profesor se expresa de cara, a rostro descubierto. Expresa y denota mediante gestos y palabras. Sus movimientos forman parte de su discurso. Piensa y se expresa también con su cuerpo. Los gestos matizan, amplían o corrigen lo que cuenta verbalmente.
Una clase es una actuación. El tiempo cotidiano se suspende. El espacio no es el habitual, sino que se trata de un espacio que el gesto y la palabra crean y abren. En verdad, en una clase confluyen varios espacios: los que ocupan -y generan- alumnos y profesor, y los espacios que las palabras y los gestos del profesor crean, junto con los que los alumnos se imaginan a través de la manera de comportarse, de confesarse del profesor.
Confesión ¿pública? No exactamente. El profesor no se dirige al "alumnado" sino a cada alumno. Posiblemente piense -y hable para- algunos alumnos -que conoce o que distingue, a través de las expresiones que manifiestan. Una clase es un diálogo y no un monólogo. En cualquier momento, un leve cambio en la expresión, o la posición de un solo alumno puede determinar un cambio en lo que el profesor cuenta. Éste percibe que lo que explica no se recibe. Y tiene que rectificar al momento. Habla según las miradas que descubre. Habla a -para- los ojos. Una clase entra por los ojos. Es un acontecimiento visual -a la vez, o casi antes que, sonoro.
Una clase es una experiencia: ambos, profesores y alumnos pueden ser conscientes de que se trata de un acontecimiento único. Una clase no se repite. Siempre se construye de nuevo. Con más o menos fortuna. Una clase es un acontecimiento mágico. Siempre que se entre en el juego.  

jueves, 11 de mayo de 2017

Alumno

Se acerca el fin de curso. Los alumnos deben de ser evaluados. El profesor debe apreciar qué han aprendido -qué han tomado- y cómo han progresado -han crecido.

Los padres tienen hijos; los profesores -sean o no padres-, alumnos. Un alumno es como un hijo. Su formación -su crecimiento espiritual o moral- depende del buen hacer del profesor -y del talante del alumno-, de la relación o comunicación que se establece entre ambos.

La equiparación entre un hijo y un alumno no es gratuita. En latín, alumnus -de donde procede la moderna palabra de alumno- es un hijo, o un niño alimentado desde pequeño por un mismo adulto. Literalmente, es un lactante, un bebé que toma directamente el pecho de quien le cuida, de quien le hace de madre.

Sócrates educaba a los jóvenes (aunque fue acusado de pervertirlos, porque les ayudaba a pensar por sí mismos, a hallar, dentro de sí, respuestas a las preguntas que les hacía, que la vida les planteaba o les plantearía). Sócrates se comparaba con una comadrona que cuidaba, que alimentaba a sus discípulos.

Un alumno es una persona bien alimentada. Esta definición no es una metáfora. El verbo latín alere -que ha dado alumnus- significa alimentar (desde el nacimiento). También se traduce por desarrollar.

Lo que el alumno recibe del maestro es un alimento almus: nutricio, benéfico, maternal. El alma, etimológicamente, es la cualidad de lo que nos mantiene en vida, lo que nos alimenta o eleva -física y espiritualmente. El alma es femenina: es el don de la diosa-madre que cuida a sus criaturas desde que nacen.

Gracias a los beneficios almi (plural masculino de almus) que el maestro proporciona el alumno crece: se vuelve altus (altus es participio del verbo alere). El alimento -material, "anímico"- es un sustento. Gracias a éste, el alumno se endereza. Aprende a caminar recto, a ser recto; a tener pensamientos rectos. A comportarse rectamente. Se eleva por encima de las inmundicias materiales. Gana en altura y en profundidad (altus también significa profundo). Tiene, pues, una visión más clara de los problemas vitales y morales con los que se enfrenta. Obtiene altura de miras. Las mezquindades no pueden afectarle. Está en una posición demasiado elevada para que las maledicencias le cubran.

Está, entonces, presto para enderezar su vida y partir, con la cabeza bien alta.  

Y un día, los alumnos, a su vez...

miércoles, 10 de mayo de 2017

GYULA KOSICE (1924-2016): CIUDAD HIDROESPACIAL (1948-1972)

































Con la aprobación de la NASA, el padre del arte cinético mundial, el checoslovaco (eslovaco), nacionalizado argentino, Gyula Kosice, proyectó, en los años cincuenta, la Ciudad Hidroespacial: un conjunto de grandes asentamientos flotantes, ubicados en el espacio, a unos dos mil metros de altura -una construcción y ubicación posible en apariencia, que hubiera debido solucionar el exceso de población mundial y responder a la vida urbana monótona y unidireccional moderna.

Módulos esféricos y semi-esféricos transparentes, flotarían en grandes semi-esferas, también transparentes, medio llenas de agua. Los módulos interiores bogarían, se moverían como barcos. De este modo, el mundo no sería el mismo a cada momento. El azar, la incertidumbre, la sorpresa prenderían. Nadie vería el entorno en se vería del mismo modo a cada instante. La vida no estaría predeterminada. Nunca se sabría qué podría acontecer. El movimiento de las aguas podría, en cada momento, cambiar la perspectiva. Las moradas se desplazarían, girarían sobre si mismas, no guardarían nunca las mismas distancias entre ellas, no tendrían en ningún momento, las mismas moradas vecinas. Vivir, morar se convertirían en situaciones, en experiencias poéticas.  La ciudad se haría y se desharía constantemente. Las limitaciones que la tierra impone -físicas y mentales, anclándonos en un mismo suelo, en unas mismas creencias- ya no existirían. Los humanos serían seres en el espacio, celestiales. Verían la tierra y el cielo como espacios similares y relacionados. Ya no tendrían la sensación que la bóveda celeste pesa, aprisiona, e impide la libre circulación de los cuerpos, las ideas, las imágenes. Un mundo flotante, libre de construcciones, en el que el agua y la luz ya no se verían detenidos por muros y cegueras mentales, sin que la luz, atravesando el agua y las ondas , fuera siempre la misma; un mundo transparente, luminoso, sin muros visibles, por el que la vista circularía sin verse detenida en todas direcciones -en el que lo alto y lo bajo ya no tendrían sentido: un mundo circular, esférico, sin coordenadas que constriñen-, donde no habría dónde esconderse porque ya no habría nada que ocultar.
Un mundo utópico -quizá inquietante- por el que Le Corbusier, de quien Kosice era amigo, se interesaría.

El Museo de Houston ha dedicado una sala a este proyecto y el Centro George Pompidou de París, que expone la Ciudad Hidroespacial desde 2013,  prepara una exposición antológica para este año.
Véase también la página web del museo Kosice en Buenos Aires.